Junto con la década de los noventa, que supuestamente lo representa, el liberalismo ha sido demonizado entre nosotros. Esta condena ideológica, que no es exclusiva del kirchnerismo porque convoca incluso a partidos supuestamente opositores como el radical, cuyo sesgo «antimacrista» por antiliberal lo ha llevado hasta a respaldar el traspaso de los subterráneos a la ciudad de Buenos Aires sin compensación alguna, parte de premisas falsas. Es falso por lo pronto que el menemismo, también demonizado por su identificación con los años noventa, haya sido auténticamente «liberal». Lo fue aunque sólo parcialmente en el terreno económico, tanto por su política de privatizaciones como por su alianza con la Ucedé de los Alsogaray. Pero no lo fue en el terreno político, ya que el reeleccionismo de Menem poco tuvo que ver con la idea liberal de que los períodos presidenciales no deben estirarse en el tiempo, a la manera chavista o kirchnerista.
También es falso que la ofensiva antiliberal sea, en América latina, mayoritaria. Creerlo es suponer que la demonización del liberalismo que campea entre nosotros encarna una corriente regional, cuando su eje está centrado únicamente en el gobierno kirchnerista y en otros gobiernos afines como los que imitan a la Venezuela de Chávez, francamente minoritarios si se los compara con lo que ocurre en México, Brasil, Chile, Colombia y el propio Perú, donde el giro a la centroderecha de su nuevo presidente, Ollanta Humala, es ya manifiesto.
Que el giro a la centroderecha predomina en nuestra región fue visible durante los últimos días a través de dos acontecimientos. El primero de ellos ocurrió paradójicamente en Buenos Aires, cuando la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) otorgó al ex presidente español José María Aznar, del Partido Popular que hoy gobierna a España, el infrecuente título de doctor honoris causa en una ceremonia de fuerte impacto. El segundo ocurrió en la Universidad de Lima, que acogió el martes pasado un seminario internacional convocado por el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, de notable irradiación en Perú y más allá, cuyas conclusiones paso a resumir no sin antes advertir que la suposición de que lo que hoy ocurre en las esferas oficiales de nuestro país es representativo del pensamiento regional responde a un parroquialismo, a ese «ombliguismo» que a veces nos aqueja por suponer que el mundo y América latina se reflejan en nosotros y no, a la inversa, que el gobierno argentino es percibido hoy en el resto de la región como una excepción bizarra al curso que siguen Europa y América.
En torno a Vargas Llosa
La jornada del martes último en la Universidad de Lima, convocada por Vargas Llosa y su flamante Fundación Internacional para la Libertad, reunió a un notable conjunto de políticos e intelectuales entre los que se contaban los ex presidentes de Colombia Alvaro Uribe; de Bolivia, Jorge Quiroga; de Uruguay, Luis Alberto Lacalle, y de Perú, Alejandro Toledo, aparte del economista chileno José Piñera, hermano del presidente actual, de la mexicana Josefina Vázquez, candidata presidencial del PAN, y de intelectuales y escritores de la talla del cubano Carlos Alberto Montaner, el mexicano Enrique Krauze, el chileno Mauricio Rojas y el argentino Marcos Aguinis. Vargas Llosa abrió y cerró esta jornada que fue seguida por 1600 inscriptos, muchos de ellos juveniles.
Me llamó la atención el entusiasmo contagioso que mostraron los participantes ante la doctrina liberal. Viniendo como yo venía de un país cuyo oficialismo condena todo lo que asuma un aire liberal, y donde al liberalismo se lo llama peyorativamente neoliberalismo para agravar su condena, porque con este neologismo se lo hace aparecer como «reincidente» en un viejo error, el sorprendente fervor de los concurrentes rodeó al contrario a una doctrina a la que veían en pleno apogeo, instalada más en el futuro que en el pasado. Es que es fácil olvidar en nuestro país, en medio de un clima de extendida repulsa que lo rodea, que el liberalismo triunfa hoy en el mundo y en América latina.
Me impresionó la exposición del chileno Rojas, un ex comunista que, en su largo paso por Suecia, se convirtió a la libertad y cuya exposición se concentró en la denuncia del «populismo» como el causante de los graves problemas que hoy enfrenta nada menos que Europa, por esa suerte de «facilismo» en el que cayó al exagerar la ilusión del Estado de Bienestar, a causa de la cual los hombres son tentados por el engañoso derecho de recibirlo todo gratis, sin la contrapartida del trabajo y el esfuerzo, una deformación a la que Rojas atribuyó las enormes dificultades que hoy enfrenta el Viejo Continente. Aguinis dedicó su exposición al «neopopulismo», más que una «doctrina» una forma contemporánea de la demagogia que ya había denunciado, con un lenguaje sorprendentemente «moderno», el propio Aristóteles.
El ex presidente Uribe fue recibido con extraordinarios aplausos porque, habiéndose alzado en su país contra todas las formas de la demagogia en una actitud presuntamente suicida, se cansó de ganar elecciones. Un párrafo aparte merece el historiador Enrique Krauze, discípulo de Octavio Paz y autor de un libro notable y reciente, Redentores , en el cual describe la patología de una serie de caudillos latinoamericanos que va de Eva Perón al Che Guevara y de Fidel Castro al propio Chávez, porque fundaron su atracción en la idea semirreligiosa con la que se presentaron ante el pueblo latinoamericano como los nuevos profetas, los nuevos «redentores» de una salvación que nunca le llegó en este nuevo mundo que se caracteriza, al contrario, por la eficiencia y la competitividad.
El rostro del futuro
La clave del éxito de una ideología consiste en convencer a los contemporáneos de que en ella late el futuro. Así se expandió por décadas el marxismo cuando difundió la idea de que el futuro pertenece al socialismo. A través de esta imagen «redentora», el marxismo pudo condenar al liberalismo como propio del pasado, como reaccionario . Según esta premisa, que se impuso entre nosotros, ser liberal era ser «antihistórico» y ser socialista era ser progresista . Pero la reunión de Lima difundió entre sus participantes un entusiasmo de signo inverso, ya que lo que prueba el mundo moderno, no con ideologías sino con hechos, es que el futuro empieza a coincidir cada día más con la libertad política de la democracia y la libertad económica de la iniciativa privada. Esta doble convicción brilló en la reunión de Lima.
Si ésta es la perspectiva histórica que debería caracterizarnos en Europa y en América no sólo a la luz de sus innegables resultados sino también a la sombra de los penosos fracasos del colectivismo, que empezó por naufragar en la Unión Soviética para culminar en todas las sociedades sometidas al estatismo, es porque el rol principal del Estado en las sociedades modernas es estimular la competencia política entre los partidos y la competencia económica entre las empresas. ¿Qué lugar ocupan entonces hoy en la caravana de las naciones el chavismo y el kirchnerismo? ¿Dónde estamos los argentinos bajo la conducción de Cristina Kirchner, dueña y señora del 54 por ciento de nuestros votos? ¿Estamos en la vanguardia o en la retaguardia de la historia? ¿Estamos acompañando al mundo o aislados, fuera de él? El gran problema que enfrentamos los argentinos de hoy quizá no reside en nuestros recursos sino en nuestras mentes, que siguen confundiendo un pasado al que aún llaman «futuro» y un futuro al que aún llaman «pasado»..