Foto: LA NACION / Guadalupe Aizaga
Cuando el plomero cruza el umbral del departamento de la señora Brun, una mujer mayor felizmente casada, su mundo de seguridades empieza a derrumbarse de a poco. Los miedos, las obsesiones, los prejuicios de cierta clase media acomodada se revelan en la trama de este relato de Liliana Heker. Delicadeza es uno de los cuentos que integran el libro «La muerte de Dios», recientemente publicado por Algafuara.
La escritora nos recibe en su casa de San Telmo, el sitio que es a la vez su refugio de escritora. En diálogo con LA NACION, esta autora de cuentos que integran importantes antologías del género en todo el mundo, comenta que esta historia está inspirada en su realidad más inmediata. «Me perturba y, a veces, me enfurece esa especie de paranoia que se instala. Más allá de que existe violencia y que es absolutamente indeseable y rechazada, hay una especulación y una especie de promoción morbosa de la inseguridad», señala. «Sin dudas, Delicadeza viene de esa indignación», asegura.
Su nuevo libro de cuentos, dispara distintos ejes de conversación. El diálogo se teje entre idas y vueltas, entre hechos de la realidad y de la ficción en un intento por decir algo del tiempo que se vive. Entre otros temas, habla de la infancia, de la idea de Dios, del valor de la literatura, del rol de los intelectuales, de la política actual.
El rol de los intelectuales
– ¿Cuál es el rol ideal de los intelectuales en la sociedad?
– Haría una diferencia entre escritores e intelectuales. Cuando hablamos de escritores, hablamos de literatura, entonces, en realidad no puedo ir más allá de la idea esta de que a mí la literatura me modificó, convivo con ella y uno trata que alguna frase, o cuento, o libro pueda marcar a alguien tal vez de la manera en que ciertos libros lo han marcado a uno. Siento que la literatura actúa de una manera muy laberíntica, muy compleja y muy difícil de predecir. Lo que sí es que no concibo el mundo sin literatura. De alguna manera, los grandes libros han dejado una marca en la sociedad, en el mundo. Pueden decir del tiempo que se vive, de los conflictos humanos, de ciertas posibilidades de horror, de belleza, de absurdo que están llevadas a un límite y están registradas en la literatura. Esos sentimientos efímeros o pasiones que nos constituyen están fijados en los libros y todavía ciertos lectores se pueden identificar con ciertas pasiones a través de un libro. Pero estoy convencida de que la literatura llega a una minoría de la sociedad.
– De la participación de los intelectuales de hoy, ¿qué dirías?
– Hay épocas en las que los intelectuales pesan en el pensamiento y en el comportamiento. No creo que ésta sea la época. A fin de los años ’50 y en los ’60 los intelectuales tenían un peso real y creo que estaban a la altura de ese peso.
– ¿Qué creés que pasa ahora?
– No quiero hacer un análisis apurado, pero creo que, como estamos en una época donde hay exceso de información, importa mucho más esa información -que está rápidamente suplantada por otra- que el análisis de una realidad vasta. Al mismo tiempo creo que son tantos los indicios que resulta muy difícil analizar una época. No digo que sea imposible, pero es cada vez más difícil y se busca menos ciertas claves de cada época, de cada realidad en los intelectuales.
– Hay grupos como Carta Abierta,Plataforma 2012: ¿Qué opinás de ellos?
– La verdad es que, ante ciertos hechos muy puntuales, está muy bien que muchos intelectuales den una posición, pero una concepción profunda de una realidad corresponde a cada intelectual. Me sorprende un poco esta necesidad de actuar en manada, no la entiendo demasiado pese a que en cada grupo puede haber gente que individualmente respeto. Creo que se va a cosas muy generales, la reflexión sobre una realidad es muy personal para que toque fondo y tienen que arriesgarse ciertas ideas: cuando cien personas tienen que coincidir hay que limar todas las asperezas y a mí me parece que un texto que toca fondo está lleno de asperezas, inquieta realmente. Entonces, no digo que no haya intelectuales en esos grupos, pero no lo veo como una expresión muy fascinante de ellos. Son declaraciones, está bien, pero no son movilizantes como debe ser el verdadero pensamiento intelectual.
