En 1968 la fluctuación del dólar fue la primera señal de la necesidad de ajustes del sistema estructurado a partir de Bretton Woods y sus mecanismos disciplinadores, el Fondo Monetario y el Banco Mundial. En 1973 la crisis del petróleo producía el primer conflicto vía una drástica transferencia de ingresos a los países productores de petróleo al tiempo que la disminución de los precios de los commodities obligaba a financiar el desequilibrio vía endeudamiento público. Nacía el Euromercado, un esquema sin nacionalidad, reglas o controles que fondeado con la nueva liquidez de la OPEP, surgía una opción o alternativa al FMI o al Banco Mundial, un nuevo actor en la economía mundial, un nuevo ciclo de valorización financiera del capital, como consecuencia de la caída de la tasa de ganancia. En 1979 el aumento significativo de las tasas de interés dispuesto por la Reserva Federal de los Estados Unidos fue la tercera pata de la mesa de la crisis que habría de venir.
América Latina estrenaría un escenario que se repetiría recurrentemente, disminución de los flujos de capitales, salidas netas mayores que los ingresos, default de deuda externa, procesos recesivos, fuertes devaluaciones, ingresos fiscales reducidos significativamente, aumento del desempleo y la inflación y redistribución regresiva de los ingresos. (McNamara, como presidente del Banco Mundial, en su libro Cien países Dos mil millones de seres preveía el default, pero a nadie le interesó evitarlo, debía actuar el mercado).
Mayores costos de energía, disminución de utilidades empresarias y liquidez sin regulaciones, motivaron un paulatino proceso de reajuste de las ecuaciones económicas para recuperar los niveles anteriores de retribución al capital vía transferencia de actividades industriales a países con economías subdesarrolladas y estructuras sociales debilitadas mientras que el deterioro del nivel de retribución al trabajo se compensaba con un incremento del gasto social del sector público, obviamente financiado a través de nuevo endeudamiento mientras que el financiamiento del consumo neutralizaba las disminuciones de demanda agregada por menores ingresos del trabajo.
Más tarde llegarían o repetirían Rusia, el Sudeste Asiático, México, Turquía, Brasil y la Argentina, nuevamente el FMI y el Banco Mundial insisten en la receta e invariablemente repiten los fracasos y los efectos recesivos y regresivos.
Desde la perspectiva neoclásica, la solvencia fiscal y los saldos de la balanza comercial no habían funcionado correctamente. En realidad, el desequilibrio opera porque los mercados no operan con la flexibilidad que se necesita para que el factor trabajo ajuste los salarios al nivel requerido.
Un mercado libre de distorsiones regulatorias y perfecto en la fijación de sus precios y procesamiento de los volúmenes negociados, ¿también en crisis? 2007, EE UU, crisis de las hipotecas subprime, caídas de bancos insospechables, rescates de otros a precios de liquidación, rescate estatal de los grandes del mercado hipotecario, millones de familias perdieron sus hogares y puestos de trabajo, empresas emblemáticas como General Motors o Ford enfrentaron una posible quiebra y hasta hoy la recuperación es volátil (pese a toda la heterodoxia empleada).
La crisis se expandió a Europa, Inglaterra debió estatizar bancos al igual que Islandia y Francia, luego Grecia y su crisis fiscal desencadenaron otra fase de la crisis, que se expandió a Portugal, Irlanda, Italia y España, y puso en vilo a Francia.
El Banco Central Europeo y el FMI instrumentaron sucesivos paquetes para tender una solución que inicialmente incluyeron alternativas pro cíclicas, pero finalmente triunfó la visión neoliberal y el clásico ajuste fiscal, aunque nadie pudo convalidarlo en las urnas y los oficialismos gobernantes cosechan derrotas ineludibles, independientes de su signo político.
Es fácticamente imposible que estas crisis no se produzcan en mercados desregulados, con controles mínimos o inexistentes, donde ambas puntas están gestionadas por el sector privado, que necesariamente será cortoplacista por su urgencia para reflejar los logros en sus utilidades y su correlato en la valuación bursátil, distorsionado aun más por el esquema de remuneraciones de sus agentes.
