En la práctica la economía ya funciona con múltiples tipos de cambio. El oficial, desdoblado entre lo que reciben importadores y exportadores por los derechos de exportación, el informal y el diferencial entre precios de bonos locales cotizando en el país y en el exterior, que actúa como una prima quede debe pagar quienes desean enviar divisas al exterior. Un desdoblamiento formal del mercado de cambios, análogo a los que, con intervalos, se implementaron en el país durante casi 50 años hasta la hiper del 89, no cambiará esa realidad, e incluso puede ser contraproducente si coordina a la población a fijar sus contratos a partir de un tipo de cambio más alto.
En un periodo de tantos cambios y medidas complementando en simultáneo a los controles de cambio, no es fácil distinguir la causalidad directa del ensanchamiento de la prima, sin embargo, el impacto sobre la economía ya es evidente, tanto en el nivel de actividad, golpeada desde fines de año pasado por una fuerte caída de la confianza de los inversores y más recientemente de los consumidores, como en el nivel de precios, con una inflación que, tras un período de amesetamiento a fines de 2011 y comienzos de 2012, ha retomado su senda ascendente.
La competitividad cambiaria con la cotización oficial es, en términos reales y comparando contra los socios comerciales, aún sensiblemente mayor a la de fines de los noventa, con un peso un 46% más fuerte que el actual. Hasta el momento, los problemas asociados al mercado cambiario han sido financieros, con una cuenta corriente que recién en 2012 será negativa por primera vez en más de una década.
Si bien corregir el nivel del tipo de cambio es una condición necesaria para corregir los crecientes desequilibrios macro, el mayor problema de la cotización oficial no es tanto su nivel actual sino su inflexibilidad lo cual, por un lado, lo vuelve susceptible a corridas especulativas y por otro impide su utilización como política anticíclica. En el resto de los países de la región se observa, por ejemplo, como Brasil, Chile, Colombia, Uruguay o México, que en la actualidad tienen una competitividad cambiaria relativamente similar a la de un lustro atrás, pudieron oscilar su tipo de cambio entre 30% y 60% sin afectar la estabilidad macroeconómica. Recuperar esta capacidad de realizar política cambiaria, dañada como resultado de un lustro de inflación de dos dígitos, es una necesidad más urgente que la de recuperar competitividad. Una vez instalados los controles es muy complejo desarmarlas. La experiencia histórica dificulta ser optimista en ese sentido. Desde los primeros desdoblamientos a comienzos de la década del 30, la unificación cambiaria fue, hasta la hiperinflación de 1989, más la excepción que la regla con episodio truncos en entre 1958-1963, 1967-1971, 1977-1981 y experiencias transitorias durante la turbulenta década del ochenta. Con una prima paralela que ha alcanzado el 25% y una financiera con máximos de casi 35% es claro que la reunificación de hecho del mercado de cambios requerirá un set más amplios de medidas que, incluyendo tanto correcciones de las principales distorsiones de los precios relativos como de la dañada estabilidad fiscal y monetaria, logren recuperar la perdida confianza de consumidores e inversores.
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La competitividad cambiaria con la cotización oficial es, en términos reales y comparando contra los socios comerciales, aún sensiblemente mayor a la de fines de los noventa, con un peso un 46% más fuerte que el actual. Hasta el momento, los problemas asociados al mercado cambiario han sido financieros, con una cuenta corriente que recién en 2012 será negativa por primera vez en más de una década.
Si bien corregir el nivel del tipo de cambio es una condición necesaria para corregir los crecientes desequilibrios macro, el mayor problema de la cotización oficial no es tanto su nivel actual sino su inflexibilidad lo cual, por un lado, lo vuelve susceptible a corridas especulativas y por otro impide su utilización como política anticíclica. En el resto de los países de la región se observa, por ejemplo, como Brasil, Chile, Colombia, Uruguay o México, que en la actualidad tienen una competitividad cambiaria relativamente similar a la de un lustro atrás, pudieron oscilar su tipo de cambio entre 30% y 60% sin afectar la estabilidad macroeconómica. Recuperar esta capacidad de realizar política cambiaria, dañada como resultado de un lustro de inflación de dos dígitos, es una necesidad más urgente que la de recuperar competitividad. Una vez instalados los controles es muy complejo desarmarlas. La experiencia histórica dificulta ser optimista en ese sentido. Desde los primeros desdoblamientos a comienzos de la década del 30, la unificación cambiaria fue, hasta la hiperinflación de 1989, más la excepción que la regla con episodio truncos en entre 1958-1963, 1967-1971, 1977-1981 y experiencias transitorias durante la turbulenta década del ochenta. Con una prima paralela que ha alcanzado el 25% y una financiera con máximos de casi 35% es claro que la reunificación de hecho del mercado de cambios requerirá un set más amplios de medidas que, incluyendo tanto correcciones de las principales distorsiones de los precios relativos como de la dañada estabilidad fiscal y monetaria, logren recuperar la perdida confianza de consumidores e inversores.
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