Los últimos datos de la economía muestran señales recesivas más intensas, no obstante lo cual la inflación no baja del 23%/25% anual. Podría tratarse de una estanflación, mal que la Argentina contribuyó a bautizar hace exactamente 50 años (1962-63), cuando el PBI cayó 1% por año y la inflación fue 26% anual. Pero si la recesión se instala ya no será estanflación, o sea, estancamiento más inflación, sino algo más raro y difícil de corregir dado que se espera que en recesión la inflación baje y no sea muy alta. Argumentaré que aun así es posible combatir al mismo tiempo la inflación y la tendencia recesiva.
La inflación ha sido causa principal de los problemas económicos de hoy, incluso de la actual desaceleración o caída del nivel de actividad. Porque ella es alta se deterioró la competitividad, no se pudo devaluar como sí lo hizo Brasil y se acentuó la fuga de capitales al carecerse de instrumentos de ahorro doméstico rentables. Junto a las retenciones, las restricciones cuantitativas a las exportaciones y la obstinación del Gobierno de no acudir al mercado financiero para renovar al menos parte de los vencimientos de capital de su deuda, la inflación estuvo así en la raíz de la escasez de dólares creada en verdad por la propia política económica. Sus respuestas -violentas restricciones a las importaciones y un control de cambios casi prohibitivo- están dando lugar a una fuerte desaceleración o caída de la actividad económica -según los sectores- configurando así un ajuste peor que el que se juraba no realizar.
La situación es especialmente negativa por estar castigando dura y principalmente a la inversión dada la gran incertidumbre originada sobre todo en la política económica. Esto compromete la creación de empleo hoy y el crecimiento en el futuro. La crisis europea ha influido, sí, en la caída de las exportaciones, pero el grueso de la tendencia recesiva se debe a las políticas internas. Más allá de la habitual tranquilidad relativa de los precios en este como en todos los segundos trimestres la inflación se mantiene estable en base a una constante apreciación del peso y al atraso de las tarifas de energía y otros servicios públicos.
Cuanto más se postergue la solución de estos problemas peor será para todos. Pero el Gobierno no quiere reconocer la inflación y se aferra obstinadamente al camino elegido. Por ello la gran pregunta es si podrían atacarse los dos problemas sin demasiados cambios en la política económica. La respuesta no es muy optimista porque para reducir una inflación tan elevada es necesario coordinar expectativas con un plan más, eventualmente, acuerdos de precios y moderar la emisión monetaria, algo que está ocurriendo hoy en dosis homeopáticas. Esto último lleva a su vez a la necesidad de desacelerar el gasto público ya que parte relevante del gasto nacional está siendo financiada con adelantos del BCRA.
Las dificultades de varias provincias para pagar sueldos y aguinaldos revela a su vez que los ajustes suelen ser socialmente más costosos cuando no se atacan los problemas a tiempo. Aún sin coordinación de expectativas y sin un acuerdo de precios y salarios casi imposible por la fractura sindical sería posible reducir la inflación con las mencionadas políticas fiscales y monetarias, haciéndolas como quien juega al distraído para disimular . Lo propio ocurriría con un indeseable escenario 2009, cuando en plena crisis global la inflación cayó 10 puntos y permitió además devaluar a la brasileña casi un 20% en menos de un año. Pero en un escenario más normal y probable las políticas mencionadas serían contractivas y por ello harían falta otros instrumentos compensatorios. Sería clave en tal sentido aumentar la inversión (o evitar su derrumbe) desarmando gradualmente los patéticos controles cambiarios y de importaciones. La suba del precio de la soja -que podría llegar a límites impensados si no amengua la seca en los EE.UU.- brinda la excusa ideal para hacerlo, ya que faltarían menos dólares.
Otro instrumento posible, reconociendo implícitamente la inflación, sería permitir el ahorro bancario o de otro tipo (fideicomisos) y los contratos sobre inversiones (por ejemplo, inmobiliarias) ajustados por un índice realista, por ejemplo el de salarios. Esto daría una alternativa al ahorro en dólares -cierta pesificación genuina- y permitiría financiar el consumo pero sobre todo la inversión en construcción. Si bien el impacto en esta última es lento -como también lo será el del Plan Procrear- el sólo anuncio de esta medida reactivaría proyectos de construcción en carpeta.
