De periodistas e ilusiones

La reciente celebración del Día del Periodista mueve a algunas reflexiones que, tal vez como nunca de mucho tiempo a esta parte, permiten articular la visión que cada quien tenga de la realidad, nacional y general, con el ejercicio de nuestra profesión. Quien quiera hoy opinar de casi cualquier cosa, en la dirección que sea y le guste o no, está inexorablemente atravesado por las tensiones y enfrentamientos entre el Gobierno y los medios. Y entre los medios y periodistas entre sí.
Se llega a lo precedente porque, no como factor único, pero sí determinante, el país carece de cualquier rasgo de oposición orgánica. La única que hay tiene expresión en la prensa enfrentada al oficialismo, por fuera de las reintentonas de la Mesa de Enlace gauchócrata y a menos que se quiera ingresar caceroleos conchetos –no cacerolazos– a la jerarquía de movimiento social. Tienta aplicar la certeza de que eso es así porque en política no existen los vacíos duraderos. Algo, lo que fuere, termina llenándolos de manera parcial o total, más temprano que tarde. En el caso argentino es un grupo de corporaciones mediáticas. Sin embargo, en principio como juego hipotético de respuesta incomprobable, valen la pena unas preguntas de tronco único. ¿Quién habría ocupado el lugar opositor de Clarín & Cía. si el Gobierno no le achuraba al grupo alrededor de un tercio de su facturación, a través de estatizar las transmisiones de los partidos del fútbol local? ¿Y si además no había la ley de medios audiovisuales? ¿Y si tampoco hubiera habido el enfrentamiento con las patronales agropecuarias que abroqueló a la sociedad Clarín-La Nación como organizadores de Expoagro, entre otros factores que explican sus cuentas publicitarias, mientras algunos combatientes del moralismo vacuo se preocupan únicamente por el dinero del Estado? Esto es un chiste muy malo, por supuesto, porque de no haber ocurrido todo eso el Gobierno no sería el que es. Pero sirve, y cómo, al efecto de demostrar que la oposición encarnada en esos cruzados de la libertad tiene la única causa de los negocios afectados. Para Clarín es nada más que eso y en La Nación interviene, no importa si antes o además, el ataque a los símbolos de la clase que representa. Hacia mediados de su gestión y por las razones que fueren (enconos personales, conveniencia para construir relato o seguridad ideológica que requería esperar al momento propicio), el kirchnerismo decidió enfrentarse a la última vaca institucionalmente sagrada: los grandes medios de prensa. De ahí en más, cada programa periodístico, cada portada de diario, cada copete de cada título, cada columna, cada entrevistado, cada boletín informativo, se rige por el lugar de batalla política que escoge cada protagonista mediático. Vale para los dueños y para los periodistas individualmente considerados. Si es por los segundos, cabría la disección entre quienes trabajan con autenticidad y quienes operan porque la correlación de fuerzas no les da para plantarse contra las órdenes que reciben.
Ricardo Forster recordaba hace unos días el dato incontrastable del papel que jugó el periodismo, de alcance nacional, en la década del ’90. Un rol sin duda trascendente y positivo, dicho en forma genérica, porque –sobre todo en el segundo lustro– incluso los medios del establishment advirtieron que continuar mirando hacia el costado, frente a la orgía de corrupción del menemato, afectaría gravemente su credibilidad. Hubo de todo, por cierto. Investigación mayor y señalamiento de perejiles. Opiniones que apuntaron a que las mafias del poder eran intrínsecas al modelo neoliberal. Y otras que jamás se animaron, siquiera, al acercamiento a esa frontera que divide juzgar profundo de pegar grititos indignados. El asesinato de José Luis Cabezas fue el punto de inflexión. La mácula después de la cual no hubo forma de hacerse el desentendido, aunque siguió habiendo los que trazaban como camino la posibilidad del mismo modelo, pero despejado de corruptelas. Fue la fantasía que engendró a la Alianza, sin ir más lejos. Hace no tanto, el periodista que firma esta nota se permitió resumir el espíritu de aquella etapa mediante una definición a la que, ahora, considera potenciada: con Menem era fácil ser progre. En medio del vaciamiento de los significados, con la podredumbre nacional a flor de la piel que desembocaría en el que se vayan todos, hubo los colegas que se creyeron portadores de una relevancia heroica, épica, intachable. Como dijo Forster, se ve que muchos de nosotros extrañan esa fase en que el desempeño periodístico de denuncia –o de denuncismo, daba igual– era un aval de valentía y prestigio, a falta de otros “liderazgos” que personificaran esos valores. Se compraron el puesto de fiscales de la Patria, y hasta hubo quien dejó que ilustraran sus apariciones televisivas con el escudo pectoral de Superman. Unos cuantos años después, el menudo problema es que el mundo se movió y esta gente no se da por enterada, sea porque no puede, porque ideológicamente son un mosquito o porque les encaja seguir así, actuando de carmelitas descalzas con la aceptación de una franja social que persiste en creer la existencia de Gaspar, Melchor y Baltazar. Se movió que surgiera una singularidad inesperada al frente del país, capaz de presentarle alteración y alternativa al derrumbe de confianza en la “clase” política. Que la torta se repartiese mejor, sin que los ricos tengan derecho al pataleo porque en efecto la levantan en pala. Que por fin se avanzara en el juzgamiento a los genocidas, que volviera la militancia juvenil, que no hubiera más discurso único, que valiera la pena volver a confiar en lo colectivo, que se les disputara algún terreno a los generales de la economía.
Pero no. Los que militaban contra Menem, desde sus puestos periodísticos, nunca tuvieron inconvenientes –al contrario– en reconocer que su labor era esencialmente política, estrictamente ideológica. Les gustaba ese lugar. Se veían conductores de la conciencia popular en la identificación del enemigo. Su “queremos preguntar” de entonces era por lo significativo de las preguntas en sí mismas, no por lo valederas o reveladoras que pudieran ser las respuestas. Porque se sabía, tenían asimilado, que sólo se trataba de hacer mierda a Menem. Ahora, esa gente se pretende a-ideologizada, a-política, a-factores de poder. Un prefijo infinito que a Macri no quiere preguntarle nada; a los campestres tampoco; a los inversores publicitarios que forman los precios, menos que menos. Se pretenden marcianos y no les importa más que hacer mierda a Cristina. Dicen que quieren hacer periodismo y punto. Pero en el menemato era al revés. Querían inundarse de (falsa) ideología y punto. De protagonismo político y punto. Ahora viene a ser que el error presidencial de haber elevado el pliego de un impresentable candidato a procurador general es como la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, sin perder de vista que lo facturado a Reposo es, ante todo, haber intervenido contra Papel Prensa en su sociedad con el terrorismo de Estado. Viene a ser que el cepo a la compra de dólares restringe las garantías constitucionales, que les importaron un carajo cuando la cajita feliz de la clase media los dejaba masturbarse con la fantasía del uno a uno, para que después reclamaran la Constitución al pudrirse todo. Viene a ser que unos centenares de indignados felices salen a hacer ruido y los presentan como la re-entronización de 2001, pero desde una cobertura neutral, naturalmente. Viene a ser que informan y opinan como si gobernara Videla, con la repugnante ventaja de que no gobierna y de que les pagan los que lo añoran. Viene a ser que hace mucho rato insisten, como insistimos todos, en que el desastre del transporte público amerita que eleven al área a rango de ministerio. Y cuando el Gobierno lo decide el título no es ése, sino que De Vido perdió poder. Pero eso no es ideológico, no es posicionamiento político. No. Es solamente hacer periodismo. Y si un Cirigliano va preso por la tragedia de Once, siendo como fue o es un empresario amigo del oficialismo, es porque no hubo más remedio. No porque la Justicia obró de manera independiente. Eso sí que es periodismo.
Qué miserables, pero qué lindo momento para la profesión. Es el más sincero de cuantos hayamos vivido, desde la recuperación democrática y hasta bastante para atrás. Sólo los necios pueden no darse cuenta de que no hay más vírgenes, y de que cada uno elige a sus desflorados favoritos. La diferencia está dada entre quienes entienden que todo es ilusión, menos el poder, y los que tienen la ilusión de convencer y convencerse en torno de que el único poder es ser abstractos. Esto último, en el mejor de los casos. En el presumiblemente mayoritario, con Menem estaban mejor. Y, unos cuantos, con los milicos también.

Un comentario en «De periodistas e ilusiones»

  1. Inspirado, Aliverti.

    «Qué miserables, pero qué lindo momento para la profesión. Es el más sincero de cuantos hayamos vivido, desde la recuperación democrática y hasta bastante para atrás. Sólo los necios pueden no darse cuenta de que no hay más vírgenes, y de que cada uno elige a sus desflorados favoritos. La diferencia está dada entre quienes entienden que todo es ilusión, menos el poder».

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