Moreno, en la apertura del congreso «Vivir con lo nuestro», de la agrupación José Ber Gelbard. Foto: Ricardo Pristupluk
Más notas para entender este tema
Hiperactivo en medio de la interna de poder
Tuvo una presentación a medida. Raúl Zylberstein, empresario del cuero y locutor de ocasión, lo llenó de elogios y lo invitó a subir al escenario con una frase que hizo estallar al auditorio: «Con ustedes, el malo de la película: ¡Guillermo Moreno!». De sonrisa apretada y con los brazos en alto, el secretario de Comercio subió rápido las escaleras, se acomodó en la silla central y desgranó durante una hora y media su diagnóstico sobre la marcha de la economía.
Moreno, uno de los hombres más escuchados por Cristina Kirchner, mezcló ayer anécdotas, datos y show en una exposición que incluyó un tramo revelador: admitió su temor por el vaivén de los precios. «Dicen que no nos preocupamos por la inflación. ¿De qué están hablando?», se despachó ante una platea de pequeños y medianos empresarios y dirigentes sectoriales. De inmediato, completó: «La inflación, la nuestra que es la oficial, que es alta, ya se va a bajar ordenadamente. Pero no es ése el problema. El problema es si se me viene la del [año] 2000 con deflación».
El funcionario había llegado a las 12.20 al edificio de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires (UBA), acompañado por la secretaria de Integración Nacional, María del Carmen Alarcón, y un colaborador. Allí era aguardado como figura estelar del primer congreso de la agrupación José Ber Gelbard, cuyo lema fue «Vivir con lo nuestro», en referencia al clásico texto de Aldo Ferrer.
No de casualidad Moreno dejó traslucir un puñado de cifras que hace días lo alarman. Por caso, un reciente informe del Indec acerca de una baja en los precios de la construcción de 3,8%. «No es buena señal», evaluó. Moreno, igual, se mostró como el gran domador de las variables económicas y demiurgo que actúa, en bambalinas, para sostener el equilibrio de un engranaje complejo. «Yo tenía la bolsa de harina a 90 y la tengo a 77. Y en dos días ¿cuánto bajó la carne en Liniers? A la larga, ese precio me va a emerger. ¿Y qué hago con los polleros?», se preguntó.
Su obsesión para apuntar a la anhelada competitividad tiene dos patas: el costo de los alimentos y de la energía. Para esa misión, no hay matices: «Para que los alimentos estén baratos tenemos un problema con la oligarquía, que no existe, según dicen algunos académicos… Pero les digo, en esta intimidad, que el 2% de los productores de trigo hacen el 50% del trigo de la Argentina».
Seguía su discurso, sentado entre hombres de negocios, Norberto Itzcovich, director nacional de Estadísticas y Precios del Indec. Cerca, se ubicaron Ider Peretti, el ruralista que cobró notoriedad cuando lloró durante el velorio de Néstor Kirchner, y el intendente de la ciudad cordobesa de Morteros, Germán Parto. Todo era monitoreado por Marcelo Fernández, titular de la Confederación General Empresaria (Cgera), uno de los organizadores del encuentro. De hecho, él le arrebató la promesa de asistencia a Moreno en pleno vuelo a Angola. Para evitar fugas, la cita fue anunciada en altavoz.
Moreno habló de corrido a un ritmo frenético casi sin tomar agua. Usó, de a ratos, anteojos. Tenía un puñado de papeles que ni miró. Eligió el tono didáctico al extremo de explicar la recuperación argentina mediante una analogía con el cuento de los tres chanchitos. En esa historia, según su visión, el Gobierno optó por construir una «casa de cemento» -y no las de pasto y madera- y erigir paredes sólidas en un costado endeble: el sector externo. «Nuestra casa esta segura, cubierta, está bien, va a aguantar ese viento que se nos viene», afirmó.
Ese vendaval que en la Casa Rosada creen que impactará con mayor fuerza en el segundo semestre del año es la crisis internacional. El secretario de Comercio sostuvo que la Presidenta tomó medidas para revertir el impacto hace seis meses -«cuando pasamos las mejores fiestas y las vacaciones»- y aseguró está encaminado el superávit comercial que se necesita para cerrar este año.
Moreno dedicó la primera parte de su discurso a un diagnóstico pesimista sobre el devenir de la economía global. Descartó el más afable significado de crisis de tinte oriental, que lo vincula a oportunidad. «Cuando uno empieza a peinar canas, también cambian ciertas definiciones. No sólo cambias las hormonas. Hay crisis cuando todas las salidas son malas. Y esto es lo que nos está pasando», dijo, tajante.
Está convencido de que se configurará un nuevo orden. «Será unipolar, multipolar, con cuatro centros hegemónicos, no sé. Es para el debate ¿Qué creen?», interrogaba a la audiencia, sin esperar en ese momento respuesta alguna. Tampoco pudo dar certeza acerca de quiénes serán los «nuevos ganadores», como llama a los que se quedarán «con la mayor parte de la torta».
