Modelo para desarmar
Por Alejandro Sehtman El rechazo a Silvio Berlusconi crece en las calles pero todavía no tiene expresión política relevante. El impacto de la crisis económica y el agotamiento de un modelo de gestión.
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Las violentas derivaciones de la edición romana de la marcha global del pasado 15 de octubre, ponen en evidencia la profundidad de falla tectónica sobre la que se apoya la coyuntura política italiana. Mientras en el resto del mundo el movimiento contra el sistema financiero, que tiene como epicentro a los indignados de Madrid y los ocupantes de Wall Street, se manifestó sin enfrentamientos violentos, en Roma, los disturbios causados por grupos minoritarios dejaron a la masiva marcha en un segundo plano. La violencia política callejera remite en Italia a los años de plomo de la década de 1970 y a los episodios de las protestas de Génova contra la cumbre del G-8 de 2001 y, aunque por motivos distintos, provocó el inmediato repudio de todos los actores políticos y sociales.
El día anterior a la marcha, Berlusconi había obtenido un nuevo voto de confianza en el Parlamento, solicitado luego de que le fuera rechazada la rendición anual de cuentas. Pero a pesar de este nuevo escape alla Houdini de la caída de su gobierno, los nubarrones de la crisis siguen oscureciendo el horizonte italiano y cada vez son menos quienes confían en la capacidad de Il Cavaliere para evitar la tormenta. Si bien su posición financiera y económica es más sólida que la de su vecina Grecia, Italia tiene sobrados motivos para apresurarse en la búsqueda de una mayor estabilidad. Sin embargo, la política italiana no parece estar a la altura de la difícil tarea que supone encontrar la cuadratura del triángulo formado por la simultánea necesidad de equilibrar el presupuesto, reducir la deuda pública y retomar el crecimiento.
Mientras que la alianza oficialista ya no puede ocultar las grietas que se abren en su seno cada vez que improvisa alguna iniciativa, la centroizquierda no logra romper la mayoría parlamentaria que sostiene a Il Cavaliere como jefe de gobierno y asiste al fortalecimiento del llamado tercer polo, en el que se agrupan los sectores de centro y centroderecha descontentos con el premier. Ante este desalentador panorama en el plano partidario, diferentes actores sociales han tomado en sus propias manos la oposición a las medidas de ajuste que el gobierno implementa y prevé profundizar. En Roma, Milán y Nápoles, los turistas deben compartir las principales plazas con manifestaciones organizadas por sindicatos, estudiantes y diferentes expresiones de la sociedad civil. Llevar el consenso antiberlusconiano de la calle a las urnas no será una tarea fácil, pero eso no desanima a quienes intentan conjugar la larga tradición italiana de lucha social y sindical con una efervescencia ciudadana que se inspira en los movimientos del norte de África, España y Estados Unidos.
EN RETROCESO
Cada día que pasa son más ruidosos los movimientos dentro de la mayoría parlamentaria del cuarto gobierno de Berlusconi. Desde 2008, esta barroca obra de arte político, que mantiene unido a un variado conjunto de bloques parlamentarios entre los que se encuentra la conflictiva Lega Nord, ha dado sobradas muestras de su capacidad de resistencia y adaptación al cambio. Sin embargo, la rápida erosión del liderazgo de Berlusconi frente al empeoramiento de la situación económica y financiera del país, abrió la puerta a las frondas, incluso hacia el interior del berlusconísimo Popolo della Libertà. Los diputados integrantes de la mayoría oficialista saben que si un voto de desconfianza hiciera caer a Berlusconi, en las elecciones anticipadas la ciudadanía penalizaría a sus candidatos, varios de los cuales quedarían fuera del preciado Montecitorio, el palacio barroco que alberga a la Cámara de Diputados. Es por eso que son cada vez más audibles las voces que desde el mismo oficialismo piden que Berlusconi amplíe su base de sustentación a través de nuevas alianzas o que dé un paso atrás, habilitando así a los diputados elegidos en 2008 a formar un nuevo Consejo de Ministros sin necesidad de llamar a unas previsiblemente perdedoras elecciones. Incluso el presidente de la Región Lombardía, se ha permitido afirmar públicamente que Berlusconi no será nunca más candidato a jefe de gobierno del PDL.