Más aun, las instituciones calificadoras de riesgo que debían ser garantes de la sostenibilidad y evaluar en forma transparente a los agentes y a los mercados, fomentaron los desequilibrios, antes Enron y luego la crisis de las subprime lo evidenciaron drásticamente.
Hemos presenciado en las últimas décadas una descomunal concentración de la riqueza como dice Warren Buffet: “Claro que hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando.” Irónicamente hoy el pudor obliga a los megamillonarios a solicitar aumentos en los gravámenes a sus súper rentas.
Asistimos a una crisis sistémica del modelo que como pensamiento único constituyó el paradigma del fin del siglo XX y principios del XXI cuando los países centrales trasladaron sus actividades manufactureras a los periféricos en busca de mercados laborales flexibilizados o mejor aún desregulados, desprotegidos y mal retribuidos.
Estados Unidos como principal mercado, garantizó en una importante proporción la demanda de esos bienes y mantuvo permanentemente su balanza comercial deficitaria. Estos escenarios produjeron expansiones inéditas de los países emergentes que vieron crecer vigorosamente sus economías. China se estableció como el segundo actor de peso de la economía mundial y junto con India, Rusia y Brasil formaron un agregado diferenciado y protagónico.
El presidente Obama, cuando llama al resurgir del “made in USA” para salir de la crisis de su país, ingenuamente intenta poner en tela de juicio la ecuación económica de la rentabilidad de la actividad privada de los países centrales, ya que la misma se basa en que la actividad manufacturera de bienes consumibles se realiza en los países periféricos, es decir, con estructuras de costos de mano de obra significativamente menores.
La Unión Europea que ofrenda al capitalismo financiero un futuro recesivo y descalifica cualquier actitud protrabajador en Europa, la presión de los países centrales para que China vía revaluación absorba parcialmente las consecuencias de la crisis, la ingenuidad de la visión de Obama apelando al “Hecho en Norteamérica” y el inevitable ritmo moroso de la economía norteamericana para recuperar los puestos de trabajo destruidos muestran que la crisis discute la muy amplia brecha entre las economías desarrolladas y la de las economías emergentes en capacidad de compra y de niveles de seguridad social.
Son estos escenarios los que cuestionan la vigencia de un modelo, las visiones dominantes sobre el orden económico imperante y las formas de acumulación, a la vez ponen en valor otra visión del rol de las políticas públicas y del estado como agente central, obligando a revisar tanto las deficiencias de las instituciones globales que prohijaron el modelo que la crisis cuestiona como la insuficiencia de la institucionalidad global para enfrentar y responder a los problemas sistémicos del mundo de hoy. <
América Latina estrenaría un escenario que se repetiría recurrentemente, disminución de los flujos de capitales, salidas netas mayores que los ingresos, default de deuda externa, procesos recesivos, fuertes devaluaciones, ingresos fiscales reducidos significativamente, aumento del desempleo y la inflación y redistribución regresiva de los ingresos. (McNamara, como presidente del Banco Mundial, en su libro Cien países Dos mil millones de seres preveía el default, pero a nadie le interesó evitarlo, debía actuar el mercado).
Mayores costos de energía, disminución de utilidades empresarias y liquidez sin regulaciones, motivaron un paulatino proceso de reajuste de las ecuaciones económicas para recuperar los niveles anteriores de retribución al capital vía transferencia de actividades industriales a países con economías subdesarrolladas y estructuras sociales debilitadas mientras que el deterioro del nivel de retribución al trabajo se compensaba con un incremento del gasto social del sector público, obviamente financiado a través de nuevo endeudamiento mientras que el financiamiento del consumo neutralizaba las disminuciones de demanda agregada por menores ingresos del trabajo.
Más tarde llegarían o repetirían Rusia, el Sudeste Asiático, México, Turquía, Brasil y la Argentina, nuevamente el FMI y el Banco Mundial insisten en la receta e invariablemente repiten los fracasos y los efectos recesivos y regresivos.
Desde la perspectiva neoclásica, la solvencia fiscal y los saldos de la balanza comercial no habían funcionado correctamente. En realidad, el desequilibrio opera porque los mercados no operan con la flexibilidad que se necesita para que el factor trabajo ajuste los salarios al nivel requerido.
