Hace poco me ocupé aquí de «La bronca de los indignados». Me refería a la ola de descontento que cubre buena parte del mundo y me detenía, especialmente, en las causas de las movilizaciones que surgieron en Estados Unidos. Intenté llamar la atención sobre el profundo cambio de época que estamos viviendo y que ha sido escasamente tratado en nuestro país. Quiero volver sobre el tema y algunas de sus repercusiones.
Los levantamientos de los últimos meses (y resulta todo un síntoma) tomaron desprevenidos a los analistas políticos. Ya había pasado con la «primavera árabe». Los intelectuales de Trípoli o de El Cairo «parecieron sorprendidos y confusos ante un movimiento que no pudieron pronosticar» (The New York Times, 5/11/2011). En Occidente, un sociólogo de la talla de Zygmunt Bauman atribuyó de entrada las violentas manifestaciones de Londres a un consumismo impotente. El difundido filósofo esloveno Slavoj Zizek no se quedó atrás. En la London Review of Books (8/9/2011), su juicio fue mucho más lapidario e indiferenciado: abarcó desde las movilizaciones en los países árabes hasta «los indignados» de Madrid. Estaríamos ante «un grado cero de la protesta», «una revuelta sin revolución», «una acción violenta que no pide nada» y, en fin, «explosiones sin sentido».
Es curioso que pensadores como Zizek -que después intentó un giro- les exigiera a quienes se manifestaban (no importa dónde ni cuándo ni por qué) que llevasen ya preparado en sus mochilas un proyecto para «imponer una reorganización de la sociedad». Es decir, lo que ni él ni nadie posee precisamente porque el mundo ha ingresado en una crisis de proporciones y características inéditas cuya complejidad apenas permite, según los lugares, discutir los rumbos del cambio antes que formular grandes proyectos.
Pero dije que la posición de Zizek varió. Un par de días después de que publicara su crítica, se inició en las calles de Nueva York el «Ocupa Wall Street» (OWS). Y hacia allí se dirigió entonces el filósofo para expresarles un amplio apoyo a los manifestantes y urgirlos a que se mantuvieran firmes e imaginasen alternativas para su país. Sólo que, en su arenga, Zizek recuperó sus certezas y afirmó que los sucesos en curso indicaban claramente que «se acabó el casamiento entre la democracia y el capitalismo». Volveré sobre esto.
Más oportunas fueron las palabras del célebre lingüista Noam Chomsky al brindar su respaldo a los acampados en la Plaza Dewey, de Boston. Modificó allí una tesis famosa para señalarles que quienes desean transformar el mundo deben primero entenderlo. ¿Por qué más oportunas? Porque aunque Chomsky no lo haya dicho, su indicación invita a descifrar adecuadamente el significado mismo de las protestas. Y a tomar conciencia de que, desde los años 70, la dominación del capital financiero, la globalización y la crisis actual de los países centrales han terminado por arrojarnos a una era sin precedentes históricos, a una terra incognita para la cual carecemos de mapas.
De ahí la ausencia de interpretaciones serias (y no dogmáticas) que puedan servir de guía efectiva. De ahí también que los políticos, obligados a la acción, se contenten con echar mano de un conjunto de recetas que en las últimas décadas ya llevaron al fracaso tanto a los conservadores como a los socialdemócratas. Por eso no es extraño que el OWS, por ejemplo, constituya una novedad saludable que cuenta con la franca aprobación de por lo menos el 54% de los estadounidenses, según una encuesta de la revista Time .
Su acierto simbólico ha sido elegir ubicarse en Wall Street y no frente al Capitolio, en Washington. ¿Qué sentido tendría elevar demandas a un proceso legislativo que es considerado corrupto y en el cual la mayoría de los ciudadanos no confía? La imagen positiva del Congreso de Estados Unidos no llega hoy al 13%, y resulta la más baja de la historia. ¿Para qué darle legitimidad, entonces, a un sistema que la ha perdido? Mejor dirigir francamente la protesta al cuartel general de lo que el premiado economista Paul Krugman define como «una fuerza destructiva, económica y políticamente».
El presidente Obama declaró que «entendía a los manifestantes» y lamentó en varias ocasiones su impotencia ante las fuerzas económicas que, según él, bloquean o desvirtúan sus planes. Claro que para la campaña legislativa de 2010 su propio partido recibió diez veces más aportes de las grandes corporaciones que de los maltrechos sindicatos. Más aún, ese montón de millones de dólares provino, en total, de un magro 0,25% de la ciudadanía, de manera que los principales lobbies saben algo que Obama no ignora, y es que sus presiones están sólidamente apuntaladas, al margen de sus perniciosos efectos sobre la sociedad.
