Carlos Zannini. Foto: LA NACION
Hubo un tiempo en que «el Chino» era «el Negro» y lo reconocían de lejos por su «fitito» amarillo. Pero desde hace años, Carlos Alberto Zannini se destaca por su obsesión por el bajo perfil. Es el funcionario de mayor confianza de la Presidenta y quien les da forma legal a las más polémicas ideas de los Kirchner durante los últimos años: la estatización de las AFJP, la ley de medios, la puja por las reservas del Banco Central (BCRA), la reforma electoral o hasta el Fútbol para Todos, entre otras.
Que se conozca tan poco sobre él es mérito suyo. A tal punto que funcionarios que trabajaron codo a codo con él durante años, doce horas por día, se enteraron de un accidente de uno de sus cuatro hijos por la prensa antes que por él.
Tampoco saben que tiene claro que «no hay presidentes populares tras dos mandatos», visión que no quita que sea, desde la muerte de Néstor Kirchner, el interlocutor más cercano de la Presidenta. Es su arquitecto jurídico y, por orden de ella, se encargó también de la polémica de las listas partidarias a mediados de 2011, pero siempre desde un segundo plano.
Para este perfil, LA NACION entrevistó durante meses a decenas de familiares, amigos, funcionarios, allegados, colaboradores, rivales y compañeros de militancia y de oficinas públicas en Córdoba, La Plata, Santa Cruz y Capital Federal, entre otros lugares, y recopiló documentos hasta ahora desconocidos.
Su recelo a las luces, casi una obsesión, responde a la estrategia kirchnerista de concentrar la atención en los Kirchner. Pero también a su aversión a los medios de comunicación y a los periodistas, como explicó durante un discurso en Mar del Plata. «Hay que cuidarse hasta en las palabras. Si durante el discurso yo dijera muchas palabras que contuviesen la letra erre, algunos interpretarían que ésa es una forma de referirse a la reelección.»
Vive en Las Cañitas, cerca del hipódromo y del campo de polo, y de vez en cuando se da un gusto en una vinoteca de Avenida del Libertador. Fanático de Boca Juniors y buen jugador de fútbol como juvenil en el Club Alem -según algunos, otros lo desmienten-, menos se sabe, en cambio, que uno de sus hijos vivió en Minnesota y que él, «el Chino», admira el «espíritu independiente» de los norteamericanos. O que la camioneta Toyota que consta en su declaración jurada de bienes se la compró al «zar del juego» Cristóbal López, que le hizo «muy buen precio».
Tercero de cuatro hijos de «Pepe» y Hortensia, Zannini nació en 1954 en la cordobesa Villa Nueva, la ciudad pegada a Villa María, por entonces con poco más de 15.000 habitantes. Fue a la escuela primaria Bartolomé Mitre y a la secundaria en el ya desaparecido Instituto Pío Ceballos, bajo las órdenes de la férrea directora Nora Butano. De allí, Zannini -sólo Carlos o, como mucho, «Negro», para sus amigos- se llevó un activo: la fama de sabelotodo imbatible.
«Era el pibe 10», resume María del Carmen Domínguez, quien, además de ser la esposa de un primo de Zannini, fue una de sus 11 compañeros: «Era lo más. Era tan inteligente y tan sólido que les discutía a los profesores; una vez discutió con la profesora de geografía, Alicia Torres, y ella le admitió en la clase siguiente que tenía razón».
Hoy mantiene esa fama. Antes recitaba en los actos escolares y competía en concursos de conocimientos al viejo estilo de «las justas del saber»; ahora, cita fallos de la Corte Suprema de Estados Unidos. También conserva su firmeza, hasta el punto de ganarse la fama de «duro». Su visión política lo es. Califica de «enemigos del pueblo» a los rivales de Kirchner o incluso a quienes sólo disintieron sobre las acciones de su gobierno y que considera que continuarán con Cristina Fernández. «No aflojan en sus odios», alertó Zannini días después de las elecciones de octubre, en el diario oficialista Tiempo Argentino.
