A ndrés “Cuervo” Larroque, flamante diputado nacional por el Frente para la Victoria y principal referente de La Cámpora, el 19 de diciembre de 2001 lo encontró en el puente Alsina, en Pompeya, junto a varias organizaciones sociales y más de 2000 vecinos del sur porteño empobrecido, cortando el cruce a la Capital Federal en una protesta generalizada que se repetía en cada uno de los accesos a la ciudad. Este ex estudiante del Colegio Nacional Buenos Aires y de la UBA tenía entonces 24 años y militaba desde el secundario en la Villa 20 de Lugano. Hoy, Larroque analiza aquellos días en los que el país ardía al borde del abismo y el recorrido personal y colectivo que lo llevó desde la resistencia militante en las barriadas empobrecidas a latigazos de neoliberalismo hasta el presente, también militante, pero en el centro de la escena política nacional.
–¿Cómo viviste aquel diciembre de 2001?
–En la calle, nosotros veníamos trabajando con los desocupados en la Villa 20. Lo coordinábamos con la Martín Fierro, en la Villa 1.11.14, con la gente de La Chispa de Villa Soldati, con la gente de (Mariano) Recalde en la UBA. Y el 19, estábamos cortando el puente Alsina porque ahí cerca había un supermercado que querían saquear y nosotros, la militancia, reunimos a la gente en el puente. Esperábamos respuesta. La gente quería comida. Se venían las fiestas. Todo estaba muy caliente. Veníamos de la experiencia del Frenapo, y bajo la conducción de Víctor De Genaro esperábamos una definición más clara. El mensaje de la CTA no fue claro, y los muchachos que estábamos ahí y que militábamos en la CTA definimos compartir un plan de lucha con la CCC y distintas organizaciones, que tenía que ver con cortar todos los accesos a la Capital.
–¿Y qué sucedió?
–En el medio de la protesta, nos enteramos que De la Rúa había decretado el estado de sitio. No lo creíamos, pero a los minutos llegó un grupo de la Policía Federal, con armas largas. Fue un compañero a negociar y volvió corriendo. Le pregunto qué pasó y me dice que “si no nos vamos ya, nos cagan a tiros”. Lo habían apuntado al decírselo. A los minutos, comenzó la cacería. Hubo que evacuar a la gente hacia las villas y reagruparnos de nuevo. Lo hicimos corriendo entre gases, bombazos, balazos de goma. La policía había retomado el control de la calle. Actuaban como una autoridad política, les habían dado rienda suelta. Ahí comenzaron los cacerolazos en Plaza de Mayo, cerca de las 9 de la noche. Nos fuimos al Centro, para la zona del Congreso y ahí, otra vez, la represión. Vimos caer a un compañero sobre las escalinatas…
–¿Sentías que algo se moría o que algo estaba naciendo en medio de esa violencia?
–Mi sensación personal, a los 24 años, primero fue de shock: esa cosa de encontrarse con los muertos tirados en la calle, la sangre… Nosotros éramos muy chicos en la época de la dictadura y no teníamos recuerdos ni vivencias de nada parecido. Creo que es un ciclo oscuro que comienza ahí y tiene su pico con la muerte de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, ya en el gobierno de Duhalde. Para entonces, en 2002, nuestro grupo de desocupados pasó a llamarse Frente Barrial 19 de Diciembre. Las discusiones eran muy complejas. Había un sector de compañeros, más radicalizado, que planteaba que había que irse al monte y otro que veía con cierta expectativa las experiencias de las asambleas barriales. Mi grupo quería hacer política. Personalmente, siempre desde el peronismo. Otros compañeros se llevaban más con una lógica guevarista, de izquierda revolucionaria. Yo siempre fui peronista, pero para el lado de Rodolfo Puiggrós, de una especie de nacionalismo popular revolucionario. Y nunca imaginábamos que existiera una persona como Kirchner. La soñábamos, la deseábamos, pensábamos que aparecería en 50 años…
–¿En aquel pasado casi insurreccionalista de 2001 imaginabas este presente de diputado, una década más tarde?
–No sé, no de esta manera. En 2001, un diputado era sinónimo de traidor a la Patria. No todos, pero casi. Se salvaban Cristina y Alicia Castro. Obviamente, no entendíamos qué sentido tenía participar en un cuerpo en el que 98% eran vendepatrias. Teníamos una visión más rupturista, pero no con acciones extremas de ver en los desocupados al Ejército Zapatista, como en Chiapas. Fue un golpe muy duro para nosotros lo de Maxi y lo de Darío. Veníamos viendo un proceso de crecimiento en todas las organizaciones. Yo a Santillán lo conocí en Burzaco, en marzo de 2001. No podía creer lo de los asesinatos.
