Por Guillermo Raffo
29/04/12 – 02:18
Bienvenidos a la primera reunión de la Beca PERFIL para la supervivencia del largo plazo. Esta noche no hablaremos de YPF, ni de Kicillof ni de la inteligencia clandestina de Juan Abal Medina. Es el día mundial de las disquerías, y nuestras prioridades son otras: el nuevo de Smoke Fairies y un vino español elegido especialmente para celebrar que nadie nos odiará esta semana por ser argentinos, puesto que ya no vivimos en Madrid y con la payasada de la expropiación se olvidaron todos de Malvinas. Brindemos.
Notarán que el vino es un Rioja muy decente, más todavía si les digo el precio –diez euros– y cómo se llama: Gran Cerdo. En la botella tiene dibujado un chancho con alas, tradicional metáfora de la imposibilidad, y en este caso también de un porcentaje de lectores que procederemos a ignorar, porque ya son muchos años de margaritas a los chanchos sin tomarnos nunca vacaciones. Hoy vamos a hablar sólo entre nosotros –los buenos– y de algo más o menos importante.
Pero antes quiero leerles lo que dice la etiqueta: “Gran Cerdo es un gran vino dedicado a los banqueros que nos negaron préstamos aduciendo que el vino no era un bien embargable. Corpulentos, sudorosos y trajeados personajes, algún día descubriréis que las cosas más importantes de la vida no se pueden embargar”. El responsable de esta excéntrica leyenda se llama Gonzalo Gonzalo (de verdad) y es dueño de una joven bodega artesanal en Fuenmayor. Un día fue al banco a pedir un modesto crédito de seis mil euros para pagar el embotellado y no se lo dieron. “Me pareció ridículo –explica Gonzalo–, así que reuní el dinero entre amigos y cambié el nombre del vino a Gran Cerdo, porque el tipo que me negó el crédito era un tocino, morfológicamente, un cerdo”.
Es fina la línea que separa la venganza del arte conceptual. El mundo es intolerable, ¿qué hacemos? Nos quejamos todo el tiempo, o nos hacemos los boludos. O tomamos esos mismos elementos que lo hacen intolerable y los convertimos en algo que nos gusta, sin por eso renunciar al diagnóstico inicial. Como decía John Cage remixando a Jasper Johns: “El arte es una queja o bien hacé otra cosa.” Sin esforzarse mucho, y evitando el estereotipo porcino-capitalista, Gran Cerdo se queja mientras hace otra cosa. Lo mejor de ambos mundos, en el justo medio entre –digamos– la queja eterna de Pink Floyd y la lobotomía negadora de Alejandro Rozitchner. (Rozitchner o Pink Floyd, uno también los ejemplos que pone… Siempre me gustó Animals, y cada vez que paso por la usina gigante de Battersea me acuerdo de los cerdos que vuelan, pero a los chanchos de Pink Floyd les sobra peso simbólico, referencia orwelliana, intencionalidad y sufrimiento. En el otro extremo del espectro, Alejandro Rozitchner –encomiable en su reivindicación de la felicidad individual como derecho– no te hace los deberes y encarna la negación más flagrante del problema “cerdo”. Rozitchner es la víctima que finge ser feliz).
La tercera opción, el camino del Gran Cerdo, es claramente superior. Un modelo a emular en nuestro calvario nacional, aunque sea más difícil porque nuestros cerdos son bastante más que un banquero injusto. Nuestros cerdos son nuestros amigos y parientes, casi como –no: exactamente como– en El viaje de Chihiro, la película de Miyazaki en la que los padres de la nena se convertían en chanchos. Eso es lo que nos pasó a nosotros: nuestros pares son hoy cerdos, hechizados por Yubaba, y eventualmente deberemos decidir qué hacer con ellos. No importa si el kirchnerismo dura cien años o una semana. La transformación existió, negarla es imposible y lamentarla es inútil. Alguna manera habrá de denunciar lo que está mal sin dejar de hacer lo que uno quiere, sin que tu vida quede signada por esa denuncia. Alguna manera habrá de ser libres. Ya se nos va a ocurrir.
Mientras tanto: salud. Aprendamos de Gonzalo y su Gran Cerdo.
