Costumbres de barrabravas

Por Emilio De Ipola
08/06/12 – 11:16
En las sociedades exóticas, escribe Lévi-Strauss, el ruido estaba investido de una densidad simbólica muy fuerte y se apelaba colectivamente a él cuando ocurrían hechos anormales o conductas reprensibles. Aquello que daba lugar al ruido colectivo era siempre alguna anomalía ocurrida en la aldea, anomalía que alteraba las costumbres de los pobladores respecto de los vínculos de parentesco y, sobre todo, del matrimonio.
Los “charivaris” (cencerronas) se realizaban durante la noche y para ello se utilizaban –y aun, en algunos lugares, se utilizan– sartenes, ollas, cacerolas y cualquier otro utensilio de cocina apto para generar estridencias. El hombre era, más que la mujer, víctima de esos ataques, en los que subyacía un tono de burla, perceptible en el desorden cacofónico de los ruidos. Tenían lugar cuando un individuo abandonaba a su novia oficial por una dama mucho más vieja y rica. Pero también cuando se casaban hombres y mujeres ya viudos o bien contraía matrimonio una pareja cuyos miembros tenían diferencia de edad.
Esta costumbre prosiguió su camino a través del tiempo y llegó hasta hoy. Una de sus manifestaciones más notorias es el “rechifle” de los presos desde las ventanas de la cárcel. Pero con el tiempo, el sentido fue cambiando. En las sociedades exóticas el “charivari” era esencialmente una sanción moral en la que no se perseguía ningún beneficio. Por el contrario, lo que estuvo y está en juego en nuestras sociedades, desde las cacerolas contra João Goulart y luego contra Salvador Allende, hasta los recientes cacerolazos provocados en el 2001-2002 a causa de los “corralitos” y en estos días por los límites puestos a la compra de dólares, han sido ante todo intereses económicos que afectan a las clases medias y altas. No hay por lo demás signos de ironía o de burla en los cacerolazos: hay por lo general un ruido acompasado y casi marcial, ligeramente amenazante.
En principio, nada habría que objetar al hecho de que determinados grupos reivindiquen con manifestaciones lo que consideran sus legítimos derechos. Pero hay algo más: las agresiones sufridas por los periodistas de 6, 7, 8 no fueron sólo la expresión de una protesta por un interés lesionado, sino también la manifestación del malhumor profundo de algunos manifestantes –no todos, ni la mayoría– respecto del gobierno actual. Por minoritarios que hayan sido sus responsables, esos ataques deben ser condenados resueltamente y sin excusas de ninguna naturaleza. Se diría que la sociedad porteña, hipersensibilizada, estuviera adquiriendo costumbres de barrabravas. Muy mal síntoma, que debería inquietarnos y movizarnos contra él.
*Sociólogo.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

Ver todas las entradas de Nicolás Tereschuk (Escriba) →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *