La sociedad argentina ha vuelto a expresar en el mercado de cambios su desasosiego frente al futuro de la economía. Hace un mes, la brecha entre el dólar oficial y el paralelo era de 9%. Ayer, el oficial cotizó a 4,45 pesos y el paralelo, a 5,50. La banda se amplió a 25%. Hace un mes, las operaciones de contado con liquidación se pactaban con un dólar de 4,90. Ayer lo hacían con uno de 5,85. La diferencia pasó del 12 al 31 por ciento.
Las razones de esta deriva hay que buscarlas en dos procesos. Por un lado, las inconsistencias de la economía se han profundizado hasta afectar la vida cotidiana de un grupo cada vez más numeroso de personas. Por otro, el Gobierno aborda esas desviaciones con medidas que producen el efecto contrario al que desea. Si se viera la economía en términos clínicos, es posible que el 30% de los desarreglos se deban a que el paciente está empeorando. Pero el 70% se explica porque quien lo trata aplica técnicas disparatadas. Es decir, el problema no está tanto en la enfermedad como en el médico.
Las ventajas con que contó la economía en los últimos años se agotaron. La inflación devoró la competitividad que habilitó la megadevaluación duhaldista. En 2004, el superávit fiscal era de 4% del PBI. Hoy hay un déficit de 2%. En 2004, la inflación era de 6%. Este año tal vez llegue a 26%. En 2004 el Banco Central financiaba al Tesoro en menos de un punto del PBI. Hoy lo financia en 5 puntos. Antes de la intervención del Indec, la Argentina pagaba por el dinero una tasa similar a la de Brasil. Hoy paga 12% y Brasil, 3. Axel Kicillof refutaría a los papagayos que consignan estos números diciendo que la Argentina creció más que Brasil. Pero hoy está ocurriendo lo contrario.
Entre una y otra escena hay una diferencia más: en 2004 el público se deshacía de los dólares para adquirir pesos. Para evitar una revaluación, el Central compraba dólares. Hoy los ahorristas quieren desprenderse de sus pesos y van en busca de dólares, aunque cuesten cada vez más.
Los papagayos advirtieron hasta el cansancio la lógica que condujo a esta encrucijada. La carrera de los precios, muy superior a la tasa de devaluación, aumentó los costos en dólares y quitó productividad al «modelo productivo». Para satisfacer los altos niveles de consumo, fue necesario importar cada vez más. El superávit comercial se redujo. El sector energético es la caricatura de esa deformación: hay que traer cada vez más combustibles del exterior, a precios cada vez más caros. Las importaciones de energía explican buena parte de la ansiedad cambiaria del Gobierno.
Estos datos inspiraron en los ahorristas una pregunta razonable: ¿hasta cuándo el dólar seguirá siendo el único bien que no sube de precio? La respuesta fue una fuga cada vez más caudalosa hacia esa divisa.
A los desafíos de una fase menos auspiciosa del ciclo hay que sumar ahora las excentricidades del médico. Para tranquilizar a los que desconfían de su política económica, anteayer Cristina Kirchner dijo: «Esta Argentina y esta Presidenta, (…) porque soy quien toma las decisiones obviamente, es absolutamente responsable y previsible».
Esa declaración desnuda una parte del problema. Para no depender de la mayor o menor previsibilidad del gobernante las sociedades suelen darse reglas impersonales. La incertidumbre suele aparecer cuando el futuro está modelado por la voluntad del que manda, como ella insinúa que ocurre en el país.
Además de albergar una fisura conceptual, los dichos de la señora de Kirchner disimulan varios olvidos. Casi todos los sectores de la economía están sometidos al micromanagement predatorio de Guillermo Moreno, quien se ufana de jamás poner sus instrucciones por escrito. Desde hace meses el comercio exterior quedó sometido a las urgencias cotidianas de este funcionario al que la justicia contencioso administrativa -vale la pena consignarlo- suele reprender.
