Kirchner se enteró de que iba a ser presidente once días antes de asumir. El 14 de mayo de 2003 Menem anunció que se bajaba de la segunda vuelta que debía celebrarse el día 18. El candidato, ganador por abandono, tuvo que definir de golpe su gabinete. El lunes 19 de mayo en Río Gallegos, a menos de una semana de calzarse la banda presidencial, Kirchner fue llenando casilleros.
Lo único seguro era que Roberto Lavagna, ministro de Economía de Duhalde, seguiría en el cargo. El anuncio de esa continuidad fue una carta fuerte que Kirchner había jugado durante la campaña. El resto se definió sobre la marcha. De los ministros que ya estaban siguió Ginés González García en Salud, Aníbal Fernández pasó de Producción a Interior, José Pampuro de la Secretaría de la Presidencia a Defensa. Y llegaron Rafael Bielsa, Alicia Kirchner, Julio De Vido, Daniel Filmus, Gustavo Béliz, Carlos Tomada. Todo se terminó de resolver en el filo del tiempo disponible. Y se anunció cuatro días antes de la asunción.
Alberto Fernández, jefe de campaña de Kirchner, gestor de varias de esas designaciones y al cabo jefe de Gabinete de aquel gobierno, lo cuenta en “Políticamente incorrecto” , el libro que acaba de publicar donde relata, desde adentro, aquella súbita escalada al poder.
Cuatro años y medio más tarde, sin sorpresas ni apuros, Kirchner dejó las llaves de la Casa Rosada en manos de Cristina. La nominación del nuevo gabinete tuvo ese mismo tono de trámite casi burocrático, donde estaban en juego algunos retoques y nada sustancial.
El 11 de noviembre de 2007 se publicó en Clarín que Miguel Peirano, el último ministro de Economía de Kirchner, analizaba dejar su cargo porque le negaban el manejo del INDEC. Ya estaba Guillermo Moreno en la cancha. Fue el único respingo de aquella transición entre un gobierno y el mismo gobierno. Peirano se fue, Moreno se quedó y Martín Lousteau fue la sorpresa, cuando el 14 de noviembre se anunció el nuevo elenco y a él le tocó Economía.
Otros dos ministros de Kirchner quedaron fuera del equipo de Cristina: Ginés se fue de embajador a Chile y llegó Graciela Ocaña; Alberto Iribarne dejó Justicia en manos de Aníbal Fernández y Florencio Randazzo entró en Interior. Poco y nada de misterio, anuncios hechos a mitad de camino entre la victoria electoral de aquel octubre y la asunción de Cristina en diciembre.
Cuatro años después ya no está Kirchner, Cristina se sucede a sí misma con una reelección arrasadora y los cambios de estilo son a veces sutiles, a veces brutales. Se ha escuchado y leído que el cristinismo es una etapa superior del kirchnerismo . Es un argumento de oportunidad, empleado por cristinistas a quienes el kirchnerismo en general y Kirchner en particular no les daban ni la hora y que ahora medran en los pasillos cortesanos del nuevo relato, siempre bien tapizados con billetes de la caja oficial.
Entre aquellos cambios de estilo está el secreto extremo , que no es usado por Cristina como herramienta política tradicional sino como atributo del mando, refregado sin pudor sobre sus subordinados y exhibido ante la platea del poder como demostración de que hay un vértice que ella habita en absoluta soledad .
Así, Filmus fue candidato porteño a último momento después de un casting público con Boudou y Tomada, sometidos los tres al único arbitrio de Cristina. Y más tarde Boudou termina nominado vicepresidente sobre el vencimiento de los plazos, con gran puesta de escena en Olivos y el disfrute evidente del desconcierto y la falta de información de casi todos los allí presentes.
Ahora el truco se repite con la designación del gabinete que viene. Falta menos de una semana y nada. Al ciudadano de a pie la cuestión seguramente le importa poco, sus preocupaciones recorren caminos menos inaccesibles. A los periodistas la incógnita nos lleva a llenar espacios con letra hueca, lo cual en definitiva tampoco importa demasiado. Los verdaderos afectados por el secretismo, si los hay, son los mismos que viven del favor regio . Los ministros que ahora callan y se hacen invisibles suponiendo que así se labran un buen futuro. Los aspirantes que se cuidan de pisar en falso porque el menor desliz les puede disolver las ambiciones.