–Podría haber sido cualquiera de ustedes…
–Claro. Todo recrudeció. El discurso del orden de la derecha produjo una tragedia. Pero eso terminó siendo el detonante para que pasara todo lo contrario y se abriera una posibilidad hacia la izquierda, y ahí surge Néstor Kirchner.
–¿En 2003 ya eras kirchnerista?
–Yo acompaño desde el 25 de mayo de 2003, cuando escucho el discurso de asunción de Néstor.
–¿Fue un paso casi natural?
–Y podría decir que yo era kirchnerista sin saberlo. Era medio loco, pero cuando llega Néstor, para nosotros fue como haber llegado a la Tierra Prometida, porque sin duda fue eso. Algo que siempre soñamos, desde que militábamos en el centro de estudiantes y le ganamos en el ’95 a Franja Morada. Nosotros veíamos los documentales de Favio en las villas y la gente lloraba. La historia del Padre Mugica. “Estos no vuelven más”, decía la gente. Y cuando lo vimos a Néstor comprendimos que la historia había recomenzado, el pueblo la volvía a escribir. Los compañeros que se movilizaban para reclamar algo eran atendidos en el momento. Y no sólo te lo solucionaban, ahí mismo te proponían ser parte del Estado, que te hicieras cargo. La única vez en mi vida que pudimos pasar a una oficina pública para poder charlar, sin que nos mandaran a la policía, fue a partir del 25 de mayo de 2003.
–De la Argentina de 2001 a la de 2011, ¿qué cosas profundas sentís que cambiaron?
–Todo. El 2001 fue el fin del neoliberalismo, que había entrado a sangre y fuego en el ’76, con un modelo económico, con un plan de aniquilamiento de militantes y dirigentes obreros, además de provocar la destrucción de la industria nacional. Ese programa se completó en los ’90 con Menem y De la Rúa. El fin de esa época se ve cuando la policía les pega a las Madres en la Plaza de Mayo. Ahí se cerró un círculo. Hoy vivimos en un Estado que es totalmente distinto, interviniendo para generar más trabajo, más producción. La distribución del ingreso no se hace apretando un botón. Se hace con la unión de fuerzas, de las organizaciones populares, con la toma de conciencia de hacia dónde tenemos que ir. En eso estamos hoy.
–¿Cómo explicás el ingreso de tantos jóvenes a la militancia?
–Es el proceso más rico que estamos viviendo. Y todavía no podemos prever lo fabuloso que será en adelante. Estos pibes de ahora llevan el kirchnerismo en su ADN. Sin vicios, sin lógica de la derrota, sin culpas. No discuten ni a Néstor ni a Cristina. La ven a Cristina como a una madre, como a una conductora. Ella genera amor. <
–¿Cómo viviste aquel diciembre de 2001?
–En la calle, nosotros veníamos trabajando con los desocupados en la Villa 20. Lo coordinábamos con la Martín Fierro, en la Villa 1.11.14, con la gente de La Chispa de Villa Soldati, con la gente de (Mariano) Recalde en la UBA. Y el 19, estábamos cortando el puente Alsina porque ahí cerca había un supermercado que querían saquear y nosotros, la militancia, reunimos a la gente en el puente. Esperábamos respuesta. La gente quería comida. Se venían las fiestas. Todo estaba muy caliente. Veníamos de la experiencia del Frenapo, y bajo la conducción de Víctor De Genaro esperábamos una definición más clara. El mensaje de la CTA no fue claro, y los muchachos que estábamos ahí y que militábamos en la CTA definimos compartir un plan de lucha con la CCC y distintas organizaciones, que tenía que ver con cortar todos los accesos a la Capital.
–¿Y qué sucedió?
–En el medio de la protesta, nos enteramos que De la Rúa había decretado el estado de sitio. No lo creíamos, pero a los minutos llegó un grupo de la Policía Federal, con armas largas. Fue un compañero a negociar y volvió corriendo. Le pregunto qué pasó y me dice que “si no nos vamos ya, nos cagan a tiros”. Lo habían apuntado al decírselo. A los minutos, comenzó la cacería. Hubo que evacuar a la gente hacia las villas y reagruparnos de nuevo. Lo hicimos corriendo entre gases, bombazos, balazos de goma. La policía había retomado el control de la calle. Actuaban como una autoridad política, les habían dado rienda suelta. Ahí comenzaron los cacerolazos en Plaza de Mayo, cerca de las 9 de la noche. Nos fuimos al Centro, para la zona del Congreso y ahí, otra vez, la represión. Vimos caer a un compañero sobre las escalinatas…
–¿Sentías que algo se moría o que algo estaba naciendo en medio de esa violencia?
