domingo 20 de mayo de 2012 11:12 AM
A comienzos de 2009 Forbes publicó un trabajo sobre la posibilidad de que México fuera un «Estado fallido», en el que podía estallar un conflicto desintegrador de consecuencias tan graves que liquidara su existencia, como las fenecidas Checoeslovaquia y Yugoeslavia.
Repetía la revista un Informe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas Norteamericanas, denominado JOE (Joint Operating Environment) que planteaba ese escenario como un ejercicio estratégico para preparar un posible qué hacer. «Estado fallido» es un concepto de Robert Rotberg, para definir países que no pueden cumplir con las tareas elementales de sobrevivencia entre las naciones.
Autoritarios, con problemas económicos extremos, en los que los poderes judicial y legislativo están en manos de un autócrata, policías y fuerzas armadas temibles y corruptas, infraestructura moderna en destrucción, una entropía creciente conduce a desintegrarlos. ¿Es razonable esa hipótesis en el caso de México? ¿Debemos prepararnos para algo como eso?
El 11 de diciembre de 2006, el presidente Calderón ordenó movilizar 6.500 soldados a Michoacán para la misión, imposible de confesar, de arrebatarlo a los cárteles que prácticamente gobernaban. Comenzaba la «Guerra al Narcotráfico».
Ese mismo diciembre, el gobernador de Baja California organizó con el Gobierno Federal una operación similar en Tijuana. Allí desarmaron gran parte de la policía, por las múltiples pruebas de su connivencia con las bandas.
Carteles mexicanos sustituyen los de Medellín y Cali
Para febrero de 2007, la operación se extendió a Nuevo León y Tamaulipas. Y en 2012 el balance global cuenta la asombrosa cifra de más de 60000 muertos entre narcotraficantes, funcionarios policiales y militares, con un 10% de civiles.
El auge de los cárteles de México se debe a que suministran la totalidad del consumo norteamericano a raíz de la destrucción de los de Medellín y Cali. El tráfico de drogas era en ese momento-y lo sigue siendo- de dimensiones asombrosas, dado el enorme control territorial que ejerce en el llamado «triángulo dorado», formado por los estados Chihuahua, Durango y Sinaloa.
Decapitaciones, secuestros, masacres constantes y actos de terrorismo componen el cuadro dantesco de una industria que produce alrededor de cincuenta mil millones (50 mil millones) de dólares al año, igual que dos o tres naciones centroamericanas juntas. El aparato de Estado está inficionado profundamente por los sobornos e incluso se conoce una tabla de tarifas de acuerdo a la jerarquía, si son simples funcionarios o jefes de policía.
Calderón declaró la guerra, entre otras porque el carcoma en la sociedad mexicana ya empezaba a representar una amenaza a la seguridad nacional, hasta el extremo que un escritor mexicano señaló que se estaban «colombianizando», para describir el parecido con la situación hasta el triunfo de Álvaro Uribe en 2002.
Calderón no se equivocó en eso
A diferencia de quienes piensan que esta ofensiva «fue un error», si no se produce hubiera ocurrido el hecho sin precedentes de que una potencia como México evolucionara pacíficamente a convertirse en un narco Estado. No había una alternativa estratégica racional.
Muchos, incluso pensadores importantes, creen que la salida es la contraria, la legalización, comparando con la experiencia de la Ley Seca norteamericana, origen de las mafias que sacudieron y ensangrentaron el país, y que desaparecieron luego de derogada. Pero no hay comparación posible.
La Prohibición era una extravagancia puritana en un mundo en el que producir y vender alcohol era más que lícito, mientras si México legalizara la producción y comercialización de drogas en un contexto en que casi todos los países occidentales la persiguen, se convertiría en un Estado Forajido con 3000 kms de frontera con la primera potencia mundial. Impensable.
En la sociedad mexicana no se ha producido una alianza entre grupos terroristas y narcotraficantes que hasta hace poco parecía invencible, ni tampoco con el sistema político, al estilo colombiano. No hay «farcpolítica» ni «parapolítica». Ni Piedad Córdoba ni Zulema Jattin.
Ni tampoco hay movimientos armados desde hace mucho tiempo, y no merece tal definición el «zapatismo» de aquél humorístico «Sub Comandante Marcos». Estados Unidos y México firmaron el Plan Mérida e igualmente los grupos de izquierda radical, en su conocida mentalidad, lo han tildado de ser una nueva versión del Plan Colombia.
Para 2010 por lo menos ochenta municipios estaban en México bajo el control «narco», tal como más de la mitad del territorio colombiano estuvo bajo la alianza FARC-narcotráfico.
Los «zetas»
La dureza y dificultad de la confrontación con los irregulares tiene que ver también con los denominados «zetas» un grupo de desertores militares, calificados y entrenados óptimamente por los gobiernos mexicano, israelí, egipcio, y comandos de élite gringos en manejo de altas tecnologías militares, defensa personal, combate en condiciones extremas, resistencia física, etc.
El cártel del Golfo les «hizo una oferta que no podían rechazar» -triplicarles el sueldo que recibían del Estado- y se pasaron con armamento a las filas criminales. Los «zetas» pertenecían al Grupo Aeromóviles de Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano (Gafes), una super unidad de élite formada en la Escuela de las Américas. De acuerdo con fuentes del ejército norteamericano, más de cien «zetas» cambiaron de bando.
El gobierno de Calderón declaró que sólo en el DF hay más de 200 en los gangs, entrenados por ellos. Pero también recibieron una represión implacable. De los 36 miembros de su estructura dirigente, 23 fueron abatidos o capturados.
Expertos sostienen que el tráfico está en manos de dos grandes capos, Joaquín «Chapo» Guzmán (Cartel de Sinaloa) y Osiel Cárdenas (Cartel del Golfo), mientras para otros analistas no son dos «familias» sino ocho las que lo controlan. Barry McCaffrey, Zar Antidrogas durante el gobierno de Clinton, al rebatir ambas teorías, sostiene que son treinta mega organizaciones que articulan cien secundarias.
Otros enumeran siete cárteles: el de Juárez (Carrillo Fuentes), el del Golfo (Osiel Cárdenas), el de Tijuana (Arellano Félix), el de Colima (Amézcua Contreras), el de Sinaloa (Palma-Guzmán Loera), el Milenio (Valencia) y el de Oaxaca (Díaz Parada).
El Estado mexicano comienza a ganar
En Michoacán crearon el terror Los Caballeros Templarios y La Familia Michoacana, esta última ya destruida por la ofensiva del gobierno. En Sinaloa, el cártel de Sinaloa, y el de los Beltrán Leiva, este último desmantelado. El del Golfo, en Tamaulipas. El de Juárez. El de Los Negros en Tijuana, exterminado.
El cártel de Tijuana también recibió impactos devastadores de la ofensiva gubernamental y está prácticamente disuelto. A pesar de tales triunfos, se profesa a veces una especie de narcoescepticismo que supone la invencivilidad del fenómeno, por corresponder a corrientes globales poderosas.
Pese a algunos discursos políticamente aliñados, Calderón detuvo la metástasis y consiguió importantes éxitos en la Guerra. No hay «Estado fallido». La mortalidad por hechos de violencia por cien mil hits. en México es menor que en Venezuela y Guatemala, y Caracas es comparable, en inseguridad, nada menos que con Ciudad Juárez.
La experiencia colombiana demostró que no pueden soportar la acción decidida del Estado, aunque el triunfo definitivo no es de la noche a la mañana. Hoy Medellín y Cali son ciudades seguras y no los infiernos de hace quince años.
La experiencia demuestra que si el Estado mexicano mantiene el rumbo, podremos ver un México liberado de esa enfermedad.