Otra evidencia, de ayer: un decreto extendió la intervención de YPF por un mes, a pesar de que Miguel Galuccio ya está al frente de la empresa.
Un inversor internacional confiesa: «A mí no me asustan las regulaciones estrictas. Imagínese: hago negocios en China. Usted deme la regulación y yo le pienso un negocio adecuado a ella. Pero, por favor, no me la cambie».
En el caso del mercado de cambios, el Gobierno podría haber dejado flotar la divisa. Brasil lo hizo, y desde el 30 de marzo el Real se ha devaluado un 10%. Hay expertos que aventuran que, con ese método, hoy el dólar estaría en alrededor de $ 4,65.
Pero el kirchnerismo tiene fobia a la flotación del tipo de cambio, porque se lo impide la tasa de inflación. Y por un motivo más poderoso: la creencia de que el Gobierno debe disciplinar al mercado antes de que el mercado discipline al Gobierno reduciendo su margen de maniobra. Ya se sabe: para un Kirchner no hay dinámica autónoma de la política, identificada con el poder del Estado, que encarna en la voluntad del líder. Así, lo que para el mercado es falta de confianza, para el oficialismo es un complot. En esta discrepancia de lecturas palpita el conflicto ideológico en el que está envuelta hoy la Argentina.
Para corregir la escasez de dólares, Moreno apeló a la estrategia con que ya había diezmado al sector de la carne y al de la energía: quiso controlar al mismo tiempo precios y cantidades. Así habilitó un mercado negro en el que el dólar alcanzó un precio mucho más caro que el que él quería evitar. Ya llegó a $ 5,50.
El Gobierno no ofrece una estrategia convincente para despejar el recelo que refleja esa cotización. Al contrario: los operadores económicos presumen que el próximo paso para hacer desaparecer el dólar será policial (ayer en el microcentro proliferaron los allanamientos).
Es muy posible que esa vía lleve a otro fracaso: esa metodología requiere un Estado más eficaz que el que posee la Argentina. De allí que hay quienes presumen que la rudimentaria etapa de Moreno será superada por Kicillof y el sistema de tipo de cambio múltiple que tantas veces ha recomendado por escrito.
La desconfianza que hace disparar el dólar no se debe, sin embargo, a la imprevisibilidad de la Presidenta y su equipo. Al contrario: se debe a su tozudez. No hay señal alguna de que ella esté dispuesta a reconocer la inflación y a elaborar un programa para combatirla. Nadie prevé, por ejemplo, que vaya a designar a un «Galuccio» en el Banco Central.
Como si cultivara un pensamiento reaccionario, Cristina Kirchner parece identificar la inflación sólo con los aumentos salariales. Los demás factores que la impulsan -gasto público, expansión monetaria, tasa de interés real negativa- siguen operando. El cepo cambiario empeora el panorama: como el peso se desvaloriza, quienes no pueden acceder al dólar se lanzan a gastar presionando más sobre los precios. Mientras tanto los bancos reducen el crédito para asegurarse liquidez frente a un eventual retiro de depósitos. Toda la dinámica tiende a la recesión, con la consecuente caída de recaudación. Es lo que se quería evitar.
Un «modelo» que se rige por la política ajusta por la política. La primera frontera caliente del Gobierno está hoy en el gremialismo. La segunda, en las gobernaciones de provincias. Otro ejemplo: si Daniel Scioli no recibiera en los próximos 15 días unos $ 2000 millones del gobierno nacional, deberá pensar en emitir una cuasi moneda. José Manuel de la Sota ya se lo hizo decir a uno de sus intendentes.
Tensión sindical por los salarios. Limitaciones fiscales en las provincias. Caída en el nivel de actividad. Alta inflación. Los argentinos recurren de nuevo a la pizarras del dólar para conocer la salud de la economía. Es un dato principal para la política de Cristina Kirchner. La sociedad ha vivido los últimos diez años huyendo del incendio de 2001. Ella ha sido premiada con una gran transferencia de poder por colaborar de modo decisivo con ese éxodo. La Presidenta suele contrastar sus méritos con las cifras de aquel derrumbe. Su principal desafío es ahora explicitar una estrategia que desmienta que bajo su mando indiscutido la Argentina está siendo introducida en una nueva crisis..
