Cuando la presidenta anunció la nacionalización del 51% de las acciones de YPF, los intelectuales y comunicadores del establishment advirtieron sobre una estampida general de inversores externos de la Argentina. Desde ya, no sólo eso advierten sino también sentenciaron que el país iba a sufrir el aislamiento político más grande de su historia. La desmemoria de sus propios augurios llevó a estos analistas a hacer un cerrado silencio acerca de aquel escenario catástrofe y el –aunque leve– alza de las acciones de YPF en la Bolsa de Nueva York. Efectivamente, los papeles de la petrolera tuvieron un empujón cuando se conoció que el magnate mexicano Carlos Slim compraba los papeles de la familia Eskenazi. Esta novedad del mundo de los negocios se conocía horas antes de que Cristina Fernández de Kirchner concurriera al almuerzo con “unos 35 empresarios de las firmas más importantes de los Estados Unidos reunidos en el Consejo de las Américas”, según el artículo escrito por el periodista de La Nación Martín Dinatale.
El sobrio cronista del diario de los Mitre consignó algunos de los interrogantes planteados por los empresarios. Según Dinatale, en ese encuentro a puertas cerradas, las principales preguntas fueron “¿Cómo afrontará la Argentina sus problemas energéticos? ¿Seguirán las trabas a la importación? ¿Cómo se resolverán los litigios en el CIADI? ¿Se liberarán las tarifas para las petroleras? ¿Cómo se resolverá el tema del dólar?” Algunos de esos interrogantes son de interés nacional y otros de las empresas transnacionales. Las preguntas que La Nación debería agregar –al margen del artículo mencionado– son las que permitan entender por qué el punto de vista editorial no alcanza a dar respuesta a que la Argentina siga en carrera no sólo peleando por sus derechos sino además tendiendo puentes y negociando con factores de poder. Entre ellos, las mismísimas transnacionales. En muestra de un periodismo correcto, Dinatale consigna: “Según comentaron cuatro empresarios presentes, hubo buen clima y las respuestas de la presidenta fueron satisfactorias, pero se vieron inquietudes. El referente de la empresa de comunicaciones Brighstar, Marcelo Claure, por ejemplo, admitió: ‘Hubo preguntas duras y respuestas satisfactorias.’”
Como parte de los testimonios de desprecio y estrechez del diario de los Mitre, el Día del periodista, José Claudio Escribano (subdirector de La Nación hasta hace unos años y analista estrella de ese diario en tiempos de la última dictadura) dio una entrevista radial (FM Identidad) a Martín Boerr y Mercedes Manfroni. Hombre que suele hablar poco, cuando lo hace no se pierde en retórica. Es directo. En la nota, recordó aquel momento en el que, tras haber conversado con Kirchner, había publicado que “la Argentina decidió darse gobierno por un año”. Lo escribió a pocos meses de la asunción de Néstor Kirchner y con la indisimulada intención de mostrar que, o bien se negociaba con el FMI o llegaba el caos. El representante del golpismo civil había planteado en unos pocos puntos lo que debía hacer Kirchner. Nada de eso sucedió y la Argentina decidió darse gobierno, al menos, por 12 años. Sin embargo, Escribano dijo hace dos semanas que la reunión “fue muy cordial”. Y añadió: “Yo recibí una invitación para conversar con él y el tono de la conversación fue qué podía esperar él de un diario como La Nación y yo le anticipé cuál era la política, él no la conocía, era más un político de provincia que un político con un cabal panorama de la política nacional, le dije cuál era la posición que podía esperarse del diario en los temas que iban a estar en el debate público en los años siguientes y me parece que no me equivoqué.”
G-20 Y BILDENBERG. A la Argentina no le faltan problemas. Y no son precisamente los cuadros del establishment quienes suelen detectarlos y, sobre todo, quienes plantean debates serios para encaminar soluciones. El cataclismo que viven los europeos y estadounidenses es propio del desmadre financiero de la gran banca privada internacional. Nadie bien informado podría desconocer que el Consejo de las Américas fue fundado por David Rockefeller, quien es su presidente honorario. Familia de petroleros y banqueros, este magnate fue quien logró la fusión del Chase y del Morgan. Quien figura como presidente emérito del Consejo de las Américas es William Rodhes, una de las máximas figuras históricas del Citibank. El presidente del Consejo de las Américas es John Negroponte, que empezó su carrera en la CIA en los ’60 durante la matanza de los estadounidenses en Vietnam y no paró hasta estar al frente del Consejo Nacional de Inteligencia con George Bush hijo, tiempos en los cuales Estados Unidos repitió invasiones criminales. La amable señora que estaba tan callada al lado de Cristina Fernández de Kirchner es Susan Segal, máxima ejecutiva (CEO) de la institución desde hace diez años. Formada al lado de Rockefeller, en su carrera como banquera en el Chase y el Morgan se dedicó a los “mercados emergentes”, especialmente los de América Latina. No es un secreto que Rockefeller, que acaba de cumplir 97 años, es uno de los fundadores del Grupo Bildenberg, que desde 1954 sólo integran la élite del poder capitalista: banqueros, políticos, petroleros, jefes de servicios secretos, presidentes de laboratorios y otras exquisiteces. El último encuentro del Bildenberg fue entre el 31 de mayo y el 3 de junio en Chantilly, Virginia, Estados Unidos. No se trata de algo secreto: la lista de participantes está en el sitio web oficial de ese exclusivo club. Y aunque no tuvo repercusión en la Argentina, miles de manifestantes se reunieron en las afueras del Hotel Marriott para protestar ante el encuentro de los magnates. Desde ya, fueron violentamente reprimidos. Durante tres días, 145 hombres y mujeres, representantes de las multinacionales, la banca privada y pública internacional, deliberaron a 40 kilómetros de la Casa Blanca. Apenas 12 días antes se había llevado a cabo la reunión de la OTAN en Chicago y once días antes la del G-8 en Washington. Y dos semanas después de terminada la cumbre del Bildenberg se iniciaba la reunión del G-20, en Los Cabos, México, que se clausura hoy mismo.
