La gente se refugia en Cristina… y en el dólar

Las compras de dólares se han incrementado tanto en estas semanas, que cuando termine el año habrán llegado a los 24.000 millones. Es el equivalente a un tercio de los ingresos por exportaciones y a más del doble de los vencimientos de la deuda en este año. Ese movimiento está expresando una rara incertidumbre. No es pre sino poselectoral.
El kirchnerismo jacobino tal vez se entusiasme fantaseando con que esta fuga hacia la moneda del imperio es una consecuencia inevitable del espaldarazo democrático que acaba de recibir la Presidenta. Los especuladores estarían manifestando su malestar por la consolidación del proyecto nacional y popular.
Es una falsa simetría. En el 60% de los casos las compras no superan los 10.000 dólares. Cabe imaginar, entonces, a ciudadanos que votaron a Cristina Kirchner y después salieron a deshacerse de sus pesos para cubrirse del riesgo que representa para ellos el gobierno que han votado.
La Argentina se ha vuelto extravagante. El electorado respalda, el mercado desconfía, y entre ambos universos hay zonas superpuestas. El Indice de Confianza en el Gobierno que elabora la Universidad Torcuato Di Tella revela que el 52% está conforme con la administración, no sólo porque la considera capaz, sino también honesta. Al mismo tiempo, la compra de dólares llegó en agosto a 2500 millones. La semana pasada fue de un promedio diario de 70 millones.
El Gobierno colabora con la fuga. Mientras Amado Boudou toca la guitarra, Guillermo Moreno fija restricciones al comercio exterior que dejan bien en claro la desesperación oficial por la falta de dólares. Moreno dispuso que todo aquel que importe, es decir, que gire divisas al exterior, deberá exportar por un monto equivalente. Sólo falta que quienes pretendan veranear en Punta del Este deban convencer a un número similar de uruguayos de pasar sus vacaciones en Cariló.
Además, el acceso a las divisas se está plagando de dificultades. Para evitar controles fastidiosos, los grandes operadores comenzaron a contratar «coleros», es decir, compradores hormiga. El Gobierno los detectó y endureció las restricciones: ahora para adquirir 10.000 dólares hay que tener una cuenta en el banco donde se realiza la operación y, además, demostrar el origen de los pesos. Una pasión desconocida contra el lavado de dinero. Las restricciones impulsan más la huida del peso. El mercado paralelo, el del llamado «dólar blue», cotiza a $ 4,40 pesos (19 centavos más que el oficial). Curioso: ese dólar clandestino, al que recurren los que huyen de la AFIP, aparece en las pantallas de Reuters.
Este movimiento enfrenta a Cristina Kirchner con varios dilemas que afectan el centro de su concepción de la economía. Al día siguiente de las elecciones deberá dar una señal de que los comprende. Tendrá que decidir, por ejemplo, si el Banco Central -que le obedece por completo- induce a una suba en las tasas de interés para que el ahorro en pesos se vuelva más atractivo que la compra de dólares. Esa operación supone reducir el nivel de actividad o, para utilizar una fórmula maldita, enfriar la economía.
La política de baja tasa de interés (12,5%) y alta inflación (21%) está al servicio del principal objetivo del Gobierno: alentar el consumo. O, si se prefiere, desalentar el ahorro. Al poder adquisitivo del salario le ha quedado una única defensa: comprar autos o plasmas. Sólo los ricos han podido comprar inmuebles, cuyos precios acompañaron a la inflación.
La alternativa a una suba de tasas sería una depreciación más pronunciada del peso. Es lo que el ex ministro Ignacio de Mendiguren espera de su antigua asesora Mercedes Marcó del Pont, sobre todo desde que el Banco Central brasileño comenzó a frenar la revaluación del real. En manos inexpertas, esa estrategia podría acelerar la compra de dólares, lo que retiraría pesos del mercado y también desaceleraría la economía.
De un modo u otro, una viga del éxito electoral, la fiebre del consumo, iría perdiendo su firmeza.
La receta presidencial para eludir la encrucijada es, por ahora, el siempre pendiente acuerdo de empresarios y sindicalistas para incrementar un poco las tarifas, contener un poco las paritarias y depreciar un poco la moneda. Siempre un poco.