– ¿Creés que nuestra clase política lee literatura? ¿Lo percibís en sus discursos, por ejemplo?
– Debe haber algunos que leen. Me consta, a algunos los conozco. No generalizaría y son elecciones. Hay políticos nuestros que son realmente muy cultos: la Presidenta, por ejemplo, realmente ha leído mucho y es muy culta.
Foto: LA NACION / Guadalupe Aizaga
– Mencionaste a Cristina Kirchner, ¿qué conquistas creés que fueron consiguiendo las mujeres en la Argentina?
– Siempre he creído que, en roles individuales como puede ser el de una intelectual, o una política una mujer no tiene que esperar un permiso para actuar. Es decir, alguien que se dedica a cualquier disciplina artística o intelectual es que ha tenido la suerte de acceder a elementos como para formarse. Entonces, tiene tantas posibilidades de ser tan libre y elegir su camino en las mismas condiciones que un hombre. Y si quiere prevalecer tiene que prevalecer por la excelencia de su obra, de sus ideas y no necesita que nadie la autorice a ocupar un lugar y hacerse valer. Ahora, cuando hablamos de mujeres u hombres que no tuvieron posibilidad de elegir su destino, ahí tenemos que tomar cada problemática social. Yo creo que alguien que ni siquiera ha podido ir al colegio porque ha tenido que trabajar, que no tiene la posibilidad de elegir entre ser y no ser lector es, sin duda, un marginado, sea un hombre o una mujer.
– ¿Cuáles son las deudas de la democracia?
– Después de todo el horror de la dictadura militar y de algunos gobiernos que realmente siguieron perfectamente el plan de destrucción de la dictadura, estamos saliendo de esa noche en muchos sentidos. Sin dudas, falta mucho. Pero la situación actual es mucho mejor, incluso de lo que podíamos concebir 10 años atrás. Es importante que seamos lúcidos para luchar, para salir, para que haya una real, verdadera democracia, que es aquella en la que todo individuo en la sociedad tenga posibilidad de elegir, no sólo a quien lo gobierna, sino también, de elegir lo que va a hacer de su vida: para eso tiene que estar bien educado, bien alimentado, tener una vivienda y un trabajo. Eso es lo mínimo.
El nuevo libro
– ¿Cómo definirías esta obra?
– Es un libro de cuentos, teniendo en cuenta que para mí el cuento es un género fundamental y el que yo practico con continuidad. Cuando la novela irrumpe algunas veces en mi necesidad de crear, entonces la trabajé a fondo y me fascinó escribirla, pero si hay un género con el que convivo es con el cuento. Entonces, para mí un libro de cuentos es una obra, algo que realmente me representa. No creo de ninguna manera en los libros de cuentos como amontonamiento. Creo que, más allá de lo que significa cada cuento de manera autónoma, un libro de cuentos tiene algo singular que construye una especie de mapa.
– ¿Qué viene a proponer tu libro?
– La ficción es ambigua y está bien que así sea, cabe al lector descubrir las capas. Lo que sí puedo ver es que, sin duda, se nota de algún modo el período en que lo escribí y ciertas obsesiones mías que se agudizaron en este último tiempo y en las que profundicé en estos cuentos. Temas como el de la creación y la imposibilidad de crear, el del paso del tiempo, la voluntad y sus tribulaciones -hasta qué punto trabaja a favor o en contra-, son cuestiones que, de alguna manera, aparecen en varios de los cuentos.
Foto: LA NACION / Guadalupe Aizaga – En el primero de los cuentos hay una recreación de un universo infantil/adolescente: ¿te sentís cómoda escribiendo desde esa voz?
