Último momento: si los descubrimientos son siempre inesperados, los descubrimientos tardíos lo son más. El Fondo Monetario Internacional (FMI), el organismo que ¿fue? ícono de la política ortodoxa económica, parece haber entrado en una transformación que podría arrojarlo cerca del marcódelpontismo, si es que existe este movimiento.
Incluso Christine Lagarde, la elegante dama de look castrense y gestos duros que ha tomado el timón del organismo después del naufragio protagonizado por el inflamado Dominique Strauss Khan hoy acorralado por sus incandescentes memorias parece haber olvidado su pasado al frente del estudio estadounidense Baker & McKenzie, un pilar de Wall Street.
Uno podría asociar la figura de Lagarde a una inquieta embajadora de la ortodoxia, verdadera justiciera de ideas tan descabelladas como que emitir dinero puede bajar la tasa de interés, que se puede pasar por alto la fuerte injerencia de la devaluación a la hora de pensar los depósitos, o que, en un país con altísima inflación y riesgo atrincherado en la azotea, los préstamos van a crecer regulando tasas, controlando vía AFIP el mercado del dólar y dirigir el crédito a dedo.
En cambio, el FMI parece haber comprendido que la duda en el decálogo del Consenso de Washington es todo un acierto. A esto ayuda, claro, la posición de Mr. helicopter Bernanke y su máquina de hacer billetitos.
Este cambio de roles, que en el caso de la titular del Central dice poco al final de cuentas siempre ha sido coherente con su pensamiento y accionar, agrega mucho más del FMI y quienes hoy ocupan los desvencijados sillones del poder, es decir, los hacedores del resorte monetario sanador.
Ya algún antecedente vernáculo se había visto cuando, hace unas semanas, en Quilmes, los heterodoxos del mundo se juntaron para insuflar la energía catártica. En esa ocasión, el FMI formó parte del rosario de víctimas que enhebraron reconocidos heterodoxos como el pakistaní Anwar Shaikh y el japonés Makoto Itoh entre otros especialistas que adscriben a corrientes que van desde el marxismo hasta poskeynesianismo.
A propósito: el alcance de la teoría de John Maynard Keynes, rescatado del baúl de los recuerdos por parte de los gobiernos de los países centrales después del descalabro neoliberal y a la par de la explosión de las crisis de deuda, ha comenzado a entrar en los papers del Fondo. Ayer, la misma Lagarde pareció pulsar una delicada cuerda cuando dio margen el verbo queda corto a los gobiernos apoyar la recuperación mediante políticas monetarias expansivas (sí, la máquina, Ciccone) y transferencias fiscales. ¿Inflación? ¿Consumismo? ¿Emisión excesiva? No hay rastro de ello. Dice FMI en su trabajo Perspectivas Económicas Mundiales: Como solución de estas crisis que pueden prolongarse hasta por cinco años, el Fondo recetó medidas de expansión monetaria y transferencias fiscales para impedir contracciones excesivas en la actividad económica.
Perdón, me equivoqué
La controversia está lanzada. En julio de 2011, el propio Nicolás Eyzaguirre, director para el hemisferio occidental del FMI, le dijo a este cronista en Santander, España, que el Banco Central argentino tenía que dejar de emitir tanto dinero por los efectos inflacionarios que esto traía. Dos meses después, en septiembre, Lagarde criticó duramente las cifras de inflación del Indec dijo que utilizaría la de las provincias al tiempo que reconoció subestimar, adrede, la tasa de crecimiento aportada por el devaluado Instituto y ser refractaria con la política monetaria del Central. Incluso en noviembre del mismo año (las críticas son bimestrales) el mismísimo FMI le recriminó a Marcó del Pont estar recalentando la economía y creando una burbuja de consumo. La frutilla fue con la reforma de la Carta Orgánica del BCRA, donde la titular del Central asumió, estoica, su defensa ante una lluvia de críticas.
Por eso lo de ayer, como mínimo, y sin por eso adherir implícitamente al corpus de análisis que critica la línea (hegemonía, en jerga heterodoxa) de pensamiento que concentra las recetas de Washington y que recomienda el ajuste como principal forma de controlar las crisis, llama la atención. Habrá que ver si la Historia reconoce que a partir de la crisis de 2008, las recetas de políticas monetarias no convencionales del nuevo FMI (mucha liquidez y tasas de interés bajas) y fiscales expansivas, para reactivar el gasto y el crecimiento, se le rieron en la cara a la ortodoxa doctrina del ajuste estructural para la consecución del equilibrio fiscal, la reducción del endeudamiento, el superávit primario, la disminución de la monetización de la economía, la apertura financiera, la liberalización del comercio y, sobre todo, para combatir la inflación. Amén.
