Eran tiempos de lucha incesante por la recuperación del favor social mayoritario, que se había visto golpeado desde la embestida anti institucional que emprendieron las cámaras patronales de exportación agraria para obturar el debate por el reparto de la renta extraordinaria de la producción primaria sin valor agregado, fractura expuesta brutalmente en las elecciones de 2009.
Alberto Fernández citó una frase de José Martí durante la entrevista: “la causa más justa, impulsada con prepotencia se vuelve injusta”. Decía, Alberto, que dentro de veinte años la historia contaría, del mandato de Cristina, que se trató del gobierno que “como quería la mayoría de los argentinos: reformó la ley de medios/estatizó los fondos de pensión/sacó a la Argentina del default/puso el subsidio universal por hijo que es realmente un elemento revulsivo en términos de políticas sociales/siguió adelante con el impulso al procesamiento judicial de los genocidas”.
Y se preguntaba a sí mismo cómo podía ser que si el que va a leer la historia en el futuro podría llegar a decir que, debido a todo eso, Cristina había sido una presidenta extraordinaria, no podían sentir lo mismo aquellos que lo vivían en el presente. En aquél presente, vale aclarar. Muy lejano, y distinto, por cierto, y por suerte, del actual. Se respondía que la razón del poco consenso social del kirchnerismo encontraba explicación en que las causas, aún justas, habían sido impulsadas de forma tal que sonaron violentas.
De su lado, en cambio, el otro Fernández, Aníbal, siempre fue el quizás más convencido se mostró en público de que de las presidenciales de 2011 el kirchnerismo saldría victorioso. Más simple, si se quiere, el actual jefe de Gabinete -contradiciendo a su antecesor- jamás dejó de sostener que, a su modo de ver, en una presidencial se discute la guardia de “los garbanzos de la gente”. Y que tarde o temprano esa gente terminaría premiando al kirchnerismo porque demostró haber sido el más probo en dicha tarea.
Quedan claros los contrastes entre ambos. Uno auguraba un panorama negro para este año; el otro, no. Y elegían como objetos de estudio para elaborar conclusiones, elementos distintos entre sí. La famosa disyuntiva planteada por Joseph Nye entre “poder duro”, aquel que se vale de la fuerza o la presión económica; y “poder blando”, que descansa en la persuasión cultural o ideológica. Vaya si se ha discutido, desde las PASO hasta estos días, acerca de si al kirchnerismo se lo ha votado o no porque “simplemente hay bolsillos y panzas llenas –cual si fuera, ése, un detalle menor a la hora de ponderar una gestión de gobierno- que hacen que no se vea todo lo malo”.
Claro que entre la visita de Alberto al programa de Lanata pasó algo, un detalle. Doloroso, y que pegó en lo emocional. Pero ni a las más huecas señoras horrorizadas de la derecha les has dado la vergüenza como para centrar toda la explicación del desempeño electoral impresionante del kirchnerismo –que, incluso, augura superar sus mejores marcas históricas y las del período del recupero democrático en su totalidad- en la muerte de Néstor y el auge del consumo. En realidad, no dan en el clavo desde hace más de un año con la busqueda de explicaciones, tal vez porque tanto su categorías y esquemas de análisis, así como sus otrora mejores cerebros, han caducado.
¿A qué viene todo esto? A que me parece que no estaría de más que nosotros mismos tomemos todo esto como disparador a los efectos de buscar la respuesta, el porqué del voto a CFK. Por qué se aceleró lo que AF1 decía que llegaría recién dentro de veinte años y cuánto ha pesado lo que AF2 auguraba que pesaría a la hora de la verdad. A modo de guía para la construcción de la agenda -opción no excluyente, claro- y las estrategias a futuro.
Alguno quizás se pregunte, a modo de crítica, cómo podría ser posible que todavía no se conozcan esas respuestas. Pero no me parece que en política sea recomendable tener –o, mejor dicho, creer tener- la hoja de ruta perfectamente diagramada de antemano, menos ante un mundo como el actual y sociedades como las que emergen al posneoliberalismo, que te someten a complejidades profundas y crecientes, e imponderables todos los días.
Por lo demás, no debe existir mejor combustible en política que andar siempre el camino de la búsqueda de respuestas a interrogantes que nunca cesan de aparecer.
¿y que paso con Lanata?