En el mismo mes, dos presidentes que como mujeres hacen lo que hicieron siempre los hombres, coincidieron en hacer lo que no hacen los varones, llorar en público. Al inaugurar el año legislativo, nuestra presidente nos pidió ayuda casi en llanto.
En el país vecino, la presidente brasileña, nada afecta a expresar públicamente sus emociones, lagrimeó en una ceremonia corriente y la reacción desconcertó a los brasileños que se preguntan: ¿Porqué llora la Presidente? Especulaciones por las razones de las lágrimas no faltan: el deterioro de la salud de su mentor el ex presidente Lula, internado por un cáncer a quien visitó en sigilo por más de tres horas, la deslealtad de un secretario privado sospechado de ser la principal fuente de información de los periodistas sobre las intimidades del poder o las declaraciones del general que puso en duda que hubiera sido torturada durante la dictadura militar.
Por la coincidencia de las lágrimas presidenciales, en el mes que conmemoramos los logros de las mujeres, vale reflexionar sobre ese rasgo tan femenino como son las lágrimas . ¿Acaso, hay algo más perturbador que las lágrimas? Para no hablar del llanto, ese torrente de emoción que desnuda el dolor y sobre todo, al mas poderoso de los amores, el amor propio herido.
¿Será por eso que los hombres, educados para el orgullo, no lloran, y las lágrimas culturalmente son un patrimonio exclusivo de las mujeres? Como prueban, también, nuestra madres, las del dolor, que escondieron sus lágrimas.
No porque no las tuvieran sino porque las reservaron para la intimidad. Ese grito callado enrostrado en la cara del poder, hizo de ese andar silencioso de la Plaza de Mayo, la más poderosa demanda de verdad y justicia. Si ellas hubieran llorado en público, frente al poder que increpaban, hubieran confirmado el lugar que el Patriarca reserva para las mujeres: las lágrimas de “la loca” que llora al hijo que no está. Los griegos, que sabían que no hay nada más perturbador que la madre que llora al hijo muerto , las escondían.
Lo cierto es que frente a las lágrimas quedamos desarmados porque, en realidad, por impotencia o tristeza, por humildad o furia, las “lágrimas son la sangre del alma” como dijo San Agustín. Y ya se sabe, en estos tiempos de simulación, donde nada es lo que parece y las técnicas del mercadeo han hecho hasta de las lagrimas un objeto, cómo no perturbarse frente a esas almas que se nos muestran heridas. Todo este rodeo para confesar mi propia perturbación ante nuestras Presidentes mujeres que muestran las lágrimas frente a ese ojo público, la cámara de la televisión.
Como las lágrimas nos enseñan sobre una verdad personal, no se trata de poner en duda las lágrimas de las presidentes de Brasil y Argentina, sino de indagarnos sobre el significado social y político de lágrimas tan poderosas.
Tanto Dilma como Cristina cargan sobre sus corazones de mujer lo que fue siempre responsabilidad de varones, el poder. Pero como mujeres, la forma como ejercen ese poder desnuda, también, la concepción política de ese poder . El mando o la autoridad. El personalismo o la institucionalidad. La vida privada hecha pública o la solemnidad, institucionalizada en la liturgia del poder. No como hipocresía sino como protección.
Se puede llorar por rabia ya que la exposición pública somete a la maledicencia o a la adulación falsa y lastima tanto a hombre como mujeres. O frente a la impotencia por lo que perdimos, tal como advirtió otra mujer, la poetisa uruguaya Juana de Ibarbouru “ ninguna lágrima rescata nunca el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece”. Pero si la incorporación de las mujeres al mundo del poder significa, también, la feminización de ese mundo tan absolutamente masculino, no debiera perturbarnos que dos mujeres presidentes muestren sus lágrimas, sino desear que esa expresión de verdad como puede ser la exhibición del dolor se manifieste también en la mano extendida, al otro, al que sufre o al que piensa diferente.
No sólo porque lo manda la ley como derecho sino por la humanidad que entraña reconocer la dignidad ajena. Como si en las lágrimas pudiéramos reconocer al otro como un igual, aunque se llore por razones diferentes.
¿Alguien puede imaginar a nuestra Presidenta ya no abrazada en lágrimas a las líderes de la oposición sino en un diálogo de igual a igual? La incapacidad para imaginar lo que vemos como imposible demuestra de manera brutal el grado de desencuentro de los argentinos y la escasa feminización del poder. Si las mujeres efectivamente conseguimos humanizar a la política con todos los atributos de la educación femenina, las madres que cuidan, las maestras que enseñan y las amigas que ayudan, y lloramos más por identificación que por rabia u enojo; si podemos ponernos en el lugar del otro y no lagrimeamos por orgullo, si las lágrimas son la mas profunda expresión del “alma que llora”, entonces, poco importa si lloramos en público por más poderosas que sean esas lágrimas.
