El congelamiento de la actividad de los partidos ha convertido a la política en un género de la gastronomía. La prueba la dieron anteanoche los espadones de la mesa chica del peronismo bonaerense cuando exaltaron una peña al nivel institucional. Esa mesa la conduce Carlos Kunkel y sesiona los lunes de todas las semanas en un circuito itinerante de municipios y universidades del conurbano. Lo hacen con el método clásico del asado tardío ofrecido a los anfitriones, que funciona como un aval o reconocimiento de pertenencia al oficialismo. El martes por la noche, Kunkel convocó al grupo para tomar una decisión que implica el comienzo del 2013 electoral. Buscó el marco institucional del Salón de Honor de la Cámara de Diputados, donde Julián Domínguez, a quien el grupo va construyendo de a poco y con asado tras asado como el protocandidato a gobernador de la provincia, sirvió una modesta picada que disonó con los asados que suele ofrecer con cortes traídos de Chacabuco.
. Con ese relieve institucional, el grupo Kunkel -que representa al kirchnerismo provincial sin contaminaciones sciolistas ni de otros efluentes- escuchó el dictamen duro del apoderado del PJ nacional y provincial, Jorge Landau: si antes de diciembre no se convoca al congreso y al consejo del PJ para llamar a elecciones de autoridades, el partido en la provincia corre el riego de perder la inscripción partidaria, que exige comicios internos cada cuatro años. Todo un compromiso porque el PJ provincial es presidido por un resto arqueológico de una alianza que ya no existe; está a cargo de Hugo Moyano, hoy en la más rabiosa oposición. El riesgo es serio porque podrán llamar al consejo, pero en el congreso laten disidencias que se han zanjado y que se prolongan gracias a la inactividad del partido.
. La decisión más importante fue negociar con los congresales una convocatoria pacífica para diciembre -mes cuando vencen los mandatos actuales- con el solo objeto de llamar a elecciones para el 31 de marzo, fecha cuando se hará también la elección de autoridades en el nivel nacional.
. En la constitución no escrita del peronismo, el PJ nacional es el partido de los gobernadores y el PJ de Buenos Aires, el de los intendentes. Por eso hubo en la reunión en lo de Julián una representación fuerte de alcaldes de las secciones electorales Primera y Tercera, que es donde está apalancado el mayor apoyo al peronismo. Compartieron la decisión, entre otros, Raúl A. Othacehé (Merlo), Hugo Curto (Tres de Febrero), Julio Pereyra (Florencio Varela), Darío Giustozzi (Almirante Brown), Francisco Gutiérrez (Quilmes), Mariano West (Moreno), Alberto Descalzo (Ituzaingó), Juan Patricio Mussi (Berazategui), Joaquín de la Torre (San Miguel), Jorge Ferraresi (Avellaneda), Fernando Gray (Esteban Echeverría), Alejandro Granados (Ezeiza), Martín Insaurralde (Lomas de Zamora) y Humberto Zúccaro (Pilar). Además del trío Julián, Kunkel y Landau escuchó todo el diputado Wado de Pedro, representante del cristinismo, fracción que vive en tensión con el universo de los intendentes, que es siempre un poder permanente que precede a esas novedades y que, entienden, sobrevivirá al kirchnerismo.
. Esa tensión se refleja en la decisión del grupo de continuar con la campaña de pintadas en los paredones de la provincia con la leyenda seca de «Peronismo Bonaerense», sin mención de subemblemas ni, tampoco, de nombres. En el seguimiento de esa campaña se insistió en no mostrar a ningún dirigente como candidato a nada, fuera a cargos o a autoridades. «Si se instala hoy un nombre», admitió uno de los presentes, «no hay congreso ni hay nada».
. Difícil para la mesa hacer avanzar estas institucionalidades sin nombrar a nadie, cuando en el formato caciquil de la política argentina todo termina en una discusión de nombres. Más cuando el partido que se quiere poner en marcha tiene que soportar que siga vigente, hasta que le acepten la renuncia en el congreso de diciembre, Hugo Moyano. Lo reemplaza en la burocracia de autorizar pagos y mantenimiento del local partidario la ministra Cristina Álvarez Rodríguez, referente del sciolismo al que no le quiere dar juego esa mesa chica que funciona según las señales de Olivos. Eso lo prueba que la orden de pintar «Peronismo Bonaerense» fue una sugerencia de ese origen, después de que los intendentes se quejasen de la libertad con la que se movían hasta ahora otros sellos identificados con el cristinismo que les dividían la tropa hacia abajo en los municipios que dominan sin discusión.