@carlosraulher
A comienzos de 2009 Forbes publicó un trabajo sobre la posibilidad de que México fuera un «Estado fallido», en el que podía estallar un conflicto desintegrador de consecuencias tan graves que liquidara su existencia, como las fenecidas Checoeslovaquia y Yugoeslavia.
Repetía la revista un Informe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas Norteamericanas, denominado JOE (Joint Operating Environment) que planteaba ese escenario como un ejercicio estratégico para preparar un posible qué hacer. «Estado fallido» es un concepto de Robert Rotberg, para definir países que no pueden cumplir con las tareas elementales de sobrevivencia entre las naciones.
Autoritarios, con problemas económicos extremos, en los que los poderes judicial y legislativo están en manos de un autócrata, policías y fuerzas armadas temibles y corruptas, infraestructura moderna en destrucción, una entropía creciente conduce a desintegrarlos. ¿Es razonable esa hipótesis en el caso de México? ¿Debemos prepararnos para algo como eso?
El 11 de diciembre de 2006, el presidente Calderón ordenó movilizar 6.500 soldados a Michoacán para la misión, imposible de confesar, de arrebatarlo a los cárteles que prácticamente gobernaban. Comenzaba la «Guerra al Narcotráfico».
Ese mismo diciembre, el gobernador de Baja California organizó con el Gobierno Federal una operación similar en Tijuana. Allí desarmaron gran parte de la policía, por las múltiples pruebas de su connivencia con las bandas.
Carteles mexicanos sustituyen los de Medellín y Cali
Para febrero de 2007, la operación se extendió a Nuevo León y Tamaulipas. Y en 2012 el balance global cuenta la asombrosa cifra de más de 60000 muertos entre narcotraficantes, funcionarios policiales y militares, con un 10% de civiles.
El auge de los cárteles de México se debe a que suministran la totalidad del consumo norteamericano a raíz de la destrucción de los de Medellín y Cali. El tráfico de drogas era en ese momento-y lo sigue siendo- de dimensiones asombrosas, dado el enorme control territorial que ejerce en el llamado «triángulo dorado», formado por los estados Chihuahua, Durango y Sinaloa.
Decapitaciones, secuestros, masacres constantes y actos de terrorismo componen el cuadro dantesco de una industria que produce alrededor de cincuenta mil millones (50 mil millones) de dólares al año, igual que dos o tres naciones centroamericanas juntas. El aparato de Estado está inficionado profundamente por los sobornos e incluso se conoce una tabla de tarifas de acuerdo a la jerarquía, si son simples funcionarios o jefes de policía.
Calderón declaró la guerra, entre otras porque el carcoma en la sociedad mexicana ya empezaba a representar una amenaza a la seguridad nacional, hasta el extremo que un escritor mexicano señaló que se estaban «colombianizando», para describir el parecido con la situación hasta el triunfo de Álvaro Uribe en 2002.
Calderón no se equivocó en eso
A diferencia de quienes piensan que esta ofensiva «fue un error», si no se produce hubiera ocurrido el hecho sin precedentes de que una potencia como México evolucionara pacíficamente a convertirse en un narco Estado. No había una alternativa estratégica racional.
Muchos, incluso pensadores importantes, creen que la salida es la contraria, la legalización, comparando con la experiencia de la Ley Seca norteamericana, origen de las mafias que sacudieron y ensangrentaron el país, y que desaparecieron luego de derogada. Pero no hay comparación posible.
La Prohibición era una extravagancia puritana en un mundo en el que producir y vender alcohol era más que lícito, mientras si México legalizara la producción y comercialización de drogas en un contexto en que casi todos los países occidentales la persiguen, se convertiría en un Estado Forajido con 3000 kms de frontera con la primera potencia mundial. Impensable.
