Maria Arena (Viuda de Gastón Riva): «La imagen de mi marido muerto en la tele no me la olvido más»

María Arena, viuda de Gastón Riva. Foto: LA NACION / Matías Aimar
Video: Jornadas de furia en diciembre de 2001 (YouTube / LilaydTS)
Afuera del bar llueve con furia. Por momentos María Mercedes, o Mari, como le dicen todos, recuerda con una nitidez que asusta. En otros, se detiene y se disculpa por no poder hacer memoria del todo. Sus ojos miran con esa rara forma de serenidad que surge de la mezcla entre el dolor profundo y el paso del tiempo. Gastón Riva es el padre de sus tres hijos y una de las 39 personas asesinadas en diciembre de 2001, víctimas de la represión policial que antecedió la caída de Fernando de la Rúa.
Riva tenía 29 años. Sus hijos Camila, Agustina y Matías, 8, 3 y 2 respectivamente. Desde arriba de su moto, con la que trabajaba en una mensajería de día y repartiendo pizza a la noche, había aprendido a respirar la ciudad. Por eso, el clima de tensión y hartazgo que atravesaba las calles de aquel diciembre caliente se había vuelto tema de conversación recurrente entre Gastón y Mari cada vez que él volvía de trabajar a la casa que compartían en el Bajo Flores.
La última foto: Riva y sus hijos Camila, Agustina y Matías el 16 de diciembre de 2001. Foto: Foto familiar
«Ahí se llevan a uno de los muertos», dijo un movilero desde la Plaza. Sentada frente al televisor, Mari reconoció la cara de Gastón y su contextura física. No tuvo dudas. Pero eligió tenerlas. Corrió hasta el dormitorio y revisó el placard esperando encontrar en los cajones la misma ropa que había visto sobre el cuerpo moribundo. La ropa no estaba.
Alcanzado por disparos de escopeta, Riva cayó a pocos metros de la esquina de Avenida de Mayo y Tacuarí antes de las 13 del 20 de diciembre. Hoy, sobre la vereda, una placa algo raída por el tiempo lo recuerda con un poema escrito por Mari. Allí llevará mañana a sus hijos que, como todos los días de los últimos diez años, recordarán al padre que no los vio crecer.
– ¿Cómo recuerda los días previos al 20 de diciembre?
– Fueron días de convulsión. Recuerdo que estuve todo el 19 y el 20 mirando tele. Mis hijos eran muy chiquitos y yo estaba en mi casa. Desde hacía meses se notaba que el de De la Rúa era un gobierno absolutamente ausente, inoperante. Cuando fue lo del corralito, no nos afectó porque tuviéramos ahorros en el banco, pero sí porque a Gastón le pagaban por semana. Pero eso era una pavada al lado de lo que vivía otra gente. Fueron días muy movilizantes. Particularmente el 19. Recuerdo haber visto muchas imágenes de violencia, gente muy enojada y con mucha necesidad.
– ¿Cuándo fue la última vez que vio a Gastón?
– Cuando llegó de trabajar ese miércoles a la noche [el 19] me dijo «la verdad, que tendríamos que salir a hacer un poco de ruido». Los chicos se habían dormido y no daba. Así que nos quedamos viendo un rato la tele y después él se fue a dormir, porque se levantaba muy temprano. Yo me quedé viendo. Me acuerdo que, como a las 2, se supo que había renunciado [Domingo] Cavallo, así que fui a despertarlo para decirle. Al otro día se fue sin que lo viera porque se despertó antes que yo.
– ¿Imaginó que podía llegar a ir a la Plaza?
– Sí. Lo supuse. El nunca me lo dijo, pero lo preví. Tal vez le surgió en el momento. El trabajaba cerca de donde lo mataron. Debe haber visto la manifestación y se quedó. Habíamos hablado al mediodía [del jueves], le pregunté si iba a ir y me contestó con evasivas, pero estaba eufórico. Me lo imaginé, sí.
– ¿Cómo se enteró de que estaba en la Plaza?
