«¡Pero qué mural tan impresionante! -exclama el escritor español señalándome a la Evita de hierro de 31 metros y 15 toneladas-. ¿ Y ese edificio es la sede del partido peronista ?» Le digo que no, que se trata del Ministerio de Desarrollo Social. «¿Un ministerio? -me pregunta con el ceño arrugado-. ¿Un ícono partidario en un domicilio del Estado?» Le explico que Eva Perón es una figura bastante unánime, y que Cristina Kirchner tomó la idea de la Plaza de la Revolución, en La Habana, donde le elevaron al Che un mural gigantesco. «Pero esto no es una revolución, ¿no? -insiste el colega-. Esto es una democracia: un ministerio no pertenece a un partido y al peronismo le sucederá otra fuerza que tal vez no quiera mantener esa imagen.» Lo interrumpo: «No, aquí el peronismo se prepara para sucederse a sí mismo, aquí murió el bipartidismo y nadie prevé seriamente una alternancia. Además el Frente para la Victoria no se siente parte del sistema de partidos, se concibe a sí mismo como un movimiento nacional y popular. Patria pura. Y aunque no lo digan en voz alta, para ellos no existe la mínima posibilidad de que un movimiento tan épico le entregue el mando a un miembro de la servil partidocracia liberal, que es la antipatria».
El escritor tiene la boca abierta. Tal vez estoy yendo demasiado lejos, pero no puedo detenerme porque siento en los huesos que el kirchnerismo vino para quedarse y porque veo que no se comporta en el Estado como un huésped provisorio; se maneja como si fuera su propietario y como si se dispusiera a quedarse mucho tiempo, digamos seis décadas. El ciclo kirchnerista -profetizó el jefe de Gabinete- durará sesenta años. Y esta semana el gurú del Gobierno, Ernesto Laclau, confirmó los propósitos: sugirió que luego de los comicios debería explorarse la posibilidad de que la Presidenta volviera a ser re-reelegida modificando la Constitución nacional. Porque «una democracia real en América latina -puntualizó- se basa en la reelección indefinida». El escritor español se revuelve en su asiento, vamos en la parte de atrás de un taxi que nos lleva por la 9 de Julio. «¿Democracia real?», pregunta. «Sí, como aquellas viejas categorías marxistas -le recuerdo-. Está la democracia formal, que es la burguesa, donde los poderes del Estado permanecen separados, los organismos de control están en manos de independientes, y el Congreso tiene un protagonismo decisivo. Y luego están las democracias reales, que son las que dirige el pueblo a través de un redentor». El escritor leyó esta semana en Babelia un ensayo del mexicano Enrique Krauze, donde desmenuza las tensiones entre democracias pluralistas y providenciales salvadores de la patria: «El culto al caudillo y el mito revolucionario han dominado la historia de América latina», asevera el autor.
Enrique Krauze, naturalmente, es tachado de «intelectual conservador», y los argentinos prefieren al vindicador del populismo. Laclau, con flamante conchabo en el Canal Encuentro, propugna la eternización del cristinismo, pero un poco temeroso advierte también que a la Presidenta «no le gusta que se mencione el tema». El escritor español pega un salto: «¡Entonces Cristina no está de acuerdo con la reelección perpetua!». Me rasco la nuca: «No sé, a veces me parece que Cristina es mucho más democrática y moderna que su marido y que todos sus seguidores. Tené en cuenta que mientras su marido se metía en el lodo de la política, ella jugaba a fondo el rol legislativo. Ha madurado en esa realidad de las leyes y cree mucho más en el Congreso de lo que creía Néstor. Es un producto del Parlamento, mientras Laclau lo desprecia. Ella no quiere ser Chávez, quiere ser Bachelet o Dilma. Y lo bien que hace».
Recorremos varias cuadras en silencio, el taxista prende la radio y la pone bajito. «Lo encuentro bastante contradictorio -me dice mi compañero-. Cristina es moderna y a la vez arcaica. Presenta como nuevo algo que es muy viejo. Ustedes tienen naturalizado el culto del personalismo y ya no les escandaliza nada. ¡Volvieron a la década del 50!». Sonrío: «Te respondo como lo harían ellos. A la gloriosa década del 50, gallego. Tenés una visión eurocéntrica, te cuesta comprender que Europa se hunde y la Argentina renace. Te cuesta aceptar que ustedes, los socialistas, traicionaron el socialismo y se hicieron neoliberales, y que por eso fracasan. Y que nuestro modelo es hoy la vanguardia del mundo».
Mi amigo abre los brazos y se encoge de hombros. Se ha vuelto a quedar sin habla. «Este es un momento donde todos tenemos que pensarla a ella -sigo yo, con la vista perdida-. No a Cristina como parte de una sociedad con Néstor, ni como su heredera. Sino a Cristina refundada, a ella como estadista nueva y solitaria. Va a ganar por muchos votos, y se lo merece: ha sido muy exitosa en algunas cosas. Pero tengo la impresión de que carga con ese dilema interno» Mi amigo no pregunta, afirma: «Jeckill o Mr. Hyde». «Creó un Frankenstein que todo lo devora y al que le debe mucho -le respondo, siguiendo su analogía-. Tal vez ahora esté presa de ese monstruo.»
El escritor español ladea su cabeza y me mira mejor. «¿Le tienes algo de simpatía o me parece a mí?», me pregunta. «Algo», reconozco con un estremecimiento. «Hoy la mejor manera de ayudarla es señalarle los anacronismos que una parte de ella quiere desechar -digo-. Ojalá entendiera eso.».
El escritor tiene la boca abierta. Tal vez estoy yendo demasiado lejos, pero no puedo detenerme porque siento en los huesos que el kirchnerismo vino para quedarse y porque veo que no se comporta en el Estado como un huésped provisorio; se maneja como si fuera su propietario y como si se dispusiera a quedarse mucho tiempo, digamos seis décadas. El ciclo kirchnerista -profetizó el jefe de Gabinete- durará sesenta años. Y esta semana el gurú del Gobierno, Ernesto Laclau, confirmó los propósitos: sugirió que luego de los comicios debería explorarse la posibilidad de que la Presidenta volviera a ser re-reelegida modificando la Constitución nacional. Porque «una democracia real en América latina -puntualizó- se basa en la reelección indefinida». El escritor español se revuelve en su asiento, vamos en la parte de atrás de un taxi que nos lleva por la 9 de Julio. «¿Democracia real?», pregunta. «Sí, como aquellas viejas categorías marxistas -le recuerdo-. Está la democracia formal, que es la burguesa, donde los poderes del Estado permanecen separados, los organismos de control están en manos de independientes, y el Congreso tiene un protagonismo decisivo. Y luego están las democracias reales, que son las que dirige el pueblo a través de un redentor». El escritor leyó esta semana en Babelia un ensayo del mexicano Enrique Krauze, donde desmenuza las tensiones entre democracias pluralistas y providenciales salvadores de la patria: «El culto al caudillo y el mito revolucionario han dominado la historia de América latina», asevera el autor.
Enrique Krauze, naturalmente, es tachado de «intelectual conservador», y los argentinos prefieren al vindicador del populismo. Laclau, con flamante conchabo en el Canal Encuentro, propugna la eternización del cristinismo, pero un poco temeroso advierte también que a la Presidenta «no le gusta que se mencione el tema». El escritor español pega un salto: «¡Entonces Cristina no está de acuerdo con la reelección perpetua!». Me rasco la nuca: «No sé, a veces me parece que Cristina es mucho más democrática y moderna que su marido y que todos sus seguidores. Tené en cuenta que mientras su marido se metía en el lodo de la política, ella jugaba a fondo el rol legislativo. Ha madurado en esa realidad de las leyes y cree mucho más en el Congreso de lo que creía Néstor. Es un producto del Parlamento, mientras Laclau lo desprecia. Ella no quiere ser Chávez, quiere ser Bachelet o Dilma. Y lo bien que hace».