La revuelta encabezada por el OWS es ideológicamente variopinta y está lejos de representar lo que descubrió Zizek. Si lo hiciera, les estaría dando curiosamente la razón a los furibundos ataques que le dirige la derecha, que tildó a todos los acampados de ultraizquierdistas (Wall Street Journal, 18/10/2011). No sólo es falso esto último sino que la metáfora del casamiento no funciona porque nunca han existido ni un único tipo de capitalismo ni un único tipo de democracia. Otra cosa es declarar, como lo ha hecho el OWS, que «ninguna verdadera democracia resulta posible si sus modalidades están dictadas por el poder económico». Por eso, según subraya Jeff Goodwin, sus militantes «se oponen más bien a la «avidez financiera» que al capitalismo en cuanto tal» ( Le Monde Diplomatique , Nº 149).
Sucede que en los inciertos tiempos que corren es más necesario que nunca distinguir con cuidado entre un típico movimiento ideológico, que sabe de antemano aquello que se propone ver, y un movimiento sensibilizador como el OWS, que sugiere vigorosamente hacia dónde mirar. En este sentido, no es poca cosa que, en dos meses, haya opacado la cuestión del déficit para abrir un debate hoy imprescindible acerca de la igualdad y de la justicia social. Es un paso significativo en la dirección que recomendaba Chomsky.
Por su propia naturaleza, los movimientos que denomino sensibilizadores son heterogéneos, deben compatibilizar reivindicaciones múltiples y corren siempre riesgos de dispersión, más aún cuando rechazan los formatos institucionales corrientes. Pero, a la vez, si dan en el blanco, como en este caso, redirigen la mirada de la ciudadanía, logran que salgan a la superficie las silenciosas premisas mayores en las que se funda un orden injusto, impiden que se las siga naturalizando y llevan a discutir las alternativas posibles. Por eso son movimientos que se vuelven muy peligrosos para los beneficiarios de un orden semejante, aunque carezcan de un proyecto bien definido. No es casual que China -que con 500 millones de usuarios alberga a la mayor comunidad online del planeta- haya prohibido, primero, toda información sobre la «primavera árabe» y haya dispuesto que, desde este mes, desaparezca de sus redes sociales cualquier referencia al OWS.
¿Qué va a pasar con la bronca de «los indignados»? Nadie lo sabe. Pero no es esto lo central. En política, como escribió Sheldon Wolin, siempre han sido mucho más importantes las advertencias que las predicciones. Y tanto el OWS como el vendaval de protestas que se desató en Europa constituyen una formidable advertencia de que las cosas no pueden seguir como están y, menos todavía, ser arregladas por tecnócratas bendecidos por los mismos factores de poder que precipitaron al mundo en la crisis. Grecia, Portugal, Italia o España son naciones que han sido obligadas a hacer oídos sordos a la advertencia y ya veremos cuál será el desenlace. Algunos -como la presidenta del Fondo Monetario Internacional- agitan la amenaza de un colapso total si no se respetan sus órdenes. Otros hemos comenzado a pensar que quizá las comparaciones respecto de la situación presente no deban detenerse en la Gran Depresión de 1929/30 sino prolongarse hasta las vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Y esto no porque el resultado vaya a ser similar sino porque pueden incrementarse las guerras focalizadas y el recurso a la fuerza allí donde el gatopardismo no alcance para contener la protesta. Después de todo, Alemania o Francia inundaron a países como los mencionados de préstamos pero también de armas.
En cuanto al OWS, hay un hecho elemental: lo mismo que en el viejo continente, en Estados Unidos se viene el invierno, con sus temperaturas heladas y sus tormentas de nieve. Hubo quienes instalaron carpas y calefactores para no moverse de sus lugares. Otros, proponían dar por cerrada exitosamente una primera etapa a fin de inaugurar abril con una «ofensiva de primavera». La represión policial viene de zanjar la controversia desalojando a los primeros. Quizá sea mejor para el OWS. El contexto internacional es muy inestable y conviene observar con cuidado cómo evoluciona en estos meses. Por otra parte, la calle no es el único lugar donde se pueden llevar adelante diálogos y discusiones que son más indispensables que nunca. Conviene recordar que el movimiento se inició y se desarrolló a través de las redes sociales y que ha llegado ya tanto a las universidades como a los sindicatos y a los medios de comunicación. Y uno de los grandes ejes de la polémica que se ha abierto es si acaso son alcanzables formas de capitalismo controladas democráticamente que sean capaces de liquidar el desempleo y la pobreza y de asegurar, a la vez, una mayor igualdad y un creciente bienestar colectivo.
