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06.11.2012 |opinión
Una vez conocido el resultado de las elecciones en Estados Unidos, todos los medios masivos de comunicación pondrán en su agenda el tema que más interés despierta a nivel global: la realización del XVIII Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), en el que quedarán definidos los grandes lineamientos económicos y políticos de ese país en los próximos cinco años.
Por:
Rubén Darío Guzzetti
Lejos ha quedado en el tiempo aquel 23 de julio de 1921 cuando se iniciaban las sesiones del I Congreso del PCCh, que contó con la participación de 13 delegados y 50 afiliados. Hoy, 91 años después, el XVIII Congreso funcionará con 2270 delegados que representaran a 80 millones de afiliados.
El Congreso mantendrá, en lo central, las banderas de reforma económica y apertura comercial y política puesta en ejecución desde 1978 por Deng Xiaoping. Esta reforma tuvo como objetivo la construcción de una sociedad “moderadamente acomodada” y de un socialismo con características chinas, basado en el principio de la triple representatividad (síntesis histórica del pensamiento de Marx, Mao y Deng proyectada al futuro socialista) y en la concepción científica del desarrollo económico.
El Congreso hará un balance de la política aplicada los últimos cinco años y una síntesis histórica del proceso iniciado en 1978. En ese marco, examinará a fondo la situación global y nacional, y los requisitos necesarios para el desarrollo del país y la satisfacción de las expectativas populares.
A su vez, la Asamblea elegirá un nuevo Comité Central, una nueva Comisión de Control y un nuevo Comité Permanente del Poliburo, que en la actualidad es de nueve miembros. Además, designará al secretario general del PCCh y al nuevo primer ministro, cargos que según fuentes extraoficiales serían ocupados por el binomio Xi Jinping-Li Keqiang.
En julio de este año, con el inicio de las primeras deliberaciones, se destacaron dos ejes de discusión: 1) el de avanzar en la búsqueda de una mayor equidad social ante una desigualdad evidente (el índice Gini trepó a 0,48), ya que sin la reducción de esta brecha peligra la estabilidad social y el cambio de modelo de desarrollo, y 2) el desafío de reformar el sistema político institucional para que sea capaz de ampliar los derechos ciudadanos sin menoscabar la hegemonía del PCCh.
El actual secretario general y presidente del país, Hu Jintao, presentará un balance defendiendo la política llevada adelante en los últimos años. En esa exposición defenderá lo actuado en un contexto de limitaciones producto de la crisis financiera internacional originada en 2008. De todas maneras, los debates girarán en torno a la velocidad de los cambios pero la política de reformas y apertura no están en discusión.
El proyecto de Deng, después de 30 años con crecimiento a tasas promedio del 10%, está a punto de alcanzar gran parte de sus metas principales. Las amenazas y peligros, en este nuevo período, aumentarán y las nuevas autoridades tendrán que redoblar los esfuerzos y ser muy cautelosas en las políticas a implementar en el futuro.
Tras la muerte de Mao en 1976, el objetivo de la política China se centró en la búsqueda del modernismo y la consolidación de la soberanía. Sun Yat Sen en 1911 y el propio Mao en 1949 –con sus particularidades– ya lo habían intentado. Pero sin lugar a dudas, la reforma iniciada en 1978 lo logró, por encima de consideraciones ideológicas.
Para no abrumar con cifras, un solo dato resulta aleccionador: en los últimos 30 años en China salieron debajo de la línea de pobreza más 500 millones de personas. El Partido Comunista, que tiene un claro control sobre el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Estado y la economía, impulsa la reforma pero nunca permitió que los actores económicos pusieran en duda su autoridad para hacer las correcciones necesarias.
Las nuevas autoridades chinas estarán ante el gran desafío de enfrentar y sortear las enormes presiones de los EE UU, que estarán dirigidas hacia tres frentes fundamentales: 1) tratar de involucrar a China en algún conflicto de desgaste, o bien en una carrera armamentista, 2) intentar estimular viejos pleitos del gigante asiático con países vecinos, y 3) dificultar las vías de acceso al comercio internacional del país asiático. En paralelo a este desafío, los dirigentes del PCCh deberán avanzar en un modelo de desarrollo basado en el crecimiento del mercado interno y en una tecnología propia que pueda competir con las primeras potencias de Occidente.
Según datos estadísticos, el sector productivo que más creció fue el de la economía privada (un 46% en 2011), mientras que el sector colectivo lo hizo en un 34% y el estatal en un 15 por ciento. Estos datos estarían indicando que en el nuevo modelo de crecimiento debería desregular algunos sectores vinculados a monopolios estatales, como son transportes, finanzas, energía, educación y salud, entre los más importantes.
El tiempo dirá si con 5000 años de historia y una revolución triunfante es posible crecer con un control sobre las variables fundamentales que garantice la continuidad de un socialismo con características chinas.
