Como nunca antes, la Presidenta logra alinear a los líderes del sector privado. La bronca sindical. Y las trampas del modelo.
Por Roberto García
03/09/11 – 02:54
Ignacio De Mendiguren.
Nunca Cristina de Kirchner pudo ser más feliz. En materia de poder, claro, ya que otras instancias de la vida no le son tan favorables. Como Menem, cuando venció a Bordón o los tiempos en que un dadivoso Raúl Alfonsín ofrecía un paraguas para todos. Momentos de felicidad y empeño común de fugacidad indeterminada.
Ella lo vive hoy y, casi sin proponérselo, hasta se ha desembarazado de una querida tutela virtual, la de quien fue su marido: heredó su patrimonio político, lo mejoró y al mismo tiempo construye una avenida propia, una jefatura. Al revés de Perón y Evita, el liderazgo físico se lo quedó la mujer; el espiritual, el hombre. No hay misterios para el fenómeno: ha sumado votos en aluvión –lo que espera repetir o incrementar el 23 de octubre– y jamás en la historia un opositor estuvo tan lejos del primer lugar.
De ahí que abunde y se propague la entrega, el pedido de venia, el sometimiento, quizás, de quienes sólo aspiran a besar su anillo. Ejemplos: el sindicalismo distante, un Hugo Moyano que firmó lo que no pensaba firmar y reclamaba que al menos lo mirara y le hablara, y una multitud de empresarios incapaz de formular un reclamo mínimo (tal el discurso inaudito de José Ignacio de Mendiguren, un hombre sin problemas, claro) que se afana por asistir y fotografiarse con ella, como ocurrió en la fiesta de anteanoche de la UIA en Tecnópolis. Felices los que fueron, mientras los ausentes sin invitación hubieran pagado fortunas por el placer de participar en un espectáculo único, irrepetible. No sólo los momentos son efímeros, también la felicidad.
De hecho, Cristina constituyó el Consejo Económico y Social. Aunque nadie sabe de la conveniencia de este instrumento: todos hacen ahora lo que ella desea sin necesidad de discutir. Como el último aumento salarial, cuando Moyano demandaba 41% y los empresarios consentían el 28% que sugería Carlos Tomada. Sin embargo, una voz ordenó 25% y hasta el propio ministro rebajó su propósito, desnudando que ni él sabía lo que se pensaba en Olivos. Bailaron De Mendiguren y colegas, Moyano se arrojaba a la resistencia. Poco serio: no duró un round, ya que uno de sus afines, el influyente e influido Andrés Rodríguez, tomó la lapicera cual centauro expreso y estampó la cifra enviada por la paloma mensajera. Se le partió el frente al jefe de la CGT (inhibido por una amenaza judicial siempre en ciernes), se resignó él también a la rúbrica y, ante sus pares, luego les dijo que dejaran de empujarlo para hacer tronar el escarmiento cuando ninguno de ellos es capaz de arrojar la primera piedra. Todo se lo endosan a él: “Estoy más solo que Bonavena con el banquito”, habrá reflexionado, sirviéndose de una frase del siglo pasado expresada por un boxeador de peso pesado. Silencio en la sala. Y él, luego frente al espejo, se impuso la espera por un tiempo mejor. Finalmente, como le enseñó su antecesor en Camioneros, Ricardo Pérez, primero hay que conseguir un aumento, cualquiera sea el monto, más tarde saber si la magnitud es correspondiente. Con esa norma como guía, sabe, se preserva en la cúpula. Peronismo básico.
Podía ser patética la cumbre que organizó Oscar Parrilli (quien luego ni siquiera asistió) bajo la advocación de la UIA: toda la beautiful people argentina recurriendo a la prosperidad, al éxito intocado, sin que ninguno en apariencia se mojara con la lluvia externa, sea la devaluación que ejercita Brasil, la recesión mundial o la peligrosa demanda de dólares que empezó a arreciar en las últimas 72 horas y el BCRA no sabe frenar (¿se lo habrán advertido Boudou o Marcó del Pont a la Presidenta?). Ni aludieron al crimen de la niña de ll años con nefastos descubrimientos futuros. Nadie se atrevió tampoco a mencionar la curiosidad de que una mayoría de no industriales ocuparan la mesa principal (Bulgheroni, Eurnekian, Eskenazi), ni que los más amigos del régimen (como los Acosta y los Ferreyra) se perdieran en los fondos del tumulto gastronómico. Festejaron, eso sí, los chistes de la mandataria sobre empresarios y Moyano –casi una preocupación psicológica tanta insistencia graciosa– que hasta celebraba un asimilado como el desa-tinado Hugo Biolcatti, un Fito Páez de la oposición empresaria, que en la ocasión Cristina decidió no proscribir. Parece suficiente lo que dice De Mendiguren en su contra, convertido casi en vocero privado del Gobierno, tareas que ocupó en tiempos de Duhalde Presidente, más rentado y designado que Alfredo Scocimarro.