Incluso Christine Lagarde, la elegante dama de look castrense y gestos duros que ha tomado el timón del organismo después del naufragio protagonizado por el inflamado Dominique Strauss Khan hoy acorralado por sus incandescentes memorias parece haber olvidado su pasado al frente del estudio estadounidense Baker & McKenzie, un pilar de Wall Street.
Uno podría asociar la figura de Lagarde a una inquieta embajadora de la ortodoxia, verdadera justiciera de ideas tan descabelladas como que emitir dinero puede bajar la tasa de interés, que se puede pasar por alto la fuerte injerencia de la devaluación a la hora de pensar los depósitos, o que, en un país con altísima inflación y riesgo atrincherado en la azotea, los préstamos van a crecer regulando tasas, controlando vía AFIP el mercado del dólar y dirigir el crédito a dedo.
En cambio, el FMI parece haber comprendido que la duda en el decálogo del Consenso de Washington es todo un acierto. A esto ayuda, claro, la posición de Mr. helicopter Bernanke y su máquina de hacer billetitos.
Este cambio de roles, que en el caso de la titular del Central dice poco al final de cuentas siempre ha sido coherente con su pensamiento y accionar, agrega mucho más del FMI y quienes hoy ocupan los desvencijados sillones del poder, es decir, los hacedores del resorte monetario sanador.
Ya algún antecedente vernáculo se había visto cuando, hace unas semanas, en Quilmes, los heterodoxos del mundo se juntaron para insuflar la energía catártica. En esa ocasión, el FMI formó parte del rosario de víctimas que enhebraron reconocidos heterodoxos como el pakistaní Anwar Shaikh y el japonés Makoto Itoh entre otros especialistas que adscriben a corrientes que van desde el marxismo hasta poskeynesianismo.
A propósito: el alcance de la teoría de John Maynard Keynes, rescatado del baúl de los recuerdos por parte de los gobiernos de los países centrales después del descalabro neoliberal y a la par de la explosión de las crisis de deuda, ha comenzado a entrar en los papers del Fondo. Ayer, la misma Lagarde pareció pulsar una delicada cuerda cuando dio margen el verbo queda corto a los gobiernos apoyar la recuperación mediante políticas monetarias expansivas (sí, la máquina, Ciccone) y transferencias fiscales. ¿Inflación? ¿Consumismo? ¿Emisión excesiva? No hay rastro de ello. Dice FMI en su trabajo Perspectivas Económicas Mundiales: Como solución de estas crisis que pueden prolongarse hasta por cinco años, el Fondo recetó medidas de expansión monetaria y transferencias fiscales para impedir contracciones excesivas en la actividad económica.
Perdón, me equivoqué
La controversia está lanzada. En julio de 2011, el propio Nicolás Eyzaguirre, director para el hemisferio occidental del FMI, le dijo a este cronista en Santander, España, que el Banco Central argentino tenía que dejar de emitir tanto dinero por los efectos inflacionarios que esto traía. Dos meses después, en septiembre, Lagarde criticó duramente las cifras de inflación del Indec dijo que utilizaría la de las provincias al tiempo que reconoció subestimar, adrede, la tasa de crecimiento aportada por el devaluado Instituto y ser refractaria con la política monetaria del Central. Incluso en noviembre del mismo año (las críticas son bimestrales) el mismísimo FMI le recriminó a Marcó del Pont estar recalentando la economía y creando una burbuja de consumo. La frutilla fue con la reforma de la Carta Orgánica del BCRA, donde la titular del Central asumió, estoica, su defensa ante una lluvia de críticas.
Por eso lo de ayer, como mínimo, y sin por eso adherir implícitamente al corpus de análisis que critica la línea (hegemonía, en jerga heterodoxa) de pensamiento que concentra las recetas de Washington y que recomienda el ajuste como principal forma de controlar las crisis, llama la atención. Habrá que ver si la Historia reconoce que a partir de la crisis de 2008, las recetas de políticas monetarias no convencionales del nuevo FMI (mucha liquidez y tasas de interés bajas) y fiscales expansivas, para reactivar el gasto y el crecimiento, se le rieron en la cara a la ortodoxa doctrina del ajuste estructural para la consecución del equilibrio fiscal, la reducción del endeudamiento, el superávit primario, la disminución de la monetización de la economía, la apertura financiera, la liberalización del comercio y, sobre todo, para combatir la inflación. Amén.