No conviene distraerse con enredos, aunque sean cautivantes. El problema central del conflicto entre la Presidenta y Hugo Moyano es que, en el mismo momento en que se propone estabilizar la economía, el Gobierno asiste a la ruptura de su alianza con el sindicato más dotado para la protesta pública.
Néstor Kirchner concedió a Moyano el monopolio de la interlocución con el movimiento obrero, inquieto porque las tensiones derivadas del estallido de la convertibilidad no habían desaparecido. Gracias a esa sociedad, los camioneros acumularon poder y recursos durante el ciclo ascendente de la economía. Ahora, cuando la retracción se hace evidente, y obliga a moderar la presión salarial, Cristina Kirchner advierte que ese acuerdo está agotado. El segundo mandato arrancó con una escena de suspenso. El drama principal del año 2012 ha comenzado.
En el afán por seducirlo, Kirchner reabrió a Moyano la puerta de la política, que para el sindicalismo se había cerrado con la derrota de 1983. Su viuda intentó corregir el error, negándole lugares en las listas y excluyéndolo de la campaña electoral. El jueves pasado el camionero respondió a ese menosprecio.
En el despecho de Moyano hay un equívoco: proyecta el peso de la representación gremial sobre la representación política, como si existiera un «voto de los trabajadores», un «voto católico» o un «voto estudiantil». Esa confusión lo lleva a enfrentar a Cristina Kirchner, que tiene el respaldo del 54% de los votos, en el terreno de la política. No se da cuenta de que él no es Lula ni la Presidenta es Isabelita. Moyano apeló al argumento de la traición al peronismo, con el que Eduardo Duhalde acaba de terminar su carrera. Y remató con una autocrítica muy meritoria para un egocéntrico como él: la denuncia de que el PJ bonaerense, después de estar dos años bajo su conducción, quedó convertido en una cáscara vacía. Moyano expresa el malestar que provoca en franjas muy amplias del oficialismo un liderazgo que, enmascarado en la retórica de una saga colectiva, se ha vuelto solipsista y arbitrario. La expresión superficial de ese capricho son los «niños bien» de La Cámpora. A muchos dirigentes -Daniel Scioli, Julio De Vido, Aníbal Fernández, Carlos Verna, Juan Carlos Mazzón, José Pampuro, y siguen las firmas?- les gustaría hablar como Moyano. Pero en el orden cerrado del peronismo ese fastidio no se volverá operativo hasta que la Presidenta no sufra un recorte visible en su popularidad.
La Casa Rosada elabora un plan para enfrentar a Moyano sobre la base de este desacierto. El responsable de la estrategia es Carlos Zannini, que ha desplazado a De Vido en el vínculo gremial. Zannini dedicó la semana pasada a entrevistas con secretarios generales. Son reuniones de sondeo y aprendizaje: el secretario legal y técnico ignora la cultura del sector.
La mesa de arena de Zannini tiene tres patas. Una son los tribunales. «Moyano tiene muchos problemas judiciales», insinúa. Cristina Kirchner se lo dijo a un ministro, de otro modo: «El problema de Moyano lo liquido en una tarde». Armando Cavalieri, contertulio habitual de Zannini, prefiere ir a lo seguro. El jueves pasado se cruzó con Claudio Bonadio, el juez que investiga al camionero, y le preguntó: «¿Cuándo vas a meter preso al Negro?». Para un peronista no hay nada peor que otro peronista.
Las ínfulas de Zannini chocan contra la cautela de los jueces. No son tantos los que se animan a firmar una captura y despertar con una flota de camiones dentro del jardín. Todos recuerdan la captura e inmediata liberación de Gerónimo Venegas. Moyano también. Sobre todo cuando tratan de tranquilizarlo con el argumento de que su delito es excarcelable.
El plan de Zannini prevé también avanzar sobre los fondos sindicales. En especial sobre los de Moyano. El camionero alardeó con que renunciaba a los honores, pero no a la lucha. Sobre la caja no dijo una palabra. Por un antojo de esos que lo irritan, Kirchner le concedió la recaudación de los exámenes psicotécnicos de los choferes y decretó que las empresas que contraten con su sindicato no paguen cargas sociales. Con esa llave Moyano diezmó de afiliados a muchos colegas. Sobre todo a Cavalieri.