Se agregan a este cuadro las ensoñaciones victoriosas de Cristiano Ratazzi en materia económica (pensar que un día casi lo expulsan de la UIA por objetar a la Casa Rosada), recién llegado de una liquidación de Sears en Miami, y hoy entusiasmado con un crédito de la Anses al 9% para su empresa. O las afirmaciones públicas, surgidas de un cerebro caliente, que formula Adelmo Gabbi de la Bolsa (el mismo que le sugirió a Cristina recomendar la compra de acciones, las que no paran de caer desde entonces) con relación a la “profundización del modelo”. Para él, el riesgo de cierta izquierdización se ha disipado desde que la Presidenta colocó a Roberto Feletti como diputado en lugar de dejarlo, expectante, como sucesor de Boudou. De ese modo, cree, no hay riesgos revolucionarios, exacciones, intervenciones ni estatizaciones posibles, convirtiendo con esa declaración a Feletti en lo que no es: la única bête noire del proyecto oficial. Muchos de los asistentes juraban pensar lo mismo que Gabbi debido a que en la fiesta estuvieron ausentes los miembros de La Cámpora. Como si no estuvieran, como si no fueran a participar en el próximo gobierno. Como si miraran con un solo ojo.
¿Candidez, inside information o manifiesto colaboracionismo? O, simplemente, la forma en que un grupo humano entiende los procesos según su bolsillo o figuración, del mismo modo que la mandataria debe suponer que la UIA interpreta a los emprendedores de todo el país. O, lo que sería más cuestionable, imagine que este instituto tan politizado al servicio del Gobierno arbitre una industria que produce autos, computadoras y teléfonos (entre otros artículos) 100% argentinos. Se entiende que alguien le habrá advertido que el componente extranjero de lo que sale de las fábricas es mayoritario (el caso de los autos explica parte del deficit con Brasil) y casi absoluto en otros rubros, en los que algunos pícaros importan y pagan más por productos no terminados que terminados, ya que los hacen desarmar en el exterior para luego completarlos en “suelo argentino” y con “trabajo argentino” (de acuerdo, eso sí, con los pasos e instrucciones impuestos por el protocolo de la casa matriz multinacional).
Método conocido, viejo, repetido, que soslaya el pago de impuestos, recibe subvenciones y garantía de mercado, el que se justifica en la comprensible idea de bajar la desocupación.
Algunos de estos próceres de la industria nacional también deambulaban en la cena, con más silencio que De Mendiguren, bromeando con todos. Y se reían. Se reían.
Por Roberto García
03/09/11 – 02:54
Ignacio De Mendiguren.
Nunca Cristina de Kirchner pudo ser más feliz. En materia de poder, claro, ya que otras instancias de la vida no le son tan favorables. Como Menem, cuando venció a Bordón o los tiempos en que un dadivoso Raúl Alfonsín ofrecía un paraguas para todos. Momentos de felicidad y empeño común de fugacidad indeterminada.
Ella lo vive hoy y, casi sin proponérselo, hasta se ha desembarazado de una querida tutela virtual, la de quien fue su marido: heredó su patrimonio político, lo mejoró y al mismo tiempo construye una avenida propia, una jefatura. Al revés de Perón y Evita, el liderazgo físico se lo quedó la mujer; el espiritual, el hombre. No hay misterios para el fenómeno: ha sumado votos en aluvión –lo que espera repetir o incrementar el 23 de octubre– y jamás en la historia un opositor estuvo tan lejos del primer lugar.
De ahí que abunde y se propague la entrega, el pedido de venia, el sometimiento, quizás, de quienes sólo aspiran a besar su anillo. Ejemplos: el sindicalismo distante, un Hugo Moyano que firmó lo que no pensaba firmar y reclamaba que al menos lo mirara y le hablara, y una multitud de empresarios incapaz de formular un reclamo mínimo (tal el discurso inaudito de José Ignacio de Mendiguren, un hombre sin problemas, claro) que se afana por asistir y fotografiarse con ella, como ocurrió en la fiesta de anteanoche de la UIA en Tecnópolis. Felices los que fueron, mientras los ausentes sin invitación hubieran pagado fortunas por el placer de participar en un espectáculo único, irrepetible. No sólo los momentos son efímeros, también la felicidad.
