El mismo día cuando Cristina de Kirchner anunció el envío al Congreso del proyecto de estatización del 51% de las acciones de Repsol en YPF (el 16 de abril pasado), Miguel Galuccio -el candidato a ser el CEO de la nueva empresa- reunió en sus oficinas de Londres al staff de la empresa IPM para anunciarle que renunciaba a la presidencia de la firma para regresar a la Argentina, en donde nació hace 43 años. Galuccio tiene todos los números para asumir esas funciones y sólo falta que el Congreso apruebe hoy la ley y que la Presidente la promulgue para que haga el anuncio oficial de su nombramiento, sobre el cual sólo dudaban anoche quienes creen que hay un margen de discreción en Olivos cuando estas decisiones se anticipan en la prensa, lo que ocurrió en este caso con el adelanto de este diario en la edición de ayer de Charlas de Quincho.
La decisión de Galuccio refleja un dato importante: que discutía su nuevo destino con el Gobierno desde hacía por lo menos dos meses, lo que disipa una de las críticas más severas de la oposición al proyecto, que se actuó con improvisación. Seguramente, este ingeniero en petróleos sabía más que Antoni Brufau sobre el destino de Repsol en la Argentina, algo que la firma española parece no haber registrado desde que comenzaron las críticas del Gobierno a la asociación pacífica que mantuvieron durante casi una década. Nadie lo admitirá, pero Galuccio fue reclutado con tiempo suficiente como para que estudiase la propuesta, pusiera condiciones, se las aceptasen y que su proyecto fuera compatible con el del Gobierno. Todo eso permanece hoy en el misterio, y sólo se conocen las expresiones de superficie sobre la necesidad del autoabastecimiento y de profesionalizar la gestión de la empresa.
Galuccio es una estrella en el planeta de los «reservoristas», los expertos en la industria del petróleo en la localización y perforación de hidrocarburos. Se le reconoce, pese a su corta edad, una experiencia solvente en todos los continentes y un grado de especialización poco superable en la profesión. Los entusiastas de su designación en el Gobierno y en la industria le atribuyen, en léxico cristinista, haber modificado el paradigma de su negocio aplicando tecnologías novedosas que han permitido sacar gas y petróleo, en términos rentables, de yacimientos que antes parecían imposibles de explotar. Es el caso del «shale» gas del yacimiento de Vaca Muerta, que se conoce desde hace 20 años, pero sólo en los últimos dos comenzó a ser atractivo por las nuevas técnicas de extracción y también por los crecientes valores del producto en el mercado. Desde entonces, dicen que es capaz de sacarle petróleo a una Vaca Muerta.
Es un dato no menor que haya avanzado en la aceptación del cargo, algo que parece cerrado por la renuncia que anunció a la presidencia de la Integrated Project Management, unidad de la empresa de servicios de exploración y perforación más grande del mundo, la Schlumberger, que tiene negocios en todos los continentes. Nadie cree que arriesgue una de las posiciones más importantes en el negocio a la que puede aspirar un petrolero sin haber ya abrochado su designación en la nueva YPF.
Tampoco nadie cree que la nueva administración termine dependiente de los laberintos de la política; se le reclamará una gestión profesional que mejore la producción y la rentabilidad de YPF sin exigirle rarezas «peronísticas». Lo que haga el Gobierno con la renta de una mejor gestión no será problema de la cúpula de la empresa. Muchos dudan que en el corto plazo, aun con una inyección de inversiones privadas en los nuevos yacimientos, haya una renta para repartir. El Gobierno seguramente tratará de mantener bajos los precios de los productos al público desenganchados de las escalas internacionales y, sueño de todo ministro de Economía, que el país reciba algún adelanto de regalías a cuenta de mejores negocios en el futuro. En algo parecido basó Carlos Menem en 1989 su intención de adelantar su jura como presidente: prometió que un grupo empresarial iba a adelantarle a la Argentina u$s 1.000 millones a cuenta de regalías futuras. Nunca ocurrió eso: se le atribuyó a la feraz imaginación de José Luis Manzano, que quería desplazar por adelantado a Raúl Alfonsín y mejorar su posición en el primer gabinete del riojano.
Galuccio, como se anticipó, piensa en la designación de una decena de profesionales de su generación para controlar las gerencias de la nueva YPF y, además, la creación de un consejo de notables para asesorar desde afuera, integrado por veteranos del negocio que estuvieron antes en YPF y otras empresas. Si aceptasen, hasta alguna figura de la oposición identificada con la ideología ypefeísta. Los nombres que ruedan en estas horas son los de Oscar Vicente, Jorge Lapeña, Nells León, Roberto Monti y otros.