De aquella adolescencia le quedó un amigo, Enrique Capdevila, quien 28 años después, en diciembre de 2010, llegó a jefe máximo de la Policía Federal. Pero también emergió sin su padre, por lo que su madre salió a trabajar duro en distintas casas, lo que lo marcó para siempre. «Soy hijo de una familia humilde y estudié en una escuela pública en mi Villa Nueva natal», contó durante un acto. «Conozco los padecimientos de los que menos tienen y por eso siempre milité en política. Para luchar contra la desigualdad social», dijo.
La inequidad es «su» eje recurrente. Figura en los pocos discursos que se le conocen. Y también surge en sus conversaciones privadas. El 7 de agosto de 2008, por ejemplo, en plena crisis del Gobierno con el campo, les remarcó a los diplomáticos norteamericanos, según consta en WikiLeaks, la importancia de «acelerar la redistribución del ingreso».
Ya perito mercantil, Zannini se fue a Córdoba capital a estudiar en la Facultad de Derecho y a militar en Vanguardia Comunista. Algunos incluso lo recuerdan en la Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combativa (Tupac), pero es algo que él desmintió más de una vez.
En todo caso, fueron años ajustados. Trabajaba en un frigorífico y cabeceaba en clase por el agotamiento. Pero de La Docta también le quedaron amigos varios, como la actual integrante del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Santa Cruz, Alicia Mercau, y el miembro del Tribunal Oral Federal de Río Gallegos, Jorge Chávez, y un distanciamiento que perdura con José Manuel de la Sota, que militaba en la juventud de la ortodoxia peronista.
Por aquellos años, Zannini sorteó un primer arresto. Su amigo Chávez logró de algún modo que no lo detuvieran. Luego cuentan de un segundo y definitivo operativo junto con el actual secretario de Derechos Humanos en Córdoba, Raúl Sánchez, en la confitería El Molino, del que ya no zafó. Fueron cuatro años tras las rejas. Primero en el Pabellón 6 de la cárcel cordobesa San Martín y luego en la Unidad 9 (U9) de La Plata.
«Con Zannini compartimos un pabellón, en un momento durísimo», contó alguna vez Gerardo Ferreira, socio de Electroingeniería, una de las empresas contratistas de obra pública de mayor crecimiento durante el kirchnerismo, que incursiona también en el mundo de los medios de comunicación. «Fue en la época en que el general Menéndez [Luciano Benjamín] fusilaba a presos políticos como nosotros. Los mataba en los traslados y en los simulacros de fuga», dijo.
Al menos 1849 presos políticos pasaron por la U9. Entre ellos, Jorge Taiana, Carlos Kunkel y Alfredo Bravo. La ficha de detenido de Zannini en La Plata fue la 159.032 y lleva el sello «detenidos especiales», según consta en la copia que obtuvo LA NACION. De allí surge que arribó el 28 de marzo de 1977, a disposición del Poder Ejecutivo, y que recuperó su libertad el 8 de abril de 1978. Desde entonces recuerda ese día como «especial», casi un segundo cumpleaños.
Ya libre, pero en plena dictadura, Zannini decidió completar sus estudios de Derecho. Volvió luego a Villa Nueva, conoció a Silvia, tuvo a sus dos primeros hijos, abrió un estudio jurídico y le dio de acá para allá en el «fitito» amarillo que sus amigos todavía recuerdan entre carcajadas.
Con el retorno de la democracia, Zannini viró su vida. Y, apoyado en el consejo de varios amigos como Roberto Arizmendi, enfiló hacia Santa Cruz, donde también estaba Chávez, que por segunda vez le dio una mano: para entrar en la Fiscalía de Estado provincial.
Fue cuestión de tiempo para que conociera a Kirchner. «Militábamos juntos», rememoró Zannini en noviembre de 2010, en su primer acto público tras la muerte del ex presidente. ««Juntos» era una manera muy torpe de decirlo -aclaró-. El era jefe, aún en la primera unidad básica donde él estaba.»
Tejió relaciones, también, con el chofer de Kirchner que devino luego empresario, Rudy Ulloa, y con el hoy titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), Ricardo Echegaray. Tras afiliarse en 1985 al Partido Justicialista, Zannini militó con ellos en la unidad básica Los Muchachos Peronistas, de Río Gallegos, mientras que ejercía -brevemente- su profesión en un estudio jurídico. Sus escritos, recuerdan los memoriosos, eran más sólidos y «novelados» que los de la media tribunalicia.
