Por Guillermo Raffo
06/05/12 – 12:38
Me chupa un huevo YPF. No estoy solo: millones de personas, en el país y en el mundo, reconocemos por acción u omisión que nada de lo que se está festejando esta semana tiene alguna relevancia para nuestras vidas. Con las Malvinas pasa lo mismo y con la fábrica de Rasti ni hablar. Sin embargo, los festejos del kirchnerismo parecen genuinos. No me refiero sólo al vicepresidente usando petróleo patrio para limpiar preventivamente su prontuario. Personas con menos que esconder también agitan sus banderas con una alegría que se percibe auténtica. Mi prima fue a recibir a mi mamá al aeropuerto. Le dijo: “Estoy cada vez más contenta de ser argentina.” Es gente que lleva una vida sin mayores sobresaltos; tienen familia, trabajan. ¿Es posible que estén todos locos? La respuesta es sí.
Lo sospeché muy temprano pero me di cuenta en serio cuando una profesora de literatura de la secundaria –un personaje inaudito, más kirchnerista que el Papa antes de que el kirchnerismo soñara con existir– me explicó, línea por línea, todo lo que estaba mal en el outcome democrático de Charly García. Una referencia recurrente, García, sabrán disculpar: todavía lo quiero como a pocas personas en el mundo, y entonces lo consideraba, además, infalible. Lo cual facilitó el trámite de rechazo instantáneo a los cargos de mi profesora desquiciada, quien le objetaba a García un supuesto carácter tibio y liberal.
—Ves que no quiere vestirse de rojo, es evidente. No es casual el color que elige. Y no quiere verte tan triste, pero está bien estar triste, cómo no vamos a estar tristes. Por los desaparecidos. Y no quiere saber lo que hiciste, ¿ves? Nadie tiene la culpa. ¿Y la responsabilidad civil durante la dictadura? No se quiere meter en problemas, ¿te das cuenta? No quiere sembrar la anarquía.
Se me iban agrandando los ojos con cada frase, pero no le dije nada. En cambio, subrayé con lápiz en el disco los versos cuestionados. Durante dos décadas el sobre desplegable de Yendo de la cama al living fue memento culposo de la demencia de mi profesora. Me atormentaba no haberla desafiado en su momento, no haberle dicho que estaba loca. Después se me pasó la culpa y, retroactivamente, me empezó a dar pena. Y ahora con el kirchnerismo me da culpa de nuevo.
Fui un poco menos cobarde cuando el dirigente Martín Farizano me acusó de liberal por usar un discman (o tal vez un walkman, era ese momento de transición). A él sí le expliqué por qué me parecía que estaba loco, pero no sé si entendió. Farizano fue después intendente de Neuquén. Murió kirchnerista.
Hay que ser muy bruto para usar la palabra “liberal” como insulto, pero en Argentina siempre fue de uso común y ahora más que nunca. Cuando en medio del circo en la cámara de diputados –esta distopía lumpen que supimos conseguir– me lo dijeron de nuevo en ese tono, me pareció oportuno aprovechar la oportunidad para resolver este problema de una buena vez.
Es verdad, soy liberal. Siempre fui y ahora más porque soy vecino de Thomas Paine que me cae bien. Me cuesta pensar cómo alguien a esta altura de este siglo podría ser otra cosa. Son cosas básicas en las que más o menos nos habíamos puesto de acuerdo. Si a algunos de ustedes les parece (y me doy cuenta de que, efectivamente, es así) que la libertad está mal, están locos y no voy a perder un segundo discutiéndolo. No es negociable. No importa la liturgia de YPF, chicos y chicas de la revolución que no existe. Y si existiera tampoco. No importa la revolución. (No importa Chopin). “No me importa él”, escribió García también, antes de que la mención a El pudiera tener algún sentido y después de que yo perdiera todo placer en escucharlo, pero siempre viendo el futuro. Bueno, a mí tampoco me importa El y –aquí intento reparar mi omisión histórica ante la profesora– creo que si a ustedes les importa tienen un problema.
*Escritor y cineasta.