Las razones de esta deriva hay que buscarlas en dos procesos. Por un lado, las inconsistencias de la economía se han profundizado hasta afectar la vida cotidiana de un grupo cada vez más numeroso de personas. Por otro, el Gobierno aborda esas desviaciones con medidas que producen el efecto contrario al que desea. Si se viera la economía en términos clínicos, es posible que el 30% de los desarreglos se deban a que el paciente está empeorando. Pero el 70% se explica porque quien lo trata aplica técnicas disparatadas. Es decir, el problema no está tanto en la enfermedad como en el médico.
Las ventajas con que contó la economía en los últimos años se agotaron. La inflación devoró la competitividad que habilitó la megadevaluación duhaldista. En 2004, el superávit fiscal era de 4% del PBI. Hoy hay un déficit de 2%. En 2004, la inflación era de 6%. Este año tal vez llegue a 26%. En 2004 el Banco Central financiaba al Tesoro en menos de un punto del PBI. Hoy lo financia en 5 puntos. Antes de la intervención del Indec, la Argentina pagaba por el dinero una tasa similar a la de Brasil. Hoy paga 12% y Brasil, 3. Axel Kicillof refutaría a los papagayos que consignan estos números diciendo que la Argentina creció más que Brasil. Pero hoy está ocurriendo lo contrario.
Entre una y otra escena hay una diferencia más: en 2004 el público se deshacía de los dólares para adquirir pesos. Para evitar una revaluación, el Central compraba dólares. Hoy los ahorristas quieren desprenderse de sus pesos y van en busca de dólares, aunque cuesten cada vez más.
Los papagayos advirtieron hasta el cansancio la lógica que condujo a esta encrucijada. La carrera de los precios, muy superior a la tasa de devaluación, aumentó los costos en dólares y quitó productividad al «modelo productivo». Para satisfacer los altos niveles de consumo, fue necesario importar cada vez más. El superávit comercial se redujo. El sector energético es la caricatura de esa deformación: hay que traer cada vez más combustibles del exterior, a precios cada vez más caros. Las importaciones de energía explican buena parte de la ansiedad cambiaria del Gobierno.
Estos datos inspiraron en los ahorristas una pregunta razonable: ¿hasta cuándo el dólar seguirá siendo el único bien que no sube de precio? La respuesta fue una fuga cada vez más caudalosa hacia esa divisa.
A los desafíos de una fase menos auspiciosa del ciclo hay que sumar ahora las excentricidades del médico. Para tranquilizar a los que desconfían de su política económica, anteayer Cristina Kirchner dijo: «Esta Argentina y esta Presidenta, (…) porque soy quien toma las decisiones obviamente, es absolutamente responsable y previsible».
Esa declaración desnuda una parte del problema. Para no depender de la mayor o menor previsibilidad del gobernante las sociedades suelen darse reglas impersonales. La incertidumbre suele aparecer cuando el futuro está modelado por la voluntad del que manda, como ella insinúa que ocurre en el país.
Además de albergar una fisura conceptual, los dichos de la señora de Kirchner disimulan varios olvidos. Casi todos los sectores de la economía están sometidos al micromanagement predatorio de Guillermo Moreno, quien se ufana de jamás poner sus instrucciones por escrito. Desde hace meses el comercio exterior quedó sometido a las urgencias cotidianas de este funcionario al que la justicia contencioso administrativa -vale la pena consignarlo- suele reprender.
Otra evidencia, de ayer: un decreto extendió la intervención de YPF por un mes, a pesar de que Miguel Galuccio ya está al frente de la empresa.
Un inversor internacional confiesa: «A mí no me asustan las regulaciones estrictas. Imagínese: hago negocios en China. Usted deme la regulación y yo le pienso un negocio adecuado a ella. Pero, por favor, no me la cambie».
