En Foco – 07/12/11
No sería osado resumir en una frase, con el riesgo que en política encierra toda reducción, el sentido de los anuncios sobre el nuevo gabinete que empezará su rodaje a partir del sábado.
El Gobierno soy yo , se podría leer en los labios de Cristina Fernández detrás de las designaciones de Juan Manuel Abal Medina, como jefe de Gabinete, Hernán Lorenzino, ministro de Economía y Norberto Yauhar, ministro de Agricultura.
Esa personalización del poder no es nueva . Pertenece a la cultura peronista pero vivió siempre subyacente en el alma del matrimonio Kirchner. Los únicos tiempos distintos, por necesidad y precariedad de origen , fueron los primeros años del ex presidente cuando se rodeó de ministros de talla. Alberto Fernández, Roberto Lavagna, Rafael Bielsa. Ninguno está hoy, tal vez no por casualidad, en las cercanías del Gobierno.
Aún dando como válida esa mirada, el cerco se estrechó más desde la muerte de Kirchner. El ex presidente hablaba y consultaba mucho antes de tomar cualquier decisión. Hablaba, incluso, con dirigentes peronistas y no peronistas que no comulgaban estrictamente con su línea de pensamiento. Es un enigma, todavía, conocer con quien dialoga la Presidenta fuera de ese círculo minúsculo que componen Máximo, su hijo, Carlos Zannini, Héctor Icazuriaga, el número uno de la SIDE, y Julio De Vido.
Hay otro rasgo común de Cristina con la lógica de Kirchner a la hora de hacer cambios.
El rasgo es enfáticamente conservador.
Desplazamientos sólo indispensables. Los tres cargos cubiertos –jefatura de Gabinete, ministerios de Economía y Agricultura– quedaron vacantes. En síntesis, nadie resultó sustituido por la búsqueda de una alternativa superior.
Cristina actuó ahora como había actuado en el 2007. Tratando de dar continuidad a los ministros que estaban. La única cara verdaderamente nueva de esa época fue Martín Lousteau, el ministro de Economía. La experiencia resultó traumática –no tanto como la de Julio Cobos– para la Presidenta. Por una resolución de Lousteau se incubó el largo conflicto con el campo. Aunque en la raíz de aquel trauma influyeron otras cosas: Lousteau planteó objeciones a las políticas de Guillermo Moreno. Y el secretario de Comercio –se supo ayer, admirador de Isabel Sarli– ha sido un intocable para Cristina y para el ex presidente.
Antes de asumir su primer mandato, el cambio o el mantenimiento del gabinete fue motivo de un debate interno . El entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, promovió un cambio amplio y hasta propuso su salida. Pero el instinto conservador de los Kirchner y un episodio simultáneo en Chile saldó la diferencia. Michelle Bachelet había arrancado su Gobierno con innumerables dificultades, adjudicadas a su afán por mostrar un gabinete bien distinto al que había dejado su antecesor, Ricardo Lagos.
Ninguno de los tres nuevos ministros que acompañarán a Cristina poseen personalidad y musculatura política suficiente como para incomodarla. El centro de la escena será siempre para ella. Abal Medina exhibe el mérito de la portación de apellido en el universo peronista-kirchnerista. No es su única virtud. Desde que desembarcó en el poder, a instancias de Alberto Fernández, fue disciplinado y obediente con sus superiores. En un tiempo, quizás por transferencia intelectual de su padre, estuvo convencido de que en política y en la función pública siempre era imprescindible plantear el “sin embargo” . Una manera de llegar a las entrañas de cada decisión y de encoger los inevitables márgenes de error. Ese principio debe haber quedado olvidado en los portones de Balcarce 50.
Difícilmente desde la jefatura de Gabinete, Abal Medina pueda hacer algo muy diferente a lo que vino haciendo en la secretaría de Medios. La Jefatura sólo tuvo sentido durante el gobierno de Kirchner, cuando funcionó como eje de las acciones de los ministros. Aníbal Fernández la convirtió en un púlpito para ejercitar cristinismo furibundo o denostar a opositores y medios de comunicación. Los medios siguen estando en la primera página de las prioridades de Cristina. El lunes y ayer realizó actos públicos con el simple propósito de demostrar como el Estado compite, en muchos planos, con los medios de prensa privados.
Tampoco Amado Boudou debería cebarse.
La entronización de Lorenzino como su sucesor podría tener más relación con la lógica de un ministro sujeto a condiciones impuestas desde escalones superiores del poder que a una ganancia de espacios e influencias del vicepresidente electo. El vínculo de Boudou con los Kirchner –Cristina y Máximo– atraviesa un ciclo zigzagueante.