Su vida privada afrontó entonces otro cimbronazo. Tras los nacimientos de María Paula, en 1984, y Franco, en 1986, su primera esposa falleció. Con el tiempo logró en parte recuperarse de aquella muerte y conoció a su actual mujer, la hoy número dos de la Casa de Santa Cruz, Patricia Alsúa, hija de una docente muy querida en Gallegos y de «Tito», ministro de Gobierno y con control de la policía provincial durante la dictadura. Con ella tuvo dos hijos más: Carlos Justo y Francisco.
De aquellos tiempos vienen sus diferencias con Sergio Acevedo y con «Cacho» Vázquez, el gran amigo de Kirchner, que lo apodó «Chino» por sus posiciones políticas extremas, aun cuando el peor mote, el de «Ñoño», como el gordito del «Chavo del 8», se lo colgó el diputado frepasista provincial Antonio Kusanovic. Años después, en 2001, le pidió disculpas por el apodo cuando Zannini se marchó de la Legislatura para asumir, en una movida más que polémica, en el TSJ.
Su pase de un poder a otro fue interesado. El kirchnerismo mantenía abierta una disputa con el removido procurador santacruceño Eduardo Sosa, al que la Corte Suprema de la Nación ordenó repetidas veces reponer en su cargo. Y fue Zannini, el mismo que desde la Legislatura promovió la reforma judicial que dejó sin silla a Sosa, quien ya como presidente del TSJ le respondió a la Corte que Santa Cruz carecía de presupuesto para reponerlo.
Para Zannini y Sosa las diferencias exceden una cuestión institucional. Cuentas personales de cuando Sosa denunció al «Chino» y a varios más por el multimillonario pago de honorarios a un estudio jurídico salteño tras la negociación con el Estado nacional por las regalías petroleras que luego mutaron en los «Fondos de Santa Cruz».
Zannini fue, también, el arquitecto jurídico de las dos reformas constitucionales y del sistema electoral que le permitieron a Kirchner acumular mandatos como gobernador, una desproporcionada bancada legislativa y una «mayoría automática» en el TSJ. Reformas que el actual ministro de la Corte Eugenio Zaffaroni deploró por el abuso de la democracia plebiscitaria «a la manera del nazismo».
Tras las elecciones de mayo de 2003, asumió como secretario legal y técnico. Tener acceso directo a Kirchner, con quien llegó a trabajar 16 horas diarias y jugar al fútbol en Olivos -el Presidente, de defensor; él, de goleador o «pichi»-, también lo hizo ver sus falencias más humanas. «Se cree Superman», alertó Zannini tras la internación de Kirchner por gastritis sangrante en 2004. Una observación profética que no provocó una corrección. Por el contrario, según les contó a diplomáticos norteamericanos en marzo de 2006: «El Presidente y yo nos levantamos cada mañana, vemos los periódicos y tratamos de buscar una forma de sobrevivir al día».
De ese y otros cables diplomáticos desclasificados por WikiLeaks no surge, sin embargo, una de sus prácticas distintivas como funcionario: en su despacho de la Casa Rosada, tras el Patio de las Palmeras, siempre se escucha música clásica a todo volumen. Porque la ama y porque el ejecutor de las órdenes presidenciales sospecha de micrófonos.
Tras la muerte de Kirchner, Zannini conservó su cercanía con el poder, lo que se plasma hasta en los detalles: desde ser el funcionario de mayor trato diario con Cristina Fernández, con la que además almuerza varias veces a la semana, hasta hacer que el vicepresidente, Amado Boudou, no juegue de local y deba ir a verlo a su despacho aun cuando ocupa la Presidencia de manera interina.
Ante los diplomáticos, Zannini también vio el lado bueno del voto «no positivo» del vicepresidente Julio Cobos. Lejos de tildarlo de «traidor», como impone la liturgia kirchnerista, definió lo ocurrido como «un avance en la calidad institucional» del país. «Debemos aprender a resolver nuestras diferencias en democracia», destacó.