Galuccio es un entrerriano de Paraná que nunca perdió la afición por el mate -lo consumía hasta en las reuniones de directorio de su empresa en Londres- y que tuvo su primer trabajo en la YPF de José Estenssoro después de graduarse en el ITBA (Instituto Tecnológico de Buenos Aires, casa de estudios vinculada en algún tiempo con la Armada). Escaló rápido en una estructura que le reconoció tempranamente los méritos; llegó a dirigir los negocios de YPF en Indonesia. Quienes lo han seguido de cerca lo ven como un profesional versátil, estudioso y acostumbrado al cambio. Cuando mediaba su carrera en YPF, entendió que le faltaba experiencia de pozo y pidió volver a la Argentina. Cambió sus tareas en Denver, Colorado, por las de responsable de los yacimientos de YPF en Las Heras, Santa Cruz. Cuando Estenssoro hizo el compromiso con la empresa Maxus, subsidiaria texana de YPF, se sumó al proyecto. Al ingresar Repsol, no aguantó mucho con los españoles y se fue a México, donde lo contrató la Schlumberger.
De allí lo sacó el Gobierno, cuya Presidente adelantó el perfil, sin nombrarlo, cuando anunció en la Casa de Gobierno el 16 de abril la expropiación de Repsol: «Vamos a hacer una conducción, una dirección de la empresa absolutamente profesionalizada, y cuando digo esto también quiero hacer una autocrítica de nosotros, los argentinos, que durante mucho tiempo en distintos sectores de la economía manejados por el Estado, nos manejamos con un criterio casi partidario o de política que terminó dando fundamento a los discursos de que el Estado era inútil y que solamente los privados podían administrar los recursos del Estado. Está demostrado en esta administración que los recursos del Estado pueden ser administrados correctamente también». Y agregó: «Vamos a convocar a muchos argentinos que se fueron del país, que tal vez ocupan cargos importantes en otras empresas, porque tenemos argentinos inteligentes que los han tomado en todas las empresas muchas veces de otros países porque son muy importantes y porque tenemos gran experiencia. Vamos a convocar a los que se fueron y también a los que se quedaron y que apuestan a poder tener nuevamente una empresa que sea orgullo de los argentinos».
En el mundo de los petroleros, las empresas miran a la Schlumberger como una experta en relacionarse con Gobiernos, de los que se ponen la camiseta y funcionan según sus proyectos. Es, como diría Brufau de los Eskenazi, otra empresa acostumbrada a los mercados regulados.
La decisión de Galuccio refleja un dato importante: que discutía su nuevo destino con el Gobierno desde hacía por lo menos dos meses, lo que disipa una de las críticas más severas de la oposición al proyecto, que se actuó con improvisación. Seguramente, este ingeniero en petróleos sabía más que Antoni Brufau sobre el destino de Repsol en la Argentina, algo que la firma española parece no haber registrado desde que comenzaron las críticas del Gobierno a la asociación pacífica que mantuvieron durante casi una década. Nadie lo admitirá, pero Galuccio fue reclutado con tiempo suficiente como para que estudiase la propuesta, pusiera condiciones, se las aceptasen y que su proyecto fuera compatible con el del Gobierno. Todo eso permanece hoy en el misterio, y sólo se conocen las expresiones de superficie sobre la necesidad del autoabastecimiento y de profesionalizar la gestión de la empresa.
Galuccio es una estrella en el planeta de los «reservoristas», los expertos en la industria del petróleo en la localización y perforación de hidrocarburos. Se le reconoce, pese a su corta edad, una experiencia solvente en todos los continentes y un grado de especialización poco superable en la profesión. Los entusiastas de su designación en el Gobierno y en la industria le atribuyen, en léxico cristinista, haber modificado el paradigma de su negocio aplicando tecnologías novedosas que han permitido sacar gas y petróleo, en términos rentables, de yacimientos que antes parecían imposibles de explotar. Es el caso del «shale» gas del yacimiento de Vaca Muerta, que se conoce desde hace 20 años, pero sólo en los últimos dos comenzó a ser atractivo por las nuevas técnicas de extracción y también por los crecientes valores del producto en el mercado. Desde entonces, dicen que es capaz de sacarle petróleo a una Vaca Muerta.
