Infografía: La deuda pública argentina
Más notas para entender este tema
Cristina ratificó los controles a la economía
Elogios y críticas solapadas de un auditorio dividido
Se van US$ 7,8 de cada 10 pagados
Si la presidenta Cristina Kirchner no hubiera aclarado anoche en la Bolsa de Comercio que el pago final del Boden 2012 era un motivo de reflexión y no de festejo, éste habría tenido un clima extraño. Salvando las distancias, se habría asemejado a la celebración de alguien que logra cancelar la última cuota de un gravoso préstamo hipotecario en dólares. Y que, en medio de la euforia, deja de lado que sus ingresos no le alcanzan para vivir, que tiene una deuda cada vez más alta con sus familiares, que desde hace años no tiene acceso a nuevos créditos y que debería pagar tasas usurarias si intentara financiar a largo plazo cualquier mejora o ampliación.
El país que describió Cristina Kirchner corresponde a la primera parte del relato y omite cuidadosamente la segunda.
Por un lado, se justifica que la Presidenta capitalizara políticamente la cancelación del Boden 2012 con el pago en efectivo de 2197 millones de dólares, a poco más de diez años de la crisis de 2001/2002, provocada por el estallido de la convertibilidad, el default de la deuda y sus traumáticas secuelas. También que resaltara el éxito de la posterior política de desendeudamiento, que más por necesidad que por otra cosa permitió que la deuda pública equivalga ahora a sólo 41,8% del PBI, cuando en 2002 trepaba a más de 165%, un ratio comparable al que gatilló la actual crisis de Grecia. De aquella proporción, sólo 19% del PBI corresponde a deuda en moneda extranjera.
Claramente, esta relación reduce la vulnerabilidad de la economía argentina frente a crisis externas. A ello se suma -aunque no lo dijo- que los vencimientos para los próximos dos años serán sustancialmente inferiores a los de los dos últimos, que a falta de superávit fiscal, debieron atenderse con reservas del Banco Central.
Y hasta se permitió empalmar esos indicadores con el anticipado anuncio del aumento de 11,42% para las jubilaciones a partir de septiembre, al sólo efecto de dejar en claro que es posible el «crecimiento sin ajuste». Una situación verdaderamente ideal, si ocurriera lo que hoy no ocurre: que el PBI siguiera creciendo a «tasas chinas», que la inflación fuera aun inferior a los ficticios índices del Indec y que los jubilados que cobran la mínima pudieran arreglárselas desde el mes próximo con 64 pesos diarios.
Por otro lado, en el extenso discurso de anoche también hubo datos que brillaron por su ausencia. Por lo pronto, no fueron invitados al acto, ni mencionados, el ex ministro de Economía Roberto Lavagna ni el ex secretario de Finanzas Guillermo Nielsen, artífices de la arquitectura financiera del canje de deuda de 2005. Esta operación -completada en 2010 por Amado Boudou, ausente ayer por otras razones más obvias- permitió una quita de casi 50% sobre más de 100.000 millones de dólares en títulos en default.
Como de costumbre, Cristina Kirchner ignoró olímpicamente la inflación al presentar cifras en pesos como si éstos tuvieran el mismo poder adquisitivo en 2003 que en 2011. Y a su correlato de atraso cambiario, que sólo atribuyó al «club de devaluadores».
En este relato a medias tampoco dijo que el fin de la etapa del corralito y del corralón coincide ahora con el rígido cepo cambiario, con la caída de casi 50% de los depósitos en dólares en el sistema financiero y con un nivel de reservas del BCRA que desde hoy será inferior al de diciembre de 2011.
También fue y vino por la economía local y mundial entremezclando a voluntad causas y efectos. Defendió las restricciones a la importación, al precisar que la Argentina necesita divisas para insumos (por ejemplo, 200 millones de dólares en anticuerpos monoclonales), pero no mencionó las importaciones de 10.000 millones de dólares en gas y combustibles. O que el Gobierno impida el giro de utilidades, sin hacer referencia a la fuerte caída de la inversión.
Tampoco formó parte del relato que la deuda pública se pague hoy con impuesto inflacionario, al concentrarse en el propio sector público y especialmente con el BCRA (que financia al Tesoro en el equivalente a 3,5% del PBI). Ni que parte de la deuda con la Anses esté constituida por títulos en pesos ajustables (por el CER), desvalorizados debido a los inverosímiles índices de precios del Indec.
Cristina Kirchner exaltó finalmente la virtud de no endeudarse, como si fuera lo mismo hacerlo para pagar sueldos estatales que para financiar a largo plazo represas hidroeléctricas o la transformación en autopistas de peligrosas rutas nacionales por peaje.
Esta visión oculta que, en realidad, el Gobierno hace años está imposibilitado de tomar crédito a tasas razonables, ya que con un riesgo país récord pagaría tasas más altas que España o Italia. Y que el tantas veces anunciado y postergado acuerdo con el Club de París le impide financiar inversiones en infraestructura que aliviarían la deficitaria situación fiscal..
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El país que describió Cristina Kirchner corresponde a la primera parte del relato y omite cuidadosamente la segunda.
Por un lado, se justifica que la Presidenta capitalizara políticamente la cancelación del Boden 2012 con el pago en efectivo de 2197 millones de dólares, a poco más de diez años de la crisis de 2001/2002, provocada por el estallido de la convertibilidad, el default de la deuda y sus traumáticas secuelas. También que resaltara el éxito de la posterior política de desendeudamiento, que más por necesidad que por otra cosa permitió que la deuda pública equivalga ahora a sólo 41,8% del PBI, cuando en 2002 trepaba a más de 165%, un ratio comparable al que gatilló la actual crisis de Grecia. De aquella proporción, sólo 19% del PBI corresponde a deuda en moneda extranjera.
Claramente, esta relación reduce la vulnerabilidad de la economía argentina frente a crisis externas. A ello se suma -aunque no lo dijo- que los vencimientos para los próximos dos años serán sustancialmente inferiores a los de los dos últimos, que a falta de superávit fiscal, debieron atenderse con reservas del Banco Central.
Y hasta se permitió empalmar esos indicadores con el anticipado anuncio del aumento de 11,42% para las jubilaciones a partir de septiembre, al sólo efecto de dejar en claro que es posible el «crecimiento sin ajuste». Una situación verdaderamente ideal, si ocurriera lo que hoy no ocurre: que el PBI siguiera creciendo a «tasas chinas», que la inflación fuera aun inferior a los ficticios índices del Indec y que los jubilados que cobran la mínima pudieran arreglárselas desde el mes próximo con 64 pesos diarios.
Por otro lado, en el extenso discurso de anoche también hubo datos que brillaron por su ausencia. Por lo pronto, no fueron invitados al acto, ni mencionados, el ex ministro de Economía Roberto Lavagna ni el ex secretario de Finanzas Guillermo Nielsen, artífices de la arquitectura financiera del canje de deuda de 2005. Esta operación -completada en 2010 por Amado Boudou, ausente ayer por otras razones más obvias- permitió una quita de casi 50% sobre más de 100.000 millones de dólares en títulos en default.
Como de costumbre, Cristina Kirchner ignoró olímpicamente la inflación al presentar cifras en pesos como si éstos tuvieran el mismo poder adquisitivo en 2003 que en 2011. Y a su correlato de atraso cambiario, que sólo atribuyó al «club de devaluadores».
En este relato a medias tampoco dijo que el fin de la etapa del corralito y del corralón coincide ahora con el rígido cepo cambiario, con la caída de casi 50% de los depósitos en dólares en el sistema financiero y con un nivel de reservas del BCRA que desde hoy será inferior al de diciembre de 2011.
También fue y vino por la economía local y mundial entremezclando a voluntad causas y efectos. Defendió las restricciones a la importación, al precisar que la Argentina necesita divisas para insumos (por ejemplo, 200 millones de dólares en anticuerpos monoclonales), pero no mencionó las importaciones de 10.000 millones de dólares en gas y combustibles. O que el Gobierno impida el giro de utilidades, sin hacer referencia a la fuerte caída de la inversión.
Tampoco formó parte del relato que la deuda pública se pague hoy con impuesto inflacionario, al concentrarse en el propio sector público y especialmente con el BCRA (que financia al Tesoro en el equivalente a 3,5% del PBI). Ni que parte de la deuda con la Anses esté constituida por títulos en pesos ajustables (por el CER), desvalorizados debido a los inverosímiles índices de precios del Indec.
Cristina Kirchner exaltó finalmente la virtud de no endeudarse, como si fuera lo mismo hacerlo para pagar sueldos estatales que para financiar a largo plazo represas hidroeléctricas o la transformación en autopistas de peligrosas rutas nacionales por peaje.
Esta visión oculta que, en realidad, el Gobierno hace años está imposibilitado de tomar crédito a tasas razonables, ya que con un riesgo país récord pagaría tasas más altas que España o Italia. Y que el tantas veces anunciado y postergado acuerdo con el Club de París le impide financiar inversiones en infraestructura que aliviarían la deficitaria situación fiscal..