© La Nacion
El autor, abogado y politólogo, fue secretario de Cultura de la Nación .
Los levantamientos de los últimos meses (y resulta todo un síntoma) tomaron desprevenidos a los analistas políticos. Ya había pasado con la «primavera árabe». Los intelectuales de Trípoli o de El Cairo «parecieron sorprendidos y confusos ante un movimiento que no pudieron pronosticar» (The New York Times, 5/11/2011). En Occidente, un sociólogo de la talla de Zygmunt Bauman atribuyó de entrada las violentas manifestaciones de Londres a un consumismo impotente. El difundido filósofo esloveno Slavoj Zizek no se quedó atrás. En la London Review of Books (8/9/2011), su juicio fue mucho más lapidario e indiferenciado: abarcó desde las movilizaciones en los países árabes hasta «los indignados» de Madrid. Estaríamos ante «un grado cero de la protesta», «una revuelta sin revolución», «una acción violenta que no pide nada» y, en fin, «explosiones sin sentido».
Es curioso que pensadores como Zizek -que después intentó un giro- les exigiera a quienes se manifestaban (no importa dónde ni cuándo ni por qué) que llevasen ya preparado en sus mochilas un proyecto para «imponer una reorganización de la sociedad». Es decir, lo que ni él ni nadie posee precisamente porque el mundo ha ingresado en una crisis de proporciones y características inéditas cuya complejidad apenas permite, según los lugares, discutir los rumbos del cambio antes que formular grandes proyectos.
Pero dije que la posición de Zizek varió. Un par de días después de que publicara su crítica, se inició en las calles de Nueva York el «Ocupa Wall Street» (OWS). Y hacia allí se dirigió entonces el filósofo para expresarles un amplio apoyo a los manifestantes y urgirlos a que se mantuvieran firmes e imaginasen alternativas para su país. Sólo que, en su arenga, Zizek recuperó sus certezas y afirmó que los sucesos en curso indicaban claramente que «se acabó el casamiento entre la democracia y el capitalismo». Volveré sobre esto.
Más oportunas fueron las palabras del célebre lingüista Noam Chomsky al brindar su respaldo a los acampados en la Plaza Dewey, de Boston. Modificó allí una tesis famosa para señalarles que quienes desean transformar el mundo deben primero entenderlo. ¿Por qué más oportunas? Porque aunque Chomsky no lo haya dicho, su indicación invita a descifrar adecuadamente el significado mismo de las protestas. Y a tomar conciencia de que, desde los años 70, la dominación del capital financiero, la globalización y la crisis actual de los países centrales han terminado por arrojarnos a una era sin precedentes históricos, a una terra incognita para la cual carecemos de mapas.
De ahí la ausencia de interpretaciones serias (y no dogmáticas) que puedan servir de guía efectiva. De ahí también que los políticos, obligados a la acción, se contenten con echar mano de un conjunto de recetas que en las últimas décadas ya llevaron al fracaso tanto a los conservadores como a los socialdemócratas. Por eso no es extraño que el OWS, por ejemplo, constituya una novedad saludable que cuenta con la franca aprobación de por lo menos el 54% de los estadounidenses, según una encuesta de la revista Time .
Su acierto simbólico ha sido elegir ubicarse en Wall Street y no frente al Capitolio, en Washington. ¿Qué sentido tendría elevar demandas a un proceso legislativo que es considerado corrupto y en el cual la mayoría de los ciudadanos no confía? La imagen positiva del Congreso de Estados Unidos no llega hoy al 13%, y resulta la más baja de la historia. ¿Para qué darle legitimidad, entonces, a un sistema que la ha perdido? Mejor dirigir francamente la protesta al cuartel general de lo que el premiado economista Paul Krugman define como «una fuerza destructiva, económica y políticamente».
El presidente Obama declaró que «entendía a los manifestantes» y lamentó en varias ocasiones su impotencia ante las fuerzas económicas que, según él, bloquean o desvirtúan sus planes. Claro que para la campaña legislativa de 2010 su propio partido recibió diez veces más aportes de las grandes corporaciones que de los maltrechos sindicatos. Más aún, ese montón de millones de dólares provino, en total, de un magro 0,25% de la ciudadanía, de manera que los principales lobbies saben algo que Obama no ignora, y es que sus presiones están sólidamente apuntaladas, al margen de sus perniciosos efectos sobre la sociedad.