– De la peor manera. Estaba viendo tele y en un momento escucho que el cronista dice «Acá se llevan a uno de los muertos». Y era él. Pero no se le veía bien la cara, así que eso fue lo que me dio esperanza, porque, por el resto no había dudas: la ropa era la suya, incluso busqué esa ropa pensando que me había equivocado y no. Empecé a llamar a todos lados: al SAME, a la policía a los hospitales. Finalmente, el dueño de la mensajería en la que trabajaba vino a avisarme que lo había encontrado en el Argerich, no se animó a decirme que estaba muerto. Me enteré cuando llegué al hospital. La imagen de Gastón muerto en la tele no me la olvido nunca más. Nunca más. Me la llevo conmigo.
– ¿Cómo se conocieron?
– A través de su tía, que yo conocí en un trabajo y siempre insistía para que fuéramos a Ramallo a conocer a su familia. Me hablaba mucho de su sobrino Gastón. Finalmente fuimos y lo conocí.
Riva y su mujer, María Arena, el día de su casamiento, en 1997. Foto: Foto familiar
– ¿A Gastón le interesaba la política?
– La política en general, sí. No la política partidaria. Estábamos los dos muy informados. El había laburado en Somisa y cuando fue la echada masiva [en 1992] hubo una manifestación que vino desde San Nicolás y él venía al frente de las columnas. Siempre fue un tipo muy laburador, luchaba por lo que creía y por lo que le parecía justo.
– ¿Qué hacía en su tiempo libre?
– Tenía muy poco tiempo libre, pero le apasionaban las motos y le gustaba hacer boxeo.
– ¿Cómo era como padre?
– Era un padre muy trabajador. No estaba en todo el día. Se tomaba un rato a la tarde para estar en casa entre un trabajo y otro y los fines de semana también trabajaba. Pero cuando estaba los domingos tenía la costumbre de hacer asado. Imagino que hubiera sido mucho más severo que yo en muchas cosas con los chicos. Le gustaban las cosas claras, sin rodeos.
– ¿Qué les dijo a sus hijos cuando empezaron a preguntar?
– Fueron tres situaciones bien distintas. A mi hija mayor, ese día, cuando volví del hospital, no supe cómo enfrentarla. Entonces le dije que su papá estaba muy mal. Que había muerto se lo dije al día siguiente. Lloró mucho. Con los otros dos fue distinto. Matías tenía 2, no hablaba. Recuerdo que esa noche, cuando volví del hospital y me fui a bañar, me esperaba en la puerta del baño y me decía «papá, papá». Agustina tenía 3, ya hablaba y estaba en la edad de preguntar todo. Le cayó la ficha cuando viajamos los cuatro a Ramallo para enterrarlo. Por suerte hoy son tres chicos felices, pudieron salir adelante.
La placa por Riva, en Tacuarí y Avenida de Mayo, donde cayó. Foto: LA NACION / Ignacio Coló
-¿Qué le genera que hayan pasado 10 años?
– Fueron años de mucho crecimiento, mucha terapia, pude rehacer mi vida. Pero hay algo que es clave en todo este dolor: por más que mis hijos puedan tener una vida más o menos feliz nunca van a recuperar a su papá. Eran muy chiquitos y les faltó escribir mucho de su historia con él.
– ¿Y a usted?
– Para mí es revivir muchas cosas de las que incluso tal vez no me acordaba. Es un poco ir reciclándose. El golpe que nos tocó vivir no deja de ser doloroso, pero está guardado.
– ¿Quiénes son responsables del asesinato?
– Todos. Desde De la Rúa, que tenía la responsabilidad de manejar un país, hasta los funcionarios y dirigentes políticos de ese momento, que no supieron poner coto a tiempo. Los altos mandos policiales, que fueron quienes desataron la represión y, por supuesto, los que tiraron del gatillo, que no se arrepienten. Incluso están convencidos de que era la manera de que la gente no invadiera la Casa de Gobierno. Además, están todos libres.
– ¿Qué le genera que De la Rúa haya sido sobreseído?
– No sé si De la Rúa estaba o no al tanto de lo que pasaba en la Plaza. Pero es responsable, primero, de haber decretado un estado de sitio sin sentido; segundo, de haber puesto en la calle a disipar a la gente a una policía que él sabía que no estaba preparada para eso. Además, después no hizo nada para pararla. Cometió demasiados errores. Es el primer responsable de lo que pasó.
– ¿Cómo cambió su vida a partir del asesinato de Gastón?
– Muchísimo. En la vida familiar tuve que aprender a tomar algunas decisiones sola. Me volví una mujer más dura..

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