La pelea casi personal contra Hugo Moyano la terminó de poner en evidencia: la Presidenta está cada vez más nerviosa y ya dejó de brillar en soledad como la única estrella del poder. La de estos días se parece mucho más a la Cristina Fernández exaltada que durante el conflicto con el campo terminó de enojar a una buena parte de la sociedad cuando habló de «los piquetes de la abundancia» que a la candidata serena y templada que, en septiembre del año pasado, en plena campaña electoral, ostentaba un discurso amigable y una imagen apacible.
Desde la perspectiva de su lógica política, es comprensible que así sea: está en su peor momento desde que asumió en diciembre pasado. Para empezar, en la Argentina se está corriendo, sin prisa pero sin pausa, el eje del verdadero poder. Antes, estaba concentrado en Ella y nada más que Ella. Nadie le hacía sombra. Ni desde adentro ni desde afuera del justicialismo. Ahora, muchos peronistas que sólo reportaban a la jefa del Estado empezaron a enviar señales de acercamiento, por ejemplo, al gobernador de la provincia de Buenos Aires.
La ruptura del escenario hegemónico se produjo inmediatamente después de que Daniel Scioli hizo público su deseo de sucederla. Hasta Horacio González, el director de la Biblioteca Nacional, pareció darse cuenta de este fenómeno inevitable: sin reelección a la vista, muchos dirigentes peronistas se están mudando hacia donde suponen que habrá «otra vida». Y no sólo intensifican sus contactos con Scioli. También la casilla de mensajes de Mauricio Macri se está llenando más rápido que en otras épocas. Los servicios de inteligencia del Gobierno deberían estar reportando la creciente y constante mutación de lealtades que se registra en el submundo de la política real.
Los tiburones del poder olfatean ahora que no hay muchas alternativas. El gobernador de la provincia sería el primer beneficiario si la desaceleración de la economía se produjera en forma lenta. Pero el jefe de gobierno de la ciudad se transformaría en el gran candidato de la oposición si la recesión con inflación se empezara a hacer notar a un ritmo más veloz. Para colmo, la enorme muestra de poder que esgrimió ayer el secretario general de la CGT le «pega» a Cristina Fernández donde más le duele. En primer lugar, demuestra que hay alguien capaz de poner límites al Gobierno y a la propia Presidenta. Y que ese alguien, aunque no tenga más votos que Ella, puede transformarse, con relativa facilidad, en una figura aceptable para la mitad de la Argentina que está disconforme con esta administración. En segundo lugar, la manifestación en la Plaza de Mayo evidencia que hay una masa crítica sedienta de representación política y que quien la sepa interpretar mejor puede quedarse con la una buena parte de la torta. Y en tercer lugar, el paro con movilización bien puede estar demostrando lo que producen la inflación y la incertidumbre económica en el ánimo de la gente: ayer había militantes de organizaciones sindicales que simpatizan con el líder de los camioneros, pero también había empleados no sindicalizados y profesionales que se acercaron a la plaza de manera espontánea, sin que nadie se lo exigiera.
Moyano jamás será rubio, alto y de ojos celestes. Su imagen negativa sigue siendo muy alta como para ilusionarse con un futuro político. Pero el enorme crecimiento de su imagen positiva -de 0 a más de 30, según dos encuestadores que lo vienen midiendo desde que se peleó con la Presidenta- explica, en parte, por qué ni Scioli, ni Macri, ni ningún dirigente con aspiraciones presidenciales salieron a criticarlo ni antes, ni durante, ni después de la convocatoria.
La remanida apelación al fantasma del golpe y al supuesto intento de destitución revela, además, que el Gobierno se está empezando a quedar sin ideas nuevas. El argumento lo usaron durante la discusión por la 125 y sólo el núcleo duro del kirchnerismo lo aceptó como una posibilidad cierta. Lo sugieren cada vez que la realidad les hace perder el control de la agenda y la batalla diaria por el relato. Y suponen, de manera equivocada, que pueden convencer a la mayoría de la sociedad al homologar los reclamos de Moyano con el golpe institucional en Paraguay contra Fernando Lugo, como si una cosa y la otra tuvieran el mínimo punto de comparación.
¿Por qué la Cristina actual se parece tanto a la que tuvo que soportar la derrota legislativa en junio de 2009 y tan poco a la que ganó con el 54% de los votos en octubre del año pasado? Porque Ella ya no puede mostrar como virtud las dos circunstancias que la transformaron en imbatible. Una, sin duda, fue su viudez y la empatía que generaron su vida personal y el relato que Ella misma hizo de su calvario. Néstor Kirchner murió el 27 de octubre de 2010 y, más allá de sus constantes menciones y de que se sigue vistiendo de negro, es muy probable que la mayoría de la sociedad ya haya abandonado, hace rato, el período de duelo y luto.
La otra circunstancia que la hizo fuerte y casi indestructible fue la economía. El verano pasado fue uno de los mejores de la historia, pero a partir de febrero el consumo empezó a bajar, la actividad se empezó a estancar y el humor social empezó a cambiar, y todo indica que los niveles de rechazo al Gobierno y a su propia figura continuarán subiendo. Para colmo, la bomba de tiempo que representa el escándalo alrededor de su vicepresidente, Amado Boudou, todavía no fue desactivada y, cada vez que aparece un dato que confirma las sospechas de su impulso a la ex Ciccone, la imagen de la administración y de la Presidenta sufren un deterioro mayor.
Lo único que alienta a los «soldados» de Cristina Fernández es que la fuga de votos todavía no fue captada, de manera ostensible, por ningún dirigente de la oposición y que todavía sienten que tienen tiempo para dar vuelta la taba. «No nos van a poder ganar, porque ni Moyano, ni [Jorge] Lanata, ni [Héctor] Magnetto son candidatos a nada y ni Daniel [Scioli] ni [Mauricio] Macri pueden ir como cabeza de lista en las legislativas del año que viene. En cambio, los argentinos no van a tener ninguna duda de que los candidatos que nomine Cristina son los más leales a este proyecto, que fue el que produjo el mayor crecimiento sostenido de la Argentina», me dijo un senador nacional que tiene la camiseta puesta. El no se imagina una derrota parecida a la de 2009. Sin embargo, admite que no sería malo adelantar las elecciones para la mitad del año que viene, al mismo tiempo en que se anuncien nuevos aumentos para los jubilados y la administración pública. «Primero hay que pasar el verano y neutralizar el malhumor que producen las restricciones cambiarias. Después hay que poner a Cristina en la cancha para la campaña electoral. Ella es un tractor y no hay nadie que le llegue a los talones», terminó, siempre triunfalista, como si el tiempo se hubiera detenido en octubre de 2011.
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