La estatización del fondo de los trabajadores rurales de Venegas -el Renatre- es más que una venganza contra uno de los organizadores del conflicto del campo. Es un espejo que adelanta para el resto del gremialismo. Moyano lo entendió así y ordenó a su abogado Héctor Recalde, diputado y padre del niño bien presidente de Aerolíneas, que no votara con el resto de su bancada. La situación de Recalde al frente de la Comisión de Trabajo pende de un hilo. En cuanto al estatuto de Venegas, los sindicatos prometen un tumulto en el Senado. Amado Boudou tendrá un debut ruidoso, a su medida.
El movimiento más audaz de Zannini consiste, como publicó LA NACION hace dos lunes, en estatizar las prestaciones de alta complejidad de las obras sociales, sobre todo el suministro de drogas caras. A cambio, el Tesoro retendría los $ 11.000 millones de aportes de los gremios. La propuesta divide a los sindicalistas. Oscar Mangone (Gas) y Andrés Rodríguez (UPCN) la auspician porque los aliviaría. El general Alejandro Lanusse les sacó a los jubilados, con el PAMI, y Zannini los liberaría de los enfermos de alto costo. En cambio, Luis Barrionuevo, Jorge Lobais (textiles) y el propio Moyano temen que sea el primer paso para una apropiación total del sistema. En consecuencia, siguen reclamando la suma adeudada.
El martes pasado, Cavalieri almorzó con el ministro de Salud, Juan Manzur -aliado principal de un sector del gremialismo-, y se llevó una promesa: «Antes de fin de año vamos a distribuir parte de los fondos retenidos». Moyano regulará su acción según cómo se cumpla con ese compromiso. Para los sindicalistas el dinero es el combustible de la tregua.
En sus lucubraciones, Zannini imagina una nueva CGT. Pretende que los camioneros integren una conducción colegiada. Si no lo hacen, el Gobierno prefiere una central obrera fracturada, que controlen Rodríguez, Gerardo Martínez, Antonio Caló (UOM) y Ricardo Pignanelli (Smata). Hasta el acto de Huracán, Zannini contaba con la colaboración del moyanista Omar Viviani, quien le había prometido -y lo adelantó por radio- que el discurso de Moyano sería moderado. Fracasó. Ahora Moyano lo llama, en sus momentos de ira, «el enano traidor». Más allá de estas desavenencias, la Casa Rosada quiere aprovechar el desprestigio de Moyano para confrontar con él.
Así como Moyano no percibe con claridad el lugar de Cristina Kirchner en la política, ella ha venido menospreciando el papel del camionero en el campo sindical. Ella sigue en campaña. No contesta los reclamos. En el aislamiento de su duelo, también pone en acto oscuras asociaciones emocionales. Cuando lo sorprendió la muerte, su esposo lidiaba con el desborde de Moyano. Ese recuerdo ha envenenado el vínculo político.
La Presidenta no logra advertir que en los próximos meses Moyano no será ese actor de pésima imagen del que conviene distanciarse. Será un regulador principal del costo salarial en una economía cuyo nivel de actividad tiende a declinar. Hasta ahora Moyano prestaba un servicio invalorable: tomando mate en la cocina de su casa, De Vido conseguía que la pauta de las paritarias estuviera a cargo del único gremio capaz de enloquecer la vida cotidiana. ¿Con quién cuenta Zannini para reemplazarlo? Con tres días de paro, Moyano puede enfurecer a la clase media, dejándola sin naftas y sin efectivo en los cajeros automáticos. Tiene razón De Vido: «El Negro es más peligroso afuera que adentro».
El destino del ajuste -o, si se prefiere, de la «sintonía fina»- se comenzará a conocer en marzo, cuando la UOM haya cerrado su negociación y la demanda docente esté sobre la mesa. Moyano planea endurecer esa referencia para ampliar su alianza sindical. A partir de ahora coordinará las demandas de la CGT con los gremios que lidera Barrionuevo y con la CTA de Pablo Micheli, que expresa en el Congreso Víctor De Gennaro. Moyano pactó con ellos -el mediador fue Ricardo Cirielli- el discurso de Huracán. Aunque algunas frases prometidas después no se escucharon. «Los trabajadores festejan en los estadios pero protestan en la Plaza de Mayo», por ejemplo. Tal vez la lluvia haya mojado los apuntes.
Moyano cree que la Presidenta está condenada a perder encanto porque se mantendrá la inflación pero con menos crecimiento. El se propone recuperar prestigio entre sus bases por la vía de la reivindicación laboral. ¿Funcionarán de ese modo las dos curvas? ¿Hay un momento en que se cruzarán? Son enigmas demasiado prematuros. La película recién comienza..