La percepción de estos problemas está modificando el discurso oficial. El Día de la Industria la Presidenta pronunció esta frase: «Vamos, juntos, a revisar lo que tengamos que revisar para poder seguir adelante, y si es que se han producido distorsiones, hacer también las correcciones necesarias». Toda una novedad.
Ahora bien, ¿cuenta Cristina Kirchner con un equipo técnico para realizar esa operación? El interrogante se vuelve crucial en estos días para el caso del Banco Central. Economistas y operadores financieros coinciden en que Marcó del Pont carece de una estrategia frente a la incertidumbre del mercado. Sólo se ven reacciones episódicas, a cargo de funcionarios de línea como Juan Basco, el subgerente de Operaciones.
No debe sorprender: la conducción monetaria ha ido perdiendo calidad profesional. Basta analizar los antecedentes de los directores a los que se les ha vencido el mandato. Para empezar, Marcó del Pont, que ocupa el cargo sin acuerdo del Senado, no tiene una trayectoria financiera. Cuando la designaron presidenta del Banco Nación, el Central dispuso una excepción porque no contaba con los antecedentes técnicos exigidos para el cargo.
Marcó del Pont está expuesta también a una delicada contrariedad judicial. Es la causa que el abogado Ricardo Monner Sans impulsa en el juzgado federal de Marcelo Martínez de Giorgi por la Comunicación «A» 5184, dirigida a las agencias de cambio el 17 de febrero de este año. La investigación, a cargo del fiscal Carlos Stornelli, pretende desentrañar si esa medida, dictada con efecto retroactivo está destinada a corregir irregularidades cambiarias cometidas por el Banco Nación -a través de su filial Nación Fideicomisos- para financiar, en combinación con el Banco Nacional de Desenvolvimento Economico e Social (Bndes) de Brasil, obras de ampliación de la red de gas llevadas a cabo por empresas de ese país. De ser así, Marcó del Pont se estaría tratando de exculpar a sí misma, ya que estaba al frente del Nación cuando se cometió el presunto delito.
El otro director con mandato vencido es Waldo Farías. Contador oriundo de Comodoro Rivadavia, ex presidente de Lotería y caracterizado vecino del country Abril, ha estado ausente durante los últimos años -según fuentes del Central- para atender la agencia Puerto Madero de la empresa Localiza, que está a nombre de su mujer y de su hermano.
El superintendente de Entidades Financieras, Santiago Carnero, también espera la renovación. Contador y patagónico, igual que Farías, Carnero proviene de Caleta Olivia y cuenta con padrinos poderosos. Uno es el senador santacruceño Nicolás Fernández. Otro es Osvaldo Sanfelice, junto con Rudi Ulloa el amigo más cercano de los Kirchner. Sanfelice es el propietario de la inmobiliaria con la que opera Máximo Kirchner, el hijo de la Presidenta. Conocido como «Bochi», es acaso quien más domina los detalles patrimoniales de la familia presidencial. Carnero es su contador. El cuarto director a la espera de ratificación es Miguel Pesce, un sobreviviente del radicalismo K que prestó servicios invalorables a la Casa Rosada durante la defenestración de Martín Redrado.
Las flaquezas profesionales del Central, igual que las excentricidades de Moreno, son derivaciones de una concepción amplia y arraigada del oficialismo: la idea de que la economía carece de autonomía respecto de la política. Los Kirchner han sido desde siempre devotos de ese axioma, que comienza a ser puesto en tela de juicio. Un día antes de las elecciones de 2007, cuando la socialista francesa Ségolène Royal le preguntó por su futuro ministro de Economía, Cristina Kirchner respondió: «Menem tuvo a Cavallo; Duhalde, a Lavagna, a quien nosotros sacamos; nuestro ministro de Economía siempre ha sido Kirchner». La resistencia a transferir a un elenco tecnocrático el poder obtenido en las urnas es una de las razones por las cuales el kirchnerismo se presume progresista.
Kirchner ya no está. Y, de a poco, también se va alejando la política económica que él condujo. Una inclinación central de esa política, la revaluación permanente del peso frente al dólar, está tocando su límite. El «tipo de cambio competitivo» es un fetiche verbal, un objeto del pasado. La inflación lo ha ido devorando. Es ella, en el fondo, la que también está impulsando la fuga de capitales. Aunque Cristina Kirchner todavía no se anime a mencionarla..

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