En público, en cambio, Zannini se despacha contra Cobos y el resto de la oposición, a la que suele calificar de «sólo mediática», «histérica» o «edulcorada». Y, a su vez, suele denostar a algunos medios, a sus periodistas y a sus directivos -y en particular a Héctor Magnetto, de Clarín-, como la «verdadera oposición». Los considera «un mal de la modernidad», una expresión de «las corporaciones» y, como dijo años atrás en Mar del Plata, «al borde del ataque de nervios».
Tras la muerte de Kirchner, su nuevo rol le resulta todo un desafío. Como cuando se encargó de confeccionar las listas partidarias, en las que soslayó pedidos, potenció a La Cámpora y cosechó múltiples críticas (pocas en voz alta), como las de Hugo Moyano o del ex gobernador de La Pampa y actual senador Carlos Verna. Pero el objetivo del «Chino» era otro, como explicitó durante una charla en junio pasado, con un tono religioso inesperado: «Vine a buscar predicadores, gente que salga a dar la buena nueva de que todavía no hemos concretado todos los cambios, pero que vamos por el buen camino».
Ajeno a las heridas que deja a su paso, Zannini sabe que su poder emana de su cercanía con la Presidenta -«tengo que preguntarle a la señora», es su frase recurrente-, y ahora con Máximo Kirchner. Acaso sólo se trata de reencarnar, otra vez, la dinámica que relató un viejo conocido desde los tiempos comunes en Córdoba y Río Gallegos, Bernardino Zaffrani: «Lupín era la tripa, el que quería llegar; Zannini era la cabeza, el que le decía cómo».Secretario Legal y Técnico
Profesión: abogado
Edad: 57 años
Origen: Villa Nueva, Córdoba
Considerado un «duro» por rivales y aliados, la influencia de Zannini creció tras la muerte del ex presidente Néstor Kirchner. Hasta entonces, su rol era dar forma jurídica a las decisiones presidenciales, pero durante 2011 amplió su área de influencia a la arena política, incluida la integración de las listas partidarias para las elecciones de octubre. Denuesta a los medios de comunicación, mientras escucha música clásica en su despacho para tapar posibles micrófonos..
Hubo un tiempo en que «el Chino» era «el Negro» y lo reconocían de lejos por su «fitito» amarillo. Pero desde hace años, Carlos Alberto Zannini se destaca por su obsesión por el bajo perfil. Es el funcionario de mayor confianza de la Presidenta y quien les da forma legal a las más polémicas ideas de los Kirchner durante los últimos años: la estatización de las AFJP, la ley de medios, la puja por las reservas del Banco Central (BCRA), la reforma electoral o hasta el Fútbol para Todos, entre otras.
Que se conozca tan poco sobre él es mérito suyo. A tal punto que funcionarios que trabajaron codo a codo con él durante años, doce horas por día, se enteraron de un accidente de uno de sus cuatro hijos por la prensa antes que por él.
Tampoco saben que tiene claro que «no hay presidentes populares tras dos mandatos», visión que no quita que sea, desde la muerte de Néstor Kirchner, el interlocutor más cercano de la Presidenta. Es su arquitecto jurídico y, por orden de ella, se encargó también de la polémica de las listas partidarias a mediados de 2011, pero siempre desde un segundo plano.
Para este perfil, LA NACION entrevistó durante meses a decenas de familiares, amigos, funcionarios, allegados, colaboradores, rivales y compañeros de militancia y de oficinas públicas en Córdoba, La Plata, Santa Cruz y Capital Federal, entre otros lugares, y recopiló documentos hasta ahora desconocidos.
Su recelo a las luces, casi una obsesión, responde a la estrategia kirchnerista de concentrar la atención en los Kirchner. Pero también a su aversión a los medios de comunicación y a los periodistas, como explicó durante un discurso en Mar del Plata. «Hay que cuidarse hasta en las palabras. Si durante el discurso yo dijera muchas palabras que contuviesen la letra erre, algunos interpretarían que ésa es una forma de referirse a la reelección.»