Néstor Kirchner concedió a Moyano el monopolio de la interlocución con el movimiento obrero, inquieto porque las tensiones derivadas del estallido de la convertibilidad no habían desaparecido. Gracias a esa sociedad, los camioneros acumularon poder y recursos durante el ciclo ascendente de la economía. Ahora, cuando la retracción se hace evidente, y obliga a moderar la presión salarial, Cristina Kirchner advierte que ese acuerdo está agotado. El segundo mandato arrancó con una escena de suspenso. El drama principal del año 2012 ha comenzado.
En el afán por seducirlo, Kirchner reabrió a Moyano la puerta de la política, que para el sindicalismo se había cerrado con la derrota de 1983. Su viuda intentó corregir el error, negándole lugares en las listas y excluyéndolo de la campaña electoral. El jueves pasado el camionero respondió a ese menosprecio.
En el despecho de Moyano hay un equívoco: proyecta el peso de la representación gremial sobre la representación política, como si existiera un «voto de los trabajadores», un «voto católico» o un «voto estudiantil». Esa confusión lo lleva a enfrentar a Cristina Kirchner, que tiene el respaldo del 54% de los votos, en el terreno de la política. No se da cuenta de que él no es Lula ni la Presidenta es Isabelita. Moyano apeló al argumento de la traición al peronismo, con el que Eduardo Duhalde acaba de terminar su carrera. Y remató con una autocrítica muy meritoria para un egocéntrico como él: la denuncia de que el PJ bonaerense, después de estar dos años bajo su conducción, quedó convertido en una cáscara vacía. Moyano expresa el malestar que provoca en franjas muy amplias del oficialismo un liderazgo que, enmascarado en la retórica de una saga colectiva, se ha vuelto solipsista y arbitrario. La expresión superficial de ese capricho son los «niños bien» de La Cámpora. A muchos dirigentes -Daniel Scioli, Julio De Vido, Aníbal Fernández, Carlos Verna, Juan Carlos Mazzón, José Pampuro, y siguen las firmas?- les gustaría hablar como Moyano. Pero en el orden cerrado del peronismo ese fastidio no se volverá operativo hasta que la Presidenta no sufra un recorte visible en su popularidad.
La Casa Rosada elabora un plan para enfrentar a Moyano sobre la base de este desacierto. El responsable de la estrategia es Carlos Zannini, que ha desplazado a De Vido en el vínculo gremial. Zannini dedicó la semana pasada a entrevistas con secretarios generales. Son reuniones de sondeo y aprendizaje: el secretario legal y técnico ignora la cultura del sector.
La mesa de arena de Zannini tiene tres patas. Una son los tribunales. «Moyano tiene muchos problemas judiciales», insinúa. Cristina Kirchner se lo dijo a un ministro, de otro modo: «El problema de Moyano lo liquido en una tarde». Armando Cavalieri, contertulio habitual de Zannini, prefiere ir a lo seguro. El jueves pasado se cruzó con Claudio Bonadio, el juez que investiga al camionero, y le preguntó: «¿Cuándo vas a meter preso al Negro?». Para un peronista no hay nada peor que otro peronista.
Las ínfulas de Zannini chocan contra la cautela de los jueces. No son tantos los que se animan a firmar una captura y despertar con una flota de camiones dentro del jardín. Todos recuerdan la captura e inmediata liberación de Gerónimo Venegas. Moyano también. Sobre todo cuando tratan de tranquilizarlo con el argumento de que su delito es excarcelable.
El plan de Zannini prevé también avanzar sobre los fondos sindicales. En especial sobre los de Moyano. El camionero alardeó con que renunciaba a los honores, pero no a la lucha. Sobre la caja no dijo una palabra. Por un antojo de esos que lo irritan, Kirchner le concedió la recaudación de los exámenes psicotécnicos de los choferes y decretó que las empresas que contraten con su sindicato no paguen cargas sociales. Con esa llave Moyano diezmó de afiliados a muchos colegas. Sobre todo a Cavalieri.
