Toda la trayectoria política de Eva Perón -extremadamente breve- se condensa en los últimos siete años de su vida. Murió joven, tenía 33 años, pero alcanzó a encarnar un liderazgo popular, único, que no dejó a nadie indiferente. Y la conmovedora veneración de su memoria la convirtió en un mito que perdura, 60 años después.
El futuro la hizo pionera, en más de un sentido, y vale la pena rastrear esas huellas que dejaron marcas todavía vigentes para entender el ejercicio de la ciudadanía y el papel de las mujeres en la política y el poder.
Evita llegó a la política bajo la sombra de Perón y estaba muy consciente de la verticalidad que él imponía. Lo expresó en sus discursos de muchas y distintas maneras, aunque por cierto las frases que más impactan son las que ella registró en La razón de mi vida : [?] «Él con la inteligencia, yo, con el corazón; él preparado para la lucha, yo dispuesta a todo sin saber nada; el culto, yo simple; él enorme, y yo, pequeña; él, maestro, y yo, alumna. Él, la figura y yo la sombra [?.].
Desde un principio, sus apariciones muestran la desenvoltura propia de una actriz, pero todavía carecen de la intensidad gestual que será su sello de identidad, cuando finalmente elija ser «Evita». Su voluntad de protagonismo la obligó a soportar primero algún sofocón. En su relato biográfico Evita, imágenes de una pasión , Matilde Sánchez refiere su fallido estreno como única oradora en un acto de la campaña electoral de febrero de 1946. No puede hablar, las veinte mil mujeres que llenan el Luna Park han ido a escuchar al general, algunas incluso se levantan las faldas y gritan: «Queremos un hijo de Perón». El 4 de junio, en las escalinatas del Congreso de la Nación, cuando debuta como primera dama, se sostiene del brazo de la señora de Quijano, esposa del vicepresidente, pero está medio paso atrás. Nada en esa foto indica lo que vendrá. Pero la transformación es veloz, fulminante, aún si la medimos de acuerdo a los ritmos vitales de hoy.
Antes de finales de ese año, en una gira por el interior del país junto a Perón, Eva se muestra sonriente, caminan juntos, pero es ella la que saluda con el gesto del general. Todas las biografías coinciden, ella aprende muy rápido. Y ocupa un lugar: «Yo elegí la humilde tarea de atender los pequeños pedidos», dice en su autobiografía. Pero sucedió algo más, porque de qué otra manera puede interpretarse el énfasis que puso el mismo Perón para declarar frente al mundo que él era su Pigmalión. ¿Tenía necesidad? Retrospectivamente, sí. El 21 de abril de 1970, la revista Panoramatranscribe un párrafo clave de las memorias de Perón sobre Eva: «Eva Perón es un instrumento de mi creación. La preparé para que hiciera lo que hizo. Y su obra fue extraordinaria. […] Si Dios descendiera todos los días para solucionar los problemas de los hombres, ya hubiésemos perdido nuestro respeto por El y no faltaría algún tonto con deseos de reemplazarlo. Por esa razón, Dios obra por medio de la providencia. Ese fue el papel que desempeñó Eva: el de la Providencia».
¿Dónde aprendió Eva a ser Evita? Tres meses después de asumir el gobierno, Perón le asigna un despacho en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Allí ella mantiene un contacto directo con los trabajadores, no sólo con los sindicatos. Pregunta lo que no sabe, que es mucho, trabaja incansablemente y descubre el poder de decidir aun cuando permanece a la sombra del presidente. No hay acuerdo en la historiografía sobre cuánto hubo de autonomía en la actividad política de Evita en relación con Perón.
Pero lo que sí se advierte es cómo busca asociarse al poder de su mentor, una búsqueda que ella legitimó sin falso rubor con el esfuerzo de su trabajo cotidiano. Es su propia iracundia la que se lo permite, y así escapa, sin saberlo, sin pretenderlo siquiera, a la sombra vertical con la que la cubre su esposo. No sin ingenuidad, quiso validar sus méritos participando de la fórmula presidencial de 1951 y sufrió un desencanto inmediato. Sin embargo, su renunciamiento, dramático, convalidó su ambición.
La voluntad de poder político que mostró Evita -que no estaba todavía en la época asociada a lo femenino- habilitó desde entonces a todas las mujeres a pelear y a preguntarse, más allá de sus adscripciones partidarias, «¿por qué no?» Este impulso hoy continúa para exigir la paridad.
¿Cómo hizo Eva para trascender como Evita? La respuesta nos obliga a revisar su figura en la acción, cuando convierte su vocación de asistencia social en una estructura, enorme, la Fundación Eva Perón. Fue un organismo privado que dispuso del aparato del Estado y que tras su muerte no tuvo más continuidad que la que el mismo Perón le dio, al reemplazarla personalmente. Por cierto la historiografía discute su eficacia institucional.