En el caso del mercado de cambios, el Gobierno podría haber dejado flotar la divisa. Brasil lo hizo, y desde el 30 de marzo el Real se ha devaluado un 10%. Hay expertos que aventuran que, con ese método, hoy el dólar estaría en alrededor de $ 4,65.
Pero el kirchnerismo tiene fobia a la flotación del tipo de cambio, porque se lo impide la tasa de inflación. Y por un motivo más poderoso: la creencia de que el Gobierno debe disciplinar al mercado antes de que el mercado discipline al Gobierno reduciendo su margen de maniobra. Ya se sabe: para un Kirchner no hay dinámica autónoma de la política, identificada con el poder del Estado, que encarna en la voluntad del líder. Así, lo que para el mercado es falta de confianza, para el oficialismo es un complot. En esta discrepancia de lecturas palpita el conflicto ideológico en el que está envuelta hoy la Argentina.
Para corregir la escasez de dólares, Moreno apeló a la estrategia con que ya había diezmado al sector de la carne y al de la energía: quiso controlar al mismo tiempo precios y cantidades. Así habilitó un mercado negro en el que el dólar alcanzó un precio mucho más caro que el que él quería evitar. Ya llegó a $ 5,50.
El Gobierno no ofrece una estrategia convincente para despejar el recelo que refleja esa cotización. Al contrario: los operadores económicos presumen que el próximo paso para hacer desaparecer el dólar será policial (ayer en el microcentro proliferaron los allanamientos).
Es muy posible que esa vía lleve a otro fracaso: esa metodología requiere un Estado más eficaz que el que posee la Argentina. De allí que hay quienes presumen que la rudimentaria etapa de Moreno será superada por Kicillof y el sistema de tipo de cambio múltiple que tantas veces ha recomendado por escrito.
La desconfianza que hace disparar el dólar no se debe, sin embargo, a la imprevisibilidad de la Presidenta y su equipo. Al contrario: se debe a su tozudez. No hay señal alguna de que ella esté dispuesta a reconocer la inflación y a elaborar un programa para combatirla. Nadie prevé, por ejemplo, que vaya a designar a un «Galuccio» en el Banco Central.
Como si cultivara un pensamiento reaccionario, Cristina Kirchner parece identificar la inflación sólo con los aumentos salariales. Los demás factores que la impulsan -gasto público, expansión monetaria, tasa de interés real negativa- siguen operando. El cepo cambiario empeora el panorama: como el peso se desvaloriza, quienes no pueden acceder al dólar se lanzan a gastar presionando más sobre los precios. Mientras tanto los bancos reducen el crédito para asegurarse liquidez frente a un eventual retiro de depósitos. Toda la dinámica tiende a la recesión, con la consecuente caída de recaudación. Es lo que se quería evitar.
Un «modelo» que se rige por la política ajusta por la política. La primera frontera caliente del Gobierno está hoy en el gremialismo. La segunda, en las gobernaciones de provincias. Otro ejemplo: si Daniel Scioli no recibiera en los próximos 15 días unos $ 2000 millones del gobierno nacional, deberá pensar en emitir una cuasi moneda. José Manuel de la Sota ya se lo hizo decir a uno de sus intendentes.
Tensión sindical por los salarios. Limitaciones fiscales en las provincias. Caída en el nivel de actividad. Alta inflación. Los argentinos recurren de nuevo a la pizarras del dólar para conocer la salud de la economía. Es un dato principal para la política de Cristina Kirchner. La sociedad ha vivido los últimos diez años huyendo del incendio de 2001. Ella ha sido premiada con una gran transferencia de poder por colaborar de modo decisivo con ese éxodo. La Presidenta suele contrastar sus méritos con las cifras de aquel derrumbe. Su principal desafío es ahora explicitar una estrategia que desmienta que bajo su mando indiscutido la Argentina está siendo introducida en una nueva crisis..
lo del desasosiego en el mercado cambiaro es como mínimo dudoso