Capitanich expresa al kirchnerismo al interior del PJ, y ya es portador de lo que se conoce como “perfil presidenciable”. Una de las discusiones que se vienen, de cara a los futuros cuatro años, es la sucesión de CFK, constitucionalmente inhabilitada para competir en 2015. Capitanich se anotará en esa, a mi criterio, junto a Scioli, Urribarri (por parte del kirchnerismo), Urtubey y De La Sota (estos últimos dos, desde el no kirchnerismo).
La victoria de Mestre en Córdoba capital, por su parte, habla a las claras –una vez más- de la pésima estrategia encarada por la UCR para las presidenciales, por cuanto el partido de Alvear sigue demostrando capacidad en términos de despliegue territorial, estructuras que carecieron de expresión en lo que fue la fórmula a nivel nacional: El Hijo de Alfonsín-González Fraga, representantes de nadie al interior del partido, salvo de Gerardo Morales y otros adalides de la telepolítica en tiempos de la recuperación de las lógicas de construcción territorial (ninguna de las cuales, insisto, se identifica con la ¿conducción? de El Hijo de Alfonsín) como dato clave a la hora de las discusiones por candidaturas.
La ausencia de correlato entre lo que son las estructuras de poder -que, insisto, las hay, y bastante fuertes- de la UCR en las distintas geografías del país en las candidaturas y cargos a nivel nacional, desmotivó que dichas estructuras se pongan en funcionamiento frente a una opción de poder abrumador como la de Cristina –por intención de voto, por éxito de gestión y porque su despliegue territorial es aún mayor al de la UCR, y con menor disenso interno (aquí si hay casi pleno consenso con la conducción de CFK o triunfo de ella en las pujas internas)-.
Todos prefirieron conservar su espacio ante una empresa que demandaba un esfuerzo tremendo para la poca recompensa que iba a deparar. Tan simple como eso. En Córdoba, así las cosas, se evidenció la ausencia de posibilidad de El Hijo de Alfonsín de mostrarse -en campaña y después de ella- como conducción (“¡Corta, corta, corta!”), en tanto que Cristina es elemento de identificación, o al menos una expresión ante la cual hay que mostrar respeto en la interna partidaria del PJ.
Tan demostrativo de por qué las opciones que más se entusiasman por lo que Carlos Pagni denominó como la conducción del teórico institucionalista Sergio Schoklender, son aquellas que, aparte de haber sido las más castigadas electoralmente –como le oigo decir a Lucas Carrasco, mientras escribo esto, en 6, 7, 8-, menor importancia le han dado a la construcción estructural. Y que se expresó, también, en lo que fue el pésimo desempeño del Congreso nacional, por cuanto al mismo arribaron expresiones absolutamente desconectadas de las responsabilidades de gobierno que es donde las estructuras adquieren significación. Eso por un lado.
Y que certifica, por el otro, que la continuidad refleja conformidad con el rumbo de conducción actual, que, diferencias ideológicas y partidarias al margen, se muestra, de modo trasversal, con mayores coincidencias en lo que hace a formas de gestionar el Estado de lo que se cree, quedando, entonces, establecidas ciertas bases culturales de kirchnerismo en la sociedad, y que ello sólo es posible a través de la “captura” de los gobiernos en sus distintos órdenes, como herramientas a partir de las cuales conducirlos y cimentarlos –a los cambios culturales-.
De su lado, el kirchnerismo sigue siendo la única expresión auténticamente nacional, que engarza coordinación de desarrollos en todos sus órdenes, realidad frente a la cual la figura de Cristina siempre demuestra capacidad competitiva (al tiempo que va sembrando desarrollo de su línea interna a lo largo y a lo ancho del territorio) y compacta en torno a ella y su conducción -no hegemónica, sí dominante-: en Córdoba capital ha derrotado nuevamente al Cordobesismo, dato menor frente a lo que es más importante que es la racionalización de la competencia política partidaria interna.
Y volviendo al inicio, a Capitanich y a lo que será la disputa por el futuro del kirchnerismo como identidad social, cultural y política, el desarrollo de la misma, en gran medida, se cifrará en cuanto a la capacidad de los hombres que expresan poder institucional como elemento conductor del empoderamiento de los sectores populares, lo que será el mejor reflejo, como dice Horacio Verbitsky en su última columna en Página 12, de la posibilidad de disputar cambios reales a favor de esos sectores –que conforman el núcleo duro de la representatividad kirchnerista- frente a la voluntad conservadora de las corporaciones del poder fáctico, hegemónicas entre 1975 y 2003, actuando, como suele decir Alejandro Horowicz, el programa de gobierno del bloque de clases dominante.
Y entonces, verdaderas república, democracia e institucionalidad, conceptos bastante alejados de las acepciones que persistentemente venimos oyendo desde 2008.