El último ministro de Economía con autonomía fue Lavagna. Después, Kirchner tomó todas las riendas mientras desfilaron Felisa Miceli, Lousteau, Carlos Fernández y Boudou. Moreno fue infranqueable para ellos.
¿Lo será también para Lorenzino? .
El nuevo ministro llegó al poder con Carlos Fernández –estaba en la representación del Banco Provincia en Nueva York– y tuvo tiempos turbulentos cuando irrumpió Boudou. Superadas esas asperezas, quedó en la carrera sucesoria.
Lorenzino debe saber que Moreno seguirá al lado de Cristina. Igual que Ricardo Echegaray, el titular de la AFIP. Podrán estar en los sillones que ocupan ahora o en otros. Pero estarán. Como De Vido, en Planificación, o Icazuriaga en la SIDE. Y Carlos Zannini en la secretaría Legal. Esa es la auténtica armada kirchnerista, forjada en los lejanos años de la convivencia patagónica.
Cristina no habría observado deficiencias –políticas o éticas– en ninguno de los ministros que la vienen ladeando al concluir su primer mandato. De allí la permanencia. Parece haberse colocado, de ese modo, en la antípodas de su amiga Dilma Rousseff. La mandataria brasileña ya despachó a seis ministros –todos por casos o sospechas de corrupción– en su primer año de gobierno.
La política exterior quedará en manos de Cristina. Por ese motivo, sobre todo, la subsistencia de Héctor Timerman en la Cancillería. Cristina se ocupó personalmente de designar a los embajadores en Brasil y Washington. En esas capitales radica su interés político. Ambas están intimamente ligadas a los avatares que pueda tener la economía doméstica. Brasil es el principal socio comercial. Estados Unidos sería un auxilio necesario en caso de que la Argentina se vea obligada a buscar financiamiento en los mercados internacionales. Debe antes sortear obstáculos y requeriría de la mano de Washington.
Cristina desearía, en su convicción más profunda, que este módico equipo pueda acompañarla hasta el 2015. La tesis de que los ministros actuales servirían para el tiempo del ajuste y que luego vendrían otros, forman parte sólo de una tesis.
La Presidenta cree que el 54% de los votos revalidó toda su gestión. ¿Por que razón, entonces, hacer grandes cambios?. Los grandes números siempre encandilan e impiden ver muchas otras cosas.
No sería osado resumir en una frase, con el riesgo que en política encierra toda reducción, el sentido de los anuncios sobre el nuevo gabinete que empezará su rodaje a partir del sábado.
El Gobierno soy yo , se podría leer en los labios de Cristina Fernández detrás de las designaciones de Juan Manuel Abal Medina, como jefe de Gabinete, Hernán Lorenzino, ministro de Economía y Norberto Yauhar, ministro de Agricultura.
Esa personalización del poder no es nueva . Pertenece a la cultura peronista pero vivió siempre subyacente en el alma del matrimonio Kirchner. Los únicos tiempos distintos, por necesidad y precariedad de origen , fueron los primeros años del ex presidente cuando se rodeó de ministros de talla. Alberto Fernández, Roberto Lavagna, Rafael Bielsa. Ninguno está hoy, tal vez no por casualidad, en las cercanías del Gobierno.
Aún dando como válida esa mirada, el cerco se estrechó más desde la muerte de Kirchner. El ex presidente hablaba y consultaba mucho antes de tomar cualquier decisión. Hablaba, incluso, con dirigentes peronistas y no peronistas que no comulgaban estrictamente con su línea de pensamiento. Es un enigma, todavía, conocer con quien dialoga la Presidenta fuera de ese círculo minúsculo que componen Máximo, su hijo, Carlos Zannini, Héctor Icazuriaga, el número uno de la SIDE, y Julio De Vido.
Hay otro rasgo común de Cristina con la lógica de Kirchner a la hora de hacer cambios.
El rasgo es enfáticamente conservador.
Desplazamientos sólo indispensables. Los tres cargos cubiertos –jefatura de Gabinete, ministerios de Economía y Agricultura– quedaron vacantes. En síntesis, nadie resultó sustituido por la búsqueda de una alternativa superior.
Cristina actuó ahora como había actuado en el 2007. Tratando de dar continuidad a los ministros que estaban. La única cara verdaderamente nueva de esa época fue Martín Lousteau, el ministro de Economía. La experiencia resultó traumática –no tanto como la de Julio Cobos– para la Presidenta. Por una resolución de Lousteau se incubó el largo conflicto con el campo. Aunque en la raíz de aquel trauma influyeron otras cosas: Lousteau planteó objeciones a las políticas de Guillermo Moreno. Y el secretario de Comercio –se supo ayer, admirador de Isabel Sarli– ha sido un intocable para Cristina y para el ex presidente.