A pesar de los intensos movimientos en sus filas, Berlusconi sabe que tiene en sus manos una llave que puede abrirle la puerta hacia el final de su mandato en 2013: la redacción de un Decreto para el Desarrollo que dispondrá importantes cambios en la recaudación y la asignación de los recursos estatales, incluyendo muy probablemente la autorización para la venta de patrimonio público. Una vez más, la correcta administración de los premios y castigos puede darle a Il Cavaliere la posibilidad de que sus frecuentes visitas a Putin sigan siendo en calidad de Presidente del Consejo de Ministros. Al centro del decreto se encuentra una posible moratoria tributaria que genera fuertes tensiones dentro del gobierno y pone en cuestión la continuidad de Giulio Tremonti, quien como ministro de Economía se opone fuertemente a una medida de ese tipo y en abierto desafío votó la confianza pedida por su jefe. Incluso Emma Marcegaglia, la presidenta de la confederación industrial italiana, se ha manifestado en contra de esta medida proponiendo en su lugar un impuesto a los patrimonios mayores al millón y medio de euros que, aunque contrario a los principios económicos de la organización patronal, en un momento como éste puede ser un modo útil para salir del impasse.
Mientras en sus filas se debate el contenido del Decreto para el Desarrollo, Berlusconi espera los resultados de las negociaciones que lleva adelante el ex ministro de Justicia y actual secretario del PDL, Angelino Alfano, con cualquier parlamentario que esté dispuesto a acompañara al premier hasta el 2013. Se sabe que para Il Cavaliere no se trata tanto de sacar a Italia de la crisis como de mantenerse alejado de los tribunales. Es por eso que, a pesar de las polémicas que despierta, insiste con la aprobación de una norma conocida como ley mordaza con la que se busca limitar el uso judicial y la publicación periodística de escuchas realizadas en el marco de investigaciones penales. Como en tantas otras ocasiones, aun en este momento crítico para el país y para su alianza de gobierno, la osadía política le da a Berlusconi un importante margen para sumar consensos mediante sucesivas negociaciones de su extrema posición inicial. La moratoria tributaria y la propuesta de ley mordaza probablemente puedan servir como prendas de cambio para refrescar la mayoría parlamentaria antes de que empiece el invierno.
SINIESTRA
Mientras la situación económica se agrava y las tensiones en el gobierno se profundizan, Romano Prodi, uno de los principales referentes del centroizquierdista Partito Democratico, que en 1996 y 2006 derrotó a Berlusconi en elecciones generales, dictará tres clases televisadas sobre la actual coyuntura económica mundial. A pesar de su fuerte peso electoral, el PD no da muestras de tener clara su posición respecto cómo debe tener lugar la transición hacia el posberlusconismo. Por un lado, su secretario, Pier Luigi Bersani, avanza en la articulación de un polo político de centroizquierda con el ex fiscal del proceso Mani Pulite, Antonio di Pietro (líder del partido Italia dei Valori) y el carismático gobernador de la Región Puglia, Nichi Vendola (líder de Sinistra, Ecologia e Libertà). Por el otro, dirigentes de fuste como Walter Veltroni (ex intendente de Roma) y el mismo Massimo DAlema (ex jefe de gobierno), apuestan a la creación de una alianza amplia que, incluyendo al tercer polo, alcance la mayoría necesaria para formar un gobierno encargado de cambiar las reglas electorales y llamar nuevamente a elecciones. Si bien el desafío electoral y de gestión que presenta la construcción una Italia posBerlusconi parece demasiado grande para una alianza de centroizquierda, no es menos difícil la constitución de una mayoría que contenga al posfascista Gianfranco Fini, recientemente salido del PdL y al ecologista y comunista Vendola, fuerte militante de la renovación política italiana. La indecisión en la estrategia del PD le resta contundencia a su presencia en el espacio político y genera la exasperación de sus exponentes más jóvenes, quienes, como el intendente de Florencia Matteo Renzi, hacen abiertos llamados a una renovación total del partido.