La revuelta encabezada por el OWS es ideológicamente variopinta y está lejos de representar lo que descubrió Zizek. Si lo hiciera, les estaría dando curiosamente la razón a los furibundos ataques que le dirige la derecha, que tildó a todos los acampados de ultraizquierdistas (Wall Street Journal, 18/10/2011). No sólo es falso esto último sino que la metáfora del casamiento no funciona porque nunca han existido ni un único tipo de capitalismo ni un único tipo de democracia. Otra cosa es declarar, como lo ha hecho el OWS, que «ninguna verdadera democracia resulta posible si sus modalidades están dictadas por el poder económico». Por eso, según subraya Jeff Goodwin, sus militantes «se oponen más bien a la «avidez financiera» que al capitalismo en cuanto tal» ( Le Monde Diplomatique , Nº 149).
Sucede que en los inciertos tiempos que corren es más necesario que nunca distinguir con cuidado entre un típico movimiento ideológico, que sabe de antemano aquello que se propone ver, y un movimiento sensibilizador como el OWS, que sugiere vigorosamente hacia dónde mirar. En este sentido, no es poca cosa que, en dos meses, haya opacado la cuestión del déficit para abrir un debate hoy imprescindible acerca de la igualdad y de la justicia social. Es un paso significativo en la dirección que recomendaba Chomsky.
Por su propia naturaleza, los movimientos que denomino sensibilizadores son heterogéneos, deben compatibilizar reivindicaciones múltiples y corren siempre riesgos de dispersión, más aún cuando rechazan los formatos institucionales corrientes. Pero, a la vez, si dan en el blanco, como en este caso, redirigen la mirada de la ciudadanía, logran que salgan a la superficie las silenciosas premisas mayores en las que se funda un orden injusto, impiden que se las siga naturalizando y llevan a discutir las alternativas posibles. Por eso son movimientos que se vuelven muy peligrosos para los beneficiarios de un orden semejante, aunque carezcan de un proyecto bien definido. No es casual que China -que con 500 millones de usuarios alberga a la mayor comunidad online del planeta- haya prohibido, primero, toda información sobre la «primavera árabe» y haya dispuesto que, desde este mes, desaparezca de sus redes sociales cualquier referencia al OWS.
¿Qué va a pasar con la bronca de «los indignados»? Nadie lo sabe. Pero no es esto lo central. En política, como escribió Sheldon Wolin, siempre han sido mucho más importantes las advertencias que las predicciones. Y tanto el OWS como el vendaval de protestas que se desató en Europa constituyen una formidable advertencia de que las cosas no pueden seguir como están y, menos todavía, ser arregladas por tecnócratas bendecidos por los mismos factores de poder que precipitaron al mundo en la crisis. Grecia, Portugal, Italia o España son naciones que han sido obligadas a hacer oídos sordos a la advertencia y ya veremos cuál será el desenlace. Algunos -como la presidenta del Fondo Monetario Internacional- agitan la amenaza de un colapso total si no se respetan sus órdenes. Otros hemos comenzado a pensar que quizá las comparaciones respecto de la situación presente no deban detenerse en la Gran Depresión de 1929/30 sino prolongarse hasta las vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Y esto no porque el resultado vaya a ser similar sino porque pueden incrementarse las guerras focalizadas y el recurso a la fuerza allí donde el gatopardismo no alcance para contener la protesta. Después de todo, Alemania o Francia inundaron a países como los mencionados de préstamos pero también de armas.
En cuanto al OWS, hay un hecho elemental: lo mismo que en el viejo continente, en Estados Unidos se viene el invierno, con sus temperaturas heladas y sus tormentas de nieve. Hubo quienes instalaron carpas y calefactores para no moverse de sus lugares. Otros, proponían dar por cerrada exitosamente una primera etapa a fin de inaugurar abril con una «ofensiva de primavera». La represión policial viene de zanjar la controversia desalojando a los primeros. Quizá sea mejor para el OWS. El contexto internacional es muy inestable y conviene observar con cuidado cómo evoluciona en estos meses. Por otra parte, la calle no es el único lugar donde se pueden llevar adelante diálogos y discusiones que son más indispensables que nunca. Conviene recordar que el movimiento se inició y se desarrolló a través de las redes sociales y que ha llegado ya tanto a las universidades como a los sindicatos y a los medios de comunicación. Y uno de los grandes ejes de la polémica que se ha abierto es si acaso son alcanzables formas de capitalismo controladas democráticamente que sean capaces de liquidar el desempleo y la pobreza y de asegurar, a la vez, una mayor igualdad y un creciente bienestar colectivo.
© La Nacion
El autor, abogado y politólogo, fue secretario de Cultura de la Nación .