En la sociedad mexicana no se ha producido una alianza entre grupos terroristas y narcotraficantes que hasta hace poco parecía invencible, ni tampoco con el sistema político, al estilo colombiano. No hay «farcpolítica» ni «parapolítica». Ni Piedad Córdoba ni Zulema Jattin.
Ni tampoco hay movimientos armados desde hace mucho tiempo, y no merece tal definición el «zapatismo» de aquél humorístico «Sub Comandante Marcos». Estados Unidos y México firmaron el Plan Mérida e igualmente los grupos de izquierda radical, en su conocida mentalidad, lo han tildado de ser una nueva versión del Plan Colombia.
Para 2010 por lo menos ochenta municipios estaban en México bajo el control «narco», tal como más de la mitad del territorio colombiano estuvo bajo la alianza FARC-narcotráfico.
Los «zetas»
La dureza y dificultad de la confrontación con los irregulares tiene que ver también con los denominados «zetas» un grupo de desertores militares, calificados y entrenados óptimamente por los gobiernos mexicano, israelí, egipcio, y comandos de élite gringos en manejo de altas tecnologías militares, defensa personal, combate en condiciones extremas, resistencia física, etc.
El cártel del Golfo les «hizo una oferta que no podían rechazar» -triplicarles el sueldo que recibían del Estado- y se pasaron con armamento a las filas criminales. Los «zetas» pertenecían al Grupo Aeromóviles de Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano (Gafes), una super unidad de élite formada en la Escuela de las Américas. De acuerdo con fuentes del ejército norteamericano, más de cien «zetas» cambiaron de bando.
El gobierno de Calderón declaró que sólo en el DF hay más de 200 en los gangs, entrenados por ellos. Pero también recibieron una represión implacable. De los 36 miembros de su estructura dirigente, 23 fueron abatidos o capturados.
Expertos sostienen que el tráfico está en manos de dos grandes capos, Joaquín «Chapo» Guzmán (Cartel de Sinaloa) y Osiel Cárdenas (Cartel del Golfo), mientras para otros analistas no son dos «familias» sino ocho las que lo controlan. Barry McCaffrey, Zar Antidrogas durante el gobierno de Clinton, al rebatir ambas teorías, sostiene que son treinta mega organizaciones que articulan cien secundarias.
Otros enumeran siete cárteles: el de Juárez (Carrillo Fuentes), el del Golfo (Osiel Cárdenas), el de Tijuana (Arellano Félix), el de Colima (Amézcua Contreras), el de Sinaloa (Palma-Guzmán Loera), el Milenio (Valencia) y el de Oaxaca (Díaz Parada).
El Estado mexicano comienza a ganar
En Michoacán crearon el terror Los Caballeros Templarios y La Familia Michoacana, esta última ya destruida por la ofensiva del gobierno. En Sinaloa, el cártel de Sinaloa, y el de los Beltrán Leiva, este último desmantelado. El del Golfo, en Tamaulipas. El de Juárez. El de Los Negros en Tijuana, exterminado.
El cártel de Tijuana también recibió impactos devastadores de la ofensiva gubernamental y está prácticamente disuelto. A pesar de tales triunfos, se profesa a veces una especie de narcoescepticismo que supone la invencivilidad del fenómeno, por corresponder a corrientes globales poderosas.
Pese a algunos discursos políticamente aliñados, Calderón detuvo la metástasis y consiguió importantes éxitos en la Guerra. No hay «Estado fallido». La mortalidad por hechos de violencia por cien mil hits. en México es menor que en Venezuela y Guatemala, y Caracas es comparable, en inseguridad, nada menos que con Ciudad Juárez.
La experiencia colombiana demostró que no pueden soportar la acción decidida del Estado, aunque el triunfo definitivo no es de la noche a la mañana. Hoy Medellín y Cali son ciudades seguras y no los infiernos de hace quince años.
La experiencia demuestra que si el Estado mexicano mantiene el rumbo, podremos ver un México liberado de esa enfermedad.
@carlosraulher