No es preciso tener una visión conspirativa para tomar dimensión de que la crisis del (primer) mundo tiene por centro a los “derivados financieros” y los “salvatajes” que, curiosamente, llevan a los organismos financieros a imponer medidas que promueven la brutal traslación de ingresos de los sectores populares y las capas medias hacia una élite privilegiada. Como no es un secreto para los argentinos, el FMI (que en el caso europeo actúa junto con los jefes de la Unión Europea y el Banco Central Europeo) promueve salvar (unos pocos) bancos y no naciones. El G-20, desde Los Cabos, monitorea las elecciones en Grecia y en Egipto y otros de los asuntos que le permiten fijar estrategias globales a una pequeña élite del poder internacional.
LA BATALLA CULTURAL. Cada vez que la élite argentina –en decadencia profunda– sugiere que la Argentina se aísla y que se viene el caos, tienen la secreta esperanza de que el gobierno pise el palito y deje de ver los vectores tan contradictorios que ayudan a tomar decisiones y marcar rumbos. Entre “el político de provincia” de Escribano y “la buena aceptación de los empresarios a Cristina” de Dinatale hay una profunda diferencia de mirada periodística. Y quizá ideológica. Desde una óptica muy diferente –es decir, quienes son parte del proyecto nacional–, pueden sentir confusión o disgusto el hecho de que la presidenta se reúna con Monsanto o que les proponga a petroleras norteamericanas como Chevron (derivada de la vieja Standard Oil de los Rockefeller) que vea en YPF una alternativa de negocios. Pero resulta esencial debatir sobre la delgada línea que separa una mirada soberana de una colonizada. Un mundo globalizado manejado por unas pocas corporaciones es algo que a cualquiera que defienda la lucha contra los poderes imperialistas le tiene que producir un inmenso rechazo. Y debe proceder en consecuencia, para debilitar a esos poderes. Sin embargo, los caminos para hacer eso deben estar alimentados por la perspectiva de la historia y por una evaluación muy ajustada de las relaciones de fuerzas y las alianzas necesarias en cada momento. El equilibrio es no aislarse y tampoco ceder las decisiones a las multinacionales. En un breve pero sesudo prólogo al libro Integración o dependencia (de Vázquez, Damoni y Flores; editorial Peña Lillo, de reciente publicación), el joven y tempranamente muerto economista Iván Heyn planteaba que al interior de las naciones latinoamericanas se definen dos grandes tendencias ante el escenario mundial. Por un lado, quienes se quedan en el modelo agroexportador que plantean aprovechar las ventajas estáticas de los buenos precios de los productos primarios y quieren mantener a nuestra región como exportadores de materias primas o productos de bajo valor agregado. Los otros proponen aprovechar esta situación para acumular recursos que permitan la industrialización y el desarrollo incorporando tecnología. De inmediato detalla cómo los Tratados de Libre Comercio (TLC) son un vehículo para reavivar el famoso ALCA, que terminó sus días gracias al “político de provincia” Néstor Kirchner en Mar del Plata, hace ya ocho años. Esos TLC buscan romper todas las barreras aduaneras, debilitar las monedas locales, multiplicar las zonas francas, liberalizar la remisión de utilidades, desfinanciar las industrias sustitutivas o sus proyectos para perpetuar los esquemas de dependencia. Heyn lo escribió en noviembre de 2011 y la Cumbre de Cartagena de abril pasado mostró que no sólo Colombia va en esa dirección sino muchas otras naciones de la región. A veces, el neoliberalismo logra reflotar la dependencia con variantes. Un caso es México, integrado a un TLC con Canadá y Estados Unidos, y con varios tratados similares con la Unión Europea. El modo de sortear las barreras ideológicas consiste en que las empresas de países que no tienen TLC creen filiales ose asocien a empresas en México, para así entrar en ese “maravilloso mundo” a medida de los intereses concentrados.
A veces, la pasión política por los estilos de los líderes o por protagonismos de sectores no permite ver con claridad cuáles son los intereses que se ponen en juego. La Argentina no se aísla. El gobierno pone en marcha audaces planes sociales y juega fuerte para que el Estado recupere protagonismo. Todavía es mucho lo que debe y puede hacerse para diversificar la matriz. No será fácil la industrialización en un período recesivo de los países centrales. Sus multinacionales de perfil industrial buscan mercados nuevos para intentar colocar los productos que ya no se consumen en los países centrales. Es imprescindible que el debate político recupere el sentido de los intereses que están en juego. Aunque, por supuesto, para algunos se trata sólo de una visión provinciana de la política. <
«Quienes son parte del proyecto nacional pueden sentir confusión o disgusto el hecho de que la Presidenta se reúna con Monsanto o que les proponga a petroleras norteamericanas como Chevron (derivada de la vieja Standard Oil de los Rockefeller) que vea en YPF una alternativa de negocios.
Pero resulta esencial debatir sobre la delgada línea que separa una mirada soberana de una colonizada. Un mundo globalizado manejado por unas pocas corporaciones es algo que a cualquiera que defienda la lucha contra los poderes imperialistas le tiene que producir un inmenso rechazo. Y debe proceder en consecuencia, para debilitar a esos poderes.
Sin embargo, los caminos para hacer eso deben estar alimentados por la perspectiva de la historia y por una evaluación muy ajustada de las relaciones de fuerzas y las alianzas necesarias en cada momento. El equilibrio es no aislarse y tampoco ceder las decisiones a las multinacionales.»