Podría ser otro ejemplo histórico de que el éxito no se discute nunca. ¿Qué razones políticas podría tener Cristina Kirchner para cambiar a los ministros que la acompañaron hasta alcanzar más del 54 por ciento de los votos? Sin embargo, esa lectura del nuevo gabinete (no tiene nada de nuevo) sería exigua. La Presidenta es una persona que prefiere ver en su conducción personal los exclusivos méritos del éxito. Más vale interpretar que ella prefirió dibujar un cuadro con personajes hipercristinistas, una corriente que se está consolidando crecientemente en la administración.
Todos los ministros confirmados y los que han ascendido han aprendido también que entre Cristina y Néstor Kirchner había tantas coincidencias fundamentales como diferencias instrumentales. Cristina es ahora la jefa y no necesita que le interpreten el pensamiento de su marido muerto. No puede negársele que en eso tiene razón. Los ministros saben, del mismo modo, que el peronismo es sólo una herramienta que sirve para un domingo de elecciones. No merece ninguna representación cuando se trata de gobernar.
Ya no queda ningún ministro con una carrera hecha en el peronismo. Julio De Vido se autodefine peronista, pero él no sería nada sin los Kirchner. Ha sido el ministro más importante de las últimas semanas y seguramente lo seguirá siendo durante algún tiempo. ¿Quién en el nuevo gabinete podría arrebatarle al ministro de Planificación la influencia que consiguió frente a la Presidenta? No podrían desplazarlo de ese lugar, seguramente, Juan Manuel Abal Medina ni Hernán Lorenzino.
¿Por qué no tuvo un ascenso, entonces? De Vido arrastra leyendas de eficacia y también de manejos poco transparentes de los recursos públicos. Era mejor dejarlo en el lugar en el que lo puso Néstor Kirchner. La Presidenta usará los amplios contactos de De Vido y su capacidad para criticar hoy lo que él mismo hacía ayer. Pero decidió no hacerse cargo del ascenso de un hombre largamente expuesto a la crítica y al desgaste de la administración pública.
El otro peronista que se quedó es Carlos Tomada, pero él era sólo un abogado de sindicatos hasta que lo descubrió el kirchnerismo. La continuidad de Tomada en el Ministerio de Trabajo es, sobre todo, la admisión por parte de Cristina Kirchner de que vienen tiempos arduos y difíciles con los gremios. Es un general para la guerra con Hugo Moyano. Tomada nunca estuvo de acuerdo cuando Néstor Kirchner le delegaba mucho poder a Moyano. En rigor, su diálogo con el jefe cegetista fue siempre tenso y forzado. El propio Moyano lo trató a Tomada sólo cuando lo necesitó. Prefería, en cambio, hablar directamente con Néstor Kirchner. Desde la muerte del ex presidente, el líder de los camioneros sólo tiene a Tomada y a De Vido, si es que los tiene.
Las novedades del gabinete son Abal Medina y Lorenzino. Ellos ocuparán cargos que dejarán ministros que se irán al Congreso, uno descendido y el otro ascendido, Aníbal Fernández y Amado Boudou. Aníbal Fernández no dejó a nadie en el gabinete ni consiguió mucho en el Senado. Los síntomas de la ruptura de la Presidenta con él son ya reiterativos. «En los difíciles tiempos que vienen, será mejor para Aníbal estar en el Senado y no en el Gobierno», subrayó un amigo del saliente jefe de Gabinete. Hasta el disfavor puede ser, a veces, oportuno.
Abal Medina es Cristina Kirchner en estado puro. Aunque el próximo jefe de Gabinete tiene una cabeza bien arbolada por las universidades en la disciplina de las ciencias políticas, ha escalado en el Gobierno por la escalera de la obediencia. Está en condiciones intelectuales de debatir y de hablar con propios y con extraños, pero nunca ejerció esa gimnasia. El jefe de Gabinete está obligado a exponer ante el Congreso una vez por mes, aunque esa regla no se cumple casi nunca. ¿El intelectual que abrevó en las fuentes del neoinstitucionalismo será capaz, cuando tendrá la oportunidad de demostrarlo, de valorar a las devaluadas instituciones argentinas? No lo ha hecho hasta ahora.
Estuvo al lado de Carlos «Chacho» Alvarez (de quién fue ayudante de cátedra), de Rafael Bielsa (fue su jefe de campaña como candidato a diputado en 2005) y de Alberto y de Aníbal Fernández (fue subjefe de Gabinete de los dos). Con ninguno terminó en buenos términos y ninguno tiene recuerdos agradables para el designado jefe de Gabinete. No obstante, Abal Medina ingresó definitivamente a la confianza de la familia Kirchner cuando Néstor lo llevó con él cuando fue elegido diputado nacional en la perdidosa elección de 2009.