–Mi sensación personal, a los 24 años, primero fue de shock: esa cosa de encontrarse con los muertos tirados en la calle, la sangre… Nosotros éramos muy chicos en la época de la dictadura y no teníamos recuerdos ni vivencias de nada parecido. Creo que es un ciclo oscuro que comienza ahí y tiene su pico con la muerte de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, ya en el gobierno de Duhalde. Para entonces, en 2002, nuestro grupo de desocupados pasó a llamarse Frente Barrial 19 de Diciembre. Las discusiones eran muy complejas. Había un sector de compañeros, más radicalizado, que planteaba que había que irse al monte y otro que veía con cierta expectativa las experiencias de las asambleas barriales. Mi grupo quería hacer política. Personalmente, siempre desde el peronismo. Otros compañeros se llevaban más con una lógica guevarista, de izquierda revolucionaria. Yo siempre fui peronista, pero para el lado de Rodolfo Puiggrós, de una especie de nacionalismo popular revolucionario. Y nunca imaginábamos que existiera una persona como Kirchner. La soñábamos, la deseábamos, pensábamos que aparecería en 50 años…
–¿En aquel pasado casi insurreccionalista de 2001 imaginabas este presente de diputado, una década más tarde?
–No sé, no de esta manera. En 2001, un diputado era sinónimo de traidor a la Patria. No todos, pero casi. Se salvaban Cristina y Alicia Castro. Obviamente, no entendíamos qué sentido tenía participar en un cuerpo en el que 98% eran vendepatrias. Teníamos una visión más rupturista, pero no con acciones extremas de ver en los desocupados al Ejército Zapatista, como en Chiapas. Fue un golpe muy duro para nosotros lo de Maxi y lo de Darío. Veníamos viendo un proceso de crecimiento en todas las organizaciones. Yo a Santillán lo conocí en Burzaco, en marzo de 2001. No podía creer lo de los asesinatos.
–Podría haber sido cualquiera de ustedes…
–Claro. Todo recrudeció. El discurso del orden de la derecha produjo una tragedia. Pero eso terminó siendo el detonante para que pasara todo lo contrario y se abriera una posibilidad hacia la izquierda, y ahí surge Néstor Kirchner.
–¿En 2003 ya eras kirchnerista?
–Yo acompaño desde el 25 de mayo de 2003, cuando escucho el discurso de asunción de Néstor.
–¿Fue un paso casi natural?
–Y podría decir que yo era kirchnerista sin saberlo. Era medio loco, pero cuando llega Néstor, para nosotros fue como haber llegado a la Tierra Prometida, porque sin duda fue eso. Algo que siempre soñamos, desde que militábamos en el centro de estudiantes y le ganamos en el ’95 a Franja Morada. Nosotros veíamos los documentales de Favio en las villas y la gente lloraba. La historia del Padre Mugica. “Estos no vuelven más”, decía la gente. Y cuando lo vimos a Néstor comprendimos que la historia había recomenzado, el pueblo la volvía a escribir. Los compañeros que se movilizaban para reclamar algo eran atendidos en el momento. Y no sólo te lo solucionaban, ahí mismo te proponían ser parte del Estado, que te hicieras cargo. La única vez en mi vida que pudimos pasar a una oficina pública para poder charlar, sin que nos mandaran a la policía, fue a partir del 25 de mayo de 2003.
–De la Argentina de 2001 a la de 2011, ¿qué cosas profundas sentís que cambiaron?
–Todo. El 2001 fue el fin del neoliberalismo, que había entrado a sangre y fuego en el ’76, con un modelo económico, con un plan de aniquilamiento de militantes y dirigentes obreros, además de provocar la destrucción de la industria nacional. Ese programa se completó en los ’90 con Menem y De la Rúa. El fin de esa época se ve cuando la policía les pega a las Madres en la Plaza de Mayo. Ahí se cerró un círculo. Hoy vivimos en un Estado que es totalmente distinto, interviniendo para generar más trabajo, más producción. La distribución del ingreso no se hace apretando un botón. Se hace con la unión de fuerzas, de las organizaciones populares, con la toma de conciencia de hacia dónde tenemos que ir. En eso estamos hoy.
–¿Cómo explicás el ingreso de tantos jóvenes a la militancia?
–Es el proceso más rico que estamos viviendo. Y todavía no podemos prever lo fabuloso que será en adelante. Estos pibes de ahora llevan el kirchnerismo en su ADN. Sin vicios, sin lógica de la derrota, sin culpas. No discuten ni a Néstor ni a Cristina. La ven a Cristina como a una madre, como a una conductora. Ella genera amor. <
Una boludez no?, pero si para Larroque en el 2003 llego el salvador de la patria, porque no apareció la campora y la militancia en general hasta 2007, 2008