En vísperas de la Navidad, Juan Carlos de Borbón Dos Sicilias dirigió el tradicional mensaje a sus súbditos. Les habló de las dificultades de Europa y de España y, por elevación, de sus propias tribulaciones con un yerno que le salió rana y desvió fondos de una ONG a sus cuentas personales. “La Justicia es igual para todos”, dijo en ese lenguaje elíptico de los estados. No había mencionado al alavés Iñaki Urdangarín, pero tampoco hacía falta: todos sabían que se refería al Duque de Palma. Don Juan Carlos no es el único jefe de Estado jaqueado por la corrupción: a Christian Wulff acaba de saltarle alguna que otra prebenda, gentilezas empresariales que pusieron en entredicho el clásico mensaje a los alemanes. Barack Obama y su mujer también se dirigieron a los americanos. Lo hicieron desde una base militar, mientras celebraban la salida de las tropas de Irak. El colombiano Juan Manuel Santos colgó sus votos de felicidad en Internet; el mexicano Felipe Calderón y el venezolano Hugo Chávez eligieron llegar a sus conciudadanos a través de Twitter y hasta Rafael Correa se prodigó en buenos deseos con los ecuatorianos. En medio de la tormentosa actualidad europea, el primer mandatario irlandés Michael Higgins hilvanó unas palabras sencillas, directas y cargadas de emotividad: “Para algunos de ustedes – dijo – ésta será una Navidad en la que el desempleo, la inseguridad económica o la ausencia del algún ser querido que ahora vive en el exterior proyectan una sombra oscura. Para muchos otros será un momento triste debido a la enfermedad o el duelo de la familia”. Al final recordó lo que todos los ciudadanos esperan escuchar de su presidente: que es el responsable de un país a cuyo pueblo se siente “honrado de servir”.
Afirman que la costumbre nació en los años ’30. Con Jorge V de Inglaterra, sostienen algunos; con Franklin Delano Roosevelt, prefieren creer otros. La televisión, al fin de aquella década, universalizó el hábito . El medio no era todavía el mensaje pero era el soporte indicado.
En 1951, Eva Perón utilizó la radio y habló desde la cama en la que estaba postrada. Pidió que acompañaran a Juan Perón, que lo respaldaran. Fue explícita acerca de los destinatarios de la súplica: “Todos los corazones amigos de la gran fraternidad justicialista” . Era un mensaje sesgado, por supuesto, pero estaba en su derecho: no tenía cargo alguno , era nada más – y nada menos – que una de las cabezas del movimiento gobernante. El auditorio para el que estaba pensado y escrito era el peronismo.
Para Cristina Fernández, el 2011 ha sido un año duro, su annus horribilis, como caracterizó Isabel II a 1992. En el caso de la Presidente no es la vida privada de sus hijos la que se cae a pedazos. Tampoco ha ardido un ala de su casa de El Calafate, aunque la temperatura social se levante en su “lugar en el en el mundo” e igual que sucede con los fuegos de verano aparezcan focos de disputas internas aquí y allá, primero en La Plata y ahora en Santa Cruz. Este año que termina fue peor que todo eso: atraviesa el duelo por la muerte de su marido, un año atrás y acaban de diagnosticarle un cáncer de tiroides cuya incidencia es aún incierta.
Fue un acto de prudencia, de madurez política que su vocero Alfredo Scoccimarro informara oficialmente de la situación. En la región, Lula, Chávez, Dilma Rousseff y Fernando Lugo padecen la enfermedad, incluso en formas más graves.
A ninguno de ellos se le ocurrió adjudicarla a sus inmensas responsabilidades . Claro, cada uno es dueño de atribuir la etiología del cáncer a lo que le plazca.
En su último discurso, la Presidente agradeció “la solidaridad” y con tono de broma le advirtió a su vicepresidente que en esta impasse lo marcará de cerca . Nada nuevo: está en la esencia del kirchnerismo “permanecer alertas y vigilantes”.
Tal vez como una manifestación de en qué espejo se refleja y quiénes serán sus ojos y oídos durante la convalecencia, detrás de ella asomaba la efigie de Eva Perón y, sentada en primera fila, en los sitios de privilegio, la plana mayor de La Cámpora la escuchaba sobrecogida.
La Presidente empleó el tono que se ha hecho habitual en sus disertaciones cotidianas: deslizó comentarios venenosos sobre sus adversarios, ninguneó a Mauricio Macri y aprovechó para reiterar cuánta abnegación y cuánto valor le han echado al cargo ella y su fallecido esposo.