Vive en Las Cañitas, cerca del hipódromo y del campo de polo, y de vez en cuando se da un gusto en una vinoteca de Avenida del Libertador. Fanático de Boca Juniors y buen jugador de fútbol como juvenil en el Club Alem -según algunos, otros lo desmienten-, menos se sabe, en cambio, que uno de sus hijos vivió en Minnesota y que él, «el Chino», admira el «espíritu independiente» de los norteamericanos. O que la camioneta Toyota que consta en su declaración jurada de bienes se la compró al «zar del juego» Cristóbal López, que le hizo «muy buen precio».
Tercero de cuatro hijos de «Pepe» y Hortensia, Zannini nació en 1954 en la cordobesa Villa Nueva, la ciudad pegada a Villa María, por entonces con poco más de 15.000 habitantes. Fue a la escuela primaria Bartolomé Mitre y a la secundaria en el ya desaparecido Instituto Pío Ceballos, bajo las órdenes de la férrea directora Nora Butano. De allí, Zannini -sólo Carlos o, como mucho, «Negro», para sus amigos- se llevó un activo: la fama de sabelotodo imbatible.
«Era el pibe 10», resume María del Carmen Domínguez, quien, además de ser la esposa de un primo de Zannini, fue una de sus 11 compañeros: «Era lo más. Era tan inteligente y tan sólido que les discutía a los profesores; una vez discutió con la profesora de geografía, Alicia Torres, y ella le admitió en la clase siguiente que tenía razón».
Hoy mantiene esa fama. Antes recitaba en los actos escolares y competía en concursos de conocimientos al viejo estilo de «las justas del saber»; ahora, cita fallos de la Corte Suprema de Estados Unidos. También conserva su firmeza, hasta el punto de ganarse la fama de «duro». Su visión política lo es. Califica de «enemigos del pueblo» a los rivales de Kirchner o incluso a quienes sólo disintieron sobre las acciones de su gobierno y que considera que continuarán con Cristina Fernández. «No aflojan en sus odios», alertó Zannini días después de las elecciones de octubre, en el diario oficialista Tiempo Argentino.
De aquella adolescencia le quedó un amigo, Enrique Capdevila, quien 28 años después, en diciembre de 2010, llegó a jefe máximo de la Policía Federal. Pero también emergió sin su padre, por lo que su madre salió a trabajar duro en distintas casas, lo que lo marcó para siempre. «Soy hijo de una familia humilde y estudié en una escuela pública en mi Villa Nueva natal», contó durante un acto. «Conozco los padecimientos de los que menos tienen y por eso siempre milité en política. Para luchar contra la desigualdad social», dijo.
La inequidad es «su» eje recurrente. Figura en los pocos discursos que se le conocen. Y también surge en sus conversaciones privadas. El 7 de agosto de 2008, por ejemplo, en plena crisis del Gobierno con el campo, les remarcó a los diplomáticos norteamericanos, según consta en WikiLeaks, la importancia de «acelerar la redistribución del ingreso».
Ya perito mercantil, Zannini se fue a Córdoba capital a estudiar en la Facultad de Derecho y a militar en Vanguardia Comunista. Algunos incluso lo recuerdan en la Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combativa (Tupac), pero es algo que él desmintió más de una vez.
En todo caso, fueron años ajustados. Trabajaba en un frigorífico y cabeceaba en clase por el agotamiento. Pero de La Docta también le quedaron amigos varios, como la actual integrante del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Santa Cruz, Alicia Mercau, y el miembro del Tribunal Oral Federal de Río Gallegos, Jorge Chávez, y un distanciamiento que perdura con José Manuel de la Sota, que militaba en la juventud de la ortodoxia peronista.
Por aquellos años, Zannini sorteó un primer arresto. Su amigo Chávez logró de algún modo que no lo detuvieran. Luego cuentan de un segundo y definitivo operativo junto con el actual secretario de Derechos Humanos en Córdoba, Raúl Sánchez, en la confitería El Molino, del que ya no zafó. Fueron cuatro años tras las rejas. Primero en el Pabellón 6 de la cárcel cordobesa San Martín y luego en la Unidad 9 (U9) de La Plata.