Más allá de su posicionamiento frente al escenario electoral, lo cierto es que la vocación mayoritaria del PD condiciona fuertemente sus opciones políticas frente a la actual situación de Italia. Con una deuda soberana de casi dos trillones de euros (equivalente al 120 por ciento de su PBI), y a pesar de que sus déficits fiscal y de cuenta corriente son pequeños en relación a los de la colapsada Grecia, Italia necesita de reformas que conjuguen equilibrio fiscal con crecimiento económico. Con la soberanía monetaria delegada en la Unión Europea, las opciones se limitan a las distintas combinaciones entre recortes en el gasto público y aumentos de impuestos. Para el PD sería muy difícil decir algo de izquierda sin que lo escuchen quienes tienen el poder de decisión sobre la inversión privada necesaria para que la economía vuelva a crecer. Consciente de esta encrucijada y de la imposibilidad de construir un bloque de poder capaz de imponer un esquema tributario progresista, el PD sueña con que la Unión Europea emita bonos respaldados por las reservas de oro de los países miembros. Una vez en el gobierno, estiman, este financiamiento les permitiría lanzar un plan de obras públicas capaz de reactivar una economía que enfrenta simultáneamente las bajas en el consumo y la escasa competitividad que le da el alto valor del euro.
EN MOVIMIENTO
La prolongación de la crisis económica mundial y el continuo recorte del gasto público han puesto a amplias franjas de la clase trabajadora italiana en una situación crítica que evoluciona a un ritmo distinto del de la política parlamentaria. Mientras las elecciones pueden demorarse hasta 2013, ya hace dos años que el Estado disminuye los fondos destinados a los servicios públicos y la protección social. Con la central sindical de raíces comunistas CGIL a la cabeza, el sábado 8 de octubre los trabajadores de la función pública y de la educación hicieron oír sus reclamos llenando la imponente Piazza del Popolo de Roma. Manifestantes de todo el país defendieron el rol del Estado en la sociedad, exigieron que no sean los trabajadores quienes paguen la crisis que afecta al país y saludaron que las centrales de inspiración socialista y social-cristiana estén retomando la senda del conflicto contra el gobierno. El mismo día la asociación Libertad y Justicia, iniciativa ciudadana de la que participan intelectuales de la talla de Giovanni Sartori y Umberto Eco, realizó en Milán una manifestación en la que se apeló a los partidos políticos para que retomen la iniciativa para la construcción de una Italia distinta. El día anterior, los estudiantes de todo el país habían protestado en noventa ciudades contra los recortes a la educación pública.
En la malograda manifestación del sábado pasado, los protagonistas debían ser los movimientos sociales y esa gran franja de la ciudadanía no organizada pero consciente de la necesidad de hacer oír su voz ante un sistema político que parece incapaz de superar la astucia de un empresario del poder. Con la mirada puesta en la crisis económica global, esta protesta se proponía renovar la masiva oposición que, hace ya una década, despertó la cumbre del G-8 en Génova. En ese lejano 2001, el neoliberalismo comenzaba a derrumbarse en distintos puntos del sur global y bajo sus escombros surgían proyectos políticos transformadores. La vieja Europa, en cambio pudo seguir ensayando por una década sus combinaciones de política posibilista y economía de libre mercado. Durante estos últimos diez años, Italia se mantuvo lejos de la audacia y la inteligencia política que le había permitido dejar rápidamente atrás las tragedias de la guerra y construir un país pujante e inclusivo. Hoy debe contestar a la pregunta de quién afrontará los costos de una crisis que no es sólo de la economía y las finanzas sino también, y por sobre todo, de la constitución social y política de una Italia de hace tan sólo un siglo y medio. Más allá de las vidrieras rotas y los autos quemados y de los titubeos de la dirigencia partidaria, los trabajadores formales y precarios, los estudiantes, los inmigrantes y los jubilados, parecen decididos a hacer lo necesario para no pagar con su pellejo.
