Los chicos empuñan las pistolas y se apuntalan. Lo toman como un juego (Fabián Ramella – Diario Crónica).
Es mediodía en la ciudad. A pesar de que la temperatura subió algunos grados, aún quedan vestigios de la mañana más fría de marzo en veinte años, según los registros de Servicio Meteorológico Nacional. El auto se detiene en el semáforo de 9 de Julio y Lavalle. Dos chicos juegan en Plaza de la República. Juegan con réplicas de armas: empuñan, martillan y apuntan. Como si fueran reales. Como si se estuvieran preparando para robar.
Uno de ellos parece enseñarle al otro, más pequeño, de no más de ocho años. El mayor, vestido de azul, con campera amplia deportiva y pantalones del mismo estilo, muestra destreza al manejar el arma que, a la vista de cualquier ojo no entrenado, pasa por auténtica.
La martilla apuntando hacia abajo, como lo hacen los que saben, la sostiene con sus manos como si efectivamente debiera mantener su objetivo en la mira. El más pequeño, de jeans y camisa clara, lo observa con detenimiento.Y como si se tratara del mejor alumno de su clase, repite
lo que el otro chico le muestra. Y devuelve el ejercicio con mayor precisión: no apunta al horizonte como su “maestro”.
Le apoya el arma directamente abajo del mentón. La escena ocurre delante de todos -automovilistas y peatones- sin que sus protagonistas se inmuten. El juego que representan asusta y provoca una sensación de tristeza muy grande. Nadie puede asegurar que no se trata de un simple juego, como el de cualquier otro chico después de mirar una película bélica, pero tampoco nadie puede asegurar que efectivamente un filme haya sido la fuente de inspiración de su juego y no lo haya sido la realidad que los rodea.
“Aún sin tener la certeza de que estos chicos estuvieran efectivamente jugando, la realidad es que no hay diferencia: la marginalidad en la que viven, tarde o temprano, los empuja al delito.Abandonados a su suerte en un espacio público, armarse es la lógica en la que se manejan”, explica a “Crónica” el psicólogo especialista en Minoridad, Jorge Garaventa (M.P. 5603).
Para el especialista, la escena es el reflejo de lo que los niños en situación de calle viven a diario. “Para ellos, armarse es algo cotidiano, algo que encuentran
en su realidad. Transitan una destrucción moral desde muy temprana edad”, indica en relación a la carencia de valores. El cuadro se complica aún más si se tiene en cuenta que, probablemente, esos chicos también consuman algún tipo de droga. “El paco y la marihuana anestesian la percepción de los riesgos y los peligros a los que se exponen. Los chicos están huérfanos de recursos”, sostiene.
La visión del especialista es cruda. “El cuadro se agrava porque ellos son conscientes de que, como menores de edad, son inimputables. Así se inician en una carrera de aprendizaje delictivo que generalmente termina en la cárcel. Es como si fueran presa de un destino ineludible, porque lamentablemente, hay sectores sociales a los que esta ‘fábrica de delincuentes’ les conviene.
La industria de las armas es uno de ellos, por ejemplo.
La realidad es que no hay un único responsable de su situación de vulnerabilidad”, concluye Garaventa. El semáforo cambia a verde y el auto arranca. Los dos chicos se quedan allí, en la plaza, jugando. O aprendiendo. O practicando.
«Así saqué la foto»
“Volvía de cubrir tres hechos policiales cuando vi todo. El taxi se detuvo en 9 de Julio y Lavalle y de pronto me llamaron la atención dos chicos que se estaban apuntando con armas que parecían de verdad. La realidad es que siempre miro cuando el auto se detiene y la escena no pasó desapercibida para mí. No lo dudé y saqué la cámara, puse el lente largo y tomé las fotos. Todo ocurrió en los pocos minutos que estuvimos detenidos, a la espera de que cambie la luz del semáforo. Cuando arrancó el taxi, revisé las fotos mientras los chicos seguían con las armas” (Fabián Ramella).
Es mediodía en la ciudad. A pesar de que la temperatura subió algunos grados, aún quedan vestigios de la mañana más fría de marzo en veinte años, según los registros de Servicio Meteorológico Nacional. El auto se detiene en el semáforo de 9 de Julio y Lavalle. Dos chicos juegan en Plaza de la República. Juegan con réplicas de armas: empuñan, martillan y apuntan. Como si fueran reales. Como si se estuvieran preparando para robar.
