Luis Majul Periodista
Si el gobierno consigue sostener el consumo hasta las elecciones legislativas del año que viene, es muy probable que Cristina Fernández logre imponer la reforma de la Constitución con la cláusula que le permita ser reelecta en 2015. Esta no es una deducción caprichosa. Es, al contrario, un análisis político lógico, y muy evidente, basado en las matemáticas y los antecedentes. La velocidad y la convicción con la que impuso la expropiación de YPF es solo una de las muestras que sustentan la hipótesis. Lo hizo en muy poco tiempo. Y no solo logró la nacionalización. También consiguió fragmentar todavía más a la oposición, además de recuperar los niveles de imagen positiva e intención de voto que había perdido desde octubre del año pasado, e imponer una agenda política de temas positivos, con tono de gesta patriótica y fundacional. Para lograr la hazaña de un tercer mandato, Ella solo necesita obtener en las próximas elecciones poco más del 40 por ciento de las voluntades y así sumar más diputados y senadores capaces de acercarse a los dos tercios de los votos que se necesitan para declarar la reforma de la Constitución, algo que hoy no parece imposible. Néstor Kirchner lo hizo en la provincia de Santa Cruz para lograr la reelección indefinida del gobernador de manera metódica y con la intensidad de una aplanadora. Los argumentos y las artimañas políticas que utilizó pronto fueron sepultados detrás de una hegemonía política que nunca abandonó en vida. Ahora, los fogoneros de le reelección tienen un discurso ezquizofrénico, pero muy bien armado. No nos importa tanto hablar de un nuevo mandato de Cristina sino discutir una Constitución más nacional y popular, porque la de 1994 tiene el perfume neoliberal de la época y fue bendecida por todas las corporaciones. Son incorregibles, y muy eficaces. Solo con ese enunciado ya están haciendo dudar a todos los legisladores del Frente Amplio Progresista y vuelven a arrojar una bomba en profundidad contra la Unión Cívica Radical (UCR), que se desangra entre las posiciones supuestamente progresistas de Ricardo Alfonsín y las aparentemente conservadoras de Oscar Aguad. Además, y como si esto fuera poco, la Presidenta cuenta con, por lo menos, cuatro ventajas comparativas que la hacen imbatible. Una es que sus consejeros políticos pasan la mayor parte del día maquinando nuevas iniciativas que la resucitan una y otra vez, y dejan patas para arriba al resto del arco político, que parece tomar el asunto como si fuera un hobby más.
Otra es que tienen miles de millones de pesos del Estado para imponer el relato de lo que hacen y también para quebrar voluntades, cuando, por ejemplo, encuentran a un legislador dubitativo y capaz de ser seducido y utilizado.
La tercera es una tendencia ideológica mundial que parece dar la razón a quienes sostienen que el ajuste implica el suicidio colectivo de casi todas las naciones y que, al contrario, la regulación económica por parte del Estado y hasta la emisión monetaria son los nuevos instrumentos del desarrollo y el crecimiento económico.
