Nilda Garré, Mario Blejer, Norberto Yahuar
Los diplomáticos, que como los poetas tienen fina sensibilidad para lo que vendrá, le han preparado hoy a Nilda Garré un marco estridente. La ministra de Seguridad, anotada en las especulaciones de algunos como futura jefa de Gabinete de Cristina de Kirchner, participará de una sesión preparatoria de la cumbre de presidentes del Mercosur de diciembre próximo -que incluye, claro, un almuerzo de postín-, a la que también concurre el titular de Justicia, Julio Alak, acerca de quien también hay especulaciones sobre su destino de ministro.
También lejos del país, Mario Blejer, sindicado como el hombre de la opinión más fuerte en materia económica sobre el oído presidencial, parecía desentendido de cualquier posibilidad de reemplazar a Amado Boudou. Está en Nueva York e insiste en que no tiene contactos con el vértice del poder, que no está en ninguna lista y que tampoco ha actuado -como presumen algunos dentro del propio Gobierno- como consejero de Cristina de Kirchner en la epopeya del cambio de modelo que emprendió después del 23 de octubre.
Nadie cree que el reemplazante del vicepresidente electo sea una estrella de la economía. Los Kirchner siempre creyeron que uno de los males de la Argentina fueron los ministros-estrella con autonomía frente al resto del gabinete y compitiendo hasta con los presidentes.
El único ministro que ha hecho movimientos de despedida es Julián Domínguez, que se anota para presidir la Cámara de Diputados. Cuesta creer que se vaya este hombre que cumplió la misión que le dieron, sacar el conflicto con el campo de la tapa de los diarios. Fue más allá, sentó con el Gobierno a dirigentes y sectores del campo con el resultado esperado: que dejasen de ser una referencia eficaz de la oposición política. Ya ha pedido pista Domínguez en Diputados y eso lo confirma fuera del gabinete. Nadie apuesta mucho por algún reemplazante, aunque el más mimado de los candidatos es el chubutense Norberto Yahuar, subsecretario de Pesca.
Fatalismo
En la Cancillería, donde el dueño de casa fue aliviado de los principales competidores por su silla, hay más conmoción porque los embajadores políticos recibieron con fatalismo inevitable -lo manda el reglamento- la instrucción de delegar la firma del despacho a sus segundos con fecha 20 de diciembre. Ese día censan sus designaciones, pero los instruyeron también para que permanezcan en sus países. Cesantes de toda cesantía, esperarán en su puesto la orden de seguir o regresar. A algunos de nombramiento fresco, como el representante en el Uruguay, Dante Dovena, lo tranquiliza la posibilidad de continuar. Hay otros que están fuera del país desde los tiempos de Eduardo Duhalde, como Jorge Remes Lenicov, a quien todos presumen de regreso después de representar a la Argentina ante la Unión Europea en Bruselas.
También con varios años fuera del país, se espera el regreso de Rafael Romá (Paraguay) y de Horacio Macedo, un jujeño que representa al país en Bolivia desde la presidencia de Néstor Kirchner.
Carlos Tomada suele preguntarse ante sus amigos por qué algunos hacen publicar que irá a Santiago de Chile como embajador, cuando nadie le dijo -como a todos- nada nunca de un traslado. Más bien la Presidente le dio un protagonismo inusual -como a Julio De Vido- en el anuncio del corte de subsidios y en la contrarreforma en Aerolíneas Argentinas.
Ese protagonismo parece cedido por el método Cristina de resolver reemplazos, porque se lo ha pedido a todos los ministros como si les estuviera asegurando que seguirán en el cargo. A Garré la apuró para que saliera a anunciar desembarcos de gendarmes en Capital y que interviniera en minucias porteñas como cuántos asistentes entran en el estadio de River. «Le pide cosas todos los días, no parece que la vaya a reemplazar», decían anoche en su oficina.
Algo parecido pasa con Alak, a quien le han dado la responsabilidad de atornillar la votación en el Congreso antes del fin de diciembre de una ley que asegure la persecución del lavado de dinero en actividades terroristas. Eso lo obligó a ponerse otra vez en contacto con delegados de la oposición «razonable», como Federico Pinedo, para lograr el encargo presidencial. ¿Se envía a negociar tamaña delicadeza a alguien a quien se lo reemplazará en el cargo?
