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Desde Caracas
Un país que producto de reposar en petróleo de a mares generó una cultura rentística, afirmada y expandida durante décadas.
Una burguesía salvaje que se apropió de la riqueza excluyendo a la inmensa mayoría.
Un hartazgo popular que dio nacimiento a un líder de masas formidable.
Una relación directa entre el líder y el pueblo, pero casi sin más herramienta que ésa para formar conciencia revolucionaria.
Una pretensión de construir el socialismo por vía democrática, con la realidad de la CIA y el Departamento de Estado en la jefatura ejecutiva de la oposición y el fantasma del fin de Salvador Allende.
Una necesidad de que el chavismo gane las elecciones del 7 de octubre en forma contundente porque de lo contrario, como reconocen los propios chavistas, se diluirá y hasta peligraría el estímulo para continuar avanzando.
Una seguridad de que lo igual, mejor o mucho mejor que están los venezolanos, gracias a Chávez, no es condición suficiente para ganar como se debe.
Una convicción de que las medias tintas no existen: es para adelante o inexorablemente para atrás, y para atrás es fascismo con ropaje republicano.
Una certeza de que sin Chávez no habría ni chavismo ni revolución, sólo resistencia.
Un interrogante sobre la salud del presidente.
Y un presidente que, sin sucesor posible y con más de trece años en el poder, sigue despertando un amor masivo que cuestiona a muchos de quienes lo rodean de cerca o a lo lejos.
Esos son algunos de los datos a tener en cuenta para tratar de entender este laberinto venezolano con algo más de profundidad que la que pueden transmitir la inquina feroz de los medios opositores, acá y allá; y la adhesión idílica al proceso bolivariano, sin el aporte de un pensamiento crítico imprescindible.
Cabe decir, por lo menos, dos cosas: que la sociedad venezolana muestra un alto grado de politización confrontativa, y que hay o no términos medios, según fuere que se hable de la figura personal de Hugo Chávez o de la impresión general en torno de su gobierno. Esto es muy interesante no sólo en lo estructural sino respecto de las elecciones de octubre, porque desde las más altas esferas del chavismo se convoca, públicamente, a redoblar esfuerzos para captar indecisos. Y el dibujo del indeciso tiene el contorno de lo recién señalado. Gente de clase media e incluso de sectores populares que, aunque lejos de la devoción por Chávez manifestada entre los segundos, respeta la gestión del presidente, cree que si fuera por él podría esperarse mucho más, confía en su patriotismo y honestidad. Pero no observa que encuentre salida a los niveles de corrupción, burocracia, anquilosamiento, inseguridad, inflación, en el orden que quiera dársele a esos factores. Gente que quisiera votar a Chávez, para entendernos rápido. Y que duda entre brindarle otra oportunidad u otorgársela a una oposición impresentable. Hay que detenerse unas líneas en esto último. No muchas, porque lo que cuenta en Venezuela es lo que haga o deje de hacer el chavismo; y nunca aquello de lo que es capaz la totalidad del arco opositor, por fuera de la queja, el insulto y, sobre todo, el odio en sí mismos. En Argentina esto sonará familiar.
La oposición es aquí una expresión acabada de los intereses norteamericanos en la región. Carece de todo discurso y programa que no sea la caracterización del chavismo como una dictadura progresiva. La oposición es la Casa Blanca. Uno se cansa de preguntar con quiénes puede hablarse que, además de eventual y electoralmente representativos, signifiquen hondura política. Y la respuesta, para la que también alcanza con leer y escuchar lo circulante en los medios, es, literalmente, “nadie”. De hecho, la campaña opositora se centra en un marketing que ni siquiera tiene dosis de creatividad frívola. Y en la calle no compite o pierde en proporción de diez a uno, no solamente porque el espacio público es atributo del entusiasmo chavista. Están huérfanos de líderes, u otra que de líderes: no tienen ni para empezar a hablar de algo que se parezca a carisma y recursos retóricos. Su candidato, Capriles Radonski, vendría a ser una desmejorada versión de Mauricio Macri.
En el punto de los liderazgos es igualmente necesario detenerse ya que, encima, sirve para redondear ciertos conceptos que incluyen a la oposición tanto como la exceden. Así como rige el convencimiento de que sin Chávez no hay ni chavismo ni progresismo ni avances populares ni radicalización posibles, se percibe que el engendro opositor es exactamente eso con el agravante de su ausencia de conductor. Sin embargo, ¿se puede liderar un engendro? ¿Es probable dirigir desde una mera antítesis vaciada de contenido? Claro que no. Los liderazgos se construyen. No pueden ser inventados desde comandos circunstanciales. Y aquí, a pesar de todas las dudas o certezas antedichas que van en (posible) desmedro del oficialismo, revolotea muy fuerte esa ecuación. Chávez, aun con sus limitaciones objetivas y subjetivas, aun con su cáncer a cuestas, aun con las dificultades impuestas por equipos de colaboradores, funcionarios y gobernadores al parecer poco eficaces, o directamente desprovistos de solidez ideológica, es un líder en positivo. Como Correa, como Cristina, como Evo. No hay nada en el mercado político venezolano que pueda parecérsele. Es una maravilla verlo, escucharlo y tomar nota de los relatos fascinantes que anotician de sus acciones y conexión populares. Quienes deseen contemplar la mitad vacía del vaso podrán aludir a que después de trece años Venezuela no mejoró su matriz productiva, que sus avances tecnológicos son entre escasos y nulos, que lo asistencial lleva demasiada ventaja sobre las perspectivas de desarrollo. Es tan fríamente cierto como injusto. Lo que llevó adelante Chávez en apenas trece años es un verdadero milagro, puesto en cotejo con el estándar de vida de las anchísimas franjas populares cuando asumió el poder. Solo. O mejor dicho, rodeado de una estructura que podrá serle afín en términos de declamación; pero imbuida de todos los vicios pequeñoburgueses habidos y por haber, por ser suaves. Alguien bien cercano a Chávez reconocía que más podría hablarse de intuición que de ideología. Con una sociedad malcriada, de relación laxa con las obligaciones laborales, acostumbrada a que el Estado es principio y fin y no un compromiso ciudadano de ida y vuelta, de veras que lo de Chávez es un milagro. Por eso también sería injusto que pierda, aunque nadie, al menos en voz alta, evalúa esa eventualidad. Más bien, y como se señaló en la declaración final del Foro de San Pablo, es la propia derecha quien reconoce que la ventaja oficial es ya indescontable. Y es por eso mismo que está citando la inevitabilidad de un fraude, de modo de preparar el terreno para desconocer o deslegitimar la victoria de Chávez.
Por cierto y por último, uno tiene la seguridad de que el 7 de octubre se juega bastante más que el resultado de unas elecciones venezolanas. En medio del proceso que vive Sudamérica, con tantos tintes esperanzadores y con tantas amenazas externas en consecuencia, que Venezuela afirme su rumbo tiene incidencia continental. Como este periodista escuchó por aquí, si falla Venezuela será que fallamos todos.

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