Sostiene que el relato del kirchnerismo –gram-sciano, desde luego– se limita a la capacidad de daño que tiene una adaptación de la historia escrita por los vencidos. Así, al hablar, la presidenta expone “su última versión del relato setentista” (por todos, Mariano Grondona, 29/08/2010).
Más allá de la responsabilidad de época que debemos honrar todos los que participamos en la política de aquellos años, dicha afirmación, tan estridente y monótona como el toque de diana en una ceremonia fúnebre castrense, está –cuanto menos– amputada.
En el anochecer del martes 25 de mayo de 2010, la compañía teatral Fuerza Bruta alegorizó el recorrido histórico de la Argentina. Una plataforma desplaza al gentío, un corredor se abre paso como un ave tenaz, dos mujeres bailan y batallan sobre un muro derogando la fuerza de gravedad. Las luces color azafrán y azul cobalto irradian energía.
Quien por la tarde hubiese tomado un café en La Giralda, entre azucareras de vidrio y piezas de mármol, habría podido observar el desfile de centenares de argentinos caminando por Corrientes rumbo a la 9 de Julio sin más estandarte o pancarta que el implícito y gozoso de la contigüidad. No había otra consigna que estar juntos, marchar a compartir un espectáculo cuyo tema era la Patria.
Curioso, para los que piensan que las aglomeraciones sólo son interesantes para la política partidaria. Distinto, en comparación con los festejos del Primer Centenario, cuando los jóvenes acomodados de Barrio Norte incendiaron la carpa montada en Córdoba y Florida donde iba a actuar el payaso Frank Brown –vecino de Buenos Aires desde 1884–, indignados por la insolencia de realizar 25 espectáculos gratuitos a los que seguramente asistiría la chusma. Los diarios festejaron la quema como un caso de “justicia popular”.
La incorporación del Segundo Centenario al relato kirchnerista fue acompañada masivamente sin que pudieran advertirse colectivos alquilados ni individuos con inconfundible traza de puntero de suburbio. Desinteresados por un momento de los detalles tediosos, Néstor y Cristina prefirieron ver la política con trazos inusuales por lo audaces y dramáticos. Lo hicieron en olor de multitudes.
El 14 de julio de 2011 la presidenta dejó inaugurada la muestra científico-tecnológica Tecnópolis, que cierra los festejos del Bicentenario. Si el abordaje de las jornadas de mayo de 2010 consistió en una mirada de vanguardia sobre nuestro pasado, Tecnópolis –sin abandonar la estética evolutiva– hace hincapié sobre un futuro en el que la transición hacia un modelo productivo que se basa en la incorporación de valor agregado a través del conocimiento, de la ciencia y de la tecnología es el objetivo. Dos millones y medio de personas se trasladaron hasta Villa Martelli. Afortunadamente, si existen todavía sujetos que se ofenden por los espectáculos gratuitos y masivos, no hicieron acto de presencia ni siquiera con un fósforo en ristre.
Es tarea de un estadista generar las condiciones para que su pueblo pueda sentirse orgulloso del país en el que vive, esto es, pueda amarlo con argumentos consistentes. Cohesionar a un país es el prólogo necesario para que colectivamente pueda llevarse adelante una noción de destino. Se trata de dejar atrás aquella sentencia que decía que un argentino es capaz de lograr todo en el mundo, menos el aplauso de otro argentino.
La tarea, que tiene consecuencias que trascienden las fronteras y que inciden en la política exterior, es titánica, cuando se transitaron décadas durante las que florecieron expresiones tales como “la única salida que tiene la Argentina es Ezeiza” o “el último, que apague la luz”.
Años a lo largo de los cuales mirábamos nuestra vestimenta en Londres, nuestras fachadas en París y nuestro paraguas protector en los Estados Unidos. Nada expresa mejor esta infección que las palabras siguientes: “En el primer centenario la Argentina ocupaba el octavo lugar entre los países del mundo. Cien años después estamos disputando el puesto 57” (por todos, Hugo Biolcati, 31/07/2010).
Cultura del trabajo, responsabilidad con la soberanía alimentaria, la inclusión educativa, la seguridad sanitaria el desarrollo industrial: circunscribir el relato kirchnerista a la antropología trabajosa de unos años crueles es síntoma de holgazanería.
La creación de un clima de época en el que prevalezca la totalidad de los aspectos mencionados –y muchos otros que no lo han sido– no es el resultado de una tirada de dados o del hallazgo fortuito de una cifra maga en las páginas amarillentas de algún libro de conjuros. Es el producto de la voluntad, de la lectura feliz del contexto histórico y del propósito de sumar a las grandes mayorías nacionales. Tal vez esta mirada le eche una modesta mano al pensamiento opositor para comprender lo que sucederá el domingo 23 de octubre de 2011. No en Londres, París o Washington sino aquí, en nuestro país entrañable, la República Argentina. <
Más allá de la responsabilidad de época que debemos honrar todos los que participamos en la política de aquellos años, dicha afirmación, tan estridente y monótona como el toque de diana en una ceremonia fúnebre castrense, está –cuanto menos– amputada.