El pedido de protagonismo lo mortifica especialmente a Tomada porque esa señal -balbuceante como todas las que hay sobre el gabinete- compromete el destino de un amigo y colaborador de él en algunos proyectos centrales del Gobierno, el médico Ginés González García. Este exministro de Salud de Néstor Kirchner logró para el país en cuatro años que las hordas estudiantiles marchen por las calles de Santiago pidiendo una educación «a la argentina» y entonando el nombre de Cristina de Kirchner para criticar al conservador Sebastián Piñera. Casi un exceso, que es lo que en realidad explica la reticencia de la Presidente a visitar ese país: «¿A qué va a ir, a ver un presidente que tiene el 30% de adhesiones y cuyos opositores piden por Cristina? Le haría un daño a Piñera», repiten en Casa de Gobierno.
También ha logrado que la Argentina termine ejerciendo una suerte de patronazgo sobre proyectos del Gobierno chileno, que se refleja en las reuniones de De Vido con ministros chilenos que escuchan al ministro argentino como un gurú y anotan qué hay que hacer y qué no. Ginés se mueve como un local y en ese rol es difícil reemplazarlo. Si deja el cargo, algunos lo esperan en un puesto de relieve en una reforma del sistema de salud, una especie de «zar» del sector para el cual el Gobierno necesita un plan serio en el corto plazo porque va a ser el territorio de pelea con el sindicalismo. Los reclamos de fondos de los gremios, es doctrina oficial, serán enfrentados con un proyecto de reforma de todo el sistema de salud en el cual participarán el sector privado, el estatal y los gremios.
Por si faltase, esta semana el embajador juntó una rareza entre chilenos, un grupo de celebrities de la política que apoya la posición argentina en Malvinas, una de las banderas más queridas por el oficialismo.
El nervio que produce la situación -que no pasa de ser una rutina con los cambios de Gobierno- se amortigua cuando recuerdan todos que Kirchner siempre fue resistente a los cambios de equipo. Tampoco la mesa chica del Gobierno conoce mucha gente. Vienen del sur, se han replegado a la propia tropa -la designación de una santacruceña en la Procuración del Tesoro lo demuestra- y no hay hoy un puntero como Alberto Fernández, que conocía a todo el mundo por su trayectoria en la Capital Federal y podía reclutar y tercerizar designaciones de gente bien ajena al kirchnerismo y hasta al peronismo. Hoy esa confianza no existe, la experiencia de tercerización de designaciones no funcionó en los comienzos del primer mandato de Cristina de Kirchner. Dicho de otra manera, no les sobra gente conocida para llevar a los cargos. Eso tranquiliza más que nada a quienes están en ministerios con menos amenazas de reemplazo, ocupados hoy por ministros que se mueven confiados en que nunca se irán.
Los diplomáticos, que como los poetas tienen fina sensibilidad para lo que vendrá, le han preparado hoy a Nilda Garré un marco estridente. La ministra de Seguridad, anotada en las especulaciones de algunos como futura jefa de Gabinete de Cristina de Kirchner, participará de una sesión preparatoria de la cumbre de presidentes del Mercosur de diciembre próximo -que incluye, claro, un almuerzo de postín-, a la que también concurre el titular de Justicia, Julio Alak, acerca de quien también hay especulaciones sobre su destino de ministro.
También lejos del país, Mario Blejer, sindicado como el hombre de la opinión más fuerte en materia económica sobre el oído presidencial, parecía desentendido de cualquier posibilidad de reemplazar a Amado Boudou. Está en Nueva York e insiste en que no tiene contactos con el vértice del poder, que no está en ninguna lista y que tampoco ha actuado -como presumen algunos dentro del propio Gobierno- como consejero de Cristina de Kirchner en la epopeya del cambio de modelo que emprendió después del 23 de octubre.
Nadie cree que el reemplazante del vicepresidente electo sea una estrella de la economía. Los Kirchner siempre creyeron que uno de los males de la Argentina fueron los ministros-estrella con autonomía frente al resto del gabinete y compitiendo hasta con los presidentes.
El único ministro que ha hecho movimientos de despedida es Julián Domínguez, que se anota para presidir la Cámara de Diputados. Cuesta creer que se vaya este hombre que cumplió la misión que le dieron, sacar el conflicto con el campo de la tapa de los diarios. Fue más allá, sentó con el Gobierno a dirigentes y sectores del campo con el resultado esperado: que dejasen de ser una referencia eficaz de la oposición política. Ya ha pedido pista Domínguez en Diputados y eso lo confirma fuera del gabinete. Nadie apuesta mucho por algún reemplazante, aunque el más mimado de los candidatos es el chubutense Norberto Yahuar, subsecretario de Pesca.