Por Alejandro Sehtman El rechazo a Silvio Berlusconi crece en las calles pero todavía no tiene expresión política relevante. El impacto de la crisis económica y el agotamiento de un modelo de gestión.
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Las violentas derivaciones de la edición romana de la marcha global del pasado 15 de octubre, ponen en evidencia la profundidad de falla tectónica sobre la que se apoya la coyuntura política italiana. Mientras en el resto del mundo el movimiento contra el sistema financiero, que tiene como epicentro a los indignados de Madrid y los ocupantes de Wall Street, se manifestó sin enfrentamientos violentos, en Roma, los disturbios causados por grupos minoritarios dejaron a la masiva marcha en un segundo plano. La violencia política callejera remite en Italia a los años de plomo de la década de 1970 y a los episodios de las protestas de Génova contra la cumbre del G-8 de 2001 y, aunque por motivos distintos, provocó el inmediato repudio de todos los actores políticos y sociales.
El día anterior a la marcha, Berlusconi había obtenido un nuevo voto de confianza en el Parlamento, solicitado luego de que le fuera rechazada la rendición anual de cuentas. Pero a pesar de este nuevo escape alla Houdini de la caída de su gobierno, los nubarrones de la crisis siguen oscureciendo el horizonte italiano y cada vez son menos quienes confían en la capacidad de Il Cavaliere para evitar la tormenta. Si bien su posición financiera y económica es más sólida que la de su vecina Grecia, Italia tiene sobrados motivos para apresurarse en la búsqueda de una mayor estabilidad. Sin embargo, la política italiana no parece estar a la altura de la difícil tarea que supone encontrar la cuadratura del triángulo formado por la simultánea necesidad de equilibrar el presupuesto, reducir la deuda pública y retomar el crecimiento.
Mientras que la alianza oficialista ya no puede ocultar las grietas que se abren en su seno cada vez que improvisa alguna iniciativa, la centroizquierda no logra romper la mayoría parlamentaria que sostiene a Il Cavaliere como jefe de gobierno y asiste al fortalecimiento del llamado tercer polo, en el que se agrupan los sectores de centro y centroderecha descontentos con el premier. Ante este desalentador panorama en el plano partidario, diferentes actores sociales han tomado en sus propias manos la oposición a las medidas de ajuste que el gobierno implementa y prevé profundizar. En Roma, Milán y Nápoles, los turistas deben compartir las principales plazas con manifestaciones organizadas por sindicatos, estudiantes y diferentes expresiones de la sociedad civil. Llevar el consenso antiberlusconiano de la calle a las urnas no será una tarea fácil, pero eso no desanima a quienes intentan conjugar la larga tradición italiana de lucha social y sindical con una efervescencia ciudadana que se inspira en los movimientos del norte de África, España y Estados Unidos.
EN RETROCESO
Cada día que pasa son más ruidosos los movimientos dentro de la mayoría parlamentaria del cuarto gobierno de Berlusconi. Desde 2008, esta barroca obra de arte político, que mantiene unido a un variado conjunto de bloques parlamentarios entre los que se encuentra la conflictiva Lega Nord, ha dado sobradas muestras de su capacidad de resistencia y adaptación al cambio. Sin embargo, la rápida erosión del liderazgo de Berlusconi frente al empeoramiento de la situación económica y financiera del país, abrió la puerta a las frondas, incluso hacia el interior del berlusconísimo Popolo della Libertà. Los diputados integrantes de la mayoría oficialista saben que si un voto de desconfianza hiciera caer a Berlusconi, en las elecciones anticipadas la ciudadanía penalizaría a sus candidatos, varios de los cuales quedarían fuera del preciado Montecitorio, el palacio barroco que alberga a la Cámara de Diputados. Es por eso que son cada vez más audibles las voces que desde el mismo oficialismo piden que Berlusconi amplíe su base de sustentación a través de nuevas alianzas o que dé un paso atrás, habilitando así a los diputados elegidos en 2008 a formar un nuevo Consejo de Ministros sin necesidad de llamar a unas previsiblemente perdedoras elecciones. Incluso el presidente de la Región Lombardía, se ha permitido afirmar públicamente que Berlusconi no será nunca más candidato a jefe de gobierno del PDL.