Dicho sea de paso, el ajuste por precios también sería útil para evitar las pérdidas de solvencia del Fondo de Garantía de las jubilaciones que, tal como está anunciado, generará dicho plan en términos de su poder de pagos de pasividades futuras de igual poder adquisitivo. Más simple, se evitaría otra estafa a los jubilados.
La inflación ha sido causa principal de los problemas económicos de hoy, incluso de la actual desaceleración o caída del nivel de actividad. Porque ella es alta se deterioró la competitividad, no se pudo devaluar como sí lo hizo Brasil y se acentuó la fuga de capitales al carecerse de instrumentos de ahorro doméstico rentables. Junto a las retenciones, las restricciones cuantitativas a las exportaciones y la obstinación del Gobierno de no acudir al mercado financiero para renovar al menos parte de los vencimientos de capital de su deuda, la inflación estuvo así en la raíz de la escasez de dólares creada en verdad por la propia política económica. Sus respuestas -violentas restricciones a las importaciones y un control de cambios casi prohibitivo- están dando lugar a una fuerte desaceleración o caída de la actividad económica -según los sectores- configurando así un ajuste peor que el que se juraba no realizar.
La situación es especialmente negativa por estar castigando dura y principalmente a la inversión dada la gran incertidumbre originada sobre todo en la política económica. Esto compromete la creación de empleo hoy y el crecimiento en el futuro. La crisis europea ha influido, sí, en la caída de las exportaciones, pero el grueso de la tendencia recesiva se debe a las políticas internas. Más allá de la habitual tranquilidad relativa de los precios en este como en todos los segundos trimestres la inflación se mantiene estable en base a una constante apreciación del peso y al atraso de las tarifas de energía y otros servicios públicos.
Cuanto más se postergue la solución de estos problemas peor será para todos. Pero el Gobierno no quiere reconocer la inflación y se aferra obstinadamente al camino elegido. Por ello la gran pregunta es si podrían atacarse los dos problemas sin demasiados cambios en la política económica. La respuesta no es muy optimista porque para reducir una inflación tan elevada es necesario coordinar expectativas con un plan más, eventualmente, acuerdos de precios y moderar la emisión monetaria, algo que está ocurriendo hoy en dosis homeopáticas. Esto último lleva a su vez a la necesidad de desacelerar el gasto público ya que parte relevante del gasto nacional está siendo financiada con adelantos del BCRA.
Las dificultades de varias provincias para pagar sueldos y aguinaldos revela a su vez que los ajustes suelen ser socialmente más costosos cuando no se atacan los problemas a tiempo. Aún sin coordinación de expectativas y sin un acuerdo de precios y salarios casi imposible por la fractura sindical sería posible reducir la inflación con las mencionadas políticas fiscales y monetarias, haciéndolas como quien juega al distraído para disimular . Lo propio ocurriría con un indeseable escenario 2009, cuando en plena crisis global la inflación cayó 10 puntos y permitió además devaluar a la brasileña casi un 20% en menos de un año. Pero en un escenario más normal y probable las políticas mencionadas serían contractivas y por ello harían falta otros instrumentos compensatorios. Sería clave en tal sentido aumentar la inversión (o evitar su derrumbe) desarmando gradualmente los patéticos controles cambiarios y de importaciones. La suba del precio de la soja -que podría llegar a límites impensados si no amengua la seca en los EE.UU.- brinda la excusa ideal para hacerlo, ya que faltarían menos dólares.
Otro instrumento posible, reconociendo implícitamente la inflación, sería permitir el ahorro bancario o de otro tipo (fideicomisos) y los contratos sobre inversiones (por ejemplo, inmobiliarias) ajustados por un índice realista, por ejemplo el de salarios. Esto daría una alternativa al ahorro en dólares -cierta pesificación genuina- y permitiría financiar el consumo pero sobre todo la inversión en construcción. Si bien el impacto en esta última es lento -como también lo será el del Plan Procrear- el sólo anuncio de esta medida reactivaría proyectos de construcción en carpeta.
Dicho sea de paso, el ajuste por precios también sería útil para evitar las pérdidas de solvencia del Fondo de Garantía de las jubilaciones que, tal como está anunciado, generará dicho plan en términos de su poder de pagos de pasividades futuras de igual poder adquisitivo. Más simple, se evitaría otra estafa a los jubilados.