«Con Zannini compartimos un pabellón, en un momento durísimo», contó alguna vez Gerardo Ferreira, socio de Electroingeniería, una de las empresas contratistas de obra pública de mayor crecimiento durante el kirchnerismo, que incursiona también en el mundo de los medios de comunicación. «Fue en la época en que el general Menéndez [Luciano Benjamín] fusilaba a presos políticos como nosotros. Los mataba en los traslados y en los simulacros de fuga», dijo.
Al menos 1849 presos políticos pasaron por la U9. Entre ellos, Jorge Taiana, Carlos Kunkel y Alfredo Bravo. La ficha de detenido de Zannini en La Plata fue la 159.032 y lleva el sello «detenidos especiales», según consta en la copia que obtuvo LA NACION. De allí surge que arribó el 28 de marzo de 1977, a disposición del Poder Ejecutivo, y que recuperó su libertad el 8 de abril de 1978. Desde entonces recuerda ese día como «especial», casi un segundo cumpleaños.
Ya libre, pero en plena dictadura, Zannini decidió completar sus estudios de Derecho. Volvió luego a Villa Nueva, conoció a Silvia, tuvo a sus dos primeros hijos, abrió un estudio jurídico y le dio de acá para allá en el «fitito» amarillo que sus amigos todavía recuerdan entre carcajadas.
Con el retorno de la democracia, Zannini viró su vida. Y, apoyado en el consejo de varios amigos como Roberto Arizmendi, enfiló hacia Santa Cruz, donde también estaba Chávez, que por segunda vez le dio una mano: para entrar en la Fiscalía de Estado provincial.
Fue cuestión de tiempo para que conociera a Kirchner. «Militábamos juntos», rememoró Zannini en noviembre de 2010, en su primer acto público tras la muerte del ex presidente. ««Juntos» era una manera muy torpe de decirlo -aclaró-. El era jefe, aún en la primera unidad básica donde él estaba.»
Tejió relaciones, también, con el chofer de Kirchner que devino luego empresario, Rudy Ulloa, y con el hoy titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), Ricardo Echegaray. Tras afiliarse en 1985 al Partido Justicialista, Zannini militó con ellos en la unidad básica Los Muchachos Peronistas, de Río Gallegos, mientras que ejercía -brevemente- su profesión en un estudio jurídico. Sus escritos, recuerdan los memoriosos, eran más sólidos y «novelados» que los de la media tribunalicia.
Su vida privada afrontó entonces otro cimbronazo. Tras los nacimientos de María Paula, en 1984, y Franco, en 1986, su primera esposa falleció. Con el tiempo logró en parte recuperarse de aquella muerte y conoció a su actual mujer, la hoy número dos de la Casa de Santa Cruz, Patricia Alsúa, hija de una docente muy querida en Gallegos y de «Tito», ministro de Gobierno y con control de la policía provincial durante la dictadura. Con ella tuvo dos hijos más: Carlos Justo y Francisco.
De aquellos tiempos vienen sus diferencias con Sergio Acevedo y con «Cacho» Vázquez, el gran amigo de Kirchner, que lo apodó «Chino» por sus posiciones políticas extremas, aun cuando el peor mote, el de «Ñoño», como el gordito del «Chavo del 8», se lo colgó el diputado frepasista provincial Antonio Kusanovic. Años después, en 2001, le pidió disculpas por el apodo cuando Zannini se marchó de la Legislatura para asumir, en una movida más que polémica, en el TSJ.
Su pase de un poder a otro fue interesado. El kirchnerismo mantenía abierta una disputa con el removido procurador santacruceño Eduardo Sosa, al que la Corte Suprema de la Nación ordenó repetidas veces reponer en su cargo. Y fue Zannini, el mismo que desde la Legislatura promovió la reforma judicial que dejó sin silla a Sosa, quien ya como presidente del TSJ le respondió a la Corte que Santa Cruz carecía de presupuesto para reponerlo.
Para Zannini y Sosa las diferencias exceden una cuestión institucional. Cuentas personales de cuando Sosa denunció al «Chino» y a varios más por el multimillonario pago de honorarios a un estudio jurídico salteño tras la negociación con el Estado nacional por las regalías petroleras que luego mutaron en los «Fondos de Santa Cruz».