Gente grande sometida a un juego de chicos.
Eso sí: seguro hay alguien que se divierte contemplando las genuflexiones de las que es capaz la naturaleza humana.
Lo único seguro era que Roberto Lavagna, ministro de Economía de Duhalde, seguiría en el cargo. El anuncio de esa continuidad fue una carta fuerte que Kirchner había jugado durante la campaña. El resto se definió sobre la marcha. De los ministros que ya estaban siguió Ginés González García en Salud, Aníbal Fernández pasó de Producción a Interior, José Pampuro de la Secretaría de la Presidencia a Defensa. Y llegaron Rafael Bielsa, Alicia Kirchner, Julio De Vido, Daniel Filmus, Gustavo Béliz, Carlos Tomada. Todo se terminó de resolver en el filo del tiempo disponible. Y se anunció cuatro días antes de la asunción.
Alberto Fernández, jefe de campaña de Kirchner, gestor de varias de esas designaciones y al cabo jefe de Gabinete de aquel gobierno, lo cuenta en “Políticamente incorrecto” , el libro que acaba de publicar donde relata, desde adentro, aquella súbita escalada al poder.
Cuatro años y medio más tarde, sin sorpresas ni apuros, Kirchner dejó las llaves de la Casa Rosada en manos de Cristina. La nominación del nuevo gabinete tuvo ese mismo tono de trámite casi burocrático, donde estaban en juego algunos retoques y nada sustancial.
El 11 de noviembre de 2007 se publicó en Clarín que Miguel Peirano, el último ministro de Economía de Kirchner, analizaba dejar su cargo porque le negaban el manejo del INDEC. Ya estaba Guillermo Moreno en la cancha. Fue el único respingo de aquella transición entre un gobierno y el mismo gobierno. Peirano se fue, Moreno se quedó y Martín Lousteau fue la sorpresa, cuando el 14 de noviembre se anunció el nuevo elenco y a él le tocó Economía.
Otros dos ministros de Kirchner quedaron fuera del equipo de Cristina: Ginés se fue de embajador a Chile y llegó Graciela Ocaña; Alberto Iribarne dejó Justicia en manos de Aníbal Fernández y Florencio Randazzo entró en Interior. Poco y nada de misterio, anuncios hechos a mitad de camino entre la victoria electoral de aquel octubre y la asunción de Cristina en diciembre.
Cuatro años después ya no está Kirchner, Cristina se sucede a sí misma con una reelección arrasadora y los cambios de estilo son a veces sutiles, a veces brutales. Se ha escuchado y leído que el cristinismo es una etapa superior del kirchnerismo . Es un argumento de oportunidad, empleado por cristinistas a quienes el kirchnerismo en general y Kirchner en particular no les daban ni la hora y que ahora medran en los pasillos cortesanos del nuevo relato, siempre bien tapizados con billetes de la caja oficial.
Entre aquellos cambios de estilo está el secreto extremo , que no es usado por Cristina como herramienta política tradicional sino como atributo del mando, refregado sin pudor sobre sus subordinados y exhibido ante la platea del poder como demostración de que hay un vértice que ella habita en absoluta soledad .
Así, Filmus fue candidato porteño a último momento después de un casting público con Boudou y Tomada, sometidos los tres al único arbitrio de Cristina. Y más tarde Boudou termina nominado vicepresidente sobre el vencimiento de los plazos, con gran puesta de escena en Olivos y el disfrute evidente del desconcierto y la falta de información de casi todos los allí presentes.
Ahora el truco se repite con la designación del gabinete que viene. Falta menos de una semana y nada. Al ciudadano de a pie la cuestión seguramente le importa poco, sus preocupaciones recorren caminos menos inaccesibles. A los periodistas la incógnita nos lleva a llenar espacios con letra hueca, lo cual en definitiva tampoco importa demasiado. Los verdaderos afectados por el secretismo, si los hay, son los mismos que viven del favor regio . Los ministros que ahora callan y se hacen invisibles suponiendo que así se labran un buen futuro. Los aspirantes que se cuidan de pisar en falso porque el menor desliz les puede disolver las ambiciones.
Gente grande sometida a un juego de chicos.
Eso sí: seguro hay alguien que se divierte contemplando las genuflexiones de las que es capaz la naturaleza humana.