Un mercado libre de distorsiones regulatorias y perfecto en la fijación de sus precios y procesamiento de los volúmenes negociados, ¿también en crisis? 2007, EE UU, crisis de las hipotecas subprime, caídas de bancos insospechables, rescates de otros a precios de liquidación, rescate estatal de los grandes del mercado hipotecario, millones de familias perdieron sus hogares y puestos de trabajo, empresas emblemáticas como General Motors o Ford enfrentaron una posible quiebra y hasta hoy la recuperación es volátil (pese a toda la heterodoxia empleada).
La crisis se expandió a Europa, Inglaterra debió estatizar bancos al igual que Islandia y Francia, luego Grecia y su crisis fiscal desencadenaron otra fase de la crisis, que se expandió a Portugal, Irlanda, Italia y España, y puso en vilo a Francia.
El Banco Central Europeo y el FMI instrumentaron sucesivos paquetes para tender una solución que inicialmente incluyeron alternativas pro cíclicas, pero finalmente triunfó la visión neoliberal y el clásico ajuste fiscal, aunque nadie pudo convalidarlo en las urnas y los oficialismos gobernantes cosechan derrotas ineludibles, independientes de su signo político.
Es fácticamente imposible que estas crisis no se produzcan en mercados desregulados, con controles mínimos o inexistentes, donde ambas puntas están gestionadas por el sector privado, que necesariamente será cortoplacista por su urgencia para reflejar los logros en sus utilidades y su correlato en la valuación bursátil, distorsionado aun más por el esquema de remuneraciones de sus agentes.
Más aun, las instituciones calificadoras de riesgo que debían ser garantes de la sostenibilidad y evaluar en forma transparente a los agentes y a los mercados, fomentaron los desequilibrios, antes Enron y luego la crisis de las subprime lo evidenciaron drásticamente.
Hemos presenciado en las últimas décadas una descomunal concentración de la riqueza como dice Warren Buffet: “Claro que hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando.” Irónicamente hoy el pudor obliga a los megamillonarios a solicitar aumentos en los gravámenes a sus súper rentas.
Asistimos a una crisis sistémica del modelo que como pensamiento único constituyó el paradigma del fin del siglo XX y principios del XXI cuando los países centrales trasladaron sus actividades manufactureras a los periféricos en busca de mercados laborales flexibilizados o mejor aún desregulados, desprotegidos y mal retribuidos.
Estados Unidos como principal mercado, garantizó en una importante proporción la demanda de esos bienes y mantuvo permanentemente su balanza comercial deficitaria. Estos escenarios produjeron expansiones inéditas de los países emergentes que vieron crecer vigorosamente sus economías. China se estableció como el segundo actor de peso de la economía mundial y junto con India, Rusia y Brasil formaron un agregado diferenciado y protagónico.
El presidente Obama, cuando llama al resurgir del “made in USA” para salir de la crisis de su país, ingenuamente intenta poner en tela de juicio la ecuación económica de la rentabilidad de la actividad privada de los países centrales, ya que la misma se basa en que la actividad manufacturera de bienes consumibles se realiza en los países periféricos, es decir, con estructuras de costos de mano de obra significativamente menores.
La Unión Europea que ofrenda al capitalismo financiero un futuro recesivo y descalifica cualquier actitud protrabajador en Europa, la presión de los países centrales para que China vía revaluación absorba parcialmente las consecuencias de la crisis, la ingenuidad de la visión de Obama apelando al “Hecho en Norteamérica” y el inevitable ritmo moroso de la economía norteamericana para recuperar los puestos de trabajo destruidos muestran que la crisis discute la muy amplia brecha entre las economías desarrolladas y la de las economías emergentes en capacidad de compra y de niveles de seguridad social.
Son estos escenarios los que cuestionan la vigencia de un modelo, las visiones dominantes sobre el orden económico imperante y las formas de acumulación, a la vez ponen en valor otra visión del rol de las políticas públicas y del estado como agente central, obligando a revisar tanto las deficiencias de las instituciones globales que prohijaron el modelo que la crisis cuestiona como la insuficiencia de la institucionalidad global para enfrentar y responder a los problemas sistémicos del mundo de hoy. <