Alternativa aérea. En las islas ya piensan en construir un aeropuerto si se cancelan los vuelos de LAN desde Chile.. Foto: LA NACION / Mauro Rizzi, enviado especial
PUERTO ARGENTINO.- En la pequeña terminal donde desembarcan los turistas de cruceros de lujo, Frank Leyland, un veterano del ejército británico que ofrece a los visitantes recorridos por las varias pingüineras que tiene la isla, se muestra preocupado. Con la cara colorada por el viento helado que castiga el lugar, cuenta que él y su esposa solían comer una banana por día para cubrir la dosis de potasio recomendada por su médico. Pero se queja porque desde hace tres semanas no logran conseguir una. «Chile no puede mandar más frutas ni verduras», explica Leyland, que lleva un prendedor rojo de la artillería británica en la solapa derecha de su rompevientos.
No es el único producto que escasea en las góndolas de los dos mercados que tiene esta ciudad, de sólo 3000 habitantes, desde que la Argentina logró, hace un mes, que el resto de los países del Mercosur se sumaran a la prohibición del ingreso en sus puertos de barcos con bandera de las islas. Anteayer, cinco países del Caribe copiaron esa medida, cuyos efectos ya se están sintiendo.
Falta de alimentos. La escasez de frutas y verduras se siente en las góndolas de los mercados. Foto: LA NACION / Mauro Rizzi, enviado especial
La falta de bananas y de otras frutas y verduras frescas es la consecuencia más visible e inmediata de lo que aquí todos llaman el » bloqueo argentino». La preocupación, incrementada por la posibilidad de que la Argentina impulse la cancelación del único vuelo semanal que une las islas con el continente, fue recogida por Lisa Watson, directora del semanario Penguin News, la única publicación periodística local. En su último editorial, bromeó diciendo que si ella lograra entrevistar al príncipe Guillermo , que se encuentra en la base militar de Mount Pleasant desde el viernes último para un entrenamiento de seis semanas, su primera pregunta sería: «¿Trajo alguna banana?».
La escasez de frutas frescas puede comprobarse con una visita a los dos mercados que tiene la ciudad.
«¿Bananas? No, en el último mes», dice, en inglés, uno de los repositores chilenos del West Store, ubicado en el centro de la ciudad. Acompaña la frase con una sonrisa, como si estuviera sorprendido por la pregunta, mientras acomoda bandejas plásticas de papas en una de las góndolas.
La mayoría de los alimentos suelen ser más caros aquí que en la Argentina y que en Europa. El kilo de papas cuesta 85 centavos de libras locales (5,8 pesos), equivalente a las libras esterlinas y que, al igual que esa divisa, lleva el rostro de la reina Isabel en todos los billetes. Una planta de lechuga vale casi 15 pesos, y una manzana, 3 con 50. Cuando se consiguen, las bananas pueden salir hasta 9 pesos cada una.
June y Sharon, otras dos empleadas del área de verdulería del West Store que preparan bandejas de repollo en un cuarto de servicio, informan que tampoco se consiguen peras, uvas ni calabazas. Como unos 400 habitantes de esta ciudad, ellas son de Santa Elena, otra isla bajo soberanía británica en el océano Atlántico, a 7000 kilómetros de aquí. Los residentes que llegaron desde esa tierra son mayoría en los trabajos poco calificados, junto con los chilenos y los peruanos.
Neville Hayward, gerente del Seafish Chandlery, un mercado ubicado en el extremo norte de la ciudad, advierte que la falta de algunos productos sólo responde a un motivo estacional y sostiene que la mayoría de las cosas pueden importarse vía marítima desde Londres. Pero reconoce que la cancelación del viaje mensual que hacía un barco a la ciudad de Punta Arenas, en Chile, torna más difícil la vida de los isleños.