No es éste su legado sino el contacto perdurable que ella busca. En 1948, al recibir una donación de la Bolsa de Comercio, Evita expresa: «No sé si los protocolos que antes han regido la vida de los estados han permitido o tolerado llegar a nuestros semejantes para mitigar sus dolores y consolar en la adversidad; pero mi corazón de mujer cristiana y argentina, me mueve a volcar mis sentimientos hacia los humildes, hacia los desvalidos, hacia los desheredados, llegando más allá de lo que al Estado le corresponde».
Su visión no deja de ser tradicional, de hecho retoma de la vieja Argentina la idea de la beneficencia, tan activa en las damas de la oligarquía hasta fines del siglo XIX pero que ha ido perdiendo fuerza, una función que los dirigentes conservadores de la década del 30, han vaciado de sentido sin reemplazarla por nada más, una deserción de la clase dominante que nadie disimula hasta el enfrentamiento de Eva con las damas de la Sociedad de Beneficencia. Es cierto que Evita no quiere repetir esa fórmula y lo explicita en La razón de mi vida : «Mi obra no es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad social, ni es beneficencia. [?] Para mí, es estrictamente justicia. [?] La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes».
No era fácil para ella poner en palabras esos sentimientos, inconfesables en la época, que aludían al desprecio sufrido en carne propia. Pero a pesar de la distorsión que genera la visión retrospectiva, y los resguardos que exige no caer en anacronismos, no sorprende tanto lo que ella dice como lo que ella hace, porque francamente es aquí donde marca una diferencia y deja otra profunda huella. Evita hizo antes que nadie lo que después toda la dirigencia ha necesitado reeditar.
Una multitud la espera, atiende a todos, da la mano, acaricia la cabeza de los niños, se inclina y sonríe, levanta ambos brazos y saluda, ya es Evita con su infaltable rodete, con guantes, sin guantes, enérgica, y austera. Parece infatigable. Su contacto directo, su mirada, vale más que la ayuda material solicitada. Y mientras Perón con su sonrisa gardeliana saluda cordial, pero sin tocar, ella lo hace hasta la efusividad y entonces su imagen es extraordinariamente real.
Evita se convirtió en una estrella, la primera de nuestro firmamento político. Ella que había abandonado la actuación, fundió en su persona la fama y el poder y lo hizo de manera intuitiva. Se anticipó junto con Perón a una tendencia que progresará, en la política de las sociedades del Norte -animada por la televisión y el cine- una década después. Pero su fórmula seguirá siendo única porque fue «la abanderada de los humildes».
© La Nacion.
El futuro la hizo pionera, en más de un sentido, y vale la pena rastrear esas huellas que dejaron marcas todavía vigentes para entender el ejercicio de la ciudadanía y el papel de las mujeres en la política y el poder.
Evita llegó a la política bajo la sombra de Perón y estaba muy consciente de la verticalidad que él imponía. Lo expresó en sus discursos de muchas y distintas maneras, aunque por cierto las frases que más impactan son las que ella registró en La razón de mi vida : [?] «Él con la inteligencia, yo, con el corazón; él preparado para la lucha, yo dispuesta a todo sin saber nada; el culto, yo simple; él enorme, y yo, pequeña; él, maestro, y yo, alumna. Él, la figura y yo la sombra [?.].
Desde un principio, sus apariciones muestran la desenvoltura propia de una actriz, pero todavía carecen de la intensidad gestual que será su sello de identidad, cuando finalmente elija ser «Evita». Su voluntad de protagonismo la obligó a soportar primero algún sofocón. En su relato biográfico Evita, imágenes de una pasión , Matilde Sánchez refiere su fallido estreno como única oradora en un acto de la campaña electoral de febrero de 1946. No puede hablar, las veinte mil mujeres que llenan el Luna Park han ido a escuchar al general, algunas incluso se levantan las faldas y gritan: «Queremos un hijo de Perón». El 4 de junio, en las escalinatas del Congreso de la Nación, cuando debuta como primera dama, se sostiene del brazo de la señora de Quijano, esposa del vicepresidente, pero está medio paso atrás. Nada en esa foto indica lo que vendrá. Pero la transformación es veloz, fulminante, aún si la medimos de acuerdo a los ritmos vitales de hoy.
Antes de finales de ese año, en una gira por el interior del país junto a Perón, Eva se muestra sonriente, caminan juntos, pero es ella la que saluda con el gesto del general. Todas las biografías coinciden, ella aprende muy rápido. Y ocupa un lugar: «Yo elegí la humilde tarea de atender los pequeños pedidos», dice en su autobiografía. Pero sucedió algo más, porque de qué otra manera puede interpretarse el énfasis que puso el mismo Perón para declarar frente al mundo que él era su Pigmalión. ¿Tenía necesidad? Retrospectivamente, sí. El 21 de abril de 1970, la revista Panoramatranscribe un párrafo clave de las memorias de Perón sobre Eva: «Eva Perón es un instrumento de mi creación. La preparé para que hiciera lo que hizo. Y su obra fue extraordinaria. […] Si Dios descendiera todos los días para solucionar los problemas de los hombres, ya hubiésemos perdido nuestro respeto por El y no faltaría algún tonto con deseos de reemplazarlo. Por esa razón, Dios obra por medio de la providencia. Ese fue el papel que desempeñó Eva: el de la Providencia».