Es un dato no menor que haya avanzado en la aceptación del cargo, algo que parece cerrado por la renuncia que anunció a la presidencia de la Integrated Project Management, unidad de la empresa de servicios de exploración y perforación más grande del mundo, la Schlumberger, que tiene negocios en todos los continentes. Nadie cree que arriesgue una de las posiciones más importantes en el negocio a la que puede aspirar un petrolero sin haber ya abrochado su designación en la nueva YPF.
Tampoco nadie cree que la nueva administración termine dependiente de los laberintos de la política; se le reclamará una gestión profesional que mejore la producción y la rentabilidad de YPF sin exigirle rarezas «peronísticas». Lo que haga el Gobierno con la renta de una mejor gestión no será problema de la cúpula de la empresa. Muchos dudan que en el corto plazo, aun con una inyección de inversiones privadas en los nuevos yacimientos, haya una renta para repartir. El Gobierno seguramente tratará de mantener bajos los precios de los productos al público desenganchados de las escalas internacionales y, sueño de todo ministro de Economía, que el país reciba algún adelanto de regalías a cuenta de mejores negocios en el futuro. En algo parecido basó Carlos Menem en 1989 su intención de adelantar su jura como presidente: prometió que un grupo empresarial iba a adelantarle a la Argentina u$s 1.000 millones a cuenta de regalías futuras. Nunca ocurrió eso: se le atribuyó a la feraz imaginación de José Luis Manzano, que quería desplazar por adelantado a Raúl Alfonsín y mejorar su posición en el primer gabinete del riojano.
Galuccio, como se anticipó, piensa en la designación de una decena de profesionales de su generación para controlar las gerencias de la nueva YPF y, además, la creación de un consejo de notables para asesorar desde afuera, integrado por veteranos del negocio que estuvieron antes en YPF y otras empresas. Si aceptasen, hasta alguna figura de la oposición identificada con la ideología ypefeísta. Los nombres que ruedan en estas horas son los de Oscar Vicente, Jorge Lapeña, Nells León, Roberto Monti y otros.
Galuccio es un entrerriano de Paraná que nunca perdió la afición por el mate -lo consumía hasta en las reuniones de directorio de su empresa en Londres- y que tuvo su primer trabajo en la YPF de José Estenssoro después de graduarse en el ITBA (Instituto Tecnológico de Buenos Aires, casa de estudios vinculada en algún tiempo con la Armada). Escaló rápido en una estructura que le reconoció tempranamente los méritos; llegó a dirigir los negocios de YPF en Indonesia. Quienes lo han seguido de cerca lo ven como un profesional versátil, estudioso y acostumbrado al cambio. Cuando mediaba su carrera en YPF, entendió que le faltaba experiencia de pozo y pidió volver a la Argentina. Cambió sus tareas en Denver, Colorado, por las de responsable de los yacimientos de YPF en Las Heras, Santa Cruz. Cuando Estenssoro hizo el compromiso con la empresa Maxus, subsidiaria texana de YPF, se sumó al proyecto. Al ingresar Repsol, no aguantó mucho con los españoles y se fue a México, donde lo contrató la Schlumberger.
De allí lo sacó el Gobierno, cuya Presidente adelantó el perfil, sin nombrarlo, cuando anunció en la Casa de Gobierno el 16 de abril la expropiación de Repsol: «Vamos a hacer una conducción, una dirección de la empresa absolutamente profesionalizada, y cuando digo esto también quiero hacer una autocrítica de nosotros, los argentinos, que durante mucho tiempo en distintos sectores de la economía manejados por el Estado, nos manejamos con un criterio casi partidario o de política que terminó dando fundamento a los discursos de que el Estado era inútil y que solamente los privados podían administrar los recursos del Estado. Está demostrado en esta administración que los recursos del Estado pueden ser administrados correctamente también». Y agregó: «Vamos a convocar a muchos argentinos que se fueron del país, que tal vez ocupan cargos importantes en otras empresas, porque tenemos argentinos inteligentes que los han tomado en todas las empresas muchas veces de otros países porque son muy importantes y porque tenemos gran experiencia. Vamos a convocar a los que se fueron y también a los que se quedaron y que apuestan a poder tener nuevamente una empresa que sea orgullo de los argentinos».
En el mundo de los petroleros, las empresas miran a la Schlumberger como una experta en relacionarse con Gobiernos, de los que se ponen la camiseta y funcionan según sus proyectos. Es, como diría Brufau de los Eskenazi, otra empresa acostumbrada a los mercados regulados.