Ella habla sola. No dialoga. No escucha o escucha poco. No acepta preguntas de periodistas porque no quiere, dijo, declarar contra sí misma. Vive aislada en un mundo de chupamedias y aplaudidores. Tampoco parece tener dudas. En cambio, siempre tiene mucho para decir. A veces habla en público de asuntos importantes y que nos preocupan a todos. Y otras veces habla como si viviera en otro país. Como si esto no fuera la Argentina, sino Canadá o Suecia, donde no hay inflación y la calidad de vida de sus habitantes se encuentra entre las más altas del mundo.
Todo esto es algo evidente y muy fácil de percibir. Sin embargo, no me detuve a analizar esta obviedad en detalle hasta la semana pasada, cuando me lo hizo notar un trabajador de la peluquería a la que concurrí, quien además me confesó que en octubre había votado a Cristina Fernández de Kirchner, aunque sin entusiasmo. En el negocio donde trabaja siempre está prendida la tele y él no tiene manera de evitar los anuncios que hace Ella por cadena nacional.
Lo curioso es que, durante el fin de semana pasado, lo mismo me dijeron tres altos ex funcionarios de este gobierno que varias veces intentaron aportar, en sus intentos de diálogo con la jefa del Estado, una visión distinta o una mirada enriquecedora. «Ella no escucha. Ella sólo habla. Ella no intercambia ideas. Ella nunca reconoce una equivocación ni da un paso para atrás», coincidieron. Los tres lo explicaron con argumentos más sofisticados, pero no menos contundentes. Uno fue el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, quien el domingo pasado, por la tele, reveló que tanto él como el ex presidente Néstor Kirchner le habían pedido en su momento que no designara a Amado Boudou en la Anses. Después me enteré de más detalles: Alberto Fernández y Kirchner no confiaban en él por ciertos desmanejos en la contratación de consultoras que nunca terminó de aclarar. Aprovecharon un almuerzo en Olivos para pedirle a Cristina que, antes de tomar la decisión, chequeara sus antecedentes. Pero Ella no quiso escuchar. «Ustedes me quieren armar el gobierno, pero a mí Boudou me parece brillante, la Presidenta soy yo y ya firmé el decreto para su designación», los cortó. Fernández cree que si Ella hubiese escuchado, hoy no estaría pagando el costo político de sostenerlo a pesar de todo.
Otro que confirma la idea de que Ella habla pero no escucha es un ex ministro a quien un día, porque se negaba a firmar un decreto para la financiación del polémico tren bala, le espetó: «No te mando donde te tengo que mandar porque todavía sos muy nuevito y no sabés cómo son las cuestiones de Estado». El no sólo quería evitar «quedar pegado» con una operación de dudoso origen. También pretendía, igual que muchos en el gabinete, normalizar el Indec e ir reduciendo de manera paulatina los subsidios, pero sus sugerencias siempre eran ninguneadas por Guillermo Moreno, una de las pocas personas a las que la Presidenta presta algo de atención. «Ella compra las ideas de Moreno porque son lineales y muy tentadoras. Siempre vienen acompañadas por una conspiración y por el nombre y apellido de los conspiradores de turno. Además se las cuenta en un lenguaje llano y contundente, para que la Presidenta no tenga la necesidad de chequear algún dato o consultar otra opinión.»
El tercer ex funcionario es Martín Redrado, ex presidente del Banco Central, a quien la Presidenta le pedía que le mandara un informe que después siempre ponía a consideración del ex presidente o del propio Moreno. Redrado, por entonces, se negaba a usar las reservas del Banco Central para fabricar y financiar un proyecto de auto peronista diseñado por el secretario de Comercio y también se negaba a operar en el mercado de cambios con controles policíacos, como querían hacerlo la jefa del Estado y su asesor todoterreno. En el fondo, Ella siempre lo percibió como alguien ajeno al proyecto nacional y popular. Y nunca prestó atención a sus sugerencias.
Si es verdad que Ella habla sola, en público y en privado, y que carece de la virtud de escuchar a quienes deben asesorarla, a menos que le traigan ideas que le cierren y que siempre contengan un enemigo imaginario, es fácil comprender por qué el Gobierno se metió en semejante laberinto que incluye un aspecto político y otro financiero y económico. El político, obvio, es el desgaste que le vienen produciendo las causas judiciales que involucran al vicepresidente. El papelón de Daniel Reposo, se sabe, no hubiera sucedido jamás si Ella no se hubiese visto obligada a aceptar la renuncia de Esteban Righi después de la no conferencia de prensa de su compañero de fórmula. Tampoco habría tenido la necesidad de impulsar el apartamiento del juez Daniel Rafecas y el fiscal Carlos Rívolo.
Con las restricciones para operar en dólares pasó algo parecido. Si no las hubiera dispuesto, de prepo y con una comunicación desastrosa, el Gobierno se habría ahorrado las idas y venidas del senador Aníbal Fernández y el recuerdo de las últimas declaraciones juradas, donde desde la Presidenta hasta el ministro que menos dinero acumuló aparecen invirtiendo sus ahorros en la moneda innombrable que buscan los cipayos y los enemigos del modelo nacional y popular.