– Mariana aparece, junto con su hermana Lucía, en todos los libros de cuentos. En este caso tiene una edad que considero fundante para cualquier mujer, que es el comienzo de la adolescencia donde todo se pone en ebullición, donde hay una energía vital caótica, entonces esa energía se dispara para cualquier lado en un tiempo en que se es relativamente ignorante y a la vez muy creativa. La sensación es que uno está inventando todo. A mí, hace muchísimos años que me interesa tomar ese período. En muchos casos, la historia va hacia atrás y a la infancia de la protagonista, pero el centro del relato es esa puerta entre la adolescencia, los 13 o 14 años.
– ¿Por qué la centralidad de Dios en el relato?
– Es otra idea que me venía prometiendo desde hace tiempo. El tema de Dios me interesa mucho. Ella hace una invención muy singular de Dios, que viene de no tener ninguna formación religiosa. Esa chica que yo cuento necesitaba de Dios, de la religión, por eso se los inventó y, tal vez por una cuestión ideológica, luego renuncia a Dios. Es una decisión. Un día decide que ella es de las que vive sin Dios.
-¿Qué mirada quisiste darle a la inseguridad, que aparece en el cuento Delicadeza ?
– La motivación más directa está en la realidad inmediata. Me perturba y, a veces, me enfurece esa especie de paranoia que se instala. Más allá de que existe violencia y que es absolutamente indeseable y rechazada, hay una especulación y una especie de promoción morbosa de la inseguridad. Eso y el desconfiar del otro, que se da en la burguesía, en cierta clase media que siente que tiene los valores que debe tener la gente, bien instalada en el mundo y que desconfía de todo aquel que es distinto. Eso a mí me enfurece, me indigna y entonces sin dudas el deseo de escribir Delicadeza viene de esa indignación.
¿Quién es Liliana Heker?
Lo cuenta ella, en esta entrevista que pertenece a la Audiovideoteca de Buenos Aires .
Cuando el plomero cruza el umbral del departamento de la señora Brun, una mujer mayor felizmente casada, su mundo de seguridades empieza a derrumbarse de a poco. Los miedos, las obsesiones, los prejuicios de cierta clase media acomodada se revelan en la trama de este relato de Liliana Heker. Delicadeza es uno de los cuentos que integran el libro «La muerte de Dios», recientemente publicado por Algafuara.
La escritora nos recibe en su casa de San Telmo, el sitio que es a la vez su refugio de escritora. En diálogo con LA NACION, esta autora de cuentos que integran importantes antologías del género en todo el mundo, comenta que esta historia está inspirada en su realidad más inmediata. «Me perturba y, a veces, me enfurece esa especie de paranoia que se instala. Más allá de que existe violencia y que es absolutamente indeseable y rechazada, hay una especulación y una especie de promoción morbosa de la inseguridad», señala. «Sin dudas, Delicadeza viene de esa indignación», asegura.
Su nuevo libro de cuentos, dispara distintos ejes de conversación. El diálogo se teje entre idas y vueltas, entre hechos de la realidad y de la ficción en un intento por decir algo del tiempo que se vive. Entre otros temas, habla de la infancia, de la idea de Dios, del valor de la literatura, del rol de los intelectuales, de la política actual.
El rol de los intelectuales
– ¿Cuál es el rol ideal de los intelectuales en la sociedad?
– Haría una diferencia entre escritores e intelectuales. Cuando hablamos de escritores, hablamos de literatura, entonces, en realidad no puedo ir más allá de la idea esta de que a mí la literatura me modificó, convivo con ella y uno trata que alguna frase, o cuento, o libro pueda marcar a alguien tal vez de la manera en que ciertos libros lo han marcado a uno. Siento que la literatura actúa de una manera muy laberíntica, muy compleja y muy difícil de predecir. Lo que sí es que no concibo el mundo sin literatura. De alguna manera, los grandes libros han dejado una marca en la sociedad, en el mundo. Pueden decir del tiempo que se vive, de los conflictos humanos, de ciertas posibilidades de horror, de belleza, de absurdo que están llevadas a un límite y están registradas en la literatura. Esos sentimientos efímeros o pasiones que nos constituyen están fijados en los libros y todavía ciertos lectores se pueden identificar con ciertas pasiones a través de un libro. Pero estoy convencida de que la literatura llega a una minoría de la sociedad.
