Sólo el tiempo dirá si anoche, tras la cordial reunión entre Cristina Kirchner y la nueva cúpula del Episcopado, se inició una nueva etapa más plácida y amical en las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia, que –sobre todo mientras Néstor Kirchner era presidente y aún después, hasta su muerte– fueron cuanto menos difíciles, con varios cortocircuitos, recelos mutuos y falta de diálogo.
Por lo pronto, ambas partes decidieron mostrar voluntad para recomponer el vínculo. La nueva conducción eclesiástica, que encabeza José María Arancedo, un obispo moderado, tardó apenas horas tras su elección en pedir la reunión. E igualmente veloz fue Cristina en concederla. Cabe preguntarse qué cambió más allá del contundente triunfo de Cristina en las recientes elecciones. La salida del cardenal Bergoglio de la presidencia del Episcopado, quien siempre desconfió del oficialismo como este de él, es una explicación insuficiente. De hecho, ayer Arancedo le hizo una sugestiva precisión a Cristina: “Somos una continuidad” , le dijo, para agregar, empero, lo obvio: “Si bien cada persona tiene sus matices ”. Ella, rápida de reflejos, les pidió que le llevaran sus saludos a Bergoglio.
Es evidente que la Iglesia no quiere mantener el distanciamiento porque cree que ante un nuevo mandato de Cristina es tiempo de una actitud constructiva. Y si bien la Presidenta es para los obispos una incógnita de cara al futuro, la distancia no ayudará si ella, por caso, abraza posiciones hegemónicas. Apuesta, incluso, a que sea menos belicosa que su marido con la Iglesia. La oposición de Cristina al aborto –que ayer ratificó implícitamente en la reunión– es otra poderosa razón para los obispos. La Presidenta, a su vez, está a las puertas de un desordenado proceso de sinceramiento de la economía que puede acarrear repercusiones sociales . Y en esa materia, los obispos pueden jugar un papel apaciguador clave.
Por lo pronto, ambas partes decidieron mostrar voluntad para recomponer el vínculo. La nueva conducción eclesiástica, que encabeza José María Arancedo, un obispo moderado, tardó apenas horas tras su elección en pedir la reunión. E igualmente veloz fue Cristina en concederla. Cabe preguntarse qué cambió más allá del contundente triunfo de Cristina en las recientes elecciones. La salida del cardenal Bergoglio de la presidencia del Episcopado, quien siempre desconfió del oficialismo como este de él, es una explicación insuficiente. De hecho, ayer Arancedo le hizo una sugestiva precisión a Cristina: “Somos una continuidad” , le dijo, para agregar, empero, lo obvio: “Si bien cada persona tiene sus matices ”. Ella, rápida de reflejos, les pidió que le llevaran sus saludos a Bergoglio.
Es evidente que la Iglesia no quiere mantener el distanciamiento porque cree que ante un nuevo mandato de Cristina es tiempo de una actitud constructiva. Y si bien la Presidenta es para los obispos una incógnita de cara al futuro, la distancia no ayudará si ella, por caso, abraza posiciones hegemónicas. Apuesta, incluso, a que sea menos belicosa que su marido con la Iglesia. La oposición de Cristina al aborto –que ayer ratificó implícitamente en la reunión– es otra poderosa razón para los obispos. La Presidenta, a su vez, está a las puertas de un desordenado proceso de sinceramiento de la economía que puede acarrear repercusiones sociales . Y en esa materia, los obispos pueden jugar un papel apaciguador clave.