El rígido ejercicio de la disciplina política es el arte de Abal Medina. Como secretario de Medios se ufanó públicamente de «no recibir a los medios». Abal Medina instrumentó la arbitraria política del kirchnerismo para distribuir la pauta oficial según la lealtad de los medios al kirchnerismo. Todo para los amigos, nada para los supuestos enemigos. En su descargo, debe decirse que esa política, que confunde los recursos del Estado con la propiedad privada, es de los Kirchner y no de Abal Medina. Cualquiera que hubiera estado en su lugar (y cualquiera que estuviere en el futuro) hará lo mismo que hizo él.
Lorenzino era la designación más racional si las alternativas de la Presidenta se reducían a los que ya están dentro del Gobierno. Cristina Kirchner nunca pensó, a todo esto, en abrirles las puertas de la administración a los que están fuera de ella. La independencia de criterio de los recién llegados hubiera significado la presencia de un ministro que habría vetado la continuidad de Guillermo Moreno en el Gobierno o que objetaría el control de cambios y el déficit fiscal. Cristina Kirchner no ha ganado las elecciones para recibir esa clase de sermones.
Lorenzino sabe hacer la reducida tarea que le queda al ministro de Economía: mantener la relación con los ministros del G-20, dialogar con el Club de París y preservar los contactos con el Fondo Monetario. Se ha ocupado de esos menesteres como secretario de Finanzas en los últimos dos años. El resto de la economía (Industria, Agricultura, Comercio Interior, Infraestructura o Hacienda, entre varias áreas más) es responsabilidad de otros ministros o de secretarios de Estado que reportan directamente a la Presidenta.
Lorenzino es ahijado político de Boudou, aunque llegó antes que éste al Palacio de Hacienda. ¿Su designación como ministro es un mensaje de que Boudou no ha caído definitivamente en desgracia? Es un mensaje de que el vicepresidente electo no está lo suficientemente mal con la Presidenta como para arrastrar la suerte de su delfín. Punto. Lorenzino hizo en los últimos tiempos su propia relación con Cristina Kirchner y ya no necesita del puente que antes le tendía Boudou. De hecho, en la última reunión del G-20, en Cannes, fue Lorenzino y no Boudou quien acompañó a Cristina Kirchner en sus reuniones con los líderes más poderosos del mundo.
El hipercristinismo tiene para la Presidenta la ventaja de que ella seguirá siendo el centro exclusivo y excluyente del sistema solar del poder. Es un método ideal para gobernar en tiempos generosos, cuando el líder se convierte en una figura única para recoger los frutos de la bonanza. Es, al revés, un sistema riesgoso si el eterno péndulo de la suerte política comenzara a cambiar de posición. La Presidenta se encontraría de pronto con la sorpresa de que carece de fusibles o de cortafuegos entre ella y los conflictos. En adelante, más que nunca antes, Cristina Kirchner se hará cargo personalmente ante la sociedad de la fortuna o la desdicha, de la victoria o la derrota de sus políticas..
Todos los ministros confirmados y los que han ascendido han aprendido también que entre Cristina y Néstor Kirchner había tantas coincidencias fundamentales como diferencias instrumentales. Cristina es ahora la jefa y no necesita que le interpreten el pensamiento de su marido muerto. No puede negársele que en eso tiene razón. Los ministros saben, del mismo modo, que el peronismo es sólo una herramienta que sirve para un domingo de elecciones. No merece ninguna representación cuando se trata de gobernar.
Ya no queda ningún ministro con una carrera hecha en el peronismo. Julio De Vido se autodefine peronista, pero él no sería nada sin los Kirchner. Ha sido el ministro más importante de las últimas semanas y seguramente lo seguirá siendo durante algún tiempo. ¿Quién en el nuevo gabinete podría arrebatarle al ministro de Planificación la influencia que consiguió frente a la Presidenta? No podrían desplazarlo de ese lugar, seguramente, Juan Manuel Abal Medina ni Hernán Lorenzino.
¿Por qué no tuvo un ascenso, entonces? De Vido arrastra leyendas de eficacia y también de manejos poco transparentes de los recursos públicos. Era mejor dejarlo en el lugar en el que lo puso Néstor Kirchner. La Presidenta usará los amplios contactos de De Vido y su capacidad para criticar hoy lo que él mismo hacía ayer. Pero decidió no hacerse cargo del ascenso de un hombre largamente expuesto a la crítica y al desgaste de la administración pública.
El otro peronista que se quedó es Carlos Tomada, pero él era sólo un abogado de sindicatos hasta que lo descubrió el kirchnerismo. La continuidad de Tomada en el Ministerio de Trabajo es, sobre todo, la admisión por parte de Cristina Kirchner de que vienen tiempos arduos y difíciles con los gremios. Es un general para la guerra con Hugo Moyano. Tomada nunca estuvo de acuerdo cuando Néstor Kirchner le delegaba mucho poder a Moyano. En rigor, su diálogo con el jefe cegetista fue siempre tenso y forzado. El propio Moyano lo trató a Tomada sólo cuando lo necesitó. Prefería, en cambio, hablar directamente con Néstor Kirchner. Desde la muerte del ex presidente, el líder de los camioneros sólo tiene a Tomada y a De Vido, si es que los tiene.