La estatización del fondo de los trabajadores rurales de Venegas -el Renatre- es más que una venganza contra uno de los organizadores del conflicto del campo. Es un espejo que adelanta para el resto del gremialismo. Moyano lo entendió así y ordenó a su abogado Héctor Recalde, diputado y padre del niño bien presidente de Aerolíneas, que no votara con el resto de su bancada. La situación de Recalde al frente de la Comisión de Trabajo pende de un hilo. En cuanto al estatuto de Venegas, los sindicatos prometen un tumulto en el Senado. Amado Boudou tendrá un debut ruidoso, a su medida.
El movimiento más audaz de Zannini consiste, como publicó LA NACION hace dos lunes, en estatizar las prestaciones de alta complejidad de las obras sociales, sobre todo el suministro de drogas caras. A cambio, el Tesoro retendría los $ 11.000 millones de aportes de los gremios. La propuesta divide a los sindicalistas. Oscar Mangone (Gas) y Andrés Rodríguez (UPCN) la auspician porque los aliviaría. El general Alejandro Lanusse les sacó a los jubilados, con el PAMI, y Zannini los liberaría de los enfermos de alto costo. En cambio, Luis Barrionuevo, Jorge Lobais (textiles) y el propio Moyano temen que sea el primer paso para una apropiación total del sistema. En consecuencia, siguen reclamando la suma adeudada.
El martes pasado, Cavalieri almorzó con el ministro de Salud, Juan Manzur -aliado principal de un sector del gremialismo-, y se llevó una promesa: «Antes de fin de año vamos a distribuir parte de los fondos retenidos». Moyano regulará su acción según cómo se cumpla con ese compromiso. Para los sindicalistas el dinero es el combustible de la tregua.
En sus lucubraciones, Zannini imagina una nueva CGT. Pretende que los camioneros integren una conducción colegiada. Si no lo hacen, el Gobierno prefiere una central obrera fracturada, que controlen Rodríguez, Gerardo Martínez, Antonio Caló (UOM) y Ricardo Pignanelli (Smata). Hasta el acto de Huracán, Zannini contaba con la colaboración del moyanista Omar Viviani, quien le había prometido -y lo adelantó por radio- que el discurso de Moyano sería moderado. Fracasó. Ahora Moyano lo llama, en sus momentos de ira, «el enano traidor». Más allá de estas desavenencias, la Casa Rosada quiere aprovechar el desprestigio de Moyano para confrontar con él.
Así como Moyano no percibe con claridad el lugar de Cristina Kirchner en la política, ella ha venido menospreciando el papel del camionero en el campo sindical. Ella sigue en campaña. No contesta los reclamos. En el aislamiento de su duelo, también pone en acto oscuras asociaciones emocionales. Cuando lo sorprendió la muerte, su esposo lidiaba con el desborde de Moyano. Ese recuerdo ha envenenado el vínculo político.
La Presidenta no logra advertir que en los próximos meses Moyano no será ese actor de pésima imagen del que conviene distanciarse. Será un regulador principal del costo salarial en una economía cuyo nivel de actividad tiende a declinar. Hasta ahora Moyano prestaba un servicio invalorable: tomando mate en la cocina de su casa, De Vido conseguía que la pauta de las paritarias estuviera a cargo del único gremio capaz de enloquecer la vida cotidiana. ¿Con quién cuenta Zannini para reemplazarlo? Con tres días de paro, Moyano puede enfurecer a la clase media, dejándola sin naftas y sin efectivo en los cajeros automáticos. Tiene razón De Vido: «El Negro es más peligroso afuera que adentro».
El destino del ajuste -o, si se prefiere, de la «sintonía fina»- se comenzará a conocer en marzo, cuando la UOM haya cerrado su negociación y la demanda docente esté sobre la mesa. Moyano planea endurecer esa referencia para ampliar su alianza sindical. A partir de ahora coordinará las demandas de la CGT con los gremios que lidera Barrionuevo y con la CTA de Pablo Micheli, que expresa en el Congreso Víctor De Gennaro. Moyano pactó con ellos -el mediador fue Ricardo Cirielli- el discurso de Huracán. Aunque algunas frases prometidas después no se escucharon. «Los trabajadores festejan en los estadios pero protestan en la Plaza de Mayo», por ejemplo. Tal vez la lluvia haya mojado los apuntes.
Moyano cree que la Presidenta está condenada a perder encanto porque se mantendrá la inflación pero con menos crecimiento. El se propone recuperar prestigio entre sus bases por la vía de la reivindicación laboral. ¿Funcionarán de ese modo las dos curvas? ¿Hay un momento en que se cruzarán? Son enigmas demasiado prematuros. La película recién comienza..