Eso sí: dio por sepultado lo que denominó el modelo especulativo rentístico que, según él, rige en el mundo y fue el paradigma nacional durante la década del ?90. «Durante diez años, hasta 2000, los referentes del sector empresarial que salían a hablar por televisión eran los banqueros. En la Argentina se llamaba [Eduardo] Escasany. Hoy, esto sería impensable. Ningún banquero expresa el interés colectivo del grupo. Eso lo aprendimos», sintetizó.
Citó, para apoyar sus dichos, el pensamiento del magnate George Soros y del premio Nobel de Economía Paul Krugman. «Que lo diga Soros [sobre la crisis global] es muy importante, porque fue uno de los propulsores de la construcción de este mundo, pero ahora ya tiene 85 años y le está buscando la solución. Quizá si tuviera 20 años menos estaría viendo cómo se queda con la mitad de Europa. Y es interesante leerlo, ése sí que es del núcleo duro de verdad», chicaneó. Y se volvió lúgubre al final del abordaje, cuando avizoró un desenlace que «no es ajeno a la violencia».
Moreno no estuvo solo en el escenario. Lo secundó una decena de dirigentes que antes había participado de talleres sobre el rol del Estado, la política comercial, el control de las exportaciones y el alance del mercado interno. Su paso locuaz, de facto, opacó la participación de otro miembro del elenco del gabinete que incursionó en la apertura de la jornada: el ministro de Trabajo, Carlos Tomada.
Sólo esquivó explayarse sobre el dólar. Apenas remarcó una nada inocente mención. «¿Saben quién es el primero que se entera en la Argentina cuánto y cuándo van a faltar dólares? No es el presidente de la República, ni el del Banco Central, ni el ministro de Economía. Es el director del Indec, porque coordina el sistema estadístico nacional», sostuvo. Eso es casi lo mismo que decir que él, por su influencia del área, se anoticia antes que nadie.
«La inflación, la nuestra, que es la oficial, que es alta, ya se va a bajar ordenadamente. Pero no es ése el problema»
«Cuando a la gente le sobra del salario un mango va al cine, de vacaciones, cambia el zapato, está feliz. Y ese es nuestro gobierno»
«A Brasil le pedimos que nos compre lo que producimos y ellos consumen. Pusimos el langostino en la mesa de negociación. ¿Está mal?»
«Todos los que están conmigo, ni sexo ni nada. Laburan hasta las 11 de la noche»
«Si el reclamo es quiero importar sin exportar… Y, muchachos, estamos complicados».
Más notas para entender este tema
Hiperactivo en medio de la interna de poder
Tuvo una presentación a medida. Raúl Zylberstein, empresario del cuero y locutor de ocasión, lo llenó de elogios y lo invitó a subir al escenario con una frase que hizo estallar al auditorio: «Con ustedes, el malo de la película: ¡Guillermo Moreno!». De sonrisa apretada y con los brazos en alto, el secretario de Comercio subió rápido las escaleras, se acomodó en la silla central y desgranó durante una hora y media su diagnóstico sobre la marcha de la economía.
Moreno, uno de los hombres más escuchados por Cristina Kirchner, mezcló ayer anécdotas, datos y show en una exposición que incluyó un tramo revelador: admitió su temor por el vaivén de los precios. «Dicen que no nos preocupamos por la inflación. ¿De qué están hablando?», se despachó ante una platea de pequeños y medianos empresarios y dirigentes sectoriales. De inmediato, completó: «La inflación, la nuestra que es la oficial, que es alta, ya se va a bajar ordenadamente. Pero no es ése el problema. El problema es si se me viene la del [año] 2000 con deflación».
El funcionario había llegado a las 12.20 al edificio de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires (UBA), acompañado por la secretaria de Integración Nacional, María del Carmen Alarcón, y un colaborador. Allí era aguardado como figura estelar del primer congreso de la agrupación José Ber Gelbard, cuyo lema fue «Vivir con lo nuestro», en referencia al clásico texto de Aldo Ferrer.
No de casualidad Moreno dejó traslucir un puñado de cifras que hace días lo alarman. Por caso, un reciente informe del Indec acerca de una baja en los precios de la construcción de 3,8%. «No es buena señal», evaluó. Moreno, igual, se mostró como el gran domador de las variables económicas y demiurgo que actúa, en bambalinas, para sostener el equilibrio de un engranaje complejo. «Yo tenía la bolsa de harina a 90 y la tengo a 77. Y en dos días ¿cuánto bajó la carne en Liniers? A la larga, ese precio me va a emerger. ¿Y qué hago con los polleros?», se preguntó.
Su obsesión para apuntar a la anhelada competitividad tiene dos patas: el costo de los alimentos y de la energía. Para esa misión, no hay matices: «Para que los alimentos estén baratos tenemos un problema con la oligarquía, que no existe, según dicen algunos académicos… Pero les digo, en esta intimidad, que el 2% de los productores de trigo hacen el 50% del trigo de la Argentina».