Las novedades del gabinete son Abal Medina y Lorenzino. Ellos ocuparán cargos que dejarán ministros que se irán al Congreso, uno descendido y el otro ascendido, Aníbal Fernández y Amado Boudou. Aníbal Fernández no dejó a nadie en el gabinete ni consiguió mucho en el Senado. Los síntomas de la ruptura de la Presidenta con él son ya reiterativos. «En los difíciles tiempos que vienen, será mejor para Aníbal estar en el Senado y no en el Gobierno», subrayó un amigo del saliente jefe de Gabinete. Hasta el disfavor puede ser, a veces, oportuno.
Abal Medina es Cristina Kirchner en estado puro. Aunque el próximo jefe de Gabinete tiene una cabeza bien arbolada por las universidades en la disciplina de las ciencias políticas, ha escalado en el Gobierno por la escalera de la obediencia. Está en condiciones intelectuales de debatir y de hablar con propios y con extraños, pero nunca ejerció esa gimnasia. El jefe de Gabinete está obligado a exponer ante el Congreso una vez por mes, aunque esa regla no se cumple casi nunca. ¿El intelectual que abrevó en las fuentes del neoinstitucionalismo será capaz, cuando tendrá la oportunidad de demostrarlo, de valorar a las devaluadas instituciones argentinas? No lo ha hecho hasta ahora.
Estuvo al lado de Carlos «Chacho» Alvarez (de quién fue ayudante de cátedra), de Rafael Bielsa (fue su jefe de campaña como candidato a diputado en 2005) y de Alberto y de Aníbal Fernández (fue subjefe de Gabinete de los dos). Con ninguno terminó en buenos términos y ninguno tiene recuerdos agradables para el designado jefe de Gabinete. No obstante, Abal Medina ingresó definitivamente a la confianza de la familia Kirchner cuando Néstor lo llevó con él cuando fue elegido diputado nacional en la perdidosa elección de 2009.
El rígido ejercicio de la disciplina política es el arte de Abal Medina. Como secretario de Medios se ufanó públicamente de «no recibir a los medios». Abal Medina instrumentó la arbitraria política del kirchnerismo para distribuir la pauta oficial según la lealtad de los medios al kirchnerismo. Todo para los amigos, nada para los supuestos enemigos. En su descargo, debe decirse que esa política, que confunde los recursos del Estado con la propiedad privada, es de los Kirchner y no de Abal Medina. Cualquiera que hubiera estado en su lugar (y cualquiera que estuviere en el futuro) hará lo mismo que hizo él.
Lorenzino era la designación más racional si las alternativas de la Presidenta se reducían a los que ya están dentro del Gobierno. Cristina Kirchner nunca pensó, a todo esto, en abrirles las puertas de la administración a los que están fuera de ella. La independencia de criterio de los recién llegados hubiera significado la presencia de un ministro que habría vetado la continuidad de Guillermo Moreno en el Gobierno o que objetaría el control de cambios y el déficit fiscal. Cristina Kirchner no ha ganado las elecciones para recibir esa clase de sermones.
Lorenzino sabe hacer la reducida tarea que le queda al ministro de Economía: mantener la relación con los ministros del G-20, dialogar con el Club de París y preservar los contactos con el Fondo Monetario. Se ha ocupado de esos menesteres como secretario de Finanzas en los últimos dos años. El resto de la economía (Industria, Agricultura, Comercio Interior, Infraestructura o Hacienda, entre varias áreas más) es responsabilidad de otros ministros o de secretarios de Estado que reportan directamente a la Presidenta.
Lorenzino es ahijado político de Boudou, aunque llegó antes que éste al Palacio de Hacienda. ¿Su designación como ministro es un mensaje de que Boudou no ha caído definitivamente en desgracia? Es un mensaje de que el vicepresidente electo no está lo suficientemente mal con la Presidenta como para arrastrar la suerte de su delfín. Punto. Lorenzino hizo en los últimos tiempos su propia relación con Cristina Kirchner y ya no necesita del puente que antes le tendía Boudou. De hecho, en la última reunión del G-20, en Cannes, fue Lorenzino y no Boudou quien acompañó a Cristina Kirchner en sus reuniones con los líderes más poderosos del mundo.
El hipercristinismo tiene para la Presidenta la ventaja de que ella seguirá siendo el centro exclusivo y excluyente del sistema solar del poder. Es un método ideal para gobernar en tiempos generosos, cuando el líder se convierte en una figura única para recoger los frutos de la bonanza. Es, al revés, un sistema riesgoso si el eterno péndulo de la suerte política comenzara a cambiar de posición. La Presidenta se encontraría de pronto con la sorpresa de que carece de fusibles o de cortafuegos entre ella y los conflictos. En adelante, más que nunca antes, Cristina Kirchner se hará cargo personalmente ante la sociedad de la fortuna o la desdicha, de la victoria o la derrota de sus políticas..