Antes de asumir su primer mandato, el cambio o el mantenimiento del gabinete fue motivo de un debate interno . El entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, promovió un cambio amplio y hasta propuso su salida. Pero el instinto conservador de los Kirchner y un episodio simultáneo en Chile saldó la diferencia. Michelle Bachelet había arrancado su Gobierno con innumerables dificultades, adjudicadas a su afán por mostrar un gabinete bien distinto al que había dejado su antecesor, Ricardo Lagos.
Ninguno de los tres nuevos ministros que acompañarán a Cristina poseen personalidad y musculatura política suficiente como para incomodarla. El centro de la escena será siempre para ella. Abal Medina exhibe el mérito de la portación de apellido en el universo peronista-kirchnerista. No es su única virtud. Desde que desembarcó en el poder, a instancias de Alberto Fernández, fue disciplinado y obediente con sus superiores. En un tiempo, quizás por transferencia intelectual de su padre, estuvo convencido de que en política y en la función pública siempre era imprescindible plantear el “sin embargo” . Una manera de llegar a las entrañas de cada decisión y de encoger los inevitables márgenes de error. Ese principio debe haber quedado olvidado en los portones de Balcarce 50.
Difícilmente desde la jefatura de Gabinete, Abal Medina pueda hacer algo muy diferente a lo que vino haciendo en la secretaría de Medios. La Jefatura sólo tuvo sentido durante el gobierno de Kirchner, cuando funcionó como eje de las acciones de los ministros. Aníbal Fernández la convirtió en un púlpito para ejercitar cristinismo furibundo o denostar a opositores y medios de comunicación. Los medios siguen estando en la primera página de las prioridades de Cristina. El lunes y ayer realizó actos públicos con el simple propósito de demostrar como el Estado compite, en muchos planos, con los medios de prensa privados.
Tampoco Amado Boudou debería cebarse.
La entronización de Lorenzino como su sucesor podría tener más relación con la lógica de un ministro sujeto a condiciones impuestas desde escalones superiores del poder que a una ganancia de espacios e influencias del vicepresidente electo. El vínculo de Boudou con los Kirchner –Cristina y Máximo– atraviesa un ciclo zigzagueante.
El último ministro de Economía con autonomía fue Lavagna. Después, Kirchner tomó todas las riendas mientras desfilaron Felisa Miceli, Lousteau, Carlos Fernández y Boudou. Moreno fue infranqueable para ellos.
¿Lo será también para Lorenzino? .
El nuevo ministro llegó al poder con Carlos Fernández –estaba en la representación del Banco Provincia en Nueva York– y tuvo tiempos turbulentos cuando irrumpió Boudou. Superadas esas asperezas, quedó en la carrera sucesoria.
Lorenzino debe saber que Moreno seguirá al lado de Cristina. Igual que Ricardo Echegaray, el titular de la AFIP. Podrán estar en los sillones que ocupan ahora o en otros. Pero estarán. Como De Vido, en Planificación, o Icazuriaga en la SIDE. Y Carlos Zannini en la secretaría Legal. Esa es la auténtica armada kirchnerista, forjada en los lejanos años de la convivencia patagónica.
Cristina no habría observado deficiencias –políticas o éticas– en ninguno de los ministros que la vienen ladeando al concluir su primer mandato. De allí la permanencia. Parece haberse colocado, de ese modo, en la antípodas de su amiga Dilma Rousseff. La mandataria brasileña ya despachó a seis ministros –todos por casos o sospechas de corrupción– en su primer año de gobierno.
La política exterior quedará en manos de Cristina. Por ese motivo, sobre todo, la subsistencia de Héctor Timerman en la Cancillería. Cristina se ocupó personalmente de designar a los embajadores en Brasil y Washington. En esas capitales radica su interés político. Ambas están intimamente ligadas a los avatares que pueda tener la economía doméstica. Brasil es el principal socio comercial. Estados Unidos sería un auxilio necesario en caso de que la Argentina se vea obligada a buscar financiamiento en los mercados internacionales. Debe antes sortear obstáculos y requeriría de la mano de Washington.
Cristina desearía, en su convicción más profunda, que este módico equipo pueda acompañarla hasta el 2015. La tesis de que los ministros actuales servirían para el tiempo del ajuste y que luego vendrían otros, forman parte sólo de una tesis.
La Presidenta cree que el 54% de los votos revalidó toda su gestión. ¿Por que razón, entonces, hacer grandes cambios?. Los grandes números siempre encandilan e impiden ver muchas otras cosas.