En Foco – 22/02/12
Cristina Fernández, definitivamente, no tiene suerte con sus vicepresidentes. Claro que ahora no puede descargar la culpa sobre Néstor Kirchner, ingeniero de la fórmula que compartió entre 2007-2011 con el radical Julio Cobos. La Presidenta ungió en soledad a Amado Boudou para el recorrido de su segundo mandato.
La historia con Cobos fue traumática, después del conflicto con el campo, y conocida vastamente. Boudou, a menos de tres meses de haber asumido, está empezando una historia más vertiginosa que la del ingeniero radical y con condimentos diferentes: donde hubo supuestas traiciones y deslealtades afloran ahora escándalos y sospechas de corrupción.
Boudou enfrenta, por lo menos, dos dilemas serios. Los negocios turbios, que involucran a un supuesto testaferro y a una empresa contratista del Estado para imprimir billetes por U$S 50 millones, y una intensa pérdida de credibilidad y poder dentro del kirchnerismo.
El Gobierno continúa, ante esa realidad, aferrado al ninguneo y el silencio. Ni siquiera insinuó un comentario sobre la decisión del fiscal Carlos Rívolo que, con demora y cierta timidez, decidió investigar una denuncia sobre “violación de los deberes de funcionario público ” contra el vicepresidente.
Tampoco aquel mutismo es una novedad. Como no lo son las simulaciones. Nilda Garré todavía no terminó de aceptar la existencia del espionaje interno de Gendamería, relacionado con las protestas sociales, pero anticipó una purga dentro de esa fuerza. La ministro de Seguridad aclaró que tal depuración estaba prevista, como para desligarla del episodio que parece haber despabilado a la oposición.
Ayer, la agencia oficial Télam confirmó la salida del Gerente General del Banco Central, Benigno Vélez, un abogado marplatense amigo de Boudou desde los tiempos militantes en la Ucedé. El texto aclara que Vélez iría a otra jurisdicción gubernamental, para ahuyentar las presunciones que lo sindican como pieza de la maquinaria del negocio de la impresión de billetes fuera de la Casa de la Moneda.
La impresión de billetes es una cuestión en extremo delicada. Lo es por las características del papel que se utiliza, producido sólo por dos países en el mundo, uno de ellos Alemania. Cuando se generan situaciones de emergencia se recurren a otras entidades oficiales y no a empresas privadas. El gobierno kirchnerista lo hizo en los últimos años y apeló a Chile y a Brasil ante la escasez de billetes de $100. Ahora sucede lo mismo pero, vaya a saberse por qué, la demanda se inclinó –con llamativos sobreprecios– hacia Ciccone Calcográfica, adquirida luego de una quiebra por Alejandro Vandenbroele, un monotributista cercano a Boudou.
El escándalo estaría denunciando, a la par, otro de los problemas que el Gobierno se empeña en ocultar: la inflación.
Los billetes de $100 ya representan el 53% del total del circulante contra el 32% que significaban en el 2003. No haría falta agregar más.
El escándalo, amén de la repercusión pública, está siendo un golpe político para Boudou en el interior del Gobierno y del kirchnerismo. El alejamiento de Vélez es sólo un reflejo del deterioro y, tal vez, no el peor. Mercedes Marcó del Pont, la titular del Central, no lo venía cuestionando sólo por el affaire de los billetes. Sobre todo, por su pertenencia al vicepresidente que boicoteó a Marcó del Pont cuando asomó la presión sobre el dólar y la corrida cambiaria. A oídos de la mujer, como a los de mucha gente, llegaron los dichos de Boudou a quien fuera –dejó de serlo– un banquero dilecto de los K: “No comparto nada de lo que hace Mercedes” .
Pero los problemas políticos de Boudou, desde que estalló la denuncia de los billetes, se agravaron de manera considerable. El primero en acercarle una advertencia fue Máximo Kirchner, el hijo de la Presidenta y principal asesor. Luego intervino el supersecretario de Comercio, Guillermo Moreno, que no ocultó sus dudas sobre la operación en ciernes: “Es un curro”, sentenció en el despacho del Secretario Legal y Técnico. Carlos Zannini –de él se trata– tampoco fue contemplativo cuando, días atrás, conversó con Boudou.
La fricción con Máximo y Zannini es lo que desvela al vicepresidente. Son aún sus mayores soportes en el kirchnerismo y quienes compartieron con Cristina la determinación de sumarlo a la fórmula presidencial.
También Boudou empieza a sentir cierto vacío en otro ámbito que solía frecuentar: La Cámpora. Varios de esos jóvenes, entre ellos el segundo de Economía, Axel Kicillof, lo tuvieron siempre como un K oportunista antes que como un militante convencido.
Boudou viene intentando capear el temporal con un paraguas de bolsillo: su sonrisa imborrable, los shows musicales y la cruzada contra los medios de comunicación que lo desvisten, en especial contra Clarín.
El tropiezo severo de Boudou plantea otros interrogantes a Cristina y al kirchnerismo: el de la sucesión para el 2015. La Presidenta eligió al vice pensando en la futura continuidad del proyecto político que, ella misma, hace virar del kirchnerismo clásico al cristinismo. Visto que el camino de la reforma constitucional no asoma sencillo, Boudou podía convertirse en un delfín dependiente sólo de Cristina.
Pero su debilitamiento obligaría al kirchnerismo a revisar sus previsiones, que no parecen muchas.