En el anochecer del martes 25 de mayo de 2010, la compañía teatral Fuerza Bruta alegorizó el recorrido histórico de la Argentina. Una plataforma desplaza al gentío, un corredor se abre paso como un ave tenaz, dos mujeres bailan y batallan sobre un muro derogando la fuerza de gravedad. Las luces color azafrán y azul cobalto irradian energía.
Quien por la tarde hubiese tomado un café en La Giralda, entre azucareras de vidrio y piezas de mármol, habría podido observar el desfile de centenares de argentinos caminando por Corrientes rumbo a la 9 de Julio sin más estandarte o pancarta que el implícito y gozoso de la contigüidad. No había otra consigna que estar juntos, marchar a compartir un espectáculo cuyo tema era la Patria.
Curioso, para los que piensan que las aglomeraciones sólo son interesantes para la política partidaria. Distinto, en comparación con los festejos del Primer Centenario, cuando los jóvenes acomodados de Barrio Norte incendiaron la carpa montada en Córdoba y Florida donde iba a actuar el payaso Frank Brown –vecino de Buenos Aires desde 1884–, indignados por la insolencia de realizar 25 espectáculos gratuitos a los que seguramente asistiría la chusma. Los diarios festejaron la quema como un caso de “justicia popular”.
La incorporación del Segundo Centenario al relato kirchnerista fue acompañada masivamente sin que pudieran advertirse colectivos alquilados ni individuos con inconfundible traza de puntero de suburbio. Desinteresados por un momento de los detalles tediosos, Néstor y Cristina prefirieron ver la política con trazos inusuales por lo audaces y dramáticos. Lo hicieron en olor de multitudes.
El 14 de julio de 2011 la presidenta dejó inaugurada la muestra científico-tecnológica Tecnópolis, que cierra los festejos del Bicentenario. Si el abordaje de las jornadas de mayo de 2010 consistió en una mirada de vanguardia sobre nuestro pasado, Tecnópolis –sin abandonar la estética evolutiva– hace hincapié sobre un futuro en el que la transición hacia un modelo productivo que se basa en la incorporación de valor agregado a través del conocimiento, de la ciencia y de la tecnología es el objetivo. Dos millones y medio de personas se trasladaron hasta Villa Martelli. Afortunadamente, si existen todavía sujetos que se ofenden por los espectáculos gratuitos y masivos, no hicieron acto de presencia ni siquiera con un fósforo en ristre.
Es tarea de un estadista generar las condiciones para que su pueblo pueda sentirse orgulloso del país en el que vive, esto es, pueda amarlo con argumentos consistentes. Cohesionar a un país es el prólogo necesario para que colectivamente pueda llevarse adelante una noción de destino. Se trata de dejar atrás aquella sentencia que decía que un argentino es capaz de lograr todo en el mundo, menos el aplauso de otro argentino.
La tarea, que tiene consecuencias que trascienden las fronteras y que inciden en la política exterior, es titánica, cuando se transitaron décadas durante las que florecieron expresiones tales como “la única salida que tiene la Argentina es Ezeiza” o “el último, que apague la luz”.
Años a lo largo de los cuales mirábamos nuestra vestimenta en Londres, nuestras fachadas en París y nuestro paraguas protector en los Estados Unidos. Nada expresa mejor esta infección que las palabras siguientes: “En el primer centenario la Argentina ocupaba el octavo lugar entre los países del mundo. Cien años después estamos disputando el puesto 57” (por todos, Hugo Biolcati, 31/07/2010).
Cultura del trabajo, responsabilidad con la soberanía alimentaria, la inclusión educativa, la seguridad sanitaria el desarrollo industrial: circunscribir el relato kirchnerista a la antropología trabajosa de unos años crueles es síntoma de holgazanería.
La creación de un clima de época en el que prevalezca la totalidad de los aspectos mencionados –y muchos otros que no lo han sido– no es el resultado de una tirada de dados o del hallazgo fortuito de una cifra maga en las páginas amarillentas de algún libro de conjuros. Es el producto de la voluntad, de la lectura feliz del contexto histórico y del propósito de sumar a las grandes mayorías nacionales. Tal vez esta mirada le eche una modesta mano al pensamiento opositor para comprender lo que sucederá el domingo 23 de octubre de 2011. No en Londres, París o Washington sino aquí, en nuestro país entrañable, la República Argentina. <