Por Manuel Mora Y Araujo
21/04/12 – 11:22
Recuerdo los días de septiembre de 1955, cuando yo terminaba el colegio secundario. En las calles se congregaban multitudinarias manifestaciones para apoyar a la “Revolución Libertadora” o –algunos pensaban– para ponerle límites. Las columnas que se dirigían hacia Plaza de Mayo por la Diagonal Norte se detenían frente al edificio de YPF enarbolando banderas argentinas y clamando por una “YPF argentina”. En la cuenta que muchos sectores de la sociedad le pasaban a Perón, los contratos petroleros eran un rubro central. Recuerdo una conferencia de Adolfo Silenzi de Stagni en la Facultad de Derecho; era un fogoso nacionalista que no perdonó a Perón su “claudicación” en el tema del petróleo, y una frase suya que no olvidé: “detrás de cada dólar invertido en petróleo viene una ametralladora”. En aquellos años uno de los líderes de la amplia coalición no peronista era Arturo Frondizi; su libro Petróleo y Política se había consagrado como una propuesta emblemática contra la política petrolera de los últimos años de Perón. Poco después, Frondizi dividió a la UCR, enfrentó a Balbín en la elección presidencial y, con el voto peronista, triunfó en las urnas, para enseguida cambiar de política y favorecer una amplia apertura al capital extranjero para desarrollar la explotación de los hidrocarburos.
El petróleo era un símbolo de la identidad nacional para una mayoría de los argentinos. A Frondizi y su visión “desarrollista” del país, como al Perón de los contratos petroleros, les debemos haber reintroducido en la política otra visión, una dosis de realismo; abrieron un espacio para pensar el país de otra manera. ¿Es más “nacional” tener el petróleo durmiendo bajo tierra o fomentar la inversión para extraerlo y desarrollar el país? El debate nunca fue zanjado. Las ideas de Perón y de Frondizi en ese terreno no fueron populares; no sólo porque ambos eran “conversos” en esos temas, sino más bien porque lastimaban una fibra delicadísima de la argentinidad.
El experimento de Frondizi duró poco, el presidente Illia renacionalizó el petróleo. Hasta que en 1990 otro presidente peronista, Carlos Menem –también otro converso–, impulsó la privatización de YPF y volvió a dañar ese ícono nacional que es YPF. Menem en ese plano fue gradualista; antes de encarar la privatización se planteó la “transformación” de la empresa estatal. A través de una gestión exitosa encabezada por José Estenssoro –a quien la presidenta Cristina Fernández elogió en su discurso ante el Congreso en marzo pasado–, YPF redujo en un tercio su planta laboral al tiempo que generaba ganancias y comenzaba a autoabastecer al país. El monstruo burocrático se tornó eficiente. En Comodoro Rivadavia se rasgaban las vestiduras: la ciudad del petróleo argentino corría el riesgo de desaparecer del mapa; hoy es una urbe pujante y próspera. Años después, contra la opinión de la conducción de YPF que sucedió a Estenssoro después de su muerte, el gobierno de Menem promovió la privatización y la entrada de Repsol. Como suele decirse, la lógica debió haber sido que YPF comprase a Repsol y creciese como un paradigma de una empresa argentina eficiente y competitiva; pero no fue. Mientras tanto, los temas del debate de los años cincuenta seguían vigentes: lo “nacional” versus el capital extranjero, el petróleo bajo tierra o puesto al servicio del crecimiento de la economía.
Por cierto, el nacionalismo petrolero no es patrimonio exclusivo de la Argentina. Brasil y México lo conocen muy bien. En la sociedad argentina el ícono se sostiene por la confluencia de tres vertientes que fluyen incesantemente: sentimientos nacionalistas –fuertemente amplificados en lo relativo al petróleo–, ideas anticapitalistas e intereses fiscales de las provincias que disponen de hidrocarburos en su subsuelo. Esos tres factores conforman un núcleo duro de opinión que tiñe la perspectiva prevaleciente en la sociedad argentina en todo lo relativo al petróleo. Aun en los años de la “transformación” exitosa de YPF bajo la presidencia de Menem, el rechazo al concepto de abrir el sector al capital privado fue alto. Fluctuó, es cierto, y por momentos las opiniones favorables fueron mayoritarias, pero siempre estuvieron por debajo de otras privatizaciones.
Es posible que el giro del gobierno en el tema de YPF le genere en el corto plazo un beneficio político. La oposición en el Congreso contribuye a ello. Otra cosa será el impacto sobre la situación económica del país y sus relaciones con el resto del mundo. Eso habrá que verlo.
*Profesor de la Universidad Torcuato di Tella.