«El problema es con los productos del día, que no soportan los viajes desde Europa, como los huevos», explica, y cuenta que también escasean la leche, el queso, las naranjas y las manzanas. Para comprobarlo, basta con mirar la góndola de verduras, en la que sobran los cajones sólo cubiertos por cartones violetas acanalados. «Ya nos vamos a arreglar. Vamos a encontrar la manera de solucionarlo», repite Hayward, restándole importancia al tema.
La misma posición tienen los integrantes del gobierno isleño consultados por LA NACION. «No resulta dramático para la economía de la isla, pero es inconveniente porque nos limita las opciones», dice Keith Padgett, jefe de la administración pública local, en su despacho, en la sede del gobierno local.
Amante del vino argentino, Padgett cuenta que la administración isleña está analizando varias alternativas, además del proyecto para construir un aeropuerto en Santa Helena, ante la posibilidad de que el gobierno de Cristina Kirchner promueva la cancelación del vuelo de LAN Chile, que pasa por el territorio aéreo argentino.
El funcionario explica que si eso llegara a suceder, los más perjudicados no serían los nacidos en esta isla o los británicos, sino los sudamericanos que viven aquí y los veteranos argentinos y familiares de soldados caídos, que, para viajar desde o hacia la isla, deberían pasar por Londres.
La posible cancelación del vuelo, mencionada por Cristina Kirchner en la última reunión de las Naciones Unidas, pero descartada ayer por el embajador argentino en Santiago, Ginés González García, encendió las luces de alarma entre los chilenos que viven aquí, unos 300, casi el diez por ciento del total de los habitantes.
Convocados por Antoine Daille, un criador de truchas casado con una británica, se reunirán hoy, a las 19, en la sede de la Cámara de Comercio, para analizar los pasos por seguir.
José Ortega, un chileno dedicado a hacer recorridos turísticos por la isla, explica que sufre de osteoporosis y debe hacerse ver seguido en Chile porque en las islas no hay médicos de todas las especialidades. «Su Presidenta debería preocuparse por los problemas argentinos y no por las Falklands», dijo a LA NACION Daille, visiblemente molesto.
Incluso los menos apasionados y aquellos que intentan restarle dramatismo al tema reconocen que, sin ese vuelo, complicaría aún más la vida de los isleños..
PUERTO ARGENTINO.- En la pequeña terminal donde desembarcan los turistas de cruceros de lujo, Frank Leyland, un veterano del ejército británico que ofrece a los visitantes recorridos por las varias pingüineras que tiene la isla, se muestra preocupado. Con la cara colorada por el viento helado que castiga el lugar, cuenta que él y su esposa solían comer una banana por día para cubrir la dosis de potasio recomendada por su médico. Pero se queja porque desde hace tres semanas no logran conseguir una. «Chile no puede mandar más frutas ni verduras», explica Leyland, que lleva un prendedor rojo de la artillería británica en la solapa derecha de su rompevientos.
No es el único producto que escasea en las góndolas de los dos mercados que tiene esta ciudad, de sólo 3000 habitantes, desde que la Argentina logró, hace un mes, que el resto de los países del Mercosur se sumaran a la prohibición del ingreso en sus puertos de barcos con bandera de las islas. Anteayer, cinco países del Caribe copiaron esa medida, cuyos efectos ya se están sintiendo.
Falta de alimentos. La escasez de frutas y verduras se siente en las góndolas de los mercados. Foto: LA NACION / Mauro Rizzi, enviado especial
La falta de bananas y de otras frutas y verduras frescas es la consecuencia más visible e inmediata de lo que aquí todos llaman el » bloqueo argentino». La preocupación, incrementada por la posibilidad de que la Argentina impulse la cancelación del único vuelo semanal que une las islas con el continente, fue recogida por Lisa Watson, directora del semanario Penguin News, la única publicación periodística local. En su último editorial, bromeó diciendo que si ella lograra entrevistar al príncipe Guillermo , que se encuentra en la base militar de Mount Pleasant desde el viernes último para un entrenamiento de seis semanas, su primera pregunta sería: «¿Trajo alguna banana?».
La escasez de frutas frescas puede comprobarse con una visita a los dos mercados que tiene la ciudad.
«¿Bananas? No, en el último mes», dice, en inglés, uno de los repositores chilenos del West Store, ubicado en el centro de la ciudad. Acompaña la frase con una sonrisa, como si estuviera sorprendido por la pregunta, mientras acomoda bandejas plásticas de papas en una de las góndolas.
La mayoría de los alimentos suelen ser más caros aquí que en la Argentina y que en Europa. El kilo de papas cuesta 85 centavos de libras locales (5,8 pesos), equivalente a las libras esterlinas y que, al igual que esa divisa, lleva el rostro de la reina Isabel en todos los billetes. Una planta de lechuga vale casi 15 pesos, y una manzana, 3 con 50. Cuando se consiguen, las bananas pueden salir hasta 9 pesos cada una.
June y Sharon, otras dos empleadas del área de verdulería del West Store que preparan bandejas de repollo en un cuarto de servicio, informan que tampoco se consiguen peras, uvas ni calabazas. Como unos 400 habitantes de esta ciudad, ellas son de Santa Elena, otra isla bajo soberanía británica en el océano Atlántico, a 7000 kilómetros de aquí. Los residentes que llegaron desde esa tierra son mayoría en los trabajos poco calificados, junto con los chilenos y los peruanos.
Neville Hayward, gerente del Seafish Chandlery, un mercado ubicado en el extremo norte de la ciudad, advierte que la falta de algunos productos sólo responde a un motivo estacional y sostiene que la mayoría de las cosas pueden importarse vía marítima desde Londres. Pero reconoce que la cancelación del viaje mensual que hacía un barco a la ciudad de Punta Arenas, en Chile, torna más difícil la vida de los isleños.
«El problema es con los productos del día, que no soportan los viajes desde Europa, como los huevos», explica, y cuenta que también escasean la leche, el queso, las naranjas y las manzanas. Para comprobarlo, basta con mirar la góndola de verduras, en la que sobran los cajones sólo cubiertos por cartones violetas acanalados. «Ya nos vamos a arreglar. Vamos a encontrar la manera de solucionarlo», repite Hayward, restándole importancia al tema.
La misma posición tienen los integrantes del gobierno isleño consultados por LA NACION. «No resulta dramático para la economía de la isla, pero es inconveniente porque nos limita las opciones», dice Keith Padgett, jefe de la administración pública local, en su despacho, en la sede del gobierno local.
Amante del vino argentino, Padgett cuenta que la administración isleña está analizando varias alternativas, además del proyecto para construir un aeropuerto en Santa Helena, ante la posibilidad de que el gobierno de Cristina Kirchner promueva la cancelación del vuelo de LAN Chile, que pasa por el territorio aéreo argentino.
El funcionario explica que si eso llegara a suceder, los más perjudicados no serían los nacidos en esta isla o los británicos, sino los sudamericanos que viven aquí y los veteranos argentinos y familiares de soldados caídos, que, para viajar desde o hacia la isla, deberían pasar por Londres.
La posible cancelación del vuelo, mencionada por Cristina Kirchner en la última reunión de las Naciones Unidas, pero descartada ayer por el embajador argentino en Santiago, Ginés González García, encendió las luces de alarma entre los chilenos que viven aquí, unos 300, casi el diez por ciento del total de los habitantes.
Convocados por Antoine Daille, un criador de truchas casado con una británica, se reunirán hoy, a las 19, en la sede de la Cámara de Comercio, para analizar los pasos por seguir.
José Ortega, un chileno dedicado a hacer recorridos turísticos por la isla, explica que sufre de osteoporosis y debe hacerse ver seguido en Chile porque en las islas no hay médicos de todas las especialidades. «Su Presidenta debería preocuparse por los problemas argentinos y no por las Falklands», dijo a LA NACION Daille, visiblemente molesto.
Incluso los menos apasionados y aquellos que intentan restarle dramatismo al tema reconocen que, sin ese vuelo, complicaría aún más la vida de los isleños..