A pesar de los intensos movimientos en sus filas, Berlusconi sabe que tiene en sus manos una llave que puede abrirle la puerta hacia el final de su mandato en 2013: la redacción de un Decreto para el Desarrollo que dispondrá importantes cambios en la recaudación y la asignación de los recursos estatales, incluyendo muy probablemente la autorización para la venta de patrimonio público. Una vez más, la correcta administración de los premios y castigos puede darle a Il Cavaliere la posibilidad de que sus frecuentes visitas a Putin sigan siendo en calidad de Presidente del Consejo de Ministros. Al centro del decreto se encuentra una posible moratoria tributaria que genera fuertes tensiones dentro del gobierno y pone en cuestión la continuidad de Giulio Tremonti, quien como ministro de Economía se opone fuertemente a una medida de ese tipo y en abierto desafío votó la confianza pedida por su jefe. Incluso Emma Marcegaglia, la presidenta de la confederación industrial italiana, se ha manifestado en contra de esta medida proponiendo en su lugar un impuesto a los patrimonios mayores al millón y medio de euros que, aunque contrario a los principios económicos de la organización patronal, en un momento como éste puede ser un modo útil para salir del impasse.
Mientras en sus filas se debate el contenido del Decreto para el Desarrollo, Berlusconi espera los resultados de las negociaciones que lleva adelante el ex ministro de Justicia y actual secretario del PDL, Angelino Alfano, con cualquier parlamentario que esté dispuesto a acompañara al premier hasta el 2013. Se sabe que para Il Cavaliere no se trata tanto de sacar a Italia de la crisis como de mantenerse alejado de los tribunales. Es por eso que, a pesar de las polémicas que despierta, insiste con la aprobación de una norma conocida como ley mordaza con la que se busca limitar el uso judicial y la publicación periodística de escuchas realizadas en el marco de investigaciones penales. Como en tantas otras ocasiones, aun en este momento crítico para el país y para su alianza de gobierno, la osadía política le da a Berlusconi un importante margen para sumar consensos mediante sucesivas negociaciones de su extrema posición inicial. La moratoria tributaria y la propuesta de ley mordaza probablemente puedan servir como prendas de cambio para refrescar la mayoría parlamentaria antes de que empiece el invierno.
SINIESTRA
Mientras la situación económica se agrava y las tensiones en el gobierno se profundizan, Romano Prodi, uno de los principales referentes del centroizquierdista Partito Democratico, que en 1996 y 2006 derrotó a Berlusconi en elecciones generales, dictará tres clases televisadas sobre la actual coyuntura económica mundial. A pesar de su fuerte peso electoral, el PD no da muestras de tener clara su posición respecto cómo debe tener lugar la transición hacia el posberlusconismo. Por un lado, su secretario, Pier Luigi Bersani, avanza en la articulación de un polo político de centroizquierda con el ex fiscal del proceso Mani Pulite, Antonio di Pietro (líder del partido Italia dei Valori) y el carismático gobernador de la Región Puglia, Nichi Vendola (líder de Sinistra, Ecologia e Libertà). Por el otro, dirigentes de fuste como Walter Veltroni (ex intendente de Roma) y el mismo Massimo DAlema (ex jefe de gobierno), apuestan a la creación de una alianza amplia que, incluyendo al tercer polo, alcance la mayoría necesaria para formar un gobierno encargado de cambiar las reglas electorales y llamar nuevamente a elecciones. Si bien el desafío electoral y de gestión que presenta la construcción una Italia posBerlusconi parece demasiado grande para una alianza de centroizquierda, no es menos difícil la constitución de una mayoría que contenga al posfascista Gianfranco Fini, recientemente salido del PdL y al ecologista y comunista Vendola, fuerte militante de la renovación política italiana. La indecisión en la estrategia del PD le resta contundencia a su presencia en el espacio político y genera la exasperación de sus exponentes más jóvenes, quienes, como el intendente de Florencia Matteo Renzi, hacen abiertos llamados a una renovación total del partido.