– De la participación de los intelectuales de hoy, ¿qué dirías?
– Hay épocas en las que los intelectuales pesan en el pensamiento y en el comportamiento. No creo que ésta sea la época. A fin de los años ’50 y en los ’60 los intelectuales tenían un peso real y creo que estaban a la altura de ese peso.
– ¿Qué creés que pasa ahora?
– No quiero hacer un análisis apurado, pero creo que, como estamos en una época donde hay exceso de información, importa mucho más esa información -que está rápidamente suplantada por otra- que el análisis de una realidad vasta. Al mismo tiempo creo que son tantos los indicios que resulta muy difícil analizar una época. No digo que sea imposible, pero es cada vez más difícil y se busca menos ciertas claves de cada época, de cada realidad en los intelectuales.
– Hay grupos como Carta Abierta,Plataforma 2012: ¿Qué opinás de ellos?
– La verdad es que, ante ciertos hechos muy puntuales, está muy bien que muchos intelectuales den una posición, pero una concepción profunda de una realidad corresponde a cada intelectual. Me sorprende un poco esta necesidad de actuar en manada, no la entiendo demasiado pese a que en cada grupo puede haber gente que individualmente respeto. Creo que se va a cosas muy generales, la reflexión sobre una realidad es muy personal para que toque fondo y tienen que arriesgarse ciertas ideas: cuando cien personas tienen que coincidir hay que limar todas las asperezas y a mí me parece que un texto que toca fondo está lleno de asperezas, inquieta realmente. Entonces, no digo que no haya intelectuales en esos grupos, pero no lo veo como una expresión muy fascinante de ellos. Son declaraciones, está bien, pero no son movilizantes como debe ser el verdadero pensamiento intelectual.
– ¿Creés que nuestra clase política lee literatura? ¿Lo percibís en sus discursos, por ejemplo?
– Debe haber algunos que leen. Me consta, a algunos los conozco. No generalizaría y son elecciones. Hay políticos nuestros que son realmente muy cultos: la Presidenta, por ejemplo, realmente ha leído mucho y es muy culta.
Foto: LA NACION / Guadalupe Aizaga
– Mencionaste a Cristina Kirchner, ¿qué conquistas creés que fueron consiguiendo las mujeres en la Argentina?
– Siempre he creído que, en roles individuales como puede ser el de una intelectual, o una política una mujer no tiene que esperar un permiso para actuar. Es decir, alguien que se dedica a cualquier disciplina artística o intelectual es que ha tenido la suerte de acceder a elementos como para formarse. Entonces, tiene tantas posibilidades de ser tan libre y elegir su camino en las mismas condiciones que un hombre. Y si quiere prevalecer tiene que prevalecer por la excelencia de su obra, de sus ideas y no necesita que nadie la autorice a ocupar un lugar y hacerse valer. Ahora, cuando hablamos de mujeres u hombres que no tuvieron posibilidad de elegir su destino, ahí tenemos que tomar cada problemática social. Yo creo que alguien que ni siquiera ha podido ir al colegio porque ha tenido que trabajar, que no tiene la posibilidad de elegir entre ser y no ser lector es, sin duda, un marginado, sea un hombre o una mujer.
– ¿Cuáles son las deudas de la democracia?