En el país vecino, la presidente brasileña, nada afecta a expresar públicamente sus emociones, lagrimeó en una ceremonia corriente y la reacción desconcertó a los brasileños que se preguntan: ¿Porqué llora la Presidente? Especulaciones por las razones de las lágrimas no faltan: el deterioro de la salud de su mentor el ex presidente Lula, internado por un cáncer a quien visitó en sigilo por más de tres horas, la deslealtad de un secretario privado sospechado de ser la principal fuente de información de los periodistas sobre las intimidades del poder o las declaraciones del general que puso en duda que hubiera sido torturada durante la dictadura militar.
Por la coincidencia de las lágrimas presidenciales, en el mes que conmemoramos los logros de las mujeres, vale reflexionar sobre ese rasgo tan femenino como son las lágrimas . ¿Acaso, hay algo más perturbador que las lágrimas? Para no hablar del llanto, ese torrente de emoción que desnuda el dolor y sobre todo, al mas poderoso de los amores, el amor propio herido.
¿Será por eso que los hombres, educados para el orgullo, no lloran, y las lágrimas culturalmente son un patrimonio exclusivo de las mujeres? Como prueban, también, nuestra madres, las del dolor, que escondieron sus lágrimas.
No porque no las tuvieran sino porque las reservaron para la intimidad. Ese grito callado enrostrado en la cara del poder, hizo de ese andar silencioso de la Plaza de Mayo, la más poderosa demanda de verdad y justicia. Si ellas hubieran llorado en público, frente al poder que increpaban, hubieran confirmado el lugar que el Patriarca reserva para las mujeres: las lágrimas de “la loca” que llora al hijo que no está. Los griegos, que sabían que no hay nada más perturbador que la madre que llora al hijo muerto , las escondían.
Lo cierto es que frente a las lágrimas quedamos desarmados porque, en realidad, por impotencia o tristeza, por humildad o furia, las “lágrimas son la sangre del alma” como dijo San Agustín. Y ya se sabe, en estos tiempos de simulación, donde nada es lo que parece y las técnicas del mercadeo han hecho hasta de las lagrimas un objeto, cómo no perturbarse frente a esas almas que se nos muestran heridas. Todo este rodeo para confesar mi propia perturbación ante nuestras Presidentes mujeres que muestran las lágrimas frente a ese ojo público, la cámara de la televisión.
Como las lágrimas nos enseñan sobre una verdad personal, no se trata de poner en duda las lágrimas de las presidentes de Brasil y Argentina, sino de indagarnos sobre el significado social y político de lágrimas tan poderosas.
Tanto Dilma como Cristina cargan sobre sus corazones de mujer lo que fue siempre responsabilidad de varones, el poder. Pero como mujeres, la forma como ejercen ese poder desnuda, también, la concepción política de ese poder . El mando o la autoridad. El personalismo o la institucionalidad. La vida privada hecha pública o la solemnidad, institucionalizada en la liturgia del poder. No como hipocresía sino como protección.
Se puede llorar por rabia ya que la exposición pública somete a la maledicencia o a la adulación falsa y lastima tanto a hombre como mujeres. O frente a la impotencia por lo que perdimos, tal como advirtió otra mujer, la poetisa uruguaya Juana de Ibarbouru “ ninguna lágrima rescata nunca el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece”. Pero si la incorporación de las mujeres al mundo del poder significa, también, la feminización de ese mundo tan absolutamente masculino, no debiera perturbarnos que dos mujeres presidentes muestren sus lágrimas, sino desear que esa expresión de verdad como puede ser la exhibición del dolor se manifieste también en la mano extendida, al otro, al que sufre o al que piensa diferente.
No sólo porque lo manda la ley como derecho sino por la humanidad que entraña reconocer la dignidad ajena. Como si en las lágrimas pudiéramos reconocer al otro como un igual, aunque se llore por razones diferentes.
¿Alguien puede imaginar a nuestra Presidenta ya no abrazada en lágrimas a las líderes de la oposición sino en un diálogo de igual a igual? La incapacidad para imaginar lo que vemos como imposible demuestra de manera brutal el grado de desencuentro de los argentinos y la escasa feminización del poder. Si las mujeres efectivamente conseguimos humanizar a la política con todos los atributos de la educación femenina, las madres que cuidan, las maestras que enseñan y las amigas que ayudan, y lloramos más por identificación que por rabia u enojo; si podemos ponernos en el lugar del otro y no lagrimeamos por orgullo, si las lágrimas son la mas profunda expresión del “alma que llora”, entonces, poco importa si lloramos en público por más poderosas que sean esas lágrimas.