21/04/12 – 11:22
Recuerdo los días de septiembre de 1955, cuando yo terminaba el colegio secundario. En las calles se congregaban multitudinarias manifestaciones para apoyar a la “Revolución Libertadora” o –algunos pensaban– para ponerle límites. Las columnas que se dirigían hacia Plaza de Mayo por la Diagonal Norte se detenían frente al edificio de YPF enarbolando banderas argentinas y clamando por una “YPF argentina”. En la cuenta que muchos sectores de la sociedad le pasaban a Perón, los contratos petroleros eran un rubro central. Recuerdo una conferencia de Adolfo Silenzi de Stagni en la Facultad de Derecho; era un fogoso nacionalista que no perdonó a Perón su “claudicación” en el tema del petróleo, y una frase suya que no olvidé: “detrás de cada dólar invertido en petróleo viene una ametralladora”. En aquellos años uno de los líderes de la amplia coalición no peronista era Arturo Frondizi; su libro Petróleo y Política se había consagrado como una propuesta emblemática contra la política petrolera de los últimos años de Perón. Poco después, Frondizi dividió a la UCR, enfrentó a Balbín en la elección presidencial y, con el voto peronista, triunfó en las urnas, para enseguida cambiar de política y favorecer una amplia apertura al capital extranjero para desarrollar la explotación de los hidrocarburos.
El petróleo era un símbolo de la identidad nacional para una mayoría de los argentinos. A Frondizi y su visión “desarrollista” del país, como al Perón de los contratos petroleros, les debemos haber reintroducido en la política otra visión, una dosis de realismo; abrieron un espacio para pensar el país de otra manera. ¿Es más “nacional” tener el petróleo durmiendo bajo tierra o fomentar la inversión para extraerlo y desarrollar el país? El debate nunca fue zanjado. Las ideas de Perón y de Frondizi en ese terreno no fueron populares; no sólo porque ambos eran “conversos” en esos temas, sino más bien porque lastimaban una fibra delicadísima de la argentinidad.
El experimento de Frondizi duró poco, el presidente Illia renacionalizó el petróleo. Hasta que en 1990 otro presidente peronista, Carlos Menem –también otro converso–, impulsó la privatización de YPF y volvió a dañar ese ícono nacional que es YPF. Menem en ese plano fue gradualista; antes de encarar la privatización se planteó la “transformación” de la empresa estatal. A través de una gestión exitosa encabezada por José Estenssoro –a quien la presidenta Cristina Fernández elogió en su discurso ante el Congreso en marzo pasado–, YPF redujo en un tercio su planta laboral al tiempo que generaba ganancias y comenzaba a autoabastecer al país. El monstruo burocrático se tornó eficiente. En Comodoro Rivadavia se rasgaban las vestiduras: la ciudad del petróleo argentino corría el riesgo de desaparecer del mapa; hoy es una urbe pujante y próspera. Años después, contra la opinión de la conducción de YPF que sucedió a Estenssoro después de su muerte, el gobierno de Menem promovió la privatización y la entrada de Repsol. Como suele decirse, la lógica debió haber sido que YPF comprase a Repsol y creciese como un paradigma de una empresa argentina eficiente y competitiva; pero no fue. Mientras tanto, los temas del debate de los años cincuenta seguían vigentes: lo “nacional” versus el capital extranjero, el petróleo bajo tierra o puesto al servicio del crecimiento de la economía.
Por cierto, el nacionalismo petrolero no es patrimonio exclusivo de la Argentina. Brasil y México lo conocen muy bien. En la sociedad argentina el ícono se sostiene por la confluencia de tres vertientes que fluyen incesantemente: sentimientos nacionalistas –fuertemente amplificados en lo relativo al petróleo–, ideas anticapitalistas e intereses fiscales de las provincias que disponen de hidrocarburos en su subsuelo. Esos tres factores conforman un núcleo duro de opinión que tiñe la perspectiva prevaleciente en la sociedad argentina en todo lo relativo al petróleo. Aun en los años de la “transformación” exitosa de YPF bajo la presidencia de Menem, el rechazo al concepto de abrir el sector al capital privado fue alto. Fluctuó, es cierto, y por momentos las opiniones favorables fueron mayoritarias, pero siempre estuvieron por debajo de otras privatizaciones.
Es posible que el giro del gobierno en el tema de YPF le genere en el corto plazo un beneficio político. La oposición en el Congreso contribuye a ello. Otra cosa será el impacto sobre la situación económica del país y sus relaciones con el resto del mundo. Eso habrá que verlo.
*Profesor de la Universidad Torcuato di Tella.