De hecho, Cristina constituyó el Consejo Económico y Social. Aunque nadie sabe de la conveniencia de este instrumento: todos hacen ahora lo que ella desea sin necesidad de discutir. Como el último aumento salarial, cuando Moyano demandaba 41% y los empresarios consentían el 28% que sugería Carlos Tomada. Sin embargo, una voz ordenó 25% y hasta el propio ministro rebajó su propósito, desnudando que ni él sabía lo que se pensaba en Olivos. Bailaron De Mendiguren y colegas, Moyano se arrojaba a la resistencia. Poco serio: no duró un round, ya que uno de sus afines, el influyente e influido Andrés Rodríguez, tomó la lapicera cual centauro expreso y estampó la cifra enviada por la paloma mensajera. Se le partió el frente al jefe de la CGT (inhibido por una amenaza judicial siempre en ciernes), se resignó él también a la rúbrica y, ante sus pares, luego les dijo que dejaran de empujarlo para hacer tronar el escarmiento cuando ninguno de ellos es capaz de arrojar la primera piedra. Todo se lo endosan a él: “Estoy más solo que Bonavena con el banquito”, habrá reflexionado, sirviéndose de una frase del siglo pasado expresada por un boxeador de peso pesado. Silencio en la sala. Y él, luego frente al espejo, se impuso la espera por un tiempo mejor. Finalmente, como le enseñó su antecesor en Camioneros, Ricardo Pérez, primero hay que conseguir un aumento, cualquiera sea el monto, más tarde saber si la magnitud es correspondiente. Con esa norma como guía, sabe, se preserva en la cúpula. Peronismo básico.
Podía ser patética la cumbre que organizó Oscar Parrilli (quien luego ni siquiera asistió) bajo la advocación de la UIA: toda la beautiful people argentina recurriendo a la prosperidad, al éxito intocado, sin que ninguno en apariencia se mojara con la lluvia externa, sea la devaluación que ejercita Brasil, la recesión mundial o la peligrosa demanda de dólares que empezó a arreciar en las últimas 72 horas y el BCRA no sabe frenar (¿se lo habrán advertido Boudou o Marcó del Pont a la Presidenta?). Ni aludieron al crimen de la niña de ll años con nefastos descubrimientos futuros. Nadie se atrevió tampoco a mencionar la curiosidad de que una mayoría de no industriales ocuparan la mesa principal (Bulgheroni, Eurnekian, Eskenazi), ni que los más amigos del régimen (como los Acosta y los Ferreyra) se perdieran en los fondos del tumulto gastronómico. Festejaron, eso sí, los chistes de la mandataria sobre empresarios y Moyano –casi una preocupación psicológica tanta insistencia graciosa– que hasta celebraba un asimilado como el desa-tinado Hugo Biolcatti, un Fito Páez de la oposición empresaria, que en la ocasión Cristina decidió no proscribir. Parece suficiente lo que dice De Mendiguren en su contra, convertido casi en vocero privado del Gobierno, tareas que ocupó en tiempos de Duhalde Presidente, más rentado y designado que Alfredo Scocimarro.
Se agregan a este cuadro las ensoñaciones victoriosas de Cristiano Ratazzi en materia económica (pensar que un día casi lo expulsan de la UIA por objetar a la Casa Rosada), recién llegado de una liquidación de Sears en Miami, y hoy entusiasmado con un crédito de la Anses al 9% para su empresa. O las afirmaciones públicas, surgidas de un cerebro caliente, que formula Adelmo Gabbi de la Bolsa (el mismo que le sugirió a Cristina recomendar la compra de acciones, las que no paran de caer desde entonces) con relación a la “profundización del modelo”. Para él, el riesgo de cierta izquierdización se ha disipado desde que la Presidenta colocó a Roberto Feletti como diputado en lugar de dejarlo, expectante, como sucesor de Boudou. De ese modo, cree, no hay riesgos revolucionarios, exacciones, intervenciones ni estatizaciones posibles, convirtiendo con esa declaración a Feletti en lo que no es: la única bête noire del proyecto oficial. Muchos de los asistentes juraban pensar lo mismo que Gabbi debido a que en la fiesta estuvieron ausentes los miembros de La Cámpora. Como si no estuvieran, como si no fueran a participar en el próximo gobierno. Como si miraran con un solo ojo.
¿Candidez, inside information o manifiesto colaboracionismo? O, simplemente, la forma en que un grupo humano entiende los procesos según su bolsillo o figuración, del mismo modo que la mandataria debe suponer que la UIA interpreta a los emprendedores de todo el país. O, lo que sería más cuestionable, imagine que este instituto tan politizado al servicio del Gobierno arbitre una industria que produce autos, computadoras y teléfonos (entre otros artículos) 100% argentinos. Se entiende que alguien le habrá advertido que el componente extranjero de lo que sale de las fábricas es mayoritario (el caso de los autos explica parte del deficit con Brasil) y casi absoluto en otros rubros, en los que algunos pícaros importan y pagan más por productos no terminados que terminados, ya que los hacen desarmar en el exterior para luego completarlos en “suelo argentino” y con “trabajo argentino” (de acuerdo, eso sí, con los pasos e instrucciones impuestos por el protocolo de la casa matriz multinacional).
Método conocido, viejo, repetido, que soslaya el pago de impuestos, recibe subvenciones y garantía de mercado, el que se justifica en la comprensible idea de bajar la desocupación.
Algunos de estos próceres de la industria nacional también deambulaban en la cena, con más silencio que De Mendiguren, bromeando con todos. Y se reían. Se reían.