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Una vez conocido el resultado de las elecciones en Estados Unidos, todos los medios masivos de comunicación pondrán en su agenda el tema que más interés despierta a nivel global: la realización del XVIII Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), en el que quedarán definidos los grandes lineamientos económicos y políticos de ese país en los próximos cinco años.
Por:
Rubén Darío Guzzetti
Lejos ha quedado en el tiempo aquel 23 de julio de 1921 cuando se iniciaban las sesiones del I Congreso del PCCh, que contó con la participación de 13 delegados y 50 afiliados. Hoy, 91 años después, el XVIII Congreso funcionará con 2270 delegados que representaran a 80 millones de afiliados.
El Congreso mantendrá, en lo central, las banderas de reforma económica y apertura comercial y política puesta en ejecución desde 1978 por Deng Xiaoping. Esta reforma tuvo como objetivo la construcción de una sociedad “moderadamente acomodada” y de un socialismo con características chinas, basado en el principio de la triple representatividad (síntesis histórica del pensamiento de Marx, Mao y Deng proyectada al futuro socialista) y en la concepción científica del desarrollo económico.
El Congreso hará un balance de la política aplicada los últimos cinco años y una síntesis histórica del proceso iniciado en 1978. En ese marco, examinará a fondo la situación global y nacional, y los requisitos necesarios para el desarrollo del país y la satisfacción de las expectativas populares.
A su vez, la Asamblea elegirá un nuevo Comité Central, una nueva Comisión de Control y un nuevo Comité Permanente del Poliburo, que en la actualidad es de nueve miembros. Además, designará al secretario general del PCCh y al nuevo primer ministro, cargos que según fuentes extraoficiales serían ocupados por el binomio Xi Jinping-Li Keqiang.
En julio de este año, con el inicio de las primeras deliberaciones, se destacaron dos ejes de discusión: 1) el de avanzar en la búsqueda de una mayor equidad social ante una desigualdad evidente (el índice Gini trepó a 0,48), ya que sin la reducción de esta brecha peligra la estabilidad social y el cambio de modelo de desarrollo, y 2) el desafío de reformar el sistema político institucional para que sea capaz de ampliar los derechos ciudadanos sin menoscabar la hegemonía del PCCh.
El actual secretario general y presidente del país, Hu Jintao, presentará un balance defendiendo la política llevada adelante en los últimos años. En esa exposición defenderá lo actuado en un contexto de limitaciones producto de la crisis financiera internacional originada en 2008. De todas maneras, los debates girarán en torno a la velocidad de los cambios pero la política de reformas y apertura no están en discusión.
El proyecto de Deng, después de 30 años con crecimiento a tasas promedio del 10%, está a punto de alcanzar gran parte de sus metas principales. Las amenazas y peligros, en este nuevo período, aumentarán y las nuevas autoridades tendrán que redoblar los esfuerzos y ser muy cautelosas en las políticas a implementar en el futuro.
Tras la muerte de Mao en 1976, el objetivo de la política China se centró en la búsqueda del modernismo y la consolidación de la soberanía. Sun Yat Sen en 1911 y el propio Mao en 1949 –con sus particularidades– ya lo habían intentado. Pero sin lugar a dudas, la reforma iniciada en 1978 lo logró, por encima de consideraciones ideológicas.
Para no abrumar con cifras, un solo dato resulta aleccionador: en los últimos 30 años en China salieron debajo de la línea de pobreza más 500 millones de personas. El Partido Comunista, que tiene un claro control sobre el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Estado y la economía, impulsa la reforma pero nunca permitió que los actores económicos pusieran en duda su autoridad para hacer las correcciones necesarias.
Las nuevas autoridades chinas estarán ante el gran desafío de enfrentar y sortear las enormes presiones de los EE UU, que estarán dirigidas hacia tres frentes fundamentales: 1) tratar de involucrar a China en algún conflicto de desgaste, o bien en una carrera armamentista, 2) intentar estimular viejos pleitos del gigante asiático con países vecinos, y 3) dificultar las vías de acceso al comercio internacional del país asiático. En paralelo a este desafío, los dirigentes del PCCh deberán avanzar en un modelo de desarrollo basado en el crecimiento del mercado interno y en una tecnología propia que pueda competir con las primeras potencias de Occidente.
Según datos estadísticos, el sector productivo que más creció fue el de la economía privada (un 46% en 2011), mientras que el sector colectivo lo hizo en un 34% y el estatal en un 15 por ciento. Estos datos estarían indicando que en el nuevo modelo de crecimiento debería desregular algunos sectores vinculados a monopolios estatales, como son transportes, finanzas, energía, educación y salud, entre los más importantes.
El tiempo dirá si con 5000 años de historia y una revolución triunfante es posible crecer con un control sobre las variables fundamentales que garantice la continuidad de un socialismo con características chinas.
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