Sostienen los expertos en comunicación que fue una puesta magistral, un ejemplo de cómo se transforma una mala pasada del destino en agua para los odres del cristinismo, una maestría en aquello de hacer de la necesidad virtud . Visto desde la perspectiva del Estado, sobró domesticidad y faltó grandeza . Quienes esperaban escuchar otros contenidos, más acordes al momento presidencial y al calendario, fueron por lana y salieron trasquilados. Es que ni la Presidente ni su difunto esposo han sido afectos a las tradiciones que sí se practican en otras partes.
Hay quienes intuyen que en ese desinterés por la formalidad se esconde la incapacidad para dirigirse a todos, porque los Kirchner nunca hablaron para todos : ni para todos los pobres, ni para todos los ricos, ni para todos los empresarios ni para todos los trabajadores. Lo hicieron para aquellos que, en una inhibición del ejercicio de ciudadanía, practican el kou tou , la reverencia con que los campesinos chinos casi tocaban el suelo con la cabeza.
La Presidente comanda una nación integrada por 23 provincias y una Ciudad Autónoma, un extenso territorio en el que se asientan 40.117.096 habitantes, de los que más de 20 millones son mujeres y 19,5 millones son hombres. Según estadísticas públicas, entre ellos sobreviven como pueden 4,8 millones de pobres y 1,2 millón de indigentes; según las cuentas privadas, a los pobres hay que multiplicarlos casi por tres y a los indigentes por cuatro. Para el INDEC, pobre es una familia con un ingreso inferior a 1.250 pesos; Cáritas considera pobre a las familias que viven con menos de 2.150. En el país donde la Presidente ha sido reelegida con el 54 por ciento de los sufragios, 450.000 jubilados esperan que sus juicios por reajuste de haberes sean respondidos con la misma celeridad que el de Ofelia Wilhelm, su madre.
Lo que no contabilizan ni las encuestas ni los censos, pero el sentido común registra, es que entre esos 40 millones de seres humanos hay muchos, demasiados, que, además de penurias económicas, atraviesan dolores y angustias similares a los de la Presidente, por ellos mismos, por sus padres, por sus maridos y sus mujeres, por sus hijos. En los hospitales, los geriátricos, los albergues y hasta en las cárceles, durante la nochevieja el sufrimiento siempre es más lacerante. No habría estado de más que Cristina Fernández se asumiera como lo que también debe ser una jefa de Estado: la veladora, la protectora, la cuidadora de la ciudadanía.
No habría estado de más que se acordara de ellos y de todos.
Un libro inteligente y disparador de debates asegura que son los imprevistos, los hechos inesperados, “los cisnes negros”, los que cambian el curso de la vida de los hombres y de los países.
En quince meses, “el cisne negro” se presentó dos veces ante la Presidente.
Al parecer, el encuentro con la desgracia no la cambió y a eso lo han dado en llamar fortaleza. Es una pena. Hubiera sido reconfortante que la primera mandataria no sólo recibiera solidaridad sino que la brindara, que dijera “hago llegar mi saludo a cada uno, a los que están alegres y a los que lloran, levanto una copa por sus familias, por la mía y por los que no la tienen”. No lo ha hecho, hasta hoy. Igual, faltan unas horas. Todavía está a tiempo.
Afirman que la costumbre nació en los años ’30. Con Jorge V de Inglaterra, sostienen algunos; con Franklin Delano Roosevelt, prefieren creer otros. La televisión, al fin de aquella década, universalizó el hábito . El medio no era todavía el mensaje pero era el soporte indicado.
En 1951, Eva Perón utilizó la radio y habló desde la cama en la que estaba postrada. Pidió que acompañaran a Juan Perón, que lo respaldaran. Fue explícita acerca de los destinatarios de la súplica: “Todos los corazones amigos de la gran fraternidad justicialista” . Era un mensaje sesgado, por supuesto, pero estaba en su derecho: no tenía cargo alguno , era nada más – y nada menos – que una de las cabezas del movimiento gobernante. El auditorio para el que estaba pensado y escrito era el peronismo.
Para Cristina Fernández, el 2011 ha sido un año duro, su annus horribilis, como caracterizó Isabel II a 1992. En el caso de la Presidente no es la vida privada de sus hijos la que se cae a pedazos. Tampoco ha ardido un ala de su casa de El Calafate, aunque la temperatura social se levante en su “lugar en el en el mundo” e igual que sucede con los fuegos de verano aparezcan focos de disputas internas aquí y allá, primero en La Plata y ahora en Santa Cruz. Este año que termina fue peor que todo eso: atraviesa el duelo por la muerte de su marido, un año atrás y acaban de diagnosticarle un cáncer de tiroides cuya incidencia es aún incierta.