. La advertencia de Landau sobre la necesidad de disparar la reactivación del partido compromete también al PJ nacional, el de los gobernadores, también hoy aletargado y bajo el control de una comisión de acción política que, aunque no funciona, corre por un andarivel aparte de la figura de quien ejerce la presidencia, Daniel Scioli. El gobernador de Buenos Aires es a quien todos miran como el candidato a presidente si el peronismo no logra los votos en 2013 para promover una reforma con reelección, pero todos los movimientos internos hacen como si no existiera, en la provincia y en la Nación. Scioli, confiado en que en el oficialismo se alimentan en cuotas iguales de kirchnerismo y sciolismo, cultivó ayer su «constituency» en un acto junto al peronista Sergio Massa, el macrista Jorge Macri y el radical Gustavo Posse.
Cualquier realineamiento de cara al congreso bonaerense, y al que deberá hacer también el PJ nacional, atenderá al dictamen vertical de Olivos, algo tópico en el peronismo que debate organización de elecciones que después terminan en listas únicas, ordenadas desde arriba. No es nuevo esto ni lo generó el kirchnerismo: Eduardo Duhalde cerraba listas de candidatos con nombres en blanco que él después llenaba en las horas previas a la inscripción legal. Las llamaba «puesto tapón» y servían para premios y castigos cuando los forcejeos de abajo habían ya terminado.
. La dificultad en la selección de los nombres se agrava por la paralización de la vida partidaria que ha ido vaciando esa estructura que el peronismo cree que es clave para ganar una elección. Después del ciclo de José María Díaz Bancalari, que representaba la alianza Duhalde-Kirchner, vino la gestión de Alberto Balestrini, que era nada menos que el jefe del distrito más grande del conurbano, La Matanza. De su enfermedad surgió Hugo Moyano, emblema de la alianza de Kirchner con el sindicalismo, en quien los intendentes vieron una amenaza al control del partido, su partido. Antes de que se quebrase esa coalición con el sindicalismo, los intendentes se ocuparon de vaciar el poder de Moyano en el PJ, si alguna vez lo tuvo. El último disgusto de Néstor Kirchner -a quien algunos le atribuyen que puso en riesgo su vida- fue la llamada por teléfono, en la noche anterior a su muerte, de Moyano que le reclamaba por la ausencia de intendentes y ministros en una sesión del consejo del partido. Esa charla, fuera ríspida o amistosa, nunca se sabrá, fue la última actividad del partido hasta la peña del martes que sesionó en lo de Julián.
. Con ese relieve institucional, el grupo Kunkel -que representa al kirchnerismo provincial sin contaminaciones sciolistas ni de otros efluentes- escuchó el dictamen duro del apoderado del PJ nacional y provincial, Jorge Landau: si antes de diciembre no se convoca al congreso y al consejo del PJ para llamar a elecciones de autoridades, el partido en la provincia corre el riego de perder la inscripción partidaria, que exige comicios internos cada cuatro años. Todo un compromiso porque el PJ provincial es presidido por un resto arqueológico de una alianza que ya no existe; está a cargo de Hugo Moyano, hoy en la más rabiosa oposición. El riesgo es serio porque podrán llamar al consejo, pero en el congreso laten disidencias que se han zanjado y que se prolongan gracias a la inactividad del partido.
. La decisión más importante fue negociar con los congresales una convocatoria pacífica para diciembre -mes cuando vencen los mandatos actuales- con el solo objeto de llamar a elecciones para el 31 de marzo, fecha cuando se hará también la elección de autoridades en el nivel nacional.
. En la constitución no escrita del peronismo, el PJ nacional es el partido de los gobernadores y el PJ de Buenos Aires, el de los intendentes. Por eso hubo en la reunión en lo de Julián una representación fuerte de alcaldes de las secciones electorales Primera y Tercera, que es donde está apalancado el mayor apoyo al peronismo. Compartieron la decisión, entre otros, Raúl A. Othacehé (Merlo), Hugo Curto (Tres de Febrero), Julio Pereyra (Florencio Varela), Darío Giustozzi (Almirante Brown), Francisco Gutiérrez (Quilmes), Mariano West (Moreno), Alberto Descalzo (Ituzaingó), Juan Patricio Mussi (Berazategui), Joaquín de la Torre (San Miguel), Jorge Ferraresi (Avellaneda), Fernando Gray (Esteban Echeverría), Alejandro Granados (Ezeiza), Martín Insaurralde (Lomas de Zamora) y Humberto Zúccaro (Pilar). Además del trío Julián, Kunkel y Landau escuchó todo el diputado Wado de Pedro, representante del cristinismo, fracción que vive en tensión con el universo de los intendentes, que es siempre un poder permanente que precede a esas novedades y que, entienden, sobrevivirá al kirchnerismo.