Zannini fue, también, el arquitecto jurídico de las dos reformas constitucionales y del sistema electoral que le permitieron a Kirchner acumular mandatos como gobernador, una desproporcionada bancada legislativa y una «mayoría automática» en el TSJ. Reformas que el actual ministro de la Corte Eugenio Zaffaroni deploró por el abuso de la democracia plebiscitaria «a la manera del nazismo».
Tras las elecciones de mayo de 2003, asumió como secretario legal y técnico. Tener acceso directo a Kirchner, con quien llegó a trabajar 16 horas diarias y jugar al fútbol en Olivos -el Presidente, de defensor; él, de goleador o «pichi»-, también lo hizo ver sus falencias más humanas. «Se cree Superman», alertó Zannini tras la internación de Kirchner por gastritis sangrante en 2004. Una observación profética que no provocó una corrección. Por el contrario, según les contó a diplomáticos norteamericanos en marzo de 2006: «El Presidente y yo nos levantamos cada mañana, vemos los periódicos y tratamos de buscar una forma de sobrevivir al día».
De ese y otros cables diplomáticos desclasificados por WikiLeaks no surge, sin embargo, una de sus prácticas distintivas como funcionario: en su despacho de la Casa Rosada, tras el Patio de las Palmeras, siempre se escucha música clásica a todo volumen. Porque la ama y porque el ejecutor de las órdenes presidenciales sospecha de micrófonos.
Tras la muerte de Kirchner, Zannini conservó su cercanía con el poder, lo que se plasma hasta en los detalles: desde ser el funcionario de mayor trato diario con Cristina Fernández, con la que además almuerza varias veces a la semana, hasta hacer que el vicepresidente, Amado Boudou, no juegue de local y deba ir a verlo a su despacho aun cuando ocupa la Presidencia de manera interina.
Ante los diplomáticos, Zannini también vio el lado bueno del voto «no positivo» del vicepresidente Julio Cobos. Lejos de tildarlo de «traidor», como impone la liturgia kirchnerista, definió lo ocurrido como «un avance en la calidad institucional» del país. «Debemos aprender a resolver nuestras diferencias en democracia», destacó.
En público, en cambio, Zannini se despacha contra Cobos y el resto de la oposición, a la que suele calificar de «sólo mediática», «histérica» o «edulcorada». Y, a su vez, suele denostar a algunos medios, a sus periodistas y a sus directivos -y en particular a Héctor Magnetto, de Clarín-, como la «verdadera oposición». Los considera «un mal de la modernidad», una expresión de «las corporaciones» y, como dijo años atrás en Mar del Plata, «al borde del ataque de nervios».
Tras la muerte de Kirchner, su nuevo rol le resulta todo un desafío. Como cuando se encargó de confeccionar las listas partidarias, en las que soslayó pedidos, potenció a La Cámpora y cosechó múltiples críticas (pocas en voz alta), como las de Hugo Moyano o del ex gobernador de La Pampa y actual senador Carlos Verna. Pero el objetivo del «Chino» era otro, como explicitó durante una charla en junio pasado, con un tono religioso inesperado: «Vine a buscar predicadores, gente que salga a dar la buena nueva de que todavía no hemos concretado todos los cambios, pero que vamos por el buen camino».
Ajeno a las heridas que deja a su paso, Zannini sabe que su poder emana de su cercanía con la Presidenta -«tengo que preguntarle a la señora», es su frase recurrente-, y ahora con Máximo Kirchner. Acaso sólo se trata de reencarnar, otra vez, la dinámica que relató un viejo conocido desde los tiempos comunes en Córdoba y Río Gallegos, Bernardino Zaffrani: «Lupín era la tripa, el que quería llegar; Zannini era la cabeza, el que le decía cómo».Secretario Legal y Técnico
Profesión: abogado
Edad: 57 años
Origen: Villa Nueva, Córdoba
Considerado un «duro» por rivales y aliados, la influencia de Zannini creció tras la muerte del ex presidente Néstor Kirchner. Hasta entonces, su rol era dar forma jurídica a las decisiones presidenciales, pero durante 2011 amplió su área de influencia a la arena política, incluida la integración de las listas partidarias para las elecciones de octubre. Denuesta a los medios de comunicación, mientras escucha música clásica en su despacho para tapar posibles micrófonos..