Fue un acto de prudencia, de madurez política que su vocero Alfredo Scoccimarro informara oficialmente de la situación. En la región, Lula, Chávez, Dilma Rousseff y Fernando Lugo padecen la enfermedad, incluso en formas más graves.
A ninguno de ellos se le ocurrió adjudicarla a sus inmensas responsabilidades . Claro, cada uno es dueño de atribuir la etiología del cáncer a lo que le plazca.
En su último discurso, la Presidente agradeció “la solidaridad” y con tono de broma le advirtió a su vicepresidente que en esta impasse lo marcará de cerca . Nada nuevo: está en la esencia del kirchnerismo “permanecer alertas y vigilantes”.
Tal vez como una manifestación de en qué espejo se refleja y quiénes serán sus ojos y oídos durante la convalecencia, detrás de ella asomaba la efigie de Eva Perón y, sentada en primera fila, en los sitios de privilegio, la plana mayor de La Cámpora la escuchaba sobrecogida.
La Presidente empleó el tono que se ha hecho habitual en sus disertaciones cotidianas: deslizó comentarios venenosos sobre sus adversarios, ninguneó a Mauricio Macri y aprovechó para reiterar cuánta abnegación y cuánto valor le han echado al cargo ella y su fallecido esposo.
Sostienen los expertos en comunicación que fue una puesta magistral, un ejemplo de cómo se transforma una mala pasada del destino en agua para los odres del cristinismo, una maestría en aquello de hacer de la necesidad virtud . Visto desde la perspectiva del Estado, sobró domesticidad y faltó grandeza . Quienes esperaban escuchar otros contenidos, más acordes al momento presidencial y al calendario, fueron por lana y salieron trasquilados. Es que ni la Presidente ni su difunto esposo han sido afectos a las tradiciones que sí se practican en otras partes.
Hay quienes intuyen que en ese desinterés por la formalidad se esconde la incapacidad para dirigirse a todos, porque los Kirchner nunca hablaron para todos : ni para todos los pobres, ni para todos los ricos, ni para todos los empresarios ni para todos los trabajadores. Lo hicieron para aquellos que, en una inhibición del ejercicio de ciudadanía, practican el kou tou , la reverencia con que los campesinos chinos casi tocaban el suelo con la cabeza.
La Presidente comanda una nación integrada por 23 provincias y una Ciudad Autónoma, un extenso territorio en el que se asientan 40.117.096 habitantes, de los que más de 20 millones son mujeres y 19,5 millones son hombres. Según estadísticas públicas, entre ellos sobreviven como pueden 4,8 millones de pobres y 1,2 millón de indigentes; según las cuentas privadas, a los pobres hay que multiplicarlos casi por tres y a los indigentes por cuatro. Para el INDEC, pobre es una familia con un ingreso inferior a 1.250 pesos; Cáritas considera pobre a las familias que viven con menos de 2.150. En el país donde la Presidente ha sido reelegida con el 54 por ciento de los sufragios, 450.000 jubilados esperan que sus juicios por reajuste de haberes sean respondidos con la misma celeridad que el de Ofelia Wilhelm, su madre.
Lo que no contabilizan ni las encuestas ni los censos, pero el sentido común registra, es que entre esos 40 millones de seres humanos hay muchos, demasiados, que, además de penurias económicas, atraviesan dolores y angustias similares a los de la Presidente, por ellos mismos, por sus padres, por sus maridos y sus mujeres, por sus hijos. En los hospitales, los geriátricos, los albergues y hasta en las cárceles, durante la nochevieja el sufrimiento siempre es más lacerante. No habría estado de más que Cristina Fernández se asumiera como lo que también debe ser una jefa de Estado: la veladora, la protectora, la cuidadora de la ciudadanía.
No habría estado de más que se acordara de ellos y de todos.
Un libro inteligente y disparador de debates asegura que son los imprevistos, los hechos inesperados, “los cisnes negros”, los que cambian el curso de la vida de los hombres y de los países.
En quince meses, “el cisne negro” se presentó dos veces ante la Presidente.
Al parecer, el encuentro con la desgracia no la cambió y a eso lo han dado en llamar fortaleza. Es una pena. Hubiera sido reconfortante que la primera mandataria no sólo recibiera solidaridad sino que la brindara, que dijera “hago llegar mi saludo a cada uno, a los que están alegres y a los que lloran, levanto una copa por sus familias, por la mía y por los que no la tienen”. No lo ha hecho, hasta hoy. Igual, faltan unas horas. Todavía está a tiempo.