. Esa tensión se refleja en la decisión del grupo de continuar con la campaña de pintadas en los paredones de la provincia con la leyenda seca de «Peronismo Bonaerense», sin mención de subemblemas ni, tampoco, de nombres. En el seguimiento de esa campaña se insistió en no mostrar a ningún dirigente como candidato a nada, fuera a cargos o a autoridades. «Si se instala hoy un nombre», admitió uno de los presentes, «no hay congreso ni hay nada».
. Difícil para la mesa hacer avanzar estas institucionalidades sin nombrar a nadie, cuando en el formato caciquil de la política argentina todo termina en una discusión de nombres. Más cuando el partido que se quiere poner en marcha tiene que soportar que siga vigente, hasta que le acepten la renuncia en el congreso de diciembre, Hugo Moyano. Lo reemplaza en la burocracia de autorizar pagos y mantenimiento del local partidario la ministra Cristina Álvarez Rodríguez, referente del sciolismo al que no le quiere dar juego esa mesa chica que funciona según las señales de Olivos. Eso lo prueba que la orden de pintar «Peronismo Bonaerense» fue una sugerencia de ese origen, después de que los intendentes se quejasen de la libertad con la que se movían hasta ahora otros sellos identificados con el cristinismo que les dividían la tropa hacia abajo en los municipios que dominan sin discusión.
. La advertencia de Landau sobre la necesidad de disparar la reactivación del partido compromete también al PJ nacional, el de los gobernadores, también hoy aletargado y bajo el control de una comisión de acción política que, aunque no funciona, corre por un andarivel aparte de la figura de quien ejerce la presidencia, Daniel Scioli. El gobernador de Buenos Aires es a quien todos miran como el candidato a presidente si el peronismo no logra los votos en 2013 para promover una reforma con reelección, pero todos los movimientos internos hacen como si no existiera, en la provincia y en la Nación. Scioli, confiado en que en el oficialismo se alimentan en cuotas iguales de kirchnerismo y sciolismo, cultivó ayer su «constituency» en un acto junto al peronista Sergio Massa, el macrista Jorge Macri y el radical Gustavo Posse.
Cualquier realineamiento de cara al congreso bonaerense, y al que deberá hacer también el PJ nacional, atenderá al dictamen vertical de Olivos, algo tópico en el peronismo que debate organización de elecciones que después terminan en listas únicas, ordenadas desde arriba. No es nuevo esto ni lo generó el kirchnerismo: Eduardo Duhalde cerraba listas de candidatos con nombres en blanco que él después llenaba en las horas previas a la inscripción legal. Las llamaba «puesto tapón» y servían para premios y castigos cuando los forcejeos de abajo habían ya terminado.
. La dificultad en la selección de los nombres se agrava por la paralización de la vida partidaria que ha ido vaciando esa estructura que el peronismo cree que es clave para ganar una elección. Después del ciclo de José María Díaz Bancalari, que representaba la alianza Duhalde-Kirchner, vino la gestión de Alberto Balestrini, que era nada menos que el jefe del distrito más grande del conurbano, La Matanza. De su enfermedad surgió Hugo Moyano, emblema de la alianza de Kirchner con el sindicalismo, en quien los intendentes vieron una amenaza al control del partido, su partido. Antes de que se quebrase esa coalición con el sindicalismo, los intendentes se ocuparon de vaciar el poder de Moyano en el PJ, si alguna vez lo tuvo. El último disgusto de Néstor Kirchner -a quien algunos le atribuyen que puso en riesgo su vida- fue la llamada por teléfono, en la noche anterior a su muerte, de Moyano que le reclamaba por la ausencia de intendentes y ministros en una sesión del consejo del partido. Esa charla, fuera ríspida o amistosa, nunca se sabrá, fue la última actividad del partido hasta la peña del martes que sesionó en lo de Julián.