Y la cuarta y última ventaja comparativa es que Cristina Fernández parece tener menos dudas e incluso menos escrúpulos que su compañero de toda la vida para poner en marcha acciones de gran envergadura capaces de conmover a los argentinos ahora mismo aunque mañana puedan tener costos demasiado altos. La manera desprolija y compulsiva de expropiar a Repsol, la emisión del spot del deportista olímpico que entrena en suelo argentino para ganar en Inglaterra y la poco diplomática pregunta al canciller inglés de Alicia Castro, la embajadora argentina en Gran Bretaña, demuestran que la Presidenta es la más audaz de todos los dirigentes políticos de este país, y que no dudaría en protagonizar otras acciones poco tradicionales para presentarlas como estructurales y revolucionarias, si con ellas logra obtener y acumular más poder. Al mismo tiempo, la designación de Miguel Galuccio, un profesional irreprochable y experto en extracción y explotación de petróleo y otros combustibles, revela que Cristina Fernández pretende enviar una señal al mundo de los negocios que va más allá de la retórica populista de los jóvenes de La Cámpora o el dedito levantado de Axel Kicillof. ¿Quiénes aparecen hoy como los únicos capaces de enfrentar al Huracán Cristina? Daniel Scioli, una vez más, deshoja la margarita. El afirma una y otra vez, a quien quiera escucharlo, que en su momento le transmitió a la Presidenta su deseo de sucederla, y su derecho natural para pelear por eso. Su estrategia parece obvia: acompañarla hasta que llegue el momento de jugar. Pero el cristinismo, una vez más, se apresta a jugar sus cartas con inteligencia. Es que si el gobernador de la provincia estira su lealtad hasta las elecciones legislativas del año que viene, es posible que le termine aportando los votos que la conduzca hacia un nuevo mandato. Y si salta antes de tiempo es probable que los incondicionales de la Presidenta aceleren el funcionamiento de la máquina picadora de carne y lo coloquen en la misma situación incómoda que hoy vive Mauricio Macri, a quienes pretenden desfinanciar para anularlo como alternativa en 2015. El jefe de gobierno de la Ciudad se lamenta porque se siente impotente frente al aparato de comunicación oficial y paraoficial y desacoplado ante el aparente bienestar económico de una buena parte de la sociedad argentina y la seguridad de que este modelo llevará al país a un nuevo desastre. Una parte de su equipo lo entusiasma para que recorra el país y se muestre, desde ahora mismo, como la única alternativa. Otra le pide que no se apure, y que tenga mucho cuidado con transformarse en algo parecido a lo que representa Elisa Carrió, porque creen que sería la manera más rápida de perder el capital político que todavía mantiene intacto. Hay algunos radicales y algunos peronistas no kirchneristas que analizan ahora mismo la posibilidad de sumarse al proyecto Scioli o al proyecto Macri, antes que la fuerza que representa al gobierno se termine de quedar con todo. En fin: toda la oposición, incluido Hugo Moyano, está confundida y a la espera que la inflación y las malas noticias terminen de construir lo que ellos no pueden hacer.
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Si el gobierno consigue sostener el consumo hasta las elecciones legislativas del año que viene, es muy probable que Cristina Fernández logre imponer la reforma de la Constitución con la cláusula que le permita ser reelecta en 2015. Esta no es una deducción caprichosa. Es, al contrario, un análisis político lógico, y muy evidente, basado en las matemáticas y los antecedentes. La velocidad y la convicción con la que impuso la expropiación de YPF es solo una de las muestras que sustentan la hipótesis. Lo hizo en muy poco tiempo. Y no solo logró la nacionalización. También consiguió fragmentar todavía más a la oposición, además de recuperar los niveles de imagen positiva e intención de voto que había perdido desde octubre del año pasado, e imponer una agenda política de temas positivos, con tono de gesta patriótica y fundacional. Para lograr la hazaña de un tercer mandato, Ella solo necesita obtener en las próximas elecciones poco más del 40 por ciento de las voluntades y así sumar más diputados y senadores capaces de acercarse a los dos tercios de los votos que se necesitan para declarar la reforma de la Constitución, algo que hoy no parece imposible. Néstor Kirchner lo hizo en la provincia de Santa Cruz para lograr la reelección indefinida del gobernador de manera metódica y con la intensidad de una aplanadora. Los argumentos y las artimañas políticas que utilizó pronto fueron sepultados detrás de una hegemonía política que nunca abandonó en vida. Ahora, los fogoneros de le reelección tienen un discurso ezquizofrénico, pero muy bien armado. No nos importa tanto hablar de un nuevo mandato de Cristina sino discutir una Constitución más nacional y popular, porque la de 1994 tiene el perfume neoliberal de la época y fue bendecida por todas las corporaciones. Son incorregibles, y muy eficaces. Solo con ese enunciado ya están haciendo dudar a todos los legisladores del Frente Amplio Progresista y vuelven a arrojar una bomba en profundidad contra la Unión Cívica Radical (UCR), que se desangra entre las posiciones supuestamente progresistas de Ricardo Alfonsín y las aparentemente conservadoras de Oscar Aguad. Además, y como si esto fuera poco, la Presidenta cuenta con, por lo menos, cuatro ventajas comparativas que la hacen imbatible. Una es que sus consejeros políticos pasan la mayor parte del día maquinando nuevas iniciativas que la resucitan una y otra vez, y dejan patas para arriba al resto del arco político, que parece tomar el asunto como si fuera un hobby más.
Otra es que tienen miles de millones de pesos del Estado para imponer el relato de lo que hacen y también para quebrar voluntades, cuando, por ejemplo, encuentran a un legislador dubitativo y capaz de ser seducido y utilizado.
La tercera es una tendencia ideológica mundial que parece dar la razón a quienes sostienen que el ajuste implica el suicidio colectivo de casi todas las naciones y que, al contrario, la regulación económica por parte del Estado y hasta la emisión monetaria son los nuevos instrumentos del desarrollo y el crecimiento económico.
Y la cuarta y última ventaja comparativa es que Cristina Fernández parece tener menos dudas e incluso menos escrúpulos que su compañero de toda la vida para poner en marcha acciones de gran envergadura capaces de conmover a los argentinos ahora mismo aunque mañana puedan tener costos demasiado altos. La manera desprolija y compulsiva de expropiar a Repsol, la emisión del spot del deportista olímpico que entrena en suelo argentino para ganar en Inglaterra y la poco diplomática pregunta al canciller inglés de Alicia Castro, la embajadora argentina en Gran Bretaña, demuestran que la Presidenta es la más audaz de todos los dirigentes políticos de este país, y que no dudaría en protagonizar otras acciones poco tradicionales para presentarlas como estructurales y revolucionarias, si con ellas logra obtener y acumular más poder. Al mismo tiempo, la designación de Miguel Galuccio, un profesional irreprochable y experto en extracción y explotación de petróleo y otros combustibles, revela que Cristina Fernández pretende enviar una señal al mundo de los negocios que va más allá de la retórica populista de los jóvenes de La Cámpora o el dedito levantado de Axel Kicillof. ¿Quiénes aparecen hoy como los únicos capaces de enfrentar al Huracán Cristina? Daniel Scioli, una vez más, deshoja la margarita. El afirma una y otra vez, a quien quiera escucharlo, que en su momento le transmitió a la Presidenta su deseo de sucederla, y su derecho natural para pelear por eso. Su estrategia parece obvia: acompañarla hasta que llegue el momento de jugar. Pero el cristinismo, una vez más, se apresta a jugar sus cartas con inteligencia. Es que si el gobernador de la provincia estira su lealtad hasta las elecciones legislativas del año que viene, es posible que le termine aportando los votos que la conduzca hacia un nuevo mandato. Y si salta antes de tiempo es probable que los incondicionales de la Presidenta aceleren el funcionamiento de la máquina picadora de carne y lo coloquen en la misma situación incómoda que hoy vive Mauricio Macri, a quienes pretenden desfinanciar para anularlo como alternativa en 2015. El jefe de gobierno de la Ciudad se lamenta porque se siente impotente frente al aparato de comunicación oficial y paraoficial y desacoplado ante el aparente bienestar económico de una buena parte de la sociedad argentina y la seguridad de que este modelo llevará al país a un nuevo desastre. Una parte de su equipo lo entusiasma para que recorra el país y se muestre, desde ahora mismo, como la única alternativa. Otra le pide que no se apure, y que tenga mucho cuidado con transformarse en algo parecido a lo que representa Elisa Carrió, porque creen que sería la manera más rápida de perder el capital político que todavía mantiene intacto. Hay algunos radicales y algunos peronistas no kirchneristas que analizan ahora mismo la posibilidad de sumarse al proyecto Scioli o al proyecto Macri, antes que la fuerza que representa al gobierno se termine de quedar con todo. En fin: toda la oposición, incluido Hugo Moyano, está confundida y a la espera que la inflación y las malas noticias terminen de construir lo que ellos no pueden hacer.
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