¿Dónde aprendió Eva a ser Evita? Tres meses después de asumir el gobierno, Perón le asigna un despacho en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Allí ella mantiene un contacto directo con los trabajadores, no sólo con los sindicatos. Pregunta lo que no sabe, que es mucho, trabaja incansablemente y descubre el poder de decidir aun cuando permanece a la sombra del presidente. No hay acuerdo en la historiografía sobre cuánto hubo de autonomía en la actividad política de Evita en relación con Perón.
Pero lo que sí se advierte es cómo busca asociarse al poder de su mentor, una búsqueda que ella legitimó sin falso rubor con el esfuerzo de su trabajo cotidiano. Es su propia iracundia la que se lo permite, y así escapa, sin saberlo, sin pretenderlo siquiera, a la sombra vertical con la que la cubre su esposo. No sin ingenuidad, quiso validar sus méritos participando de la fórmula presidencial de 1951 y sufrió un desencanto inmediato. Sin embargo, su renunciamiento, dramático, convalidó su ambición.
La voluntad de poder político que mostró Evita -que no estaba todavía en la época asociada a lo femenino- habilitó desde entonces a todas las mujeres a pelear y a preguntarse, más allá de sus adscripciones partidarias, «¿por qué no?» Este impulso hoy continúa para exigir la paridad.
¿Cómo hizo Eva para trascender como Evita? La respuesta nos obliga a revisar su figura en la acción, cuando convierte su vocación de asistencia social en una estructura, enorme, la Fundación Eva Perón. Fue un organismo privado que dispuso del aparato del Estado y que tras su muerte no tuvo más continuidad que la que el mismo Perón le dio, al reemplazarla personalmente. Por cierto la historiografía discute su eficacia institucional.
No es éste su legado sino el contacto perdurable que ella busca. En 1948, al recibir una donación de la Bolsa de Comercio, Evita expresa: «No sé si los protocolos que antes han regido la vida de los estados han permitido o tolerado llegar a nuestros semejantes para mitigar sus dolores y consolar en la adversidad; pero mi corazón de mujer cristiana y argentina, me mueve a volcar mis sentimientos hacia los humildes, hacia los desvalidos, hacia los desheredados, llegando más allá de lo que al Estado le corresponde».
Su visión no deja de ser tradicional, de hecho retoma de la vieja Argentina la idea de la beneficencia, tan activa en las damas de la oligarquía hasta fines del siglo XIX pero que ha ido perdiendo fuerza, una función que los dirigentes conservadores de la década del 30, han vaciado de sentido sin reemplazarla por nada más, una deserción de la clase dominante que nadie disimula hasta el enfrentamiento de Eva con las damas de la Sociedad de Beneficencia. Es cierto que Evita no quiere repetir esa fórmula y lo explicita en La razón de mi vida : «Mi obra no es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad social, ni es beneficencia. [?] Para mí, es estrictamente justicia. [?] La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes».
No era fácil para ella poner en palabras esos sentimientos, inconfesables en la época, que aludían al desprecio sufrido en carne propia. Pero a pesar de la distorsión que genera la visión retrospectiva, y los resguardos que exige no caer en anacronismos, no sorprende tanto lo que ella dice como lo que ella hace, porque francamente es aquí donde marca una diferencia y deja otra profunda huella. Evita hizo antes que nadie lo que después toda la dirigencia ha necesitado reeditar.
Una multitud la espera, atiende a todos, da la mano, acaricia la cabeza de los niños, se inclina y sonríe, levanta ambos brazos y saluda, ya es Evita con su infaltable rodete, con guantes, sin guantes, enérgica, y austera. Parece infatigable. Su contacto directo, su mirada, vale más que la ayuda material solicitada. Y mientras Perón con su sonrisa gardeliana saluda cordial, pero sin tocar, ella lo hace hasta la efusividad y entonces su imagen es extraordinariamente real.
Evita se convirtió en una estrella, la primera de nuestro firmamento político. Ella que había abandonado la actuación, fundió en su persona la fama y el poder y lo hizo de manera intuitiva. Se anticipó junto con Perón a una tendencia que progresará, en la política de las sociedades del Norte -animada por la televisión y el cine- una década después. Pero su fórmula seguirá siendo única porque fue «la abanderada de los humildes».
© La Nacion.