*Escritor y cineasta.
29/04/12 – 02:18
Bienvenidos a la primera reunión de la Beca PERFIL para la supervivencia del largo plazo. Esta noche no hablaremos de YPF, ni de Kicillof ni de la inteligencia clandestina de Juan Abal Medina. Es el día mundial de las disquerías, y nuestras prioridades son otras: el nuevo de Smoke Fairies y un vino español elegido especialmente para celebrar que nadie nos odiará esta semana por ser argentinos, puesto que ya no vivimos en Madrid y con la payasada de la expropiación se olvidaron todos de Malvinas. Brindemos.
Notarán que el vino es un Rioja muy decente, más todavía si les digo el precio –diez euros– y cómo se llama: Gran Cerdo. En la botella tiene dibujado un chancho con alas, tradicional metáfora de la imposibilidad, y en este caso también de un porcentaje de lectores que procederemos a ignorar, porque ya son muchos años de margaritas a los chanchos sin tomarnos nunca vacaciones. Hoy vamos a hablar sólo entre nosotros –los buenos– y de algo más o menos importante.
Pero antes quiero leerles lo que dice la etiqueta: “Gran Cerdo es un gran vino dedicado a los banqueros que nos negaron préstamos aduciendo que el vino no era un bien embargable. Corpulentos, sudorosos y trajeados personajes, algún día descubriréis que las cosas más importantes de la vida no se pueden embargar”. El responsable de esta excéntrica leyenda se llama Gonzalo Gonzalo (de verdad) y es dueño de una joven bodega artesanal en Fuenmayor. Un día fue al banco a pedir un modesto crédito de seis mil euros para pagar el embotellado y no se lo dieron. “Me pareció ridículo –explica Gonzalo–, así que reuní el dinero entre amigos y cambié el nombre del vino a Gran Cerdo, porque el tipo que me negó el crédito era un tocino, morfológicamente, un cerdo”.
Es fina la línea que separa la venganza del arte conceptual. El mundo es intolerable, ¿qué hacemos? Nos quejamos todo el tiempo, o nos hacemos los boludos. O tomamos esos mismos elementos que lo hacen intolerable y los convertimos en algo que nos gusta, sin por eso renunciar al diagnóstico inicial. Como decía John Cage remixando a Jasper Johns: “El arte es una queja o bien hacé otra cosa.” Sin esforzarse mucho, y evitando el estereotipo porcino-capitalista, Gran Cerdo se queja mientras hace otra cosa. Lo mejor de ambos mundos, en el justo medio entre –digamos– la queja eterna de Pink Floyd y la lobotomía negadora de Alejandro Rozitchner. (Rozitchner o Pink Floyd, uno también los ejemplos que pone… Siempre me gustó Animals, y cada vez que paso por la usina gigante de Battersea me acuerdo de los cerdos que vuelan, pero a los chanchos de Pink Floyd les sobra peso simbólico, referencia orwelliana, intencionalidad y sufrimiento. En el otro extremo del espectro, Alejandro Rozitchner –encomiable en su reivindicación de la felicidad individual como derecho– no te hace los deberes y encarna la negación más flagrante del problema “cerdo”. Rozitchner es la víctima que finge ser feliz).
La tercera opción, el camino del Gran Cerdo, es claramente superior. Un modelo a emular en nuestro calvario nacional, aunque sea más difícil porque nuestros cerdos son bastante más que un banquero injusto. Nuestros cerdos son nuestros amigos y parientes, casi como –no: exactamente como– en El viaje de Chihiro, la película de Miyazaki en la que los padres de la nena se convertían en chanchos. Eso es lo que nos pasó a nosotros: nuestros pares son hoy cerdos, hechizados por Yubaba, y eventualmente deberemos decidir qué hacer con ellos. No importa si el kirchnerismo dura cien años o una semana. La transformación existió, negarla es imposible y lamentarla es inútil. Alguna manera habrá de denunciar lo que está mal sin dejar de hacer lo que uno quiere, sin que tu vida quede signada por esa denuncia. Alguna manera habrá de ser libres. Ya se nos va a ocurrir.
Mientras tanto: salud. Aprendamos de Gonzalo y su Gran Cerdo.
*Escritor y cineasta.