Seguía su discurso, sentado entre hombres de negocios, Norberto Itzcovich, director nacional de Estadísticas y Precios del Indec. Cerca, se ubicaron Ider Peretti, el ruralista que cobró notoriedad cuando lloró durante el velorio de Néstor Kirchner, y el intendente de la ciudad cordobesa de Morteros, Germán Parto. Todo era monitoreado por Marcelo Fernández, titular de la Confederación General Empresaria (Cgera), uno de los organizadores del encuentro. De hecho, él le arrebató la promesa de asistencia a Moreno en pleno vuelo a Angola. Para evitar fugas, la cita fue anunciada en altavoz.
Moreno habló de corrido a un ritmo frenético casi sin tomar agua. Usó, de a ratos, anteojos. Tenía un puñado de papeles que ni miró. Eligió el tono didáctico al extremo de explicar la recuperación argentina mediante una analogía con el cuento de los tres chanchitos. En esa historia, según su visión, el Gobierno optó por construir una «casa de cemento» -y no las de pasto y madera- y erigir paredes sólidas en un costado endeble: el sector externo. «Nuestra casa esta segura, cubierta, está bien, va a aguantar ese viento que se nos viene», afirmó.
Ese vendaval que en la Casa Rosada creen que impactará con mayor fuerza en el segundo semestre del año es la crisis internacional. El secretario de Comercio sostuvo que la Presidenta tomó medidas para revertir el impacto hace seis meses -«cuando pasamos las mejores fiestas y las vacaciones»- y aseguró está encaminado el superávit comercial que se necesita para cerrar este año.
Moreno dedicó la primera parte de su discurso a un diagnóstico pesimista sobre el devenir de la economía global. Descartó el más afable significado de crisis de tinte oriental, que lo vincula a oportunidad. «Cuando uno empieza a peinar canas, también cambian ciertas definiciones. No sólo cambias las hormonas. Hay crisis cuando todas las salidas son malas. Y esto es lo que nos está pasando», dijo, tajante.
Está convencido de que se configurará un nuevo orden. «Será unipolar, multipolar, con cuatro centros hegemónicos, no sé. Es para el debate ¿Qué creen?», interrogaba a la audiencia, sin esperar en ese momento respuesta alguna. Tampoco pudo dar certeza acerca de quiénes serán los «nuevos ganadores», como llama a los que se quedarán «con la mayor parte de la torta».
Eso sí: dio por sepultado lo que denominó el modelo especulativo rentístico que, según él, rige en el mundo y fue el paradigma nacional durante la década del ?90. «Durante diez años, hasta 2000, los referentes del sector empresarial que salían a hablar por televisión eran los banqueros. En la Argentina se llamaba [Eduardo] Escasany. Hoy, esto sería impensable. Ningún banquero expresa el interés colectivo del grupo. Eso lo aprendimos», sintetizó.
Citó, para apoyar sus dichos, el pensamiento del magnate George Soros y del premio Nobel de Economía Paul Krugman. «Que lo diga Soros [sobre la crisis global] es muy importante, porque fue uno de los propulsores de la construcción de este mundo, pero ahora ya tiene 85 años y le está buscando la solución. Quizá si tuviera 20 años menos estaría viendo cómo se queda con la mitad de Europa. Y es interesante leerlo, ése sí que es del núcleo duro de verdad», chicaneó. Y se volvió lúgubre al final del abordaje, cuando avizoró un desenlace que «no es ajeno a la violencia».
Moreno no estuvo solo en el escenario. Lo secundó una decena de dirigentes que antes había participado de talleres sobre el rol del Estado, la política comercial, el control de las exportaciones y el alance del mercado interno. Su paso locuaz, de facto, opacó la participación de otro miembro del elenco del gabinete que incursionó en la apertura de la jornada: el ministro de Trabajo, Carlos Tomada.
Sólo esquivó explayarse sobre el dólar. Apenas remarcó una nada inocente mención. «¿Saben quién es el primero que se entera en la Argentina cuánto y cuándo van a faltar dólares? No es el presidente de la República, ni el del Banco Central, ni el ministro de Economía. Es el director del Indec, porque coordina el sistema estadístico nacional», sostuvo. Eso es casi lo mismo que decir que él, por su influencia del área, se anoticia antes que nadie.
«La inflación, la nuestra, que es la oficial, que es alta, ya se va a bajar ordenadamente. Pero no es ése el problema»
«Cuando a la gente le sobra del salario un mango va al cine, de vacaciones, cambia el zapato, está feliz. Y ese es nuestro gobierno»
«A Brasil le pedimos que nos compre lo que producimos y ellos consumen. Pusimos el langostino en la mesa de negociación. ¿Está mal?»
«Todos los que están conmigo, ni sexo ni nada. Laburan hasta las 11 de la noche»
«Si el reclamo es quiero importar sin exportar… Y, muchachos, estamos complicados».