Cristina Fernández, definitivamente, no tiene suerte con sus vicepresidentes. Claro que ahora no puede descargar la culpa sobre Néstor Kirchner, ingeniero de la fórmula que compartió entre 2007-2011 con el radical Julio Cobos. La Presidenta ungió en soledad a Amado Boudou para el recorrido de su segundo mandato.
La historia con Cobos fue traumática, después del conflicto con el campo, y conocida vastamente. Boudou, a menos de tres meses de haber asumido, está empezando una historia más vertiginosa que la del ingeniero radical y con condimentos diferentes: donde hubo supuestas traiciones y deslealtades afloran ahora escándalos y sospechas de corrupción.
Boudou enfrenta, por lo menos, dos dilemas serios. Los negocios turbios, que involucran a un supuesto testaferro y a una empresa contratista del Estado para imprimir billetes por U$S 50 millones, y una intensa pérdida de credibilidad y poder dentro del kirchnerismo.
El Gobierno continúa, ante esa realidad, aferrado al ninguneo y el silencio. Ni siquiera insinuó un comentario sobre la decisión del fiscal Carlos Rívolo que, con demora y cierta timidez, decidió investigar una denuncia sobre “violación de los deberes de funcionario público ” contra el vicepresidente.
Tampoco aquel mutismo es una novedad. Como no lo son las simulaciones. Nilda Garré todavía no terminó de aceptar la existencia del espionaje interno de Gendamería, relacionado con las protestas sociales, pero anticipó una purga dentro de esa fuerza. La ministro de Seguridad aclaró que tal depuración estaba prevista, como para desligarla del episodio que parece haber despabilado a la oposición.
Ayer, la agencia oficial Télam confirmó la salida del Gerente General del Banco Central, Benigno Vélez, un abogado marplatense amigo de Boudou desde los tiempos militantes en la Ucedé. El texto aclara que Vélez iría a otra jurisdicción gubernamental, para ahuyentar las presunciones que lo sindican como pieza de la maquinaria del negocio de la impresión de billetes fuera de la Casa de la Moneda.
La impresión de billetes es una cuestión en extremo delicada. Lo es por las características del papel que se utiliza, producido sólo por dos países en el mundo, uno de ellos Alemania. Cuando se generan situaciones de emergencia se recurren a otras entidades oficiales y no a empresas privadas. El gobierno kirchnerista lo hizo en los últimos años y apeló a Chile y a Brasil ante la escasez de billetes de $100. Ahora sucede lo mismo pero, vaya a saberse por qué, la demanda se inclinó –con llamativos sobreprecios– hacia Ciccone Calcográfica, adquirida luego de una quiebra por Alejandro Vandenbroele, un monotributista cercano a Boudou.
El escándalo estaría denunciando, a la par, otro de los problemas que el Gobierno se empeña en ocultar: la inflación.
Los billetes de $100 ya representan el 53% del total del circulante contra el 32% que significaban en el 2003. No haría falta agregar más.
El escándalo, amén de la repercusión pública, está siendo un golpe político para Boudou en el interior del Gobierno y del kirchnerismo. El alejamiento de Vélez es sólo un reflejo del deterioro y, tal vez, no el peor. Mercedes Marcó del Pont, la titular del Central, no lo venía cuestionando sólo por el affaire de los billetes. Sobre todo, por su pertenencia al vicepresidente que boicoteó a Marcó del Pont cuando asomó la presión sobre el dólar y la corrida cambiaria. A oídos de la mujer, como a los de mucha gente, llegaron los dichos de Boudou a quien fuera –dejó de serlo– un banquero dilecto de los K: “No comparto nada de lo que hace Mercedes” .
Pero los problemas políticos de Boudou, desde que estalló la denuncia de los billetes, se agravaron de manera considerable. El primero en acercarle una advertencia fue Máximo Kirchner, el hijo de la Presidenta y principal asesor. Luego intervino el supersecretario de Comercio, Guillermo Moreno, que no ocultó sus dudas sobre la operación en ciernes: “Es un curro”, sentenció en el despacho del Secretario Legal y Técnico. Carlos Zannini –de él se trata– tampoco fue contemplativo cuando, días atrás, conversó con Boudou.
La fricción con Máximo y Zannini es lo que desvela al vicepresidente. Son aún sus mayores soportes en el kirchnerismo y quienes compartieron con Cristina la determinación de sumarlo a la fórmula presidencial.
También Boudou empieza a sentir cierto vacío en otro ámbito que solía frecuentar: La Cámpora. Varios de esos jóvenes, entre ellos el segundo de Economía, Axel Kicillof, lo tuvieron siempre como un K oportunista antes que como un militante convencido.
Boudou viene intentando capear el temporal con un paraguas de bolsillo: su sonrisa imborrable, los shows musicales y la cruzada contra los medios de comunicación que lo desvisten, en especial contra Clarín.
El tropiezo severo de Boudou plantea otros interrogantes a Cristina y al kirchnerismo: el de la sucesión para el 2015. La Presidenta eligió al vice pensando en la futura continuidad del proyecto político que, ella misma, hace virar del kirchnerismo clásico al cristinismo. Visto que el camino de la reforma constitucional no asoma sencillo, Boudou podía convertirse en un delfín dependiente sólo de Cristina.
Pero su debilitamiento obligaría al kirchnerismo a revisar sus previsiones, que no parecen muchas.