¿Por qué la Presidenta, cuyo olfato político le permitió colocarse siempre del lado de la mayoría de la opinión pública, aparece ahora mismo encaprichada con ideas que la ponen en contra de una gran parte de sus propios votantes? Hoy, en el Día del Periodista, me gustaría sugerirle que, además de aceptar las preguntas de la prensa crítica deje de escuchar sólo a los incondicionales que le cuentan la historia que más le gusta escuchar. Es la mejor manera de empezar a corregir los errores.
© La Nacion .
Todo esto es algo evidente y muy fácil de percibir. Sin embargo, no me detuve a analizar esta obviedad en detalle hasta la semana pasada, cuando me lo hizo notar un trabajador de la peluquería a la que concurrí, quien además me confesó que en octubre había votado a Cristina Fernández de Kirchner, aunque sin entusiasmo. En el negocio donde trabaja siempre está prendida la tele y él no tiene manera de evitar los anuncios que hace Ella por cadena nacional.
Lo curioso es que, durante el fin de semana pasado, lo mismo me dijeron tres altos ex funcionarios de este gobierno que varias veces intentaron aportar, en sus intentos de diálogo con la jefa del Estado, una visión distinta o una mirada enriquecedora. «Ella no escucha. Ella sólo habla. Ella no intercambia ideas. Ella nunca reconoce una equivocación ni da un paso para atrás», coincidieron. Los tres lo explicaron con argumentos más sofisticados, pero no menos contundentes. Uno fue el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, quien el domingo pasado, por la tele, reveló que tanto él como el ex presidente Néstor Kirchner le habían pedido en su momento que no designara a Amado Boudou en la Anses. Después me enteré de más detalles: Alberto Fernández y Kirchner no confiaban en él por ciertos desmanejos en la contratación de consultoras que nunca terminó de aclarar. Aprovecharon un almuerzo en Olivos para pedirle a Cristina que, antes de tomar la decisión, chequeara sus antecedentes. Pero Ella no quiso escuchar. «Ustedes me quieren armar el gobierno, pero a mí Boudou me parece brillante, la Presidenta soy yo y ya firmé el decreto para su designación», los cortó. Fernández cree que si Ella hubiese escuchado, hoy no estaría pagando el costo político de sostenerlo a pesar de todo.
Otro que confirma la idea de que Ella habla pero no escucha es un ex ministro a quien un día, porque se negaba a firmar un decreto para la financiación del polémico tren bala, le espetó: «No te mando donde te tengo que mandar porque todavía sos muy nuevito y no sabés cómo son las cuestiones de Estado». El no sólo quería evitar «quedar pegado» con una operación de dudoso origen. También pretendía, igual que muchos en el gabinete, normalizar el Indec e ir reduciendo de manera paulatina los subsidios, pero sus sugerencias siempre eran ninguneadas por Guillermo Moreno, una de las pocas personas a las que la Presidenta presta algo de atención. «Ella compra las ideas de Moreno porque son lineales y muy tentadoras. Siempre vienen acompañadas por una conspiración y por el nombre y apellido de los conspiradores de turno. Además se las cuenta en un lenguaje llano y contundente, para que la Presidenta no tenga la necesidad de chequear algún dato o consultar otra opinión.»
El tercer ex funcionario es Martín Redrado, ex presidente del Banco Central, a quien la Presidenta le pedía que le mandara un informe que después siempre ponía a consideración del ex presidente o del propio Moreno. Redrado, por entonces, se negaba a usar las reservas del Banco Central para fabricar y financiar un proyecto de auto peronista diseñado por el secretario de Comercio y también se negaba a operar en el mercado de cambios con controles policíacos, como querían hacerlo la jefa del Estado y su asesor todoterreno. En el fondo, Ella siempre lo percibió como alguien ajeno al proyecto nacional y popular. Y nunca prestó atención a sus sugerencias.
Si es verdad que Ella habla sola, en público y en privado, y que carece de la virtud de escuchar a quienes deben asesorarla, a menos que le traigan ideas que le cierren y que siempre contengan un enemigo imaginario, es fácil comprender por qué el Gobierno se metió en semejante laberinto que incluye un aspecto político y otro financiero y económico. El político, obvio, es el desgaste que le vienen produciendo las causas judiciales que involucran al vicepresidente. El papelón de Daniel Reposo, se sabe, no hubiera sucedido jamás si Ella no se hubiese visto obligada a aceptar la renuncia de Esteban Righi después de la no conferencia de prensa de su compañero de fórmula. Tampoco habría tenido la necesidad de impulsar el apartamiento del juez Daniel Rafecas y el fiscal Carlos Rívolo.
Con las restricciones para operar en dólares pasó algo parecido. Si no las hubiera dispuesto, de prepo y con una comunicación desastrosa, el Gobierno se habría ahorrado las idas y venidas del senador Aníbal Fernández y el recuerdo de las últimas declaraciones juradas, donde desde la Presidenta hasta el ministro que menos dinero acumuló aparecen invirtiendo sus ahorros en la moneda innombrable que buscan los cipayos y los enemigos del modelo nacional y popular.
¿Por qué la Presidenta, cuyo olfato político le permitió colocarse siempre del lado de la mayoría de la opinión pública, aparece ahora mismo encaprichada con ideas que la ponen en contra de una gran parte de sus propios votantes? Hoy, en el Día del Periodista, me gustaría sugerirle que, además de aceptar las preguntas de la prensa crítica deje de escuchar sólo a los incondicionales que le cuentan la historia que más le gusta escuchar. Es la mejor manera de empezar a corregir los errores.
© La Nacion .