Fatalismo
En la Cancillería, donde el dueño de casa fue aliviado de los principales competidores por su silla, hay más conmoción porque los embajadores políticos recibieron con fatalismo inevitable -lo manda el reglamento- la instrucción de delegar la firma del despacho a sus segundos con fecha 20 de diciembre. Ese día censan sus designaciones, pero los instruyeron también para que permanezcan en sus países. Cesantes de toda cesantía, esperarán en su puesto la orden de seguir o regresar. A algunos de nombramiento fresco, como el representante en el Uruguay, Dante Dovena, lo tranquiliza la posibilidad de continuar. Hay otros que están fuera del país desde los tiempos de Eduardo Duhalde, como Jorge Remes Lenicov, a quien todos presumen de regreso después de representar a la Argentina ante la Unión Europea en Bruselas.
También con varios años fuera del país, se espera el regreso de Rafael Romá (Paraguay) y de Horacio Macedo, un jujeño que representa al país en Bolivia desde la presidencia de Néstor Kirchner.
Carlos Tomada suele preguntarse ante sus amigos por qué algunos hacen publicar que irá a Santiago de Chile como embajador, cuando nadie le dijo -como a todos- nada nunca de un traslado. Más bien la Presidente le dio un protagonismo inusual -como a Julio De Vido- en el anuncio del corte de subsidios y en la contrarreforma en Aerolíneas Argentinas.
Ese protagonismo parece cedido por el método Cristina de resolver reemplazos, porque se lo ha pedido a todos los ministros como si les estuviera asegurando que seguirán en el cargo. A Garré la apuró para que saliera a anunciar desembarcos de gendarmes en Capital y que interviniera en minucias porteñas como cuántos asistentes entran en el estadio de River. «Le pide cosas todos los días, no parece que la vaya a reemplazar», decían anoche en su oficina.
Algo parecido pasa con Alak, a quien le han dado la responsabilidad de atornillar la votación en el Congreso antes del fin de diciembre de una ley que asegure la persecución del lavado de dinero en actividades terroristas. Eso lo obligó a ponerse otra vez en contacto con delegados de la oposición «razonable», como Federico Pinedo, para lograr el encargo presidencial. ¿Se envía a negociar tamaña delicadeza a alguien a quien se lo reemplazará en el cargo?
El pedido de protagonismo lo mortifica especialmente a Tomada porque esa señal -balbuceante como todas las que hay sobre el gabinete- compromete el destino de un amigo y colaborador de él en algunos proyectos centrales del Gobierno, el médico Ginés González García. Este exministro de Salud de Néstor Kirchner logró para el país en cuatro años que las hordas estudiantiles marchen por las calles de Santiago pidiendo una educación «a la argentina» y entonando el nombre de Cristina de Kirchner para criticar al conservador Sebastián Piñera. Casi un exceso, que es lo que en realidad explica la reticencia de la Presidente a visitar ese país: «¿A qué va a ir, a ver un presidente que tiene el 30% de adhesiones y cuyos opositores piden por Cristina? Le haría un daño a Piñera», repiten en Casa de Gobierno.
También ha logrado que la Argentina termine ejerciendo una suerte de patronazgo sobre proyectos del Gobierno chileno, que se refleja en las reuniones de De Vido con ministros chilenos que escuchan al ministro argentino como un gurú y anotan qué hay que hacer y qué no. Ginés se mueve como un local y en ese rol es difícil reemplazarlo. Si deja el cargo, algunos lo esperan en un puesto de relieve en una reforma del sistema de salud, una especie de «zar» del sector para el cual el Gobierno necesita un plan serio en el corto plazo porque va a ser el territorio de pelea con el sindicalismo. Los reclamos de fondos de los gremios, es doctrina oficial, serán enfrentados con un proyecto de reforma de todo el sistema de salud en el cual participarán el sector privado, el estatal y los gremios.
Por si faltase, esta semana el embajador juntó una rareza entre chilenos, un grupo de celebrities de la política que apoya la posición argentina en Malvinas, una de las banderas más queridas por el oficialismo.
El nervio que produce la situación -que no pasa de ser una rutina con los cambios de Gobierno- se amortigua cuando recuerdan todos que Kirchner siempre fue resistente a los cambios de equipo. Tampoco la mesa chica del Gobierno conoce mucha gente. Vienen del sur, se han replegado a la propia tropa -la designación de una santacruceña en la Procuración del Tesoro lo demuestra- y no hay hoy un puntero como Alberto Fernández, que conocía a todo el mundo por su trayectoria en la Capital Federal y podía reclutar y tercerizar designaciones de gente bien ajena al kirchnerismo y hasta al peronismo. Hoy esa confianza no existe, la experiencia de tercerización de designaciones no funcionó en los comienzos del primer mandato de Cristina de Kirchner. Dicho de otra manera, no les sobra gente conocida para llevar a los cargos. Eso tranquiliza más que nada a quienes están en ministerios con menos amenazas de reemplazo, ocupados hoy por ministros que se mueven confiados en que nunca se irán.