El Río de la Plata y la defensa de la soberanía nacional – Tiempo Argentino

Desde esa perspectiva, la reivindicación de la causa de Malvinas tiene sus antecedentes mediáticos en el siglo XIX. Con la finalidad de que el público se interiorice al respecto, exhumaremos dos interesantes colaboraciones: la primera, antes de la usurpación inglesa y, la segunda, una vez concretada la injusta apropiación.
En 1829, Pedro de Angelis publicó dos notas en La Gaceta Mercantil referidas a la importancia estratégica de las Islas Malvinas. En una de ellas afirmaba que “una de las medidas más importantes del gobierno actual ha sido la organización política y militar de las Islas Malvinas y de los terrenos adyacentes al Estrecho de Magallanes”.
Mientras que en la siguiente comentaba que su futuro gobernador, Luis Vernet, “había hecho una tentativa para explorar aquellas islas y en estos momentos se ha trasportado allí con su familia y con cerca de 40 colonos”.
Ambos artículos contenían una amplia descripción en relación al clima, a las características de los puertos, al suelo y a sus distintas riquezas económicas. Tal como ocurriría, 40 años después, con las notas publicadas en El Río de la Plata (6/8/1869 – 22/4/1870).
Este diario dirigido por José Hernández fue acallado por cuestiones políticas antes de cumplir un año de existencia por el presidente Domingo F. Sarmiento, porque su director de militancia federal estaba enrolado en las filas del caudillo entrerriano López Jordán.
El Río de la Plata contó entre el selecto grupo de colaboradores a figuras de la talla de Guido y Spano, Agustín de Vedia, Navarro Viola, Vicente G. Quesada, Estanislao Zeballos, Cosme Mariño, Mariano Pelliza.
El año 1869 fue el momento y el Río de la Plata el vehículo para que el público argentino leyera las extensas notas escritas por el marino Augusto Lasserre (1826-1906), fundador de Ushuaia (12/10/1884) e hijo de periodista.
Amigo de José Hernández, seguramente desde la época en que ambos compartieron las ideas federales. Este navegante, quien viajó por cuestiones laborales a las islas australes, le envió un nutrido bosquejo de esos territorios a Hernández: “Cumpliendo con la promesa que Ud. me exigió en julio próximo pasado de hacerle la relación de mi viaje a las islas Malvinas, le envío las siguientes líneas, que quizás le ofrecerán algún interés, por la doble razón de ser ellas propiedad de los argentinos y de permanecer, sin embargo, poco o nada conocidas por la mayoría de sus legítimos dueños.”
Esas nobles motivaciones obedecían a su acendrado patriotismo y, sobre todo, a que su actividad de hombre vinculado al mar le permitían justipreciar la trascendencia de los enclaves marinos en esa región.
“No quiero dejar pasar esta oportunidad sin deplorar la negligencia de nuestros gobiernos que han ido dejando pasar el tiempo sin acordarse de tal reclamación pendiente, y haciendo con esa imperdonable indiferencia más imposible cada día la integridad de la República Argentina”, relata el marino.
Posteriormente y, acaso, desconociendo que Sarmiento había impulsado desde su exilio la idea de que los territorios patagónicos fueran chilenos abrigaba la esperanza de que: “es de suponer que la ilustración del actual gobierno nacional comprenda la importancia de esa devolución que él se haya en el deber de exigir del de S. M. B. pues que esas islas por su posición geográfica son las llaves del Pacífico y están llamadas indudablemente a un gran porvenir”.
Concluía su razonamiento con la clara noción que el cuarto poder no debía ahorrar esfuerzos en la insistencia e importancia del tema Malvinas: “a Uds. los de la prensa, es a los que compete llegado el caso tratar esa cuestión”.
En una próxima entrega, explicitaría una observación interesantísima: en el archipiélago no existía la propiedad privada.
Percepción que transmitiría a su interlocutor apelando al recurso de interpelaciones retóricas para conferir mayor contundencia a sus ideas: “¿No sería acaso, amigo Hernández, esa medida restrictiva del derecho de propiedad, y esa aparente indiferencia sobre el adelanto material de tan importante colonia, causada por la inseguridad del porvenir? ¿No será esta una confesión tácita de su falta total de derecho a la posesión de esas islas? ¿No será que, previsores hasta en su política de invasión quand même, ven, en un porvenir quizá no lejano, que la devolución de este territorio tiene que hacerse también quand même a sus legítimos dueños, los argentinos, dueños doblemente, pues que era parte integrante del virreinato, cuando se declaró la Independencia argentina, y que no mediando tratado ni convención alguna, el Código Universal, el derecho de gente, declara dueños legales, natos, de las islas, a los estados más cercanos?”
En la última contribución, Lasserre repasaba detalles de su viaje, deslizando conceptos tales como: “muy pocos argentinos han permanecido en Malvinas después de la injusta ocupación inglesa. Los que aún existen allí no pasan de 20, todos ellos como empleados, peones o capataces en las estancias, para cuyo trabajo sobresalen de muchos de los extranjeros”.
Por cierto, esta descripción motivó al propio director del Río de la Plata a efectuar consideraciones propias de un hombre comprometido con el bienestar y engrandecimiento del territorio que lo viera nacer.
A diferencia de algunos intelectuales de la actualidad, que por defender pretendidos derechos individuales convalidan el lacerante despojo inglés, el director de El Río de la Plata escribía con la contundencia que la historia se encargaría de validar: “Se concibe y se explica fácilmente ese sentimiento profundo y celoso de los pueblos por la integridad de su territorio, y que la usurpación de un solo palmo de tierra inquiete su existencia futura, como si se nos arrebatara un pedazo de nuestra carne”.
“La usurpación no sólo es el quebrantamiento de un derecho civil y político; es también la conculcación de una ley natural. Los pueblos necesitan del territorio con que han nacido a la vida política, como se necesita del aire para la libre expansión de nuestros pulmones. Absorberle un pedazo de su territorio, es arrebatarle un derecho, y esa injusticia envuelve un doble atentado, porque no sólo es el despojo de una propiedad, sino que es también la amenaza de una nueva usurpación”, sostenía José Hernández en el periódico.
En esa línea, agregó que “el precedente de injusticia es siempre el temor de la injusticia, pues si la conformidad o la indiferencia del pueblo agraviado consolida la conquista de la fuerza, ¿quién le defenderá mañana contra una nueva tentativa de despojo, o de usurpación?”
Esta extensa transcripción de la argumentación de Hernández tiene el objeto de contrastar con algunas de las actuales opiniones que circulan en detrimento de nuestros legítimos derechos sobre las islas.
Reflexiones que encuentran “calurosos espacios” en una prensa autodenominada “independiente” contraponiéndose a una “prensa nacional” como la expuesta, capaz de dejar de lado sus convicciones políticas coyunturales por las más altruistas compartidas con toda una nación. <

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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