Uno de ellos parece enseñarle al otro, más pequeño, de no más de ocho años. El mayor, vestido de azul, con campera amplia deportiva y pantalones del mismo estilo, muestra destreza al manejar el arma que, a la vista de cualquier ojo no entrenado, pasa por auténtica.
La martilla apuntando hacia abajo, como lo hacen los que saben, la sostiene con sus manos como si efectivamente debiera mantener su objetivo en la mira. El más pequeño, de jeans y camisa clara, lo observa con detenimiento.Y como si se tratara del mejor alumno de su clase, repite
lo que el otro chico le muestra. Y devuelve el ejercicio con mayor precisión: no apunta al horizonte como su “maestro”.
Le apoya el arma directamente abajo del mentón. La escena ocurre delante de todos -automovilistas y peatones- sin que sus protagonistas se inmuten. El juego que representan asusta y provoca una sensación de tristeza muy grande. Nadie puede asegurar que no se trata de un simple juego, como el de cualquier otro chico después de mirar una película bélica, pero tampoco nadie puede asegurar que efectivamente un filme haya sido la fuente de inspiración de su juego y no lo haya sido la realidad que los rodea.
“Aún sin tener la certeza de que estos chicos estuvieran efectivamente jugando, la realidad es que no hay diferencia: la marginalidad en la que viven, tarde o temprano, los empuja al delito.Abandonados a su suerte en un espacio público, armarse es la lógica en la que se manejan”, explica a “Crónica” el psicólogo especialista en Minoridad, Jorge Garaventa (M.P. 5603).
Para el especialista, la escena es el reflejo de lo que los niños en situación de calle viven a diario. “Para ellos, armarse es algo cotidiano, algo que encuentran
en su realidad. Transitan una destrucción moral desde muy temprana edad”, indica en relación a la carencia de valores. El cuadro se complica aún más si se tiene en cuenta que, probablemente, esos chicos también consuman algún tipo de droga. “El paco y la marihuana anestesian la percepción de los riesgos y los peligros a los que se exponen. Los chicos están huérfanos de recursos”, sostiene.
La visión del especialista es cruda. “El cuadro se agrava porque ellos son conscientes de que, como menores de edad, son inimputables. Así se inician en una carrera de aprendizaje delictivo que generalmente termina en la cárcel. Es como si fueran presa de un destino ineludible, porque lamentablemente, hay sectores sociales a los que esta ‘fábrica de delincuentes’ les conviene.
La industria de las armas es uno de ellos, por ejemplo.
La realidad es que no hay un único responsable de su situación de vulnerabilidad”, concluye Garaventa. El semáforo cambia a verde y el auto arranca. Los dos chicos se quedan allí, en la plaza, jugando. O aprendiendo. O practicando.
«Así saqué la foto»
“Volvía de cubrir tres hechos policiales cuando vi todo. El taxi se detuvo en 9 de Julio y Lavalle y de pronto me llamaron la atención dos chicos que se estaban apuntando con armas que parecían de verdad. La realidad es que siempre miro cuando el auto se detiene y la escena no pasó desapercibida para mí. No lo dudé y saqué la cámara, puse el lente largo y tomé las fotos. Todo ocurrió en los pocos minutos que estuvimos detenidos, a la espera de que cambie la luz del semáforo. Cuando arrancó el taxi, revisé las fotos mientras los chicos seguían con las armas” (Fabián Ramella).
hace rato que sostengo que en un sistema social como el que vivimos,viciado por el dinero,el consumismo,el abandono de niños y ancianos(solo se trata de producir y gastar),sin utopias,con un sistema escolar deficitario,solo tendremos «una segura inseguridad».
los que claman por inseguridad piden mas policias, en lugar de pedir mas escuela
Cronica lo hizo de vuelta…
Si alguien sigue el link va a leer que los dos nenes estan jugando con armas de juguete y que lo de la escuelita es una elucubracion sin sustento de un editor no dispuesto a permitir que los hechos le chafen un titulo ganchero que se le ocurrio al ver la foto.
Si cronica se copa tengo un par de fotos ochentosas, con un metro de altura y pelo, jugando a brigada A. Digo, para titular sobre las raices de la violencia nacional…