Más allá de su posicionamiento frente al escenario electoral, lo cierto es que la vocación mayoritaria del PD condiciona fuertemente sus opciones políticas frente a la actual situación de Italia. Con una deuda soberana de casi dos trillones de euros (equivalente al 120 por ciento de su PBI), y a pesar de que sus déficits fiscal y de cuenta corriente son pequeños en relación a los de la colapsada Grecia, Italia necesita de reformas que conjuguen equilibrio fiscal con crecimiento económico. Con la soberanía monetaria delegada en la Unión Europea, las opciones se limitan a las distintas combinaciones entre recortes en el gasto público y aumentos de impuestos. Para el PD sería muy difícil decir algo de izquierda sin que lo escuchen quienes tienen el poder de decisión sobre la inversión privada necesaria para que la economía vuelva a crecer. Consciente de esta encrucijada y de la imposibilidad de construir un bloque de poder capaz de imponer un esquema tributario progresista, el PD sueña con que la Unión Europea emita bonos respaldados por las reservas de oro de los países miembros. Una vez en el gobierno, estiman, este financiamiento les permitiría lanzar un plan de obras públicas capaz de reactivar una economía que enfrenta simultáneamente las bajas en el consumo y la escasa competitividad que le da el alto valor del euro.
EN MOVIMIENTO
La prolongación de la crisis económica mundial y el continuo recorte del gasto público han puesto a amplias franjas de la clase trabajadora italiana en una situación crítica que evoluciona a un ritmo distinto del de la política parlamentaria. Mientras las elecciones pueden demorarse hasta 2013, ya hace dos años que el Estado disminuye los fondos destinados a los servicios públicos y la protección social. Con la central sindical de raíces comunistas CGIL a la cabeza, el sábado 8 de octubre los trabajadores de la función pública y de la educación hicieron oír sus reclamos llenando la imponente Piazza del Popolo de Roma. Manifestantes de todo el país defendieron el rol del Estado en la sociedad, exigieron que no sean los trabajadores quienes paguen la crisis que afecta al país y saludaron que las centrales de inspiración socialista y social-cristiana estén retomando la senda del conflicto contra el gobierno. El mismo día la asociación Libertad y Justicia, iniciativa ciudadana de la que participan intelectuales de la talla de Giovanni Sartori y Umberto Eco, realizó en Milán una manifestación en la que se apeló a los partidos políticos para que retomen la iniciativa para la construcción de una Italia distinta. El día anterior, los estudiantes de todo el país habían protestado en noventa ciudades contra los recortes a la educación pública.
En la malograda manifestación del sábado pasado, los protagonistas debían ser los movimientos sociales y esa gran franja de la ciudadanía no organizada pero consciente de la necesidad de hacer oír su voz ante un sistema político que parece incapaz de superar la astucia de un empresario del poder. Con la mirada puesta en la crisis económica global, esta protesta se proponía renovar la masiva oposición que, hace ya una década, despertó la cumbre del G-8 en Génova. En ese lejano 2001, el neoliberalismo comenzaba a derrumbarse en distintos puntos del sur global y bajo sus escombros surgían proyectos políticos transformadores. La vieja Europa, en cambio pudo seguir ensayando por una década sus combinaciones de política posibilista y economía de libre mercado. Durante estos últimos diez años, Italia se mantuvo lejos de la audacia y la inteligencia política que le había permitido dejar rápidamente atrás las tragedias de la guerra y construir un país pujante e inclusivo. Hoy debe contestar a la pregunta de quién afrontará los costos de una crisis que no es sólo de la economía y las finanzas sino también, y por sobre todo, de la constitución social y política de una Italia de hace tan sólo un siglo y medio. Más allá de las vidrieras rotas y los autos quemados y de los titubeos de la dirigencia partidaria, los trabajadores formales y precarios, los estudiantes, los inmigrantes y los jubilados, parecen decididos a hacer lo necesario para no pagar con su pellejo.