Tengo la impresión, y sólo la impresión, de que el muchacho que fue a regalar medias contra la libertad de expresión a Angola, no tuvo que declarar sus bienes cuando pasó migraciones. Y más aún, tengo la impresión, de que ni siquiera tuvo que comprar el pasaje . Y una impresión más, sólo la impresión, de que se lo pagamos entre todos.
Tengo la impresión de que el vicepresidente de la Nación no tiene problemas para conseguir dólares. De hecho, no tiene ningún tipo de limitación para imprimir billetes de nuestra propia moneda, otra impresión que tengo. Y de que sus amigos tampoco tienen que declarar sus bienes, los del vicepresidente, cuando pasan por migraciones.
Tengo la impresión de que las restricciones a la libertad de circulación no acortan la brecha entre ricos y pobres, sino que, por el contrario , contribuyen a hacer de los más encumbrados funcionarios y sus amigos una casta, que tiene acceso a las divisas y a los viajes sin preocupaciones, y los distancia del resto de la ciudadanía.
No tengo la impresión sino la certeza, de que al escritor venezolano que me encontré en Puerto Rico, cuando me invitaron al Festival de la Palabra en 2011, el chavismo lo obligó a depositar una suma de dólares en un fideicomiso que retiraría en el exterior, y una semana más tarde no se los habían reintegrado y no tenía para moverse.
Cuando estuve en Cuba en el 97, los cubanos tenían prohibido salir del país y poseer dólares. En mis entrevistas, los habaneros sólo me comunicaban dos obsesiones: salir del país y poder adquirir dólares.
Siendo afortunadamente muy distinta nuestra realidad, tengo la impresión de que la preocupación de los argentinos por el dólar no es una obsesión ni una adicción, sino un reflejo de una economía inestable y el normal anhelo de querer viajar sin necesidad de explicarlo a nadie. Y que para poder pensar en pesos no hacen falta arengas, sino parar la inflación.
Tengo la impresión de que la mayoría de los argentinos que se oponen instintivamente a estas medidas, no lo hacen movidos por la codicia, sino por el temor a la arbitrariedad.
Tengo la impresión de que el vicepresidente de la Nación no tiene problemas para conseguir dólares. De hecho, no tiene ningún tipo de limitación para imprimir billetes de nuestra propia moneda, otra impresión que tengo. Y de que sus amigos tampoco tienen que declarar sus bienes, los del vicepresidente, cuando pasan por migraciones.
Tengo la impresión de que las restricciones a la libertad de circulación no acortan la brecha entre ricos y pobres, sino que, por el contrario , contribuyen a hacer de los más encumbrados funcionarios y sus amigos una casta, que tiene acceso a las divisas y a los viajes sin preocupaciones, y los distancia del resto de la ciudadanía.
No tengo la impresión sino la certeza, de que al escritor venezolano que me encontré en Puerto Rico, cuando me invitaron al Festival de la Palabra en 2011, el chavismo lo obligó a depositar una suma de dólares en un fideicomiso que retiraría en el exterior, y una semana más tarde no se los habían reintegrado y no tenía para moverse.
Cuando estuve en Cuba en el 97, los cubanos tenían prohibido salir del país y poseer dólares. En mis entrevistas, los habaneros sólo me comunicaban dos obsesiones: salir del país y poder adquirir dólares.
Siendo afortunadamente muy distinta nuestra realidad, tengo la impresión de que la preocupación de los argentinos por el dólar no es una obsesión ni una adicción, sino un reflejo de una economía inestable y el normal anhelo de querer viajar sin necesidad de explicarlo a nadie. Y que para poder pensar en pesos no hacen falta arengas, sino parar la inflación.
Tengo la impresión de que la mayoría de los argentinos que se oponen instintivamente a estas medidas, no lo hacen movidos por la codicia, sino por el temor a la arbitrariedad.