Recorremos varias cuadras en silencio, el taxista prende la radio y la pone bajito. «Lo encuentro bastante contradictorio -me dice mi compañero-. Cristina es moderna y a la vez arcaica. Presenta como nuevo algo que es muy viejo. Ustedes tienen naturalizado el culto del personalismo y ya no les escandaliza nada. ¡Volvieron a la década del 50!». Sonrío: «Te respondo como lo harían ellos. A la gloriosa década del 50, gallego. Tenés una visión eurocéntrica, te cuesta comprender que Europa se hunde y la Argentina renace. Te cuesta aceptar que ustedes, los socialistas, traicionaron el socialismo y se hicieron neoliberales, y que por eso fracasan. Y que nuestro modelo es hoy la vanguardia del mundo».
Mi amigo abre los brazos y se encoge de hombros. Se ha vuelto a quedar sin habla. «Este es un momento donde todos tenemos que pensarla a ella -sigo yo, con la vista perdida-. No a Cristina como parte de una sociedad con Néstor, ni como su heredera. Sino a Cristina refundada, a ella como estadista nueva y solitaria. Va a ganar por muchos votos, y se lo merece: ha sido muy exitosa en algunas cosas. Pero tengo la impresión de que carga con ese dilema interno» Mi amigo no pregunta, afirma: «Jeckill o Mr. Hyde». «Creó un Frankenstein que todo lo devora y al que le debe mucho -le respondo, siguiendo su analogía-. Tal vez ahora esté presa de ese monstruo.»
El escritor español ladea su cabeza y me mira mejor. «¿Le tienes algo de simpatía o me parece a mí?», me pregunta. «Algo», reconozco con un estremecimiento. «Hoy la mejor manera de ayudarla es señalarle los anacronismos que una parte de ella quiere desechar -digo-. Ojalá entendiera eso.».
Interesante la nota. El periodista conversa con un escritor español y en apariencia ambos critican el «caudillismo latinoamericano» en la persona de Cristina. Pero la nota tiene otros momentos, por ejemplo cuando el español le dice que Argentina está volviendo a los años 50 y Fernandez Diaz le contesta: «Te respondo como lo harían ellos. A la gloriosa década del 50, gallego. Tenés una visión eurocéntrica, te cuesta comprender que Europa se hunde y la Argentina renace. Te cuesta aceptar que ustedes, los socialistas, traicionaron el socialismo y se hicieron neoliberales, y que por eso fracasan. Y que nuestro modelo es hoy la vanguardia del mundo». Luego dice: «Mi amigo abre los brazos y se encoge de hombros. Se ha vuleto a quedar sin habla». Por supuesto hay algo de la ironía de «republicanos espantados», pero es una ironía que también corroe las supuestas verdades de un socialdemócrata español.
Restauración, relato y «fuerza moral» (leyendo desde Clausewitz al kirchnerismo)
http://elviolentooficio.blogspot.com/2011/10/restauracion-relato-y-fuerza-moral.html
FR
tanto en ese articulo como en otro de Morales Sola se pretende marcar a la presi lo que debe hacer y a la vez se manifiesta la esperanza opositora de que «corrija»el rumbo del peronismo y responda mas a los intereses conservadores que lo hecho hasta ahora.En la consulta a Poliarquia se menciona que ella prefiere tener a Binner como el segundo en posibilidades.En el suplemento economico me resulta «neurotico» marcar por un lado lo mal que estan los ferrocarriles e informar que se compraria a China material usado cuando en ese pais aumentaron los accidentes con ese transporte…
La Nacion se encarga de mostrar las dudas sobre el futuro politico y economico del pais.Le da mucha importancia a Redrado,recordandome a su enfrentamiento con Marco del Pont.
En cuanto a la cita de Rosso a cargo de FR,son validas la mayoria de sus criticas al kirchnerismo,y el ultimo parrafo invocado,sobre la carencia de una mistica suficiente como avanzar en cambios radicales,es el gran problema y esta por verse.
hablar de»fuerzas morales» a esta altura es decimononico.
¿Qué raro? El mural de Evita (3l mts. y 15 toneladas) que el juez Guevara, perdón, Gallardo, no lo haya prohibido, especialmente por haber sido siempre muy meticuloso en lo que hace a carteles que puedan distraer a los conductores, actitud que estuvo a punto de costarle el cargo recientemente.- ¡Ese corazoncito!