– Después de todo el horror de la dictadura militar y de algunos gobiernos que realmente siguieron perfectamente el plan de destrucción de la dictadura, estamos saliendo de esa noche en muchos sentidos. Sin dudas, falta mucho. Pero la situación actual es mucho mejor, incluso de lo que podíamos concebir 10 años atrás. Es importante que seamos lúcidos para luchar, para salir, para que haya una real, verdadera democracia, que es aquella en la que todo individuo en la sociedad tenga posibilidad de elegir, no sólo a quien lo gobierna, sino también, de elegir lo que va a hacer de su vida: para eso tiene que estar bien educado, bien alimentado, tener una vivienda y un trabajo. Eso es lo mínimo.
El nuevo libro
– ¿Cómo definirías esta obra?
– Es un libro de cuentos, teniendo en cuenta que para mí el cuento es un género fundamental y el que yo practico con continuidad. Cuando la novela irrumpe algunas veces en mi necesidad de crear, entonces la trabajé a fondo y me fascinó escribirla, pero si hay un género con el que convivo es con el cuento. Entonces, para mí un libro de cuentos es una obra, algo que realmente me representa. No creo de ninguna manera en los libros de cuentos como amontonamiento. Creo que, más allá de lo que significa cada cuento de manera autónoma, un libro de cuentos tiene algo singular que construye una especie de mapa.
– ¿Qué viene a proponer tu libro?
– La ficción es ambigua y está bien que así sea, cabe al lector descubrir las capas. Lo que sí puedo ver es que, sin duda, se nota de algún modo el período en que lo escribí y ciertas obsesiones mías que se agudizaron en este último tiempo y en las que profundicé en estos cuentos. Temas como el de la creación y la imposibilidad de crear, el del paso del tiempo, la voluntad y sus tribulaciones -hasta qué punto trabaja a favor o en contra-, son cuestiones que, de alguna manera, aparecen en varios de los cuentos.
Foto: LA NACION / Guadalupe Aizaga – En el primero de los cuentos hay una recreación de un universo infantil/adolescente: ¿te sentís cómoda escribiendo desde esa voz?
– Mariana aparece, junto con su hermana Lucía, en todos los libros de cuentos. En este caso tiene una edad que considero fundante para cualquier mujer, que es el comienzo de la adolescencia donde todo se pone en ebullición, donde hay una energía vital caótica, entonces esa energía se dispara para cualquier lado en un tiempo en que se es relativamente ignorante y a la vez muy creativa. La sensación es que uno está inventando todo. A mí, hace muchísimos años que me interesa tomar ese período. En muchos casos, la historia va hacia atrás y a la infancia de la protagonista, pero el centro del relato es esa puerta entre la adolescencia, los 13 o 14 años.
– ¿Por qué la centralidad de Dios en el relato?
– Es otra idea que me venía prometiendo desde hace tiempo. El tema de Dios me interesa mucho. Ella hace una invención muy singular de Dios, que viene de no tener ninguna formación religiosa. Esa chica que yo cuento necesitaba de Dios, de la religión, por eso se los inventó y, tal vez por una cuestión ideológica, luego renuncia a Dios. Es una decisión. Un día decide que ella es de las que vive sin Dios.
-¿Qué mirada quisiste darle a la inseguridad, que aparece en el cuento Delicadeza ?
– La motivación más directa está en la realidad inmediata. Me perturba y, a veces, me enfurece esa especie de paranoia que se instala. Más allá de que existe violencia y que es absolutamente indeseable y rechazada, hay una especulación y una especie de promoción morbosa de la inseguridad. Eso y el desconfiar del otro, que se da en la burguesía, en cierta clase media que siente que tiene los valores que debe tener la gente, bien instalada en el mundo y que desconfía de todo aquel que es distinto. Eso a mí me enfurece, me indigna y entonces sin dudas el deseo de escribir Delicadeza viene de esa indignación.
¿Quién es Liliana Heker?
Lo cuenta ella, en esta entrevista que pertenece a la Audiovideoteca de Buenos Aires .