Gobernar sin paradigma

La llegada de distintas expresiones de izquierda a los gobiernos de América del Sur es ya un dato viejo. También lo es la constatación de que ese arribo fue mucho más que una primavera electoral de coyuntura: Chávez ganó en un lejano 1998, pero Ollanta Humala lo hizo el año pasado. Mucho se escribió y se dijo sobre las similitudes y diferencias entre cada uno de los procesos nacionales y, dependiendo del enunciador, algunos buscaron crear etiquetas de “socialdemócratas ordenados” versus “populistas irresponsables”, mientras que otros optaron por poner todo bajo el manto de lo nacional-popular. Manto que así como explica, también puede eclipsar una compresión más sutil de lo que sucede dentro de cada frontera. Las caracterizaciones seguirán discurriendo y es inevitable preguntarse –aún más en un proceso donde la palabra “integración regional” resuena tan fuerte- por las semejanzas y diferencias en los liderazgos, los partidos y los movimientos que sostienen estas experiencias políticas. Pero es mucho menos común interrogarse por los condicionamientos generales, aquí sí inocultablemente similares, que enfrentan todos los gobiernos sudamericanos que tienen una vacación distributiva y reparadora del tejido social.Es cierto que están los condicionamientos económicos mundiales. La región mantiene claros signos de ser dependiente de muchas cosas que, o no produce o no tiene los recursos suficientes para producir y desarrollar. La discusión sobre el desarrollo de la minería, por ejemplo, tiene ese trasfondo. Dejando de lado los atendibles cuestionamientos de índole ambiental, existe un interrogante sobre cuánto pueden apropiarse las sociedades locales de recursos que, sí o sí necesitan de flujos de inversión privada extranjera. Por otro lado, están los condicionamientos del mercado de materias primas, donde nuestros países están aprovechando un momento impensado donde el precio de los productos con escaso valor agregado inclina la balanza frente a los productos industriales. El condicionamiento aquí no es coyuntural (al contrario, habilitó un oxígeno de divisas para las economías sudamericanas) sino estructural, ya que se trata de una dinámica que la región no controla. Decisiones tomadas a demasiados kilómetros de distancia (como un freno en el consumo de China y un desarrollo tecnológico en el primer mundo que remplace el petróleo) pueden en poco tiempo alterar ese mapa hoy muy propicio.Pero existe un condicionamiento más, del que se habla poco. Los gobiernos que asumieron con un mandato social y democrático muy claro carecen al mismo tiempo de brújulas teóricas, de senderos filosóficos por donde encuadrar y pensar su propia experiencia. Esta crisis de pensamiento (que por fuerza de la marginalidad política, estaba en boca de todos durante los noventa) no ha desaparecido por arte de magia. Las grandes lecturas del pasado siguen tan derrotadas luego de la caída del socialismo europeo como lo estaban en 1989. Se puede argumentar que de eso escapan las experiencias más claramente nacional-populares, que orbitan por fuera del marco de interpretación marxista. Pero no es tan así. Miremos el problema en el nivel concreto: ¿Cuál es el lugar que debe ocupar el Estado en la economía, en el orden social, de aquí en más? Uno muy importante, se dirá desde las tribunas compañeras. Bien, pero ¿qué significa exactamente eso? ¿Son las políticas de estatizaciones masivas una respuesta final a esa pregunta? ¿El Estado regulador es la respuesta? ¿Y cómo se regula la madeja de negocios privados que necesariamente viven en una economía de mercado? ¿Pueden las cooperativas remplazar a las corporaciones? Para complicarlo más: ¿Quiénes serían hoy, en este proceso nacional y regional de cambio, los actores centrales, los aliados estratégicos, los aliados tácticos, los enemigos circunstanciales y los definitivos? Es difícil ponerle nombre a esas cosas y el escenario de disputa aparece mucho más móvil y escurridizo que el que tenía en la cabeza un militante o un funcionario de un gobierno popular hace 30 o 50 años. Los tiempos políticos o, más precisamente, los tiempos de la gestión, suelen llevarse mal con las grandes dudas existenciales. Es lógico. El déficit, en todo caso, hay que buscarlo en otro lado. Las fuerzas políticas que sostienen estos gobiernos tampoco parecen muy decididas a encarar estas preguntas, que no son de laboratorio ni de seminario de ciencias políticas, sino que surgen de las disyuntivas concretas que los procesos van encontrando en el camino. Los interrogantes, además, son producto del éxito: ya no se gobiernan sociedades miserables, sino pobres. Probablemente América latina deje de ser en breve el continente más desigual del mundo, pero está lejos de ser equitativo. La pregunta es por el “pos” pos neoliberalismo. ¿Hay alguien ahí?

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

Ver todas las entradas de Nicolás Tereschuk (Escriba) →

3 comentarios en «Gobernar sin paradigma»

  1. que se trata de gobiernos de medias tintas,creo que si la intencion es apuntar a lo nacional y popular,como se dice,en cada situacion concreta se mediran las posibilidades gubernamentales como para adueñarse de los recursos que estan en juego,hasta donde se pueda.

  2. siempre acudiendo a la razon,y evitando llegar a la simplificacion siempre tentadora de que se trata de gobiernos de medias tintas ideologicas,en cada situacion concreta se mediran las posibilidades economicas como para adueñarse de los recursos en juego,con miras a cumplir los objetivos de lo nacional y popular,hasta donde se pueda.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *