Falta muy poco para el bicentenario de la Asamblea del Año XIII, que, entre otras cruciales medidas, dispuso la abolición de la esclavitud. Tal vez sin tener demasiada conciencia de eso, o sí, la Presidenta pone gran parte de la energía de esta etapa de su vida en procurar la abolición del periodismo tal cual lo conocimos. Y detrás de ella, suscriben todos los que la siguen, redoblando sus apuestas para ganarse su distinción permanente.
Como máximos representantes actuales del Estado, estimulan con todas sus fuerzas que pegarles al periodismo y a los periodistas indiscriminadamente se convierta en deporte nacional. El «viento de cola» que implican el auge de las redes sociales y su naturaleza depredatoria favorece ese objetivo. En su cadena nacional número 13 en lo que va del año, que duró más de una hora, la jefa del Estado lanzó anteayer un globo de ensayo para nada inocente, al explicitar su deseo de que una ley de ética pública, similar a la que deben observar los funcionarios, tendría que aplicarse al periodismo. No es difícil deducir que, alentándose en su entorno la obsecuencia más extrema, no se produzcan en los próximos días «novedades» al respecto.
Si se vilipendia de manera sistemática a quienes develan el caso Ciccone, la corrupción detrás de la tarjeta SUBE, las insólitas andanzas del Vatayón Militante, los increíbles números del Indec, las nefastas restricciones al comercio exterior y al mercado de divisas, el desmanejo de los dineros públicos y la suicida distribución de subsidios, todo eso se convierte en pura hojarasca y pierde sustento. Se trata de horadar la credibilidad del periodismo. Hacia allí están apuntados todos los cañones.
El periodismo profesional tiene infinitas fallas y, como cualquier otro sector de la sociedad, no está exento de corrupción y de irregularidades (que, si son comprobadas, sólo deben ser investigadas por la Justicia independiente, sin la menor presión política), pero no nos engañemos: no es esto lo que más molesta del periodismo, sino su afán investigativo y la opinión de sus más prestigiosos columnistas. Esta tesis es fácilmente comprobable: muchos colegas que eran humildes periodistas en 2003, hoy son notables potentados del pluriempleo rentado, con el beneplácito de la señora Cristina y sus obedientes adláteres.
Flota la ilusión, y ya se vienen haciendo ingentes esfuerzos en esa dirección, para reemplazar al periodismo por una imitación más gris y de peor calidad pero, por sobre todo, definitivamente más dócil. Un gacetillismo, permítaseme el neologismo, que sólo difunda, sin interpretaciones críticas, la profusa producción oral de Cristina Kirchner y las acciones de su gobierno, sin mayores observaciones. Una suerte de aplaudidores profesionalizados que exaltan y convierten en relatos epopéyicos hasta sus más insignificantes requiebres pero que, al mismo tiempo, saben mirar para otro lado, o esconder debajo de la alfombra, aquellas cosas que molestan o que no salieron tan bien o que plantean dificultades a futuro.
La vida color de rosa. Todo debe brillar y nada puede opacar. Objetivo: la Argentina convertida en «Cristilandia».
Frente a una oposición ausente, dislocada y sin verdadera vocación por ocupar el poder cuando se renueven los mandatos, el escaso periodismo crítico que va quedando parece ocupar su lugar y así el Gobierno lo visualiza como el enemigo a vencer.
Pero así como el oficialismo cataloga de mera «sensación» a la inseguridad, hay que decirle que también es sólo su «sensación» que ese periodismo no adicto pretende disputarle su poder. Los medios no van a las urnas ni aspiran a cargos electivos, aunque diariamente y hasta minuto a minuto (en sus expresiones audiovisuales y en Internet) deben saberse ganar el favor de las audiencias. Y eso es lo que hacen. No confundir «audiencia» con «electorado», que, aunque están conformados por las mismas personas, actúan de muy diferente manera cuando se invisten de una u otra forma.
Esta es la gran y paradójica bronca del Gobierno: habiendo ganado las elecciones por el 54% del padrón electoral, no tiene la misma suerte en su repercusión mediática, y eso que se esfuerza cada día por agrandar aún más su ya inmenso conglomerado de medios y periodistas que actúan a su favor. Aparte de la confusión de creer que el 54% es todo, sin tener en cuenta al 46% restante, al cual ignoran y, si pueden, humillan.
Así como la jefa del Estado invita a los medios y periodistas a candidatearse a cargos electivos y que las urnas decidan, un consejo similar habría que darle a ella, ya que es evidente que tiene una vocación innata, hasta ahora frustrada, de ser editora de alguna publicación periodística. No hay más que verla fascinada con sus «filminas» o diarios en mano, señalando cómo se debe titular. No hay más que escucharla cuando imagina cada dos o tres frases cómo los diarios del día siguiente darán cuenta de sus palabras. El tema es que CFK ya edita personalmente o a través de personeros de su absoluta confianza cantidades de medios afines en todos los soportes conocidos.
En efecto, se consolida (al menos en lo numérico, no así en la creación de audiencias reales e influyentes) lo que ha dado en llamarse el «amigopolio», nutrido por medios públicos manejados de manera facciosa (Canal 7, las ondas de Radio Nacional, Télam y algunas de las señales de la Televisión Digital Terrestre); los paraestatales, que en apariencia son privados, pero que se sostienen fundamentalmente gracias a la discrecional pauta oficial que los favorece (Tiempo Argentino, CN23 y El Argentino); los cooptados (medios comprados por empresarios «amigos», como Crónica, Ambito Financiero, BAE, C5N, Veintitrés y América), y los militantes o propagandistas activos (Diego Gvirtz y sus programas 6,7,8, Duro de domar, TVR más Diario Registrado); Víctor Hugo Morales y Hebe de Bonafini, ambos con continuos contenidos en radio, TV, Internet y medios impresos. En este tan particular contexto, Página 12 sería el único medio genuinamente K (aunque también recibe «estimulantes»).
Según un informe del Ministerio de Desarrollo Social, que relevó la orientación política de casi 500 medios nacionales, el 96% simpatiza con el Gobierno con matices que van desde ser furibundos kirchneristas hasta tener coincidencias parciales o ser discretamente neutrales. Todo este enorme caudal de páginas y de días enteros de transmisión, que cuesta una millonada sostener, no suele contar con audiencias masivas no sólo porque no se esmeran en ser creíbles, sino porque son monocordes, previsibles y ofrecen un menú poco variado y fatigoso, de muy poca o nula empatía con el público más tradicional. Lo mismo sucede con los intelectuales de Carta Abierta, que, autoimpedidos de criticar los puntos flacos de quienes ocupan hoy en día el poder institucional de la Argentina, disparan hacia los poderes privados haciendo creer, en una aviesa malversación, que se trata de una unidad compacta y que, además, ése es el poder «real».
Sólo las tandas monopolizadas por el Gobierno del Fútbol para Todos mueven el amperímetro, porque he ahí un contenido que sí le interesa a la gente.
Como la Presidenta no es tonta y se ha dado cuenta de esa situación, se ha cargado también esa mochila y ahí va con sus nuevas labores televisivas, que han comenzado a arruinarle su estimable oratoria para involucionar hacia lo más nefasto de ese medio, con vulgaridades y toscos giros que hasta no hace mucho le eran totalmente ajenos.
Una vez más, anteayer, además de lanzar la idea de una ley de ética para la prensa, la primera mandataria volvió a apelar al «escrache» al apuntar a una persona. Desde el mismo atril de la más alta magistratura del país acusó hace un tiempo a dos periodistas de nazis; recientemente se metió en un berenjenal al confundir y maltratar a un par de voceros de una inmobiliaria, uno de los cuales no tenía al día su declaración jurada, y anteayer culpó a un colega de publicar noticias de posibles cambios en la dirección de YPF porque ha dejado de percibir directa o indirectamente cargados honorarios de esa compañía, suficiente material para que todas las usinas oficialistas mencionadas más arriba y los militantes virtuales se den a la tarea de demoler con todas sus fuerzas a la nueva víctima propiciatoria.
Para demostrar que esto no es nuevo, cerramos esta nota con una cita de 1951 -gran y paradójica reflexión, por venir de quien viene- que sirve para aplicarla a cualquier tipo de campaña agitada por fuera de la verdad cuando se quiere vender gato por liebre, ya sea desde algún órgano periodístico privado o, peor aún, desde el Estado (que es más grave porque nos representa a todos, y no a una parcialidad): «Las campañas sincronizadas en base de noticias fabricadas, calumnias inauditas y falsedades de a puño no son en manera alguna peligrosas para nadie, pues los pueblos han llegado a descubrir la verdad a través de la mentira». ¿Quién lo dijo?: Juan Domingo Perón.
© La Nacion.
Como máximos representantes actuales del Estado, estimulan con todas sus fuerzas que pegarles al periodismo y a los periodistas indiscriminadamente se convierta en deporte nacional. El «viento de cola» que implican el auge de las redes sociales y su naturaleza depredatoria favorece ese objetivo. En su cadena nacional número 13 en lo que va del año, que duró más de una hora, la jefa del Estado lanzó anteayer un globo de ensayo para nada inocente, al explicitar su deseo de que una ley de ética pública, similar a la que deben observar los funcionarios, tendría que aplicarse al periodismo. No es difícil deducir que, alentándose en su entorno la obsecuencia más extrema, no se produzcan en los próximos días «novedades» al respecto.
Si se vilipendia de manera sistemática a quienes develan el caso Ciccone, la corrupción detrás de la tarjeta SUBE, las insólitas andanzas del Vatayón Militante, los increíbles números del Indec, las nefastas restricciones al comercio exterior y al mercado de divisas, el desmanejo de los dineros públicos y la suicida distribución de subsidios, todo eso se convierte en pura hojarasca y pierde sustento. Se trata de horadar la credibilidad del periodismo. Hacia allí están apuntados todos los cañones.
El periodismo profesional tiene infinitas fallas y, como cualquier otro sector de la sociedad, no está exento de corrupción y de irregularidades (que, si son comprobadas, sólo deben ser investigadas por la Justicia independiente, sin la menor presión política), pero no nos engañemos: no es esto lo que más molesta del periodismo, sino su afán investigativo y la opinión de sus más prestigiosos columnistas. Esta tesis es fácilmente comprobable: muchos colegas que eran humildes periodistas en 2003, hoy son notables potentados del pluriempleo rentado, con el beneplácito de la señora Cristina y sus obedientes adláteres.
Flota la ilusión, y ya se vienen haciendo ingentes esfuerzos en esa dirección, para reemplazar al periodismo por una imitación más gris y de peor calidad pero, por sobre todo, definitivamente más dócil. Un gacetillismo, permítaseme el neologismo, que sólo difunda, sin interpretaciones críticas, la profusa producción oral de Cristina Kirchner y las acciones de su gobierno, sin mayores observaciones. Una suerte de aplaudidores profesionalizados que exaltan y convierten en relatos epopéyicos hasta sus más insignificantes requiebres pero que, al mismo tiempo, saben mirar para otro lado, o esconder debajo de la alfombra, aquellas cosas que molestan o que no salieron tan bien o que plantean dificultades a futuro.
La vida color de rosa. Todo debe brillar y nada puede opacar. Objetivo: la Argentina convertida en «Cristilandia».
Frente a una oposición ausente, dislocada y sin verdadera vocación por ocupar el poder cuando se renueven los mandatos, el escaso periodismo crítico que va quedando parece ocupar su lugar y así el Gobierno lo visualiza como el enemigo a vencer.
Pero así como el oficialismo cataloga de mera «sensación» a la inseguridad, hay que decirle que también es sólo su «sensación» que ese periodismo no adicto pretende disputarle su poder. Los medios no van a las urnas ni aspiran a cargos electivos, aunque diariamente y hasta minuto a minuto (en sus expresiones audiovisuales y en Internet) deben saberse ganar el favor de las audiencias. Y eso es lo que hacen. No confundir «audiencia» con «electorado», que, aunque están conformados por las mismas personas, actúan de muy diferente manera cuando se invisten de una u otra forma.
Esta es la gran y paradójica bronca del Gobierno: habiendo ganado las elecciones por el 54% del padrón electoral, no tiene la misma suerte en su repercusión mediática, y eso que se esfuerza cada día por agrandar aún más su ya inmenso conglomerado de medios y periodistas que actúan a su favor. Aparte de la confusión de creer que el 54% es todo, sin tener en cuenta al 46% restante, al cual ignoran y, si pueden, humillan.
Así como la jefa del Estado invita a los medios y periodistas a candidatearse a cargos electivos y que las urnas decidan, un consejo similar habría que darle a ella, ya que es evidente que tiene una vocación innata, hasta ahora frustrada, de ser editora de alguna publicación periodística. No hay más que verla fascinada con sus «filminas» o diarios en mano, señalando cómo se debe titular. No hay más que escucharla cuando imagina cada dos o tres frases cómo los diarios del día siguiente darán cuenta de sus palabras. El tema es que CFK ya edita personalmente o a través de personeros de su absoluta confianza cantidades de medios afines en todos los soportes conocidos.
En efecto, se consolida (al menos en lo numérico, no así en la creación de audiencias reales e influyentes) lo que ha dado en llamarse el «amigopolio», nutrido por medios públicos manejados de manera facciosa (Canal 7, las ondas de Radio Nacional, Télam y algunas de las señales de la Televisión Digital Terrestre); los paraestatales, que en apariencia son privados, pero que se sostienen fundamentalmente gracias a la discrecional pauta oficial que los favorece (Tiempo Argentino, CN23 y El Argentino); los cooptados (medios comprados por empresarios «amigos», como Crónica, Ambito Financiero, BAE, C5N, Veintitrés y América), y los militantes o propagandistas activos (Diego Gvirtz y sus programas 6,7,8, Duro de domar, TVR más Diario Registrado); Víctor Hugo Morales y Hebe de Bonafini, ambos con continuos contenidos en radio, TV, Internet y medios impresos. En este tan particular contexto, Página 12 sería el único medio genuinamente K (aunque también recibe «estimulantes»).
Según un informe del Ministerio de Desarrollo Social, que relevó la orientación política de casi 500 medios nacionales, el 96% simpatiza con el Gobierno con matices que van desde ser furibundos kirchneristas hasta tener coincidencias parciales o ser discretamente neutrales. Todo este enorme caudal de páginas y de días enteros de transmisión, que cuesta una millonada sostener, no suele contar con audiencias masivas no sólo porque no se esmeran en ser creíbles, sino porque son monocordes, previsibles y ofrecen un menú poco variado y fatigoso, de muy poca o nula empatía con el público más tradicional. Lo mismo sucede con los intelectuales de Carta Abierta, que, autoimpedidos de criticar los puntos flacos de quienes ocupan hoy en día el poder institucional de la Argentina, disparan hacia los poderes privados haciendo creer, en una aviesa malversación, que se trata de una unidad compacta y que, además, ése es el poder «real».
Sólo las tandas monopolizadas por el Gobierno del Fútbol para Todos mueven el amperímetro, porque he ahí un contenido que sí le interesa a la gente.
Como la Presidenta no es tonta y se ha dado cuenta de esa situación, se ha cargado también esa mochila y ahí va con sus nuevas labores televisivas, que han comenzado a arruinarle su estimable oratoria para involucionar hacia lo más nefasto de ese medio, con vulgaridades y toscos giros que hasta no hace mucho le eran totalmente ajenos.
Una vez más, anteayer, además de lanzar la idea de una ley de ética para la prensa, la primera mandataria volvió a apelar al «escrache» al apuntar a una persona. Desde el mismo atril de la más alta magistratura del país acusó hace un tiempo a dos periodistas de nazis; recientemente se metió en un berenjenal al confundir y maltratar a un par de voceros de una inmobiliaria, uno de los cuales no tenía al día su declaración jurada, y anteayer culpó a un colega de publicar noticias de posibles cambios en la dirección de YPF porque ha dejado de percibir directa o indirectamente cargados honorarios de esa compañía, suficiente material para que todas las usinas oficialistas mencionadas más arriba y los militantes virtuales se den a la tarea de demoler con todas sus fuerzas a la nueva víctima propiciatoria.
Para demostrar que esto no es nuevo, cerramos esta nota con una cita de 1951 -gran y paradójica reflexión, por venir de quien viene- que sirve para aplicarla a cualquier tipo de campaña agitada por fuera de la verdad cuando se quiere vender gato por liebre, ya sea desde algún órgano periodístico privado o, peor aún, desde el Estado (que es más grave porque nos representa a todos, y no a una parcialidad): «Las campañas sincronizadas en base de noticias fabricadas, calumnias inauditas y falsedades de a puño no son en manera alguna peligrosas para nadie, pues los pueblos han llegado a descubrir la verdad a través de la mentira». ¿Quién lo dijo?: Juan Domingo Perón.
© La Nacion.