06/05/12 – 12:38
Me chupa un huevo YPF. No estoy solo: millones de personas, en el país y en el mundo, reconocemos por acción u omisión que nada de lo que se está festejando esta semana tiene alguna relevancia para nuestras vidas. Con las Malvinas pasa lo mismo y con la fábrica de Rasti ni hablar. Sin embargo, los festejos del kirchnerismo parecen genuinos. No me refiero sólo al vicepresidente usando petróleo patrio para limpiar preventivamente su prontuario. Personas con menos que esconder también agitan sus banderas con una alegría que se percibe auténtica. Mi prima fue a recibir a mi mamá al aeropuerto. Le dijo: “Estoy cada vez más contenta de ser argentina.” Es gente que lleva una vida sin mayores sobresaltos; tienen familia, trabajan. ¿Es posible que estén todos locos? La respuesta es sí.
Lo sospeché muy temprano pero me di cuenta en serio cuando una profesora de literatura de la secundaria –un personaje inaudito, más kirchnerista que el Papa antes de que el kirchnerismo soñara con existir– me explicó, línea por línea, todo lo que estaba mal en el outcome democrático de Charly García. Una referencia recurrente, García, sabrán disculpar: todavía lo quiero como a pocas personas en el mundo, y entonces lo consideraba, además, infalible. Lo cual facilitó el trámite de rechazo instantáneo a los cargos de mi profesora desquiciada, quien le objetaba a García un supuesto carácter tibio y liberal.
—Ves que no quiere vestirse de rojo, es evidente. No es casual el color que elige. Y no quiere verte tan triste, pero está bien estar triste, cómo no vamos a estar tristes. Por los desaparecidos. Y no quiere saber lo que hiciste, ¿ves? Nadie tiene la culpa. ¿Y la responsabilidad civil durante la dictadura? No se quiere meter en problemas, ¿te das cuenta? No quiere sembrar la anarquía.
Se me iban agrandando los ojos con cada frase, pero no le dije nada. En cambio, subrayé con lápiz en el disco los versos cuestionados. Durante dos décadas el sobre desplegable de Yendo de la cama al living fue memento culposo de la demencia de mi profesora. Me atormentaba no haberla desafiado en su momento, no haberle dicho que estaba loca. Después se me pasó la culpa y, retroactivamente, me empezó a dar pena. Y ahora con el kirchnerismo me da culpa de nuevo.
Fui un poco menos cobarde cuando el dirigente Martín Farizano me acusó de liberal por usar un discman (o tal vez un walkman, era ese momento de transición). A él sí le expliqué por qué me parecía que estaba loco, pero no sé si entendió. Farizano fue después intendente de Neuquén. Murió kirchnerista.
Hay que ser muy bruto para usar la palabra “liberal” como insulto, pero en Argentina siempre fue de uso común y ahora más que nunca. Cuando en medio del circo en la cámara de diputados –esta distopía lumpen que supimos conseguir– me lo dijeron de nuevo en ese tono, me pareció oportuno aprovechar la oportunidad para resolver este problema de una buena vez.
Es verdad, soy liberal. Siempre fui y ahora más porque soy vecino de Thomas Paine que me cae bien. Me cuesta pensar cómo alguien a esta altura de este siglo podría ser otra cosa. Son cosas básicas en las que más o menos nos habíamos puesto de acuerdo. Si a algunos de ustedes les parece (y me doy cuenta de que, efectivamente, es así) que la libertad está mal, están locos y no voy a perder un segundo discutiéndolo. No es negociable. No importa la liturgia de YPF, chicos y chicas de la revolución que no existe. Y si existiera tampoco. No importa la revolución. (No importa Chopin). “No me importa él”, escribió García también, antes de que la mención a El pudiera tener algún sentido y después de que yo perdiera todo placer en escucharlo, pero siempre viendo el futuro. Bueno, a mí tampoco me importa El y –aquí intento reparar mi omisión histórica ante la profesora– creo que si a ustedes les importa tienen un problema.
*Escritor y cineasta.
Está clarísimo: